Comeme el coco negro, Coliseum 15-01-2008


Sólo algunas consideraciones sobre «Cómeme el coco negro» de La Cubana, un espectáculo que cumple casi 20 años y que se repone como celebración del 25 aniversario de la compañía.
La obra reposa sobre un supuesto equívoco. Cuando los espectadores llegan a la hora indicada en la entrada, un señor los recibe diciendo que llegan muy tarde, que hoy la función se ha adelantado una hora.
Tras acceder a la platea, el público asiste a la parodia de una función de revista tradicional. Esta primera parte del espectáculo resulta muy delectable por dos motivos. Primero, porque aunque el género de la revista exhibe un humor burdo y unos parámetros previsibles, esta primera fase del espectáculo sólo dura media hora. En segundo lugar se disfruta de la parodia porque ésta es, hasta cierto punto, contenida. Es decir, la diferencia entre un espectáculo de revista tradicional y lo que se muestra es pequeña. Esta corta distancia entre ambos elementos proporciona la sutilidad y la riqueza de la farsa. El placer se deriva del reconocimiento de un género y de las pequeñas variaciones que se han implantado.
Al cabo de media hora el espectáculo de revista se da por acabado. Entramos en una supuesta «realidad» y los actores desmontan el escenario argumentando que tienen un bolo al día siguiente en otra ciudad. Sin desmerecer algunos gags muy ingeniosos, esta segunda parte resulta mucho menos divertida porque los actores de la Cubana parodian a los actores de revista en la vida real, pero esta segunda parodia es mucho más exagerada. Es decir, en vez de reconocer una categoría y descubrir las variaciones que se han operado, con la estimulante actividad intelectual de oscilar constantemente entre ambos polos observando qué pertenece a la categoría original y qué es exageración, aquí todo es exageración estereotipada y esta linealidad hace que esta segunda parte sea más farragosa.
Otro aspecto interesante es la evolución de la recepción a lo largo del tiempo. Si hace veinte años muchos espectadores creían que el espectáculo acababa de veras con la parodia de la revista y tardaban un buen rato en darse cuenta del engaño, la fama del espectáculo precede ahora la función. El público acude a menudo una hora antes de la hora «oficial» para ver entero el espectáculo de revista y, cuando se entra dentro de la supuesta realidad, los espectadores ansían que los actores los utilicen como comparsas para sus avatares. Nada de malo en esto, pero sí cambian las expectativas y el origen del placer como espectador. Si antes se originaba con la transgresión y la novedad, con la confusión entre ficción y realidad, ahora se disfruta al anticipar lo que va a ocurrir y reconocer cada una de las partes.
A pesar de que La Cubana fuerza un poco su parodia, este espectáculo sigue siendo interesante por las cuestiones que plantea, en especial su tratamiento de la frontera entre realidad y ficción. Un tema clásico en el teatro que, como prueba la «Real Fiction» de Cuqui Jérez, está lejos de agotarse.

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