El ciclo Cárnicos de La Porta nos trajo este fin de semana dos trabajos del colectivo Deep Blue. Se trata de la instalación «Box with holes» y la obra escénica «Terminal».
«Terminal» es una pieza que combina danza, vídeo y música electrónica. La obra comienza proyectando al público sobre una pantalla en el fondo del escenario durante un largo rato. No es la primera vez que observamos este recurso, pero sin embargo resultaba original por su posición en la obra (como apertura) y por la intención coreográfica del mismo. El público en bloque se convertía en un intérprete dotado de decenas de cabezas, brazos y troncos que se alzaban, rotaban e inclinaban creando sorprendentes paralelismos y oposiciones entre los miembros de la platea. En la última fila dos niños sacaron partido a la propuesta con una sensibilidad sorprendente. Por sus bonitas composiciones les doy las gracias.
Tras esta prolongada escena inicial donde el público contempla el movimiento que él mismo produce, un chico de la primera fila se revela como el intérprete principal. Desarrolla movimientos sencillos y suaves que primero observamos en la pantalla del fondo y, a medida que se aleja de las butacas y ganamos perspectiva, sobre el escenario. Entre los movimientos y la música electrónica en directo se establece una relación sútil, el intérprete reacciona a los sonidos y los sonidos parecen responder también a los movimientos del intérprete.
El performer avanza poco a poco hacia la cámara del fondo del escenario donde acabará por dar la espalda al público para ofrecer la escena más interesante de la pieza. El primer plano de sus manos sobre la camisa se reproduce sobre la gran pantalla y los dedos se convierten en alimañas inquietas de turbadora y sonrosada piel. Las yemas en contacto con el tejido crean ondulaciones y surcos, paisajes efímeros que evolucionan al ritmo de las manos y la música electrónica.
Las escenas siguientes también juegan con la relación entre el intérprete y la videocámara. Algunas resultan más interesantes que otras, pero en cualquier caso todas utilizan en su justa medida la repetición y variación de motivos para formar un conjunto coherente y bien escrito que permite una lectura clara pero sin obviedades.
A pesar de que alguna escena se pueda hacer un poco larga, la pieza es inteligente y sensible. En particular resulta adecuado el uso que hace de la tecnología, que poco a poco se normaliza en las artes escénicas y deja de ser objeto de ostentación para integrarse en el lenguaje. La reflexión que la compañía ofrece sobre este uso (leer aquí) resulta cautivadora, pero debo confesar que difícilmente la hubiese inferido de la pieza.
Hay también una cierta frialdad en la obra que deriva quizás de este cariz tecnológico o es tal vez una propuesta estética o aún un rasgo cultural. Es esta frialdad la que me provoca un cierto distanciamiento y por eso, a pesar de todas las virtudes enumeradas, es una pieza que disfruto y aprecio pero no me conmueve.
Por el contrario, me rindo ante «Box with holes» sin ningún tipo de reservas. Esta experiencia para una sola persona consiste en una caja con dos orificios donde meter los brazos. Una vídeocamara en el interior capta los movimientos de las manos y un proyector en el techo reproduce estas imágenes sobre la superficie de la caja. Los vaivenes de los brazos provocan sonidos y esta primera «escena» resulta ya muy poética.
Poco a poco aparecen sobre la superficie de la caja más dedos. ¿Son nuestras propias manos desdobladas? No, progresivamente entendemos que son otras palmas que siguen nuestros movimientos desde algún lugar y se proyectan sobre la imagen anterior. Jugamos con estas manos virtuales que sólo existen en la superficie de la caja cuando, de repente, unas manos de verdad tocan las nuestras.
El amigo invisible que nos acariciaba en el vídeo se ha materializado. La sorpresa y el rechazo inicial nos recuerda la difícil relación que mantenemos con el contacto con los demás. Una vez superada esta sorpresa disfrutamos jugando en el interior de la caja con estas manos desconocidas. Se establece una cierta complicidad y el tacto genera una intimidad desconcertante.
A continuación estas manos untan las nuestras con un aceite aromático. Se trata de una nueva sorpresa, un shock sensorial que aumenta el grado de intimidad hasta paralizarnos. Recibimos un pequeño masaje y por unos instantes la instalación se convierte en un irónico «glory hole» para manos.
Finalmente, nuestras manos reciben un puñado de materia informe y rasposa. ¿Qué es este extraño amasijo? Tan sólo son unas cuantas trizas de papel, pero el aceite despista nuestro tacto y tardamos un segundo en darnos cuenta. Las otras manos nos guían para que dejemos caer el papel lentamente sobre la cámara y en la superficie de la caja vemos como nuestras palmas desprenden una suave lluvia de papelitos blancos. Como conclusión, los dedos ajenos abrazan nuestras manos y se retiran poco a poco hasta desparecer del campo de la cámara. Es la despedida.
Juguetona, avispada, poética y placentera: la instalación no tiene desperdicio.
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