JUAN
Lleva tres días lloviendo. Ahora sale el sol y es todo muy antipático. Estoy de los consejos de la señorita Pepis hasta los mismísimos. No sé qué decir, llevo mascullando todo el día. Trabajo en una multinacional y me paso todo el día hablando de dinero. Normalmente lo hago con buena cara y alegría, la justa, pero hoy me dicen que me ven taciturno. Debiera estar taciturno por mi trabajo y mi posición ante él pero mi cara avinagrada se debe más a esto que no sale, a este mascar sin dientes. Pienso en decir esto o aquello, me doy cuenta que no es eso y que lo que quiero decir se me va de entre las manos sin poder asirlo. Es más, en muchos momentos del día creo que no tengo nada que decir, pero sé que algo se pasea por mi cabeza y quiere salir. Son ya las seis de la tarde, me comprometí con Perro Paco a entregar mi consejo diario todos los días a esta hora.
Pero pronto por la tarde ya sabía de qué iba todo, va de Juan, mi maestro. Murió hace poco. Cuánto lo echo de menos. Y no es que quiera transmitir miles de consejos que me fue dando a través de los años, más con su manera de hacer que diciéndolos. El consejo es simple: aprovechemos a nuestros mayores. Las guerras generacionales, son eso, puro invento. Guerras para arribistas de pedestales: “para lo único que sirven los pedestales es para caerse de ellos”, decía Juan.
Creo que la lección de teatro mayor que he recibido fue con Juan en su casa, en Jerez, cuando me explicaba como un niño como había ido construyendo el enorme tren eléctrico que tenía en el salón. Como había ido comprando cada pequeña pieza, dónde estaban los pastores, la señorita de falda roja, el pozo y la gente que iba a sacar agua… por tener tenía hasta un teatro. Puta artesanía de la representación.
Hay un pequeño texto de su hermano Eusebio que podéis leer acá.
pablo_caruana@yahoo.es