Últimamente empiezo a pensar en las obras escénicas en términos gastronómicos. Hay indigestos pasteles crudos de harina integral, suculentos estofados cocidos a fuego lento, chucherías sin mucha sustancia pero de disfrute inmediato y muchas otras analogías.
Según este símil culinario la obra de Roger Bernat sería a día de hoy un souflé que ha quedado un poco crudo. Me explico. Hay varias cosas de agradecer en esta pieza. En primer lugar la obra se desarrolla en la plaza Margarita Xirgu y abandonamos el edificio del Lliure. El teatro a la italiana es uno de los fósiles arquitectónicos más incomprensibles de nuestros tiempos y, en mi modesta opinión, uno de los responsables del abismo que existe entre el gran público y las artes escénicas hoy en día.
El mecanismo que sustenta la obra es bastante sencillo y relativamente original. La plaza se divide en 4 zonas y al público se le dan instrucciones mediante unos auriculares inalámbricos: «Si ganas más de 1.000 euros ponte a la izquierda, si mientes para evitar conflictos ponte a la derecha, si recuerdas la habitación donde dormías de pequeño levanta el dedo…» De esta forma, arropados por el semianonimato que te concede el grupo, vas revelando detalles de tu intimidad y te informas de cosas que pertenen a la privacidad de cada uno. Así nos enteramos de que Álex Rigola ha robado alguna vez en un supermercado, que Anne-Sophie gana menos de 1.000 euros (lo siento) y que a Rui le gustaría tener hijos.
La pieza adquiere un cariz coreográfico importante pues diversos grupos de gente se desplazan siguiendo un número limitado de directrices y de forma simúltanea. Las personas que estaban ayer en la plaza Margarita Xirgu sin auriculares asistieron a otro espectáculo distinto (una pieza de danza) pero quizás igual de interesante, ya que el público formaba una y otra vez composiciones distintas. Como parte del público con auriculares también disfrutabas de este aspecto, pero en menor medida. Si no tenías auriculares no sabías por qué la gente se movía de esta forma y, sin embargo, quedaba claro que había una razón poderosa para estas combinaciones, ya que el conjunto se desarrollaba con convencimiento y determinación. La curiosidad por saber qué era lo que provocaba estos movimientos rítmicos e inevitables era quizás un foco de atención suficiente para sostener esta obra coreográfica de principio a fin.
Pero volvamos al público con auriculares. Hasta el momento desvelamos y obtenemos información personal y está el elemento coreográfico. No está mal, pero este juego no resulta suficiente para un espectáculo de una hora. Consciente de esto, el director introduce otros motivos. En diferentes momentos la voz que habla por los auriculares (Mia Esteve) hace diferentes consideraciones sobre Mozart y su relación con La flauta mágica. Sin embargo estas consideraciones no guardaban mucha relación con el conjunto de la pieza y además se revelaban falsas con bastante rapidez («¿Sabías que Mozart compuso esta obra para favorecer el desarrollo del feto en el útero materno?»). Por esta razón me parecieron un elemento dispensable y nada enriquecedor. Otro motivo que funcionaba parcialmente consistía en disfrazar al público según sus respuestas. A los asistentes se les suministró pijamas naranjas, chalectos reflectantes con una cruz roja, chalecos azules, mantas o máscarillas según su origen u otras características. Así pues el respetable se transformaba en el protagonista inquietante de un posible accidente áreo o cualquier otra catástrofe. El juego tenía su gracia, pero no se matizaba con información adicional que pudiese sostener el interés y por este motivo se hacía cansino.
Un juego escénico que sí funcionaba bien y sin embargo no se explotaba a fondo residía en la coincidencia ocasional de forma y fondo en ciertos movimientos del público. Por ejemplo: «si eres del Barça humedécete los ojos» o bien «si tienes un pariente que emigró, aléjate del público… Ahora aléjate un poco más» o aún «si sabes quien va a pagar a los artistas si no hay que abonar la entrada señálate la cabeza… Eres listo».
Toda esta actividad se extiende durante más de 50 minutos y al final el público está agotado y se pregunta el por qué del conjunto. A estas alturas parece difícil remontar el vuelo y sin embargo la última escena es muy acertada. Al final entramos de nuevo en el teatro y mientras la voz prosigue con sus apelaciones sin esperar ya que obedezcamos, rodeamos una maqueta que representa la plaza Margarita Xirgu con el público dentro. En una pantalla, una vídeocámara capta detalles de los muñecos que hay en la plaza, mostrando la individualidad de cada uno de ellos y la combinación que establece el conjunto. Se trata de una escena final clásica en cine o en teatro, donde el público se reconoce a título personal en la representación y se proyecta de forma gregaria en la misma. «Éstos somos nosotros», la gran respuesta que surge a veces al final de algunas obras.
En definitiva, aunque hay cierta dosis de aire y algunos ingredientes deben terminar su proceso de cocción, «Domini públic» es un entremés escénico muy respetable.
joerrr cuantas veces tenemos q ver el ejercicio yanki de los grupitos de los cojones… unos lo usan en sus cursillos pa enterarse de la q esta soltera o de quien entiende, otros lo utilizan para hablar del dinero (con bastante acierto), pero el caso es q esto ya huele un poco…
a ver si nos inventamos algo nuevoooo
lo siento pero despues de leerlo, me ahorro ir a verlo