El traspiés de Luisa, de la societat Doctor Alonso es una propuesta que, al igual que The Real Fiction de Cuqui Jérez, explora el error. Estas dos obras tienen sin embargo estructuras diferentes. The Real Fiction está planeada con esmero y es de una claridad expositiva contundente. El traspiés de Luisa es una obra abierta donde todo ocurre de forma bastante improvisada. Este rasgo le acaba pasando factura a la pieza, al menos durante la representación a la que asistí yo, ya que es posible que haya grandes variaciones entre una actuación y otra.
El principio de la obra es muy simple. Tres bailarinas y una actriz con muy pocas nociones de música se proponen montar un grupo de rock. Como tienen conocimientos muy básicos, se equivocarán de forma irremediable y el error será un elemento constitutivo de la pieza.
Después de un vídeo explicativo, las intérpretes suben al escenario y empiezan a tocar sus canciones. Los diez primeros minutos son espléndidos. No hay nada que genere más identificación que el error, porque el error es una experiencia que todos conocemos de cerca. Todos metemos la pata constantemente, por eso adoramos al clown que cae una y otra vez de su silla. Sin embargo esta herramienta poderosa debe utilizarse de forma sabia. Poco a poco las intérpretes se relajaron y del error pasamos al caos, a vacíos tediosos, a conversaciones entre ellas que no llevaban a ningún sitio. Parecía como si se hubiesen cansado de las canciones y en vez de ver al clown cayendo una y otra vez vimos al clown preguntándose donde estaba su silla.
Tampoco les hizo ningún favor la intervención de algunos amigos bienintencionados del público que las jaleaban. La identificación funcionaba porque sus canciones eran muy malas y las intérpretes eran víctimas de sí mismas. Eso las hacía entrañables. Al recibir el trato de estrellas del rock, la identificación daba un vuelco de 180 grados: un fenómeno ciertamente curioso.
Eso no evita que algunos momentos fuesen desternillantes. A veces parecía que la guitarrista iba a agujerear su guitarra con la púa y la batería mantenía una increíble mueca de crispación debido al esfuerzo. Sofía Asencio también estuvo sensacional invocando a Paco de Lucía.
Sin embargo, la representación a la que yo asistí se desplomó por falta de ritmo. Los artistas trabajan aquí con un material poderoso, pero no parecen saber cómo controlar sus efectos. Dentro de la improvisación habría quizás que marcar ciertas pautas, desterrar el vacío escénico o bien disponer de un arsenal de gags para colmar los amplios huecos que dejaban los errores musicales. Sólo así se podría optimizar quizás una buena idea de partida.