Specchi de Manuela Rastaldi no es una obra que busque una demostración de movimientos virtuosos sino que investiga un área determinada dentro de las artes del movimiento. En este caso se trata de los espejos que dan el título a la pieza y el resultado es una obra a medio camino entre la danza y las artes plásticas. Sobre el escenario sólo aparecen dos paralepípedos de vidrio tintado. Según la iluminación cambiante, las paredes resultan opacas o bien muestran en su interior dos cuerpos de mujer que evolucionan con lentitud en la penumbra. La luz es tan tenue que cuesta distinguir los contornos y por momentos sólo se percibe un inquietante amasijo de carne. Tras unos minutos, se realiza una breve pausa y los paralepípedos se sustituyen por varios espejos cuadrados que se sostienen solos sobre el escenario. Se efectúan entonces fundidos a negro donde cuatro bailarinas combinan sus cuerpos y los espejos creando composiciones diversas. A menudo surge un solo cuerpo de dimensiones extraordinarias fragmentado por espejos y se exploran varios efectos ópticos con la combinación de miembros y superficies reflectantes. La última parte de la pieza emplea el reflejo de las bailarinas sobre los espejos para crear nuevas ilusiones ópticas. Aparecen cuerpos con multiplicidad de miembros y todo tipo de anomalías, desde mutilaciones a seres de tronco doble que reptan por el suelo.La primera parte de la obra es sutil y requiere mucha atención por parte del espectador. A veces resulta agotadora pero otras veces te recompensa con un efecto hipnótico que surge de la lenta evolución de los cuerpos dentro de sus receptáculos. Otro foco de interés es la dificultad para establecer con certeza qué partes del cuerpo son las que se mueven tras el cristal. En este sentido, la iluminación muy oscura es un gran acierto. La segunda parte de la obra, donde se juega con los cuerpos de las bailarinas y los espejos situados de forma vertical ofrece composiciones interesantes. En especial resulta brillante la imagen de la mujer troceada, como en el clásico número donde el mago corta a una mujer dentro de una caja con un serrucho. Sin embargo las imágenes resultan repetitivas y esta sección termina por hacerse larga. La tercera parte de la pieza, donde se exploran los reflejos de las bailarinas sobre los vidrios es sin duda la más llamativa plásticamente. La originalidad de los seres que aparecen en escena y sus extraños movimientos absorben la atención del espectador a pesar del ritmo pausado de la pieza. Aunque se agradecería un esfuerzo de síntesis, se trata de una propuesta interesante con imágenes poderosas.
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