Versus Teatre, 26 de octubre de 2007
Hacía tiempo que no veía un espectáculo de la compañía Amaranto y el de ayer representó una sorpresa agradable por varios motivos. En primer lugar porque a veces tengo la sensación de que el teatro contemporáneo repite una misma fórmula en todas las obras. Sus defensores se quejan a menudo de que los espectáculos de teatro convencional son clónicos, pero la escena emergente se repite y se calca a veces con la misma asiduidad.
En este espectáculo aparecían de nuevo algunos tópicos (ensuciar el escenario, romper cosas, ritmo marcado por la alternancia entre texto y acción), pero en general se podía apreciar una evolución dentro del lenguaje propio de la compañía, un esfuerzo por ser ellos mismos.
Por otra parte, la presencia de los actores, este parámetro tan difícil de objetivar, ha aumentado con el paso del tiempo y se les ve un aplomo envidiable. Son buenos actores por derecho propio y sin seguir rancias y fosilizadas escuelas de interpretación.
La angustia existencial que recorre la obra también es un tema frecuente dentro de las piezas contemporáneas. Es un sentimiento con el que me siento identificado y con gran impacto en mi entorno, pero me pregunto si no podríamos pasar página de una vez en este aspecto. Al menos es lo que yo intento hacer.
Sin embargo, el tema central de la pieza es el arte. Perfecto. Muchas de las reflexiones son muy pertinentes, incluidas las del vídeo final, pero se disparan a bocajarro. Es decir, no inferimos una conclusión de lo que se expone, sino que se nos suministran muchas respuestas para que nosotros escojamos.
Como aún debemos elegir no es un ejercicio vano, pero se renuncia a un actitud más activa por parte del espectador.
En definitiva, se trata de una pieza bien construida y con imágenes interesantes que se hace preguntas con sentido. La más importante es: ¿para qué sirve lo que hacen los actores en escena si cuesta un pastón y lo va a ver 4 gatos?
La compañía parece reflejar cierto desencanto. Quizás es insolencia por mi parte, pero creo que lo que hace la compañía es importante y quien se equivoca es la sociedad. Una sociedad que ha dejado de hacerse preguntas y que, desorientada y a tientas, avanza a la deriva hacia un no muy lejano maelstrom.