Esto no es una crítica

Si fuese una crítica se titularía “Cagar el siglo XX”, o algo así. Pero esto no es una crítica, es una declaración de amor Lo que me sirve para reivindicar la dimensión relacional y afectiva de la crítica escénica 2.0, desmontar el mito de su objetividad, y así avisar a los que nos leéis que no asistís a una presentación científica en un teatro anatómico forense. Porque esto no es una crítica, es una declaración de amor. Mucho más difícil de escribir que una crítica. Pero antes lo de siempre. Contexto, contexto y contexto.

Espero que mientras escribo esto no cambien el nombre del Festival de Otoño a Primavera y lo llamen Festival de Primavera a Otoño y decidan para el siguiente programar todo en verano, cuando la gente está en Montemor-o-Velho, en Benidorm, en Aviñón o de Interrail. Seguro que vuelven a sorprendernos. Llegará el momento en que nos arremanguemos y tengamos una buena agarrada sobre este festival. Después de la decepción, y también lo digo con amor, de Todo el cielo sobre la tierra y Las palabras, llevaba semanas tachando los días en el calendario que faltaban para el estreno de La chica de la agencia de viajes nos dijo que había piscina en el apartamento.

Al margen de las estadísticas, uno de los males de nuestro tiempo, no sé si los programadores serán conscientes del acierto que han cometido al confiar en quien les haya propuesto La chica como obra programable en el Festival de Otoño a Primavera. ¡Señores programadores, este el camino, este es el tipo de propuestas escénicas que gran parte del público reclamamos! Seguiremos recordándolo, por si acaso.

Y ahora es cuando hay que levantarse y aplaudir el empeño de Teatro Pradillo para que dicho universo pueda formar parte de nuestro presente escénico. Ya lo demostraron la temporada pasada al acoger Escenas para una conversación después del visionado de una película de Michael Haneke, y este año lo han vuelto a hacer. A diferencia de la mayoría de salas españolas, en las que este tipo de obras sólo podrían verse un fin de semana o los domingos o miércoles durante un mes, las dos últimas obras de El Conde han podido crecer durante dos semanas en Pradillo. Un gesto cuya importancia es vital, ¡vital!, ya que permite mejorar las obras, que mucha más gente pueda ir a verlas, y que algunos podamos repetir. Una apuesta por la creación contemporánea que recuerda a la que hace años, en su anterior etapa, Teatro Pradillo realizó con Rodrigo García, Angélica Lidell y muchos otros, y de la que todos tenemos que estar profundamente agradecidos. Se hace público al programar. Ya me siento.

Otra cosa, señores programadores, es necesario que en su festival, que también es de todos y todas, montajes como La chica o Las palabras se hagan en salas periféricas al poder. Si todo se representase en los Teatros del Canal, por ejemplo, por muy grandes y vistosos que sean sus espacios, y sólo en el dilatado festival ves un puñado de buenas obras es cuando se escuchan cosas como “el Festival de Otoño es de lo poco que nos queda en Madrid”, y te callas y no respondes, por pena y por mala hostia. Y nadie queremos eso, ¿verdad? Si se intercala el festival con programaciones de salas como Cuarta Pared o Teatro Pradillo no chirría tanto. Seguiremos recordándolo, por si acaso.

Si esto fuese una crítica, empezaría diciendo que no estoy de acuerdo con lo que escucho y leo por ahí de La chica y El Conde. Aunque haya leído poco o nada en los grandes think tanks. ¡Señores críticos, Pablo Caruana no puede hacerlo todo solo! Me refiero particularmente a que no estoy de acuerdo con respecto al encasillamiento de El Conde como teatro posdramático. Qué manía con querer tenerlo todo organizado en categorías. Es decir, controlado. Si cualquiera coge una manual de psiquiatría tipo DSM-IV se asustaría comprobando que cumple muchas de las características de casi todos los trastornos mentales. Creo que no se debería haber traducido al español el Teatro posdramático de Hans-Thies Lehman. No casi quince años después. Porque se vuelve a introducir un término en nuestro vocabulario que aparte de estar malgastado, no sirve para designar muchas de las fórmulas de nuestros días, no permite emerger nuevas energías escénicas y condiciona tanto la compresión de las obras por parte del público como la conciencia que los creadores tienen de su trabajo. Nada nuevo en un país que ha empezado a leer a los psicópatas neoliberales hace poco. No creo que el teatro de El Conde sea posdramático. Por lo menos no sólo posdramático. La chica por ejemplo toma una estructura narrativa clásica, la del viaje, con unas protagonistas a las que les ocurren cosas. Por seguir lanzando piedras a mi tejado, la obra tiene hasta coro, vaya. Pero vayamos poco a poco, que ya alguno empezará que si no hay personajes y todo eso. Tan sólo quiero decir que hay que dejar más libertad a quienes basan su trabajo en el riesgo y se mueven en territorios liminares en una disciplina que lleva dos milenios y medio de tradición a sus espaldas. Tan sólo quiero decir que no hagamos como esos padres que dicen a su hijo desde niño que tiene que ser abogado o técnico superior en dietética y nutrición. Y además lo digo porque me parece que va en coherencia con lo que nos propone La chica. Que miremos por el retrovisor para saber dónde estamos, pero que de una puta vez ya digiramos el pasado, lo caguemos, y sigamos el viaje ligeros de equipaje.

Si esto fuese una crítica, diría que ése es el tema central de la obra, y que es un tema con el que Europa no se ha enfrentado todavía, o no se ha enfrentado bien. Europa tiene que digerir y cagar el siglo XX, y asumir que la mierda resultante no es bonita. Europa tiene que reflexionar una y otra vez sobre las palabras que Lars Von Trier dijo en unos de sus chous publicitarios hace un par de años: “Comprendo a Hitler”, y no mirar para otro lado. Europa tiene que mirar una y otra vez la foto en la que Stefan Zweig y su mujer están abrazados después de suicidarse porque supieron que no podrían digerir el siglo XX. Europa tiene que dejar de tropezarse una y vez con la misma piedra, comprenderla, y pegarle una patada, aunque duela. Y España más de lo mismo. El problema de España es que la piedra puede caer en cualquier cuneta llena de cadáveres, y despertar a un fantasma que vuelva a dejar la piedra donde estaba. El problema de España es que no colgó a Franco por los huevos en una plaza y que lo vio morir plácidamente intubado. Etcétera. La chica nos obliga a enfrentarnos al pasado de Europa, de España y de alguna forma al de cada uno. A la salida deberíamos pagar a El Conde como quien va al psiquíatra y se va casa aliviada por exponerse a un trauma que no le permitía tirar pa´lante. El problema para El Conde es que el peso de este tema desactiva por momentos en La chica una de sus potencias, su particular visión de la realidad más inmediata, más trash, más de jugar al basket o de pasear al perro. A mí como espectador me compensa, y asumo la pérdida. Porque me interesa, porque lo necesito, porque me duele, porque me río, porque me pone, porque me entretiene, y porque creo que La chica les servirá para mirar aquella realidad inmediata con más intensidad en su siguiente obra, y yo quiero estar allí cuando pase.

Si esto fuese una crítica, diría que La chica es una obra de texto. Un texto escrito por Pablo Gisbert “junto con las intérpretes”. Un pedazo de texto. Un textazo. Odio la palabra madurez, porque las personas maduras son las que se hacen pasar por los reyes magos. Así que no la utilizaré. A mí me molan tanto los textos de Gisbert guarreados unas horas antes de la función, como los que nacen de dar vueltas en la rueda de los hámsters. A quien le guste más los primeros le habrá gustado menos el texto de La chica y al revés. Nos cuenta la historia de dos amigas que se van a pasar el fin de semana a la playa. El ladrón de bicicletas nos cuenta la historia de un tipo que tiene que robar una bicicleta. El texto nos habla del proletariado, del pueblo, del triunfo de lo artificial, de la negación de la naturaleza, de la inteligencia y la maldad, de la simetría de los psicópatas, de los austriacos, de la dependencia en las relaciones de pareja, de la discoteca móvil en que se ha convertido España, del olor a coño, de un poema de Sharon Olds, de la gente que hace footing, de las prácticas sexuales modernas… Cuando escucho o leo textos de Gisbert me viene la imagen de un micrófono que pasa por las manos de una generación, y cómo él lo coge con decisión e hiperactividad. La chica es un texto que te habla pegado a la cara. No puedes mirar para otro lado. Te obliga a tomar partido. A jugar a su juego. Y su mayor virtud es, igual que los textos anteriores, que consigue una brutal identificación por parte del público con lo que dice que ya quisieran muchos. Ya sea en largos pasajes a lo García o en frases cortas a lo Heráclito. Y luego están los dispositivos de enunciación que El Conde utiliza para los textos de Gisbert. Voz en off, texto proyectado, texto dicho por micrófono… En La chica usan los dos últimos.

Tanya Beyeler y Cris Celada lo bordan. Hacer teatro es tomar decisiones. En La chica, cuando el texto no se proyecta, se enuncia a través de un micrófono por una de ellas mientras la otra lo recibe atentamente con media sonrisa. Una habla con el cuerpo relajado y la voz neutra mientras la otra escucha. Decisión acertada por el trabajo de Tanya y Cris, y que supongo responderá a la importancia que han querido dar al texto. Aún así, es una decisión que me parece que a veces aísla demasiado el discurso, el cual podría ser potenciado escénicamente y completar imágenes como las de las distintas escenas de Haneke que tanto nos fliparon. Cuando Tanya y Cris se suben al pedestal haciendo la escultura mientras escuchamos el sonido de la noche, casi me da un Stendhal. Como si con el vaivén de sus cuerpos desnudos nos hubieran hipnotizado, afirmando para nuestro inconsciente la naturaleza aniquilada. No sé, tengo que dejar de tomar la cerveza de antes de entrar al teatro. El sonido, como en todo lo que hace Pablo Gisbert, es una de las bases de la obra. A veces más en primer plano, otras más alejado, siempre en consonancia con los demás elementos, en La chica el sonido es constante. Ya sea en forma de pieza clásica para piano, de cumbia, de partido de ¿squash? o de bakalao de la ruta. Muy guay el coro de clase de Taichí, de heavies y de bakalas y sus coreografías. Marcos Morau Premio Nacional de Danza 2013. Ahora seguro que Escena Contemporánea lo programaría más de un día. Lo de los heavies no lo pillo. Me recuerda a Fäustino, pero me parece que en podrían haber elegido cualquier otra tribu urbana y que no importaría demasiado. Después de un rato de ver culos empecé a ver en ellos las caras de los heavies que no había visto antes porque estaban tapadas por las pelucas. Me gusta cuando al hablar de alguno de ellos se les humaniza individualizándolos, porque somos gregarios pero no del todo. Las luces de Octavio Mas brutales. Partitura de colores. Experiencia plástica que remite a la instalación Los Monumentos que El Conde hizo en Azala en 2012.

El espacio es aséptico, como el mundo “civilizado”. El escenario lleno de restos de una fiesta iluminado por el parpadeo de los fluorescentes, bien podría ser la imagen con la que representar el fin de los tiempos, o el fin de nuestro tiempo. Me hubiera gustado ver un desfase mayor en la fiesta final, incluso algo más. Pero ya se sabe, lo de la muerte y el sexo en escena es una movida. Si hoy volviera a hundirse el Titanic, en la cubierta no estaría tocando un cuarteto de cuerda, habría una rave de la que nadie saldría vivo.

El día del estreno de La chica de la agencia de viajes nos dijo que había piscina en el apartamento dormí como hacía mucho tiempo que no dormía. No había que preocuparse por el teatro. Y me vino esta canción a la cabeza.

Un Perro Paco

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Una escopeta para esa voz que se alza


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Recital de poesía con baja asistencia.

Venga, antes de que llegue la avalancha de artículos sobre lo de El Conde, voy a hacer una contra al último artículo de Pablo Caruana, por aquello de que haya más voces, que yo a Caruana le aprecio mucho y sus Cartas a un joven imbécil fueron lo mejor de lo mejor. Bien, el artículo en cuestión nos cuenta una novedad, la inclusión de la poesía y los poetas en la programación de la Sala Mirador que lleva el ínclito J. D. Botto (Botto que escribió e interpretó esa obra, Un trozo invisible de este mundo, que a todo el mundo maravilló y que a mí me pareció pornografía nivel reportaje de El País Semanal, pero eso es otra historia). Bien, vamos con el mal rollo.

1. La semblanza del poeta. Humilde, delicadez, evitando la mirada, así describe Caruana al poeta Luis García Montero que abría el ciclo. Bien, Montero será todo lo que tú quieras, buen poeta (sobre todo al principio, luego más regulero), buen contador de historias, buen profesor, comprometido, pero lo que también es -y a todo el mundo se le olvida- es que es un corrupto. Montero y su clan, Prado, Sabina… que ustedes verán en el ciclo claro, se han dedicado a perpetuar su lugar de poder en el mundo poético a través de los premios literarios que gestiona con el editor Chus Visor, premios, claro, de dinero público. Pongámoslo de otra manera, algo de lo que nos hemos quejado en los últimos años mucho, el dedazo, colocar en puestos públicos a amigos, familia, familia de amigos etc. Esto es lo mismo, premios públicos dados a amigos y discípulos que luego se devuelven los favores dando otros premios y así se crea una red de favores y un pequeño grupo de poetas acapara premios, reseñas, publicaciones y ahora también espacio en teatros. No creo que tenga que ponerme a dar ejemplos pero si alguien está interesando en el tema tiene un ejemplo aquí: http://goo.gl/uWu2kX y con tirar del hilo un poco aparece toda la basura.

2. Bien, aquí llega el segundo problema, no sólo lo programan sino que le hacen programador, con lo cual podrá seguir perpetuando su red de favores y ninguneando a un porrón de poetas que parece que no existen (todos aquellos que no han publicado en Visor, es decir que no han sido supervisados por él). Si se fijan, todos los poetas jóvenes que menciona: Antonio Lucas, Carlos Pardo, Fernando Valverde, Raquel Lanseros (que no Lancero, Caruana), todos ellos premiados por él, todos ellos poetas de Visor, algunos de ellos sin interés alguno por lo que sucede en la calle y la situación actual (ensimismados ellos), objetivo que señala Botto para el ciclo. ¿De verdad no hay más poetas? O estamos en lo de siempre, ustedes no lo saben pero la poesía es todavía más gregaria que el teatro. Nos quejamos de la programación del CDN de la repetición de ciertos nombres continuamente y esto nos encanta porque son poetas y se suben a un escenario sin cuestionarnos nada. Por cierto, los cachorros, como han llegado a la poesía por ser amigos del maestro no por ser buenos poetas, son mucho peores que el maestro.

3. Algunas perlas:

“Yo tuve la suerte de conocer mucho a Rafael Alberti. Alberti era muy generoso con los jóvenes, fue él el que propuso a Jaime Gil de Biedma para el Cervantes sin entender mucho lo que significaba la poesía de Jaime, simplemente por complicidad con sus amigos jóvenes”

Bueno, pues más clarito no nos los podías decir.

Otra perlita: Mariano Peyrou, probablemente el mejor poeta de todos los nombrados en el artículo va de acompañante y a tocar el saxo, ole ahí, pero claro, los que no pertenecen al grupo van de acompañantes, hacen el coro, tocan el saxo en un recital poético.

Otra de Montero:

“este ciclo me pareció que estaba dentro de ese nuevo pulso, de una cultura más rebelde, con conciencia crítica y de pacto con el público frente a la España oficial”

En fin.

4. A mí la ejemplaridad en el artista me da igual, pero que este supuesto señor de la izquierda al que se le llena la boca con la palabra social y la lucha contra la España oficial y luego con sus actos se dedique a perpetuar la corrupción de esa misma España me da, perdónenme la expresión, por culo. Pero bueno, se podría argumentar que el hecho de que sea un corrupto no es razón para no programarle y sería verdad, que sea un corrupto es razón para meterlo en la cárcel, no para no programarlo. Y por supuesto que la Sala Mirador puede programar a quien quiera (aunque bien subvencionadita está), pero, quizá esto es lo que me gustaría que quedase de esta contra, seamos conscientes de que lo que se nos ofrece es una porción pequeña y bastante mala de la actualidad poética, y eso pasa por poner un programador como éste. Seamos conscientes de que ocurre algo nuevo (que no tan nuevo, poetas sobre los escenarios ha habido siempre) y volvemos a cometer los mismos errores. No sé si Caruana no estaba al corriente de todo esto por no dominar el ámbito o ha decidido agarrarse a argumentos buenistas como que tener a poetas en los escenarios es una buena noticia y siempre estamos tirándonos piedras a nuestro propio tejado y ya tú sabes. Ciao.

El Chucho

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Crónicas Checas. Festival Akcent

Los perros me escriben para decirme que les interesa que les cuente qué está pasando en Praga. A mí me cuesta comprender lo de lo global y no me queda claro qué interés puede tener para mí lo que ocurra en el otro lado del mundo. Llamadme estrecho de miras. Pensad lo que queráis. Pero bueno, démosle una oportunidad al efecto mariposa.

El caso es que estos días está teniendo lugar el Festival Akcent que organiza el teatro Archa de Praga. El teatro Archa es donde viene Vandekeybus, Campo, Etchells, para que os hagáis una idea. No es un teatro Nacional, aunque sí subvencionado (como todos), es más grande que cualquier sala alternativa española (de hecho tiene dos salas) y las entradas para el festival cuestan doce euros, ocho euros para los estudiantes y dos euros para mí que tenía un código descuento (todo esto por el empeño en la lectura económica de las salas que están haciendo los Perros) por haber actuado en una pieza de Pavel Zustiak dos semanas antes (Pavel Zustiak, eslovaco que lo semipeta en Nueva York y que viene mucho por aquí y que me estuvo preguntando por Paz Rojo, con la que estudió en Holanda, todo, como veis, queda en casa, efecto mariposa 1 – yo 0).

El Festival Akcent en inglés se llama así International Festival of Theatre with Outreach, siendo una aproximación en castellano como un Festival Internacional de Teatro Comprometido, o de Fin Social, o tú ya me entiendes. Si mi checo no me falla (ojo: es probable que me falle) este año está centrado en la ‘memoria’, tema muy español por otro lado (así puesto suena todo muy rancio, pero estamos en el Norte, por favor). Aquí les dejo un tráiler del festival para que abran boca:

En fin, que como dice Pablo Caruana, vamos a cronicar:

LIVING DANCE STUDIO OF BEIJING. Listening to Third Grandmother’s stories.

El LDS, seguro que vosotros lo conocíais, yo, pobre ignorante, no, es una de las compañías punteras de danza y teatro contemporáneo de China. “Third Grandmother” para el que no controle viene a ser ‘tía abuela’. A la muerte de su padre, Wen Hui, directora y coreógrafa de LDS, quiso conocer más sobre sus raíces, pues su padre se había negado siempre a hablar de ella, así, entra en contacto con su tía abuela. De las conversaciones con ella surge un documental que más tarde fue adaptado a esta performance en los que se escuchan las historias de la infancia de la tía abuela, que es la historia de una niña en la República China casada a los once años, historias personales, pero también es la historia de la mujer de familia terrateniente en el comienzo de la República Popular China, con todas la vejaciones y humillaciones que suponía ser terrateniente en aquella época. Historias desgarradoras contadas con ternura y humor, contadas por alguien que vivió aquello pero que es tan mayor, tan pasada de vueltas ya, que se ríe y nos hace reír.

Praga

Conocemos a la tía abuela a través de los vídeos. En escena Wen Hui, su madre de 77 años y una joven bailarina de 24. Cuatro generaciones en escena, tres presentes físicamente y la cuarta en el vídeo (también físicamente se podría decir). La escenografía sábanas y más sábanas (las sábanas que no se dignaron a dejarles a la familia para poder arropar a sus hijos, entendemos luego) que sirven de pantalla para los vídeos de la tía abuela y que sirven como velos que se van retirando a la historia, por los que transitan las tres bailarinas arrastrándolos con ellas, despacio, sin prisa, que van modificando el espacio junto al vídeo al irse retirando, abriendo, cerrando (quizá, este juego con el espacio, vídeo y sábanas, es de los más poderosos y efectivos que jamás he visto).

Praga II

Uno de los grandes triunfos es el espacio que dejan, no hay nada saturado, breves diálogos acompañan a los vídeos, donde no sólo está la tía abuela pero también su casa, también está Wen Hui con ella, pasando las horas. Breves diálogos con la madre donde nos confiesa que no se habría casado con su marido si hubiese sabido que pertenecía a una familia de terratenientes. Breves diálogos entre silencios, entre pausas, entre sutiles bailes llenos de intensidad a medio camino entre el butoh y la danza contemporánea. Presencias cargando con todo el peso de las raíces y la historia, con todo su dolor sin recrearse en el dolor.

Praga III

Como siempre las palabras fracasan en contar la experiencia, pese a la sencillez o precisamente por la sencillez de la propuesta, las palabras no llegan al amor ni al dolor (ni los muchos más sentimientos) que ocurren en una obra de teatro como esta. No sé si esta gente ha estado en España, si no, alguien debería pensar en traerlos. Voy a ver más cosas, así que escribiré más.

Perro Checo

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De perros, nombres, caretas y seudónimos anonymous

Cursi es todo sentimiento que no se comparte

Ramón Gómez de la Serna

 

Mucho se trata entre bambalinas en las últimas semanas la cuestión del anonimato en comentarios, foros, blogs, críticas, crónicas y escupitajos. El propio Maestro Ramos se pronunció con la ya icónica sentencia: “Perro Paco es una especie de Anonymous de la escena ¿no?” re-situando el debate sobre las máscaras, caretas y hocicos manchados que ocultan y emborronan los nombres y los rostros.

Si Tu Perra tuviera algo que decir sobre el tema, diría esto:

El anonimato, como herramienta, puede constituir una potencia. Con luces y sombras, claro. Como en casi todo, su pertinencia depende de su uso. De su aplicación y de su utilidad.

El anonimato se constituye como una identidad desdibujada. Un cualquiera. Todos somos, por tanto, susceptibles de ser parte de esa comunidad sin comunidad. La comunidad de los anónimos. Todos los rostros superpuestos dan lugar a una rostridad genérica. Y sin embargo, este nombre común permite la individualidad más radical. Un individualidad libre y conectada. Lo hemos visto en las pantallas de nuestros ordenadores y móviles. Lo hemos visto en las calles. Lo hemos leído en muchos lados. La fuerza del anonimato. La comunidad anónima reniega de jerarquías, reivindica la asamblea, el diálogo y la reflexión crítica, personal y colectiva. La comunidad de los nadie es la voz de la multiplicidad. Del entrechocar de pensamientos. Todos somos Perro Paco. Perro Paco somos todos.

Y una de las cosas que facilita el anonimato es que las palabras no estén contaminadas. Que las ideas y el ritmo de las frases construyan una comunicación. A puñetazos o con caricias. Pero sin interferencias. Y así, se discutirán las ideas, si son útiles o fértiles o pertinentes. Y se desecharán si son improductivas o nocivas o banales. Nada más justo para un Perro. Conversación o silencio. Las palabras no tendrán el timbre de voz conocido. Las relaciones personales no condicionarán estas palabras. Quitarse un poco del medio, que diría Paniker. No dejar que las alianzas, los grupos, las comunidades y las amistades interfieran en las palabras. Palabras, palabras, palabras. Para ello, como dice el gacetillero, la única consigna, la única exigencia posible es exprimir un poco las meninges. Para que las neuronas espejo habitantes de otras meninges entren en resonancia. Y trabajen también. Para rechazar, modificar, desestimar. Pero que trabajen.

Interesante parece en todo caso que las conversaciones a media voz, los silencios, las ausencias y las reacciones indecorosas salgan a la luz. Y podamos hacerlas propias, discutirlas, tomar conciencia de los desacuerdos y, en definitiva, manosearlas. Construir algo con todo ello. Una plural conversación. Creo que esto es algo extremadamente necesario para los creadores, además. Aunque fragilice. Aunque moleste. Porque un/a autor, compañía, intérprete, coreógrafo/a o director/a de escena tiene las siguientes maneras de encontrar una respuesta del “público” o del “contexto” o simplemente, de todos aquellos que van a ver la presentación de la nueva propuesta:

1/ La reacción del público durante la pieza: cómo respira, cómo reacciona, cómo atiende y observa;

2/ Las presencias y ausencias en el patio de butacas;

3/ Las conversaciones, laudatorias principalmente, de gente que se acerca al artista después del estreno;

4/ Los silencios de aquellos que no dicen nada ni se acercan a comentar nada (esa situación especialmente absurda que convierte al autor en un apestado que excitado, dudoso y ansioso después del trabajo hecho para llegar a poner sus ideas frente o junto a otros, se encuentra hablando de cualquier cosa con los espectadores) cuando es posible que ese mismo silencio signifique tantas cosas: rechazo, incapacidad de decir, éxtasis sensible o disgusto airado…;

5/ Los, en unas ocasiones insufribles y en otras, las menos, iluminadores Aftertalks que se proponen en algunos contextos y espacios (en muchas ocasiones el autor y su obra se convierten rápidamente en una excusa para hablar, lo que se agradece cuando este hablar construye algún tipo de pensamiento en común, y entonces la obra es una excusa genial para aprender y reflexionar. Pero otras veces es simplemente el momento que algunos eligen para oírse hablar a sí mismos eternamente – no hay que ir muy lejos para saber a qué me refiero si estuvisteis en la conferencia de Michael Hardt en el MNCARS…);

6/ La críticas que puedan publicarse en la prensa (en el caso de las artes vivas contemporáneas su presencia es nula o milagrosa, y no hay mejor noticia que descubrir los textos de Pablo Caralana en El País estas últimas semanas) o en blogs y webs que siguen el desarrollo de la escena. La sensación de esta Perra es que la mayoría de estos blogs (sí, generalizando y exagerando, ¿si no como cojones voy a explicarme bien?) practican la lisonja aséptica, el bienquedar y la superficialidad en su acercamiento;

7/ La proposición de actuaciones, residencias, co-producciones, giras y bolos, que se constituye como algo fundamental para el artista, pero que sitúa la única recepción relevante de la práctica artística en comisarios, programadores y acumuladores de poder;

8/ La revisión o crítica más seria y elaborada de la “Academia”, los estudios, las publicaciones de documentación y revisión artística, etc. Algo que escasea por estas tierras y que suele ir por detrás de los propios artistas y sus trayectorias, siempre un poco tarde, siempre un poco anacrónico;

9/ Las conversaciones pausadas o exaltadas con amigos y gente de confianza, seguramente las más productivas, pero con tendencias ensimismadas;

970325_10152485266120639_652952459_nFoto de Tu Perra en su cuenta de twitter

Y poco más. ¿Y los espectadores, compañeros, artistas? Silencio o lisonja. Los Seudónimos Anonymous sólo pretenden aportar una voz más. Una voz que son muchas. Porque cuando el autor no está presente se habla mucho de las propuestas. Y todos estos diálogos maravillosos entre espectadores, entre los que conforman esa mágica comunidad incierta de “los que lo han visto”. Y también las conversaciones de los que explican lo que vieron a los que no pudieron o no quisieron acercarse al teatro, a la sala, al museo. El intercambio, las preguntas, las conclusiones inacabables. Todo eso, es lo que los Perros, de manera humilde y con tono pedante (no os preocupéis: nos estamos controlando…) pretenden arrimar a la luz. Iniciar la conversación. Con el convencimiento de que nos va a enriquecer. A todos.

Recordemos: los Perros escriben porque les sale de los huevos, sin cobrar un duro (pagando su entrada, en realidad), peleándose con el teclado del ordenador. Discutiendo consigo mismos. Tratando de generar pensamiento, coreografiar las ideas, encontrar las preguntas adecuadas. Exponer las dudas. Valorar los hallazgos. Construyendo con sus recién salidos dientes una manera de mirar múltiple. Y con todos los errores que produce una experiencia “en práctica”, no están utilizando su liquidez anónima para convertirse en un comentarista de periódico digital. ¿Escupen, a veces? Sí, claro, es que nos han dibujado así.

Es obvio que el anonimato tiene sus riesgos. Su mal uso problemático. El insulto personal y gratuito desde esa invisibilidad. Lo podemos leer en cualquier noticia del periódico. Lo más básico y rudimentario de la comunicación alienada encuentra su lugar. La reducción de la dialéctica al improperio. Llevado al extremo, el desprestigio y la calumnia desde una posición confortable. Todo esto lo vemos a diario. Pero que los árboles quemados no nos impidan ver la potencia del bosque en crecimiento.

(Flashback),

En el 2005 se creó la plataforma Youtube. En 2006 se inventaron Twitter, aunque alcanzaría el uso masivo años después. En 2007 Zuckerberg da forma a Facebook. Pero hubo un internet pre-conexión. Una world wide web pre 2.0. Era la época del anonimato. De la explosión de los chats. De la quimera de los “portales”. De los avatares. De las máscaras. Del juego y la personificación. En aquellos años, la consigna fundamental era no dejar tus datos, ni tu nombre real, no ser controlado. Cuando internet era una red que aspiraba al control a través de los portales de contenidos y el desembarco empresarial en el entorno virtual. Este control explícito tuvo como respuesta el anonimato. Años después, el desarrollo de blogs, del universo de la 2.0, traía una idea revolucionaria: que los usuarios generaran sus propios contenidos. El control pareció ceder y entonces todo explotó. Internet invadió nuestra cotidianeidad. Nos habíamos convertido en trabajadores esporádicos sin sueldo de google, facebook, tmblr, twitter y demás empresas de recogida de datos. Estos datos están siendo vendidos a multinacionales, gobiernos y lobbies empresariales. Cotizando en bolsa mientras colgamos nuestros gatitos y nuestros vídeos de la policía pegándonos y las fotos de nuestros pies en la playa y nuestros caretos en todos los estados posibles. Paradójicamente, lo que antes era dificilísimo de conseguir, ahora, en esta era de control difuso y global, está siendo regalado. Todos los “me gusta”, todos los clics, todas las galletitas. Comenzaba la era del Control. ¿Mr. Burroughs donde estará?

Y, por supuesto, la primera consecuencia de todo esto fue la marginación y desprecio a los seudónimos. No queríamos más diferencias entre el mundo virtual y nuestro día a día real. Estaba todo tan ligado, que no tenía sentido ser “muchos”. Bastante teníamos con intentar ser uno en medio de toda esta velocidad. Y ahora queríamos saber con quién estábamos hablando. Hacer amigos. Confundir la esfera pública y privada, la esfera personal y la profesional. ¡Fuera las caretas! ¡Abajo los seudónimos!

Y la posibilidad de un mundo virtual distinto del real se esfumó. Uno y otro mundo se fusionaron y el nuevo proletariado ocupó sus asientos frente a la pantalla del ordenador. Y los Cualquiera sólo podían ser quienes eran. Y llamarse con sus nombres. No podían soñar ni creerse otros. Game Over. Insert coin. Se acabó el teatro.

Especialmente sorprendente son las dudas y recelos entre la comunidad de escénicas ante estas máscaras, personificaciones y juegos performativos con la identidad. ¡Perro Paco es una puta performance! Y, a veces, mejor que muchas de las cosas que se ven en los escenarios. Recomendaría a los recelosos y jóvenes imbéciles que se rían un poco y disfruten del espectáculo. Con nombres o sin nombres, con caretas o a hocico descubierto, qué más da. ¡Que corra el aire!

Bueno, ya he llenado tres folios y necesito que me saquen a pasear si no quieren que mee en la alfombra del salón. Ni dueño ni amo. ¡Guau!

TU PERRA.

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El síndrome de Angélica

 

 

Estoy un poco harto de la carnaza que se reparte en todos los corrillos madrileños esta semana. Hay que decir al rey que está desnudo. Vale. Esta semana ya hemos leído tentativas de cómo hacerlo. Probemos con otra. Me voy a poner clásico. Con Angélica. Sí. Hablemos de la obra y menos de ella. Con Mourinho nadie hablaba de fútbol, y los que salieron perjudicados fueron quienes les gusta el fútbol. Hablemos de “Todo el cielo sobre la Tierra (El síndrome de Wendy)”. Sigamos descentralizando las narraciones.

Antes de empezar, querría compartir un sentimiento. No sé vosotros, pero Un Perro Paco echa de menos a Pablo Caruana. A sus textos. Pablo, donde quiera que estés, vuelve a escribir. En el medio que sea. Queremos más. La Carta a un joven imbécil #1 nos supo a poco. Te seguimos esperando.

En primer lugar, hay que agradecer a Angélica este y cada uno de sus montajes. Cadaunodesusmontajes. Hace unos meses una amiga valenciana me recordaba lo injustos que hemos sido en este país con Rodrigo García. Y es verdad que lo hemos sido. Con Fernando, con Rodrigo, con Óscar, con Angélica y con tantos otros. Más allá de que nos gusten o no sus textos, su forma de “interpretar”, sus posicionamientos éticos, estéticos, sus efluvios escénicos, sus contradicciones… hemos de agradecer a Angélica cada uno de sus montajes. La razón, si amas algo, sé agradecido con todo aquel que se preocupa por lo que amas. Si amas (u odias) el teatro, agradece a Angélica todo lo que ha hecho por él. Seamos agradecidos con todos aquellos que han puesto en cuestión la validez de las fórmulas escénicas, a todos los que las han transformado, nos guste o no la transformación. Lancémonos al cuello, critiquemos sin piedad a los que pretenden estancar a las artes vivas, porque así se sienten cómodos sin que nadie pueda arrebatarles el territorio que han conquistado a base de reciclar y reutilizar basura. Gracias, Angélica, aunque este montaje tenga muchas muchas más sombras que luces.

Hablando de luces y sombras, puede que me equivoque, pero hasta ahora no he oído ni leído nada sobre la iluminación de Carlos Marquerie. De verdad, entiendo el morbo que despierta Angélica, que bien podría llamarse el síndrome de Angélica, pero no alcanzo a comprender que las luces de Marquerie pasen desapercibidas en los corrillos y las publicaciones. Ya va siendo hora de hacer una petición popular al ayuntamiento (minúsculas) para exigir que inauguren una calle, una plaza o una parada de metro que se llame “La iluminación de Carlos Marquerie es la hostia”, o algo por estilo. Desde que se enciende el primer foco hasta que se apaga el último, disfrutamos de un recital de fotones. La iluminación se convierte en una experiencia plástica en sí misma. MoholyNagy se hubiera frotado los ojos varias veces. Un debate interesante sería lo que cambiarían (y cómo cambiarían) los montajes de Angélica sin la iluminación de Carlos Marquerie. 

Pasemos a la dramaturgia. ¿Qué coño es eso de la dramaturgia? Próximamente en Perro Paco. “Todo el cielo sobre la Tierra” se divide en dos grandes partes claramente diferenciadas, y lo que las diferencia es preocupante: si Angélica está sola o acompañada.

En la primera bailan todos y en la segunda Angélica baila sola. La primera parte es lo que dios (minúsculas) tuvo que hacer aquel dominguete, sentarse a ver su creación. Exceptuando el inicio de la obra en el que se folla a esa especie de túmuloisla, Angélica se detiene a contemplar participativamente lo que se le pudo pasar por la cabeza comiendo fideos chinos mientras pensaba en lo de Utoya. Como dios o Kantor. No pasa nada. O sí. Y además, por varios motivos.

Uno de ellos es que, joder, Lola y Fabián siempre me han parecido muy buenos y muy desaprovechados, pero en esta obra su desaprovechamiento empieza a incomodar. Algunos pasajes de la primera parte me recordaron a la escena de “Cómo ser John Malkovich” en la que el “verdadero” Malkovich se encuentra en una bar con réplicas suyas y sale corriendo. Angélica no sale corriendo. Se siente cómoda rodeada de sus réplicas o sus otros yoes. Puede que sólo así se encuentre a gusto. Me da igual. Ahora que ha puesto en evidencia que necesita a los otros, a su público, es chocante ver a Angélica tan “sola” en escena. Sindo es otro tema, y las chinas y la nórdica cantan y eso y además dan ese rollito Torre de Babel que mola tanto.

En cuanto a la consistencia de la dramaturgia, muchas de las obras de Angélica, aún con el barroquismo que la caracteriza, poseen un núcleo dramatúrgico nítido. No entiendo la relación entre las dos partes. A no ser que la primera sea un hago lo que me da la gana, con los medios que te cagas que tengo, todo para mi propio disfrute como demiurgo, y de paso alimento el deseo de ver la Pasión de Angélica que todo el público sabe que llegará. Luego cuando llegue digo algo de Utoya, de China y de Wendy y lo conecto todo. Chimpún. Clap, clap, clap.

Internamente, unos temas estorban a otros. Utoya estorba a China, China estorba a Wendy, Wendy estorba a la Pasión de Angélica, que a su vez estorba a… etc. Lo de Utoya y Wendy se entiende. Su ligazón es un temazo. Pero lo de China… Poco nos importa que haya viajado a China y que allí viera bailar a ancianos, y a chicos guapos por la calle. Creo que Shangai y toda China está metida con calzador. Lo de los valses entonces también. China no es el problema. Por eso de la trilogía, digo. La dramaturgia en “Ping, Pang, Qiu” era redonda. Certera. No consigo olvidar lo de Tiananmen. Pero lo chino que tiene esta obra parece un antojo. Un antojo como el que dios tuvo al crear a los mosquitos.

Se ha hablado demasiado de la segunda parte. El rey no se enteró de que estaba desnudo. O sí que lo sabía y engañó a los espectadores haciéndolos ver el traje. Y entonces uno siente vergüenza ajena. Se podría abordar esta parte desde un punto de vista psiquiátrico, ético, económico… No ha de sorprendernos demasiado la temática. “Llevo escribiendo lo mismo desde hace 40 años”, dice ella. Sí, pero no. Angélica Lidell ha llevado la dramaturgia del yo al extremo transformándola en otra cosa. Algún día lo llamarán la dramaturgia de Angélica. Y punto. Gustase o no el contenido, antes las palabras de Angélica ardían. Lo que antes suscitaba todo tipo de reacciones, ahora se ha vaciado de contenido para generar un solo tipo de reacción, la carcajada contagiosa, cuando no un bostezo. A lo mejor fue el dispositivo de enunciación. Si enuncias como un cómico provocas risas. Si enuncias como una estrella del rock generas fans. A lo mejor fue el reflejo de la luz en sus bragas doradas lo que confundió al público. Puede que al aislarse tanto y tanto su tiempo su Pasión, el discurso de Angélica se redujera al absurdo.

El final no aporta nada. Intentó dar empaque a la obra pero fue demasiado tarde. Ya nadie se acordaba de Wendy, de Utoya ni de China. Los acólitos sólo querían que acabase para demostrar su fervor a la estrella y llegar al bar para intercambiarse los chistes. Los desengañados se preguntaban desde hacía rato ¿dónde está Angélica? ¿dónde está Angélica? ¿dónde está Angélica? Todos sufren el síndrome de Angélica. Es posible que ella esté curada. Para Lucrecia tendrá que elegir su nuevo traje. Si no le va bien, siempre puede dedicarse al flamenco.  

Un Perro Paco

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