Videoplaylista de danza de Fernando Castro dedicada al abuelo cebolleta

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Tengo que evitar el sufrimiento de la ciudad “apestada”, debo revelar la identidad del “abuelo cebolleta”, antes de que el enigma produzca males mayores. Algunos ya estaban al corriente del destinatario de los “bailecitos”, otros vivían en el desasosiego total y apenas podían probar una taza de chocolate con churros. He sido interpelado por energúmenos de distinto pelajes deseosos de saber que ellos mismos “encarnaban” el espíritu mutante y aparentemente danzarin del “viejuno de turno”. El título lo ostenta, por su rigor decadente y por la inequívoca sedimentación casposa, un esteta narrativamente “idiotizado”. Tras hacer pinitos de poeta y pasear el palmito en plan dandy se apalancó durante varias décadas en los despachos universitarios, bajando de cuando en cuando a soltar charletas a los alumnos con el desdén aristrocratizante que le caracteriza. Publicó ensayos variopintos en los que parecía querer emular, de mala manera por cierto, a Baudelaire e incluso perpetró un Diccionario (nada más y nada menos) de arte que está entre lo más bodrioso que he podido leer en años. Nunca le faltó agilidad y desparpajo para soltar topicazos o convertir sus enormes prejuicios en “categorías”, cuando no trataba de transformar una extraordinaria exhibición de ignorancia en un trampolín para proyectar juicios agrios sobre todo aquello que saliera de su “corsé” romanticoide. Como justo premio a su actitud de “palmero” editorial (en un periódico que en tiempos acorchados funcionaba de Boletín Oficial de la Socialdemocracia “transitoria”) y dadas sus cualidades inequívocas para ser un patético ventrílocuo del descontento gerontocrático, fue recompensado con una poltrona de lujo en el Museo del Prado. Este “agitador cultural” (ese es uno de los anómalos calificativos que le regalan en la Wikipedia) ha tenido buen gusto para instalarse en “carguetes” suntuosos, como el que “ostentó” durante dos años en el Instituto Cervantes de París donde completó una “ejecutoria ejemplar” que se podría resumir en una frase hecha: “si te he visto no me acuerdo”. El “abuelo cebolleta” lo mismo monta un curso sobre topicazos del arte de todos los tiempos “y tal y tal” que lanza una soflama contra la Universidad que, como todo el mundo sabe, está llena de sinvergüenzas, vagos y enchufaos de la peor especie. El gran profeta de lo “viejuno” habla, todo hay que decirlo, con el profundo conocimiento que aporta la experiencia propia. Para lanzar, sin venir a cuento, loas delirantes sobre Wert y sus proyectos de reformas “criminales” educativas y “austericidios” culturales, no basta con ser un idiota que cuenta un cuento sino que hay que tener mucha desvergüenza. Pensé que para soportar sus diatribas infames tenía que aprender a bailar. Cualquier estilo de danza y, especialmente, las ejecutadas al modo “freak” eran oportunas para que el “abuelo cebolleta” pudiera, por lo menos, introducir un guiño de parodia o una pose patética que evitara que sintiéramos un profundo asco por su desfase “intelectual”. Lo malo es ese “apoltronado hiper-estético” no tiene swing y me temo que si intenta alguno de los pasos se va a descuajaringar. Busco, desesperadamente, el “bailecito” oportuno para este personaje “cebolletil” sin dejar de pensar en la pompa y circunstancia que rodea sus actos y palabras. Mi tarea, como la de Sísifo, no tiene fin. Por citar a un poeta moderno: “no siento las piernas”.

Fernando Castro Flórez

 





















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¿Para quién trabajamos?

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Muchas noticias llegan de eventos interesantes que no han tenido o han tenido muy poca asistencia de público. Realmente, es el Santo Grial, la gran pregunta, la duda de todos, la problemática que deja sin dormir a gente y artistas…

Hemos llegado a un momento en el que la imagen corporativa lo es todo. Una buena imagen limpia, un buen texto junto con las ideas generales puede hacer que el público se levante de su sillón, deje de ver “Castle” o “CSI” y se venga al teatro para ver algo en vivo.

La imagen, esa santa palabra que se ha vuelto como un moco de nuestro día a día, como un fantasma que nos persigue constantemente o real como que me tienen que sacar dos o tres veces al día para hacer mi cagada, mi pipi y mis ejercicios. La imagen, la puta imagen, la desgraciada de la imagen estandarizada a la que hemos llegado. Ejem. Lo peor de toda esta basura es que la imagen se ha vuelto una forma de ponernos etiquetas como locos, de estigmatizarnos como vacas en un matadero y de juntar en una sola categoría la imagen y la identidad. No todos los perros ladramos igual pese a tener cuatro patas y ser de la misma raza. ¿Y qué coño tiene que ver la imagen con la asistencia de público? Pues todo, claro. La imagen que genera la identidad de una empresa siempre es una imagen medida a partir del análisis persuasivo que se puede hacer del ciudadano, siempre defendiendo la posición formal y rigurosa que tiene el teatro. En este caso, teatros-como-empresas triunfan debido a que han entendido que generar es ganar y que solo se gana con aforo lleno y pasta para todos y que la gente viene al teatro cuando les prometes cosas. Los grandes espectáculos tienen la existencia asegurada. Los sitios pequeños lo tienen más jodido.

Este perro prefiere los teatros pequeños, las propuestas que me hablan directamente a mí, a mi intelecto y no pretenden ponerme en una cierta etiqueta desgraciada de masa o perversiones parecidas. Y es que claro, hay una gran diferencia entre tener público y tener a las masas. Además de que hay una gran diferencia entre pagar como público que pagar como parte de la masa.

Público:

publico

Masa:

Masa 367

A este perro le gusta pensar que muchos de los que leen estas líneas trabajan para un público y son conscientes del contexto al que se dirigen (en caso de duda, invito a encontrar las diferencias).

Y aquí viene la pregunta… ¿Dónde está el público cuando vamos al teatro? ¿Qué mueve al público? En los últimos días he estado en varios eventos en Madrid, Barcelona y varias ciudades europeas. La afluencia de público variaba dependiendo de la ciudad y, sobretodo, dependiendo del contexto. El lugar. El maldito lugar. En muchas ocasiones, el público no sólo confía en el artista sino que también confía en el lugar donde actúa. En la imagen que proyecta el lugar donde actúa el artista.  Siendo así, ¿qué sitios nos parecen más idóneos? Pues coño, los que salen en publicidad, los que sacan artículos en el diario, los que ves en el bus, en el metro y en las tarjetas de algunos bares. Así pues, ¿quién escoge el lugar? ¿Sigue siendo necesario ir a los sitios de moda? ¿Es realmente vital escoger un festival por encima de una programación estable? ¿Impera ir a los sitios donde sabemos que va a ir la gente de nuestro entorno? ¿De verdad, en el 2015, seguimos teniendo la necesidad de crear guetos raros de esta manera? Siendo así, y saltándome algunos pasos y aclaraciones, aquí viene una de las problemáticas alrededor de la idea de contexto para un artista: actuar para una moda y convertirte en una marca.  Dicho de otra manera: convertir el teatro-empresa en artista-empresa. Gran momento para enlazar un texto que ha escrito Diego Agulló para el blog de ¿Qué Puede un Cuerpo?

Aparentemente, un artista que quiere trabajar tiene que estar siempre haciendo trampas. Siempre jugando a la idea comprometida de actor social y crítico pero, a la vez, pasando por el tubo de la producción, el capitalismo y esas cosas bárbaras. Al final hay que comer. Y es verdad: Hay que comer. En este caso, si queremos comer sabemos muy bien dónde podemos ir: a los sitios que pagan con caché y que están dispuestos a alojarte dentro de su teatro. Pero, ¿y si no hay teatro? ¿Y si no hay dinero para tu propuesta? [Unos amigos de Suecia me comentaron el otro día que han pedido unas ayudas para el Gobierno. Según he podido comprobar, en muchos países del Norte, si los artistas no reciben la ayuda para su proyecto, el proyecto no ocurre. Debido a que toda acción cultural debe pasar por el tubo de la institución pública (incluso el teatro y el artista tienen que pedir dinero al Gobierno para la programación) todo artista y toda institución cultural con ánimo de lucro trabajan y dependen constantemente de la política cultural del momento. Si en España, bonita España, fuera así, ¿cuántos artistas tendrían que dejar de trabajar?] El tema del dinero merece un libro con entrevistas y discusiones de todo tipo. El dinero hay que ganarlo y es importante que cada artista encuentre sus formas de generar y mantenerse dentro de sus propias normas, éticas o como cojones lo quiera llamar cada uno.

Y aquí viene la gran PUTADA. Pese a que un artista quiera mostrar su trabajo dónde le dé la gana, al público a lo mejor no le dará la gana ir a verle a ese teatro. Mejor un ejemplo: Barcelona. Un artista quiere presentar un curro que ha recibido muy buena acogida fuera. Contacta a los teatros que le recomiendan los colegas de profesión: A y B. Una vez contacta con los dos espacios, el artista se da cuenta que B sería el sitio perfecto. El trato de B raramente cambia: taquilla. En el caso de A tienen caché pero al artista no le interesa demasiado el contexto que le proponen. Pese a ir a taquilla, si va público y se hace una buena difusión en B, se puede sacar un dinerito para cubrir gastos y ganarse algo. El sitio A no le contesta en ningún momento. El artista decide fijar fechas con el espacio B y hacerlo allí. La desgracia es que durante los 4 días que tenía de función solo han ido unas 60 personas y se ha sacado unos 270€ los cuales no cubren los gastos. La gente que ha asistido al evento ha disfrutado mucho con la obra y sigue hablando de ella. Puede que el artista se haya arriesgado al escoger su propio marco. Sobretodo sabiendo que hay instituciones que, gracias a la comunicación corporativa y otras estrategias que tienen poco que ver con el arte, podrían haberle llevado un público. Y aquí viene otra pregunta: ¿el artista tiene que llevar público o el espacio debe generarlo? En ese caso, ¿El artista tiene que ser el community manager de su propio trabajo? ¿el artista debe generar una imagen corporativa? Y más preguntas, ¿Cuándo dejaran los artistas de ver a sus amigos en las gradas y empezar a ver público? Y como esta es una cadena interminable, el público se genera  a través de, otra vez, la imagen corporativa, relaciones públicas, contratos y visibilidad rigurosa. Así, el público asiste al evento por lo que ya prometía: un evento por sí sólo. En ese caso, espacios que creen en la “simple” existencia del trabajo, lo tienen jodido.

Puede que “sólo” tener un trabajo bien hecho no traiga público y eso es tremendamente injusto. También injusto es tener que generar una imagen corporativa a partir de tu trabajo para que la gente pueda volver a verte.

Mi amo me llama para ir a pasear.

Supongo que los artistas y espacios deben decidir para quién trabajan y hacía qué dirección. De todas formas, el público también debería ser consciente de su posición respecto a todo esto. En este sentido, muchos valores y morales salen a la luz y cada uno tiene que hacer con ello lo que le apetezca. De todas maneras, quiero decir algo: las mejores piezas pueden estar en todas partes y para ello hay que estar abierto, esperanzado y ser insistente. Debemos defender, también,  la existencia de trabajos que “sólo” quieren ser trabajos y no entrar en la rueda consumista de la que tanto protestamos como público, artista o paseante.

Perro Pero de J.

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