Dir. Àlex Rigola
Adapt. Pablo Ley y Àlex Rigola
Teatre LLiure, 22 de noviembre 2007
Esta adaptación de la novela de Roberto Bolaño es un éxito de público y crítica. Aunque siempre hay quien acusa a Rigola de plagiar (http://pionentes.net/2007/06/29/sobre-el-montaje-de-2666-en-el-lliure/), no entraré en la polémica y me gustaría valorar esta obra dentro de su contexto, teniendo en cuenta la tradición del Teatre Lliure en los últimos diez años.
En esta pieza los actores se desmarcan del casposo estilo actoral que a menudo se ve en el teatro catalán. Supongo que el mérito es de Rigola y de los propios actores, pero me parece que también tiene importancia otro factor: la adaptación del texto.
Además de diálogos propiamente teatrales entre personajes hay a menudo narraciones y soliloquios de cara al público. Y esta huida del texto típicamente teatral ha sido una buena estrategia para evitar los clichés teatrales de siempre. De rebote, la obra está a veces más cerca de la lectura dramatizada que del teatro.
El primer acto de la pieza tan sólo utiliza 4 actores, una mesa, unas sillas y una pizarra. Está revestido de una austeridad muy inusual por estos parajes. En este sentido me gustó mucho, aunque el texto no coincidiese con mis gustos personales.
El segundo acto me gustó más. Bastante sobrio aún, la historia de la mujer de Amalfitano sí captó mi atención. El diálogo con el espíritu del padre era descacharrante.
El tercer acto me pareció más desprovisto de interés, pero en él Rigola siguió adoptando códigos del teatro contemporáneo: mayor importancia del movimiento, de los elementos plásticos, elementos de cultura popular (el raegguetón de Gasolina) y uso de técnicas audiovisuales. Estos rasgos estaban adoptados con mayor o menor acierto, pero al menos podía identificarme con la pieza a nivel ético-estético.
El trato que se le da en el siguiente acto a los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez y la recepción por parte del público resulta interesante. Me parece bien que se traten temas de actualidad en el teatro (últimamente parece que cualquier tipo de planteamiento político-ideológico está mal visto), pero no siempre es fácil hacerlo con un tono adecuado. La escena del desierto carece de toda sutilidad y apela a las emociones por la vía más facilona: sangre, gritos, música orquestal creciente… El público a mi alrededor estaba encantado. Recuerdo lo que decía un periodista de guerra: «No sé por qué pero la sociedad necesita 5 minutos de desgracias y muerte todos los días en el telediario, justo antes de los 5 minutos sobre asuntos del corazón». La última obra de Marta Galán, titulada «Melodrama» quería incidir en cómo este género busca tan sólo la autocompasión del público y no un pesar sincero por lo que ocurre. En este sentido, esta escena tenía un nivel considerable de melodrama.
El último acto me pareció en consonancia con el tercero: aunque las imágenes poéticas no fueran de gran calado tenía una composición propia de las artes escénicas de nuestro tiempo.
En definitiva, no creo que se trate de una obra maestra pero es muy de agradecer que el director esté modernizando el anquilosado teatro catalán. Por eso, un millón de gracias.