La sociedad no puede existir sin narrativa. Nuestra identidad como ciudadanos, varones, mujeres, españoles, catalanes, europeos, blancos, negros, mulatos, gays, católicos, musulmanes o ateos depende de una narrativa, de una «historia», de una multitud de «historias» que circulan arriba y abajo y se interrelacionan y se modifican entre sí. De la confluencia de todas estas historias y su poder de convicción surge el equilibrio de fuerzas que forma nuestra sociedad.
El arte es un caudal poderoso dentro de este torrente de narrativas con el que nos reinventamos constantemente. Y la narrativa no va a desaparecer, porque es imprescindible. Así que el arte tampoco. Eso sí, si el fenómeno narrativo no puede desaparecer, es obvio que la forma narrativa está en pleno proceso de transformación. Se van a seguir contando historias, pero la forma de contarlas va a cambiar de manera radical. Algunas tendencias obvias son a) mayor componente visual, b) mayor brevedad (auge de los microrelatos, de youtube, de los diarios con poco texto, declive de la novela) c) mayor cantidad y pluralidad de historias (internet y la popularización de programas informáticos de edición de texto, sonido e imagen permite que el ciudadano medio se convierta en narrador y que pueda hacer llegar su narrativa a todo el mundo a través de la red).
El papel de las artes escénicas dentro de este contexto es secundario y no puede soñar con hacerle sombra al cine o a Internet. Por eso mismo es aún más importante que las artes escénicas se adapten a esta revolución narrativa si quieren sobrevivir. No podemos tolerar obras de teatro como las de hace 20 años. No podemos cerrar los ojos y hacer ver que no ha pasado nada.
En este sentido se agradecía la propuesta de Castorf, porque tiraba por la borda toda la tradición teatral. Olvidaos de la ley de acción y reacción actoral. Tu me preguntas con un susurro, yo te contesto a gritos sin que venga a cuento. Los actores vagaban a la deriva infringiendo de forma constante la lógica teatral. Los códigos se rompían una y otra vez en todos los sentidos.
Sin embargo, se trata de transformar los códigos, de ofrecer nuevas combinaciones, nuevas leyes. Aquí sólo se pisoteaba lo antiguo sin ofrecer ningún tipo de nueva coherencia, aparte de un particular nonsense que no alcanzaba un poder de seducción suficiente. El resultado era el caos. Un pretencioso caos de 2 horas y 40 minutos. Digamos no a los juegos caducos, pero propongamos nuevos juegos!