Artes vivas y, a veces, todo lo demás también. Mientras los medios oficiales pierden la poca legitimidad que les quedaba, haciendo patente su incapacidad para representar nuestra realidad, habrán de ser otros espacios los que nos informen de un contexto cambiante y exigente. Nos espera un año movido. Por eso nace esta serie en Perro Paco. Como un síntoma y como un deseo. Sabemos cómo empieza pero no cómo acabará. Crítica, debate y un baile de vez en cuando.
La idea de este artículo es aprovechar el aniversario de la formación Podemos para invitar a la reflexión acerca de su trayectoria. Para ello haré hincapié en las inevitables contradicciones internas que han surgido y las respuestas que se les han dado.
Cuando el día 16 de Enero de 2014 se presentó en Madrid el proyecto político de Podemos se subrayaron principalmente dos ideas sobre los cuales iba a girar todo el proceso: Podemos no era un partido político al uso, sino una herramienta de empoderamiento ciudadano que dirigiría sus esfuerzos a promover nuevas fórmulas de participación y a dotar de nuevos espacios de confluencia a la ciudadanía con el objetivo de a) perfeccionar la democracia y b) proteger los derechos de los ciudadanos. En otras palabras, la propuesta iba encaminada tanto a liberar a la democracia del secuestro al que estaba siendo sometida por manos de una minoría privilegiada como a defender los derechos humanos.
Desde el comienzo se evitó toda alusión al carácter revolucionario del proceso, y se abandonó la idea de presentar el proyecto como una alternativa orientada a transformar la estructura económica. A pesar de la adscripción marxista de sus impulsores, se optó por poner el énfasis en la construcción de un nuevo paradigma político, que si bien no iba a constituir un proyecto utópico para los padres de la herramienta (ni para muchos de sus más activos militantes), situaba en primer plano tanto las demandas crecientes de las sociedades occidentales desde principios de los 80 (la participación ciudadana) como las reivindicaciones con mayor consenso de las nuevas olas de protesta (democracia real). Esto es, el relato que daba forma al proyecto era lo suficientemente distinto al de las “viejas” formas de hacer política como para pensar en él como una solución a lo que ya tenemos y lo suficientemente parecido al de esas “viejas” formas como para ser asumido como propio por buena parte de la ciudadanía. Partiendo de la crisis de la democracia representativa, la línea estratégica iba destinada a sustituir a los partidos políticos por los ciudadanos como sujeto político.
En su discurso se asume que el ciudadano es mayor de edad y tiene capacidades, formación, acceso a la información y medios (tecnológicos) suficientes como para representarse a sí mismo en las decisiones públicas que afectan a su vida privada. La flagrante y demostrada connivencia de los partidos políticos tradicionales con los poderes financieros, la acumulación de desfalcos y corruptelas, así como las apariciones públicas de los representantes que con sus justificaciones no hacen más que confirmar la ausencia del virtuosismo que se les presupone a los “profesionales de lo público”, en contraste con el virtuosismo que se detectaba en portavoces anónimos de movimientos sociales de diversa índole, parecían presagiar que la reivindicación de un mayor protagonismo ciudadano podía convertirse, sin muchos más alardes, en una estrategia exitosa y suficiente a la hora de legitimar el proceso y sumar apoyos. Efectivamente, con el término “casta” se subrayaban las diferencias existentes entre los derechos y privilegios de los políticos profesionales y los ciudadanos, a la vez que se subrayan las similitudes en cuanto a méritos y capacidades. La desigualdad entre políticos y ciudadanos iba perdiendo una legitimidad que solo podía recuperarse a partir del perfeccionamiento democrático y la desprofesionalización de la política. Realmente, a grandes rasgos, la propuesta de diseñar un nuevo panorama político, en el que el ciudadano estuviera situado en el centro y en el que los movimientos sociales pasaran a ser un actor político reconocido, bien impulsando cambios sociales, bien supervisando (para apoyar o denunciar) la implementación de sus medidas por parte de Podemos, dibujaba un horizonte lo suficientemente atractivo como para que los más críticos y nostálgicos olvidaran la ausencia (de la intención) de un proyecto económico “emancipador” y destinaran sus esfuerzos a profundizar en la propuesta política.
Podíamos inferir el carácter legitimador (y de reclamo) de la apuesta por la participación ciudadana en muchas de las apariciones públicas de sus líderes. La mención a los círculos, como una de las grandes rupturas respecto a la lógica de los partidos tradicionales, fue una constante en la campaña de presentación y en la de candidatura a las europeas. La participación de los inscritos en la construcción de la lista para las europeas era también uno de los argumentos más recurridos a la hora de diferenciarse del resto de partidos. En definitiva, el protagonismo ciudadano era la carta de presentación y el distintivo idóneo respecto a lo que ya existía, sobre todo tras el 15 M. Sin embargo el papel de los círculos aún no estaba definido. No se sabía muy bien el rol que jugarían en la toma de decisiones ni el peso que tendrían, pero de acuerdo a la misma lógica, la de un proceso constituyente de carácter participativo, todo esto se resolvería en una gran asamblea ciudadana, tras la deliberación colectiva. No cabe duda de que estos argumentos eran lo suficientemente renovadores y sensatos como para resonar en los partidos políticos tradicionales, que empezaron a anunciar a bombo y platillo procesos de renovación interna que incorporaban cambios en esa misma dirección (primarias abiertas o más abiertas que las anteriores). De alguna manera la incursión de Podemos empezaba a provocar importantes cambios en el panorama político.
La vocación del proyecto de “disputar la centralidad del tablero” obliga a renunciar a la idea “inocente” de un país de militantes, en el que todos los ciudadanos se interesan por lo público e invierten su tiempo libre en infinitas y complejas discusiones y creaciones colectivas. Era suficiente con ofrecer canales participativos a los que quisieran ejercer esa opción y establecer mecanismos eficaces que garantizasen a la ciudadanía “menos implicada” que su voluntad política estaría representada a cada momento (con la posibilidad de recurrir a procesos revocatorios si esto se incumple). Tras el éxito de las europeas esta idea no hizo más que desarrollarse. En pocos días se produjo un aumento significativo de canales de participación: Appgree, Plaza-Podemos, la App de Podemos, Mumble, etcétera. La democracia deliberativa cada vez parecía más alcanzable y el proyecto no paraba de crecer. Los ciudadanos más activos (minoría) tenían espacios físicos y virtuales para canalizar sus ansias participativas (lo que probablemente contribuiría a desarrollar un sentido de pertenencia) y los menos activos (mayoría) podían confiar en unos representantes “no profesionales”. Sobre todo en la medida en que en cuanto a derechos, privilegios y problemas, los “nuevos políticos” se perciben como más próximos al “nosotros” (la ciudadanía) que al “ellos” (la casta política y los poderes financieros) y todas las medidas aplicadas hasta entonces parecían indicar que la voluntad de los promotores del proyecto era la de establecer mecanismos que garantizasen la imposibilidad de convertirse en casta. Curiosamente la base de todos esos mecanismos parece relacionada con la participación ciudadana (configuración de un consejo ciudadano cuyos miembros son elegidos directamente por los inscritos, posibilidad de iniciar procesos revocatorios, utilización de páginas web y aplicaciones que permiten supervisar la futura actividad parlamentaria de los diputados, etc.).
Sin embargo, a partir de la Asamblea Ciudadana, cuando se decidían las líneas generales del partido (respecto a la estructura organizativa, línea ética, etc.), empezaron a detectarse gérmenes potencialmente dañinos para su punto de gravedad o su núcleo de legitimidad. Sobre todo para aquellos activistas que vivían el proceso de cerca, con intención real de colaborar en el proceso e influir en la toma de decisiones. Más allá del debate abierto entre el sector de Podemos vinculado a Izquierda Anticapitalista y el sector de la Universidad Complutense, la asamblea ciudadana supuso un punto de inflexión en muchas cuestiones. Aquí destacaremos dos: 1) El papel jugado por los movimientos sociales y las asociaciones civiles y 2) El lugar que ocupan los procesos participativos en la toma de decisiones del partido.
El futuro proyectado por Podemos permitía presagiar un nuevo escenario político en el cual los movimientos sociales fueran reconocidos como un actor político necesario y a tener en cuenta. Podemos estaría obligado a mantener un diálogo constante con todos aquellos colectivos que llevan años construyendo y argumentando reivindicaciones. Y ese diálogo constante permitiría, entre otras muchas cosas; 1) asumir como propias medidas que han pasado por el tamiz de largos procesos de deliberación colectiva. ¿Para qué volver a “descubrir” América?, 2) la constante supervisión y fiscalización independiente y ciudadana de las medidas adoptadas por el partido, de manera que un interlocutor reconocido públicamente por él estuviera en disposición de denunciar tanto las reivindicaciones no perseguidas como las formas adoptadas para conseguirlas, ejerciendo una presión constituyente constante. En definitiva, dibujando un nuevo paradigma político más adaptado a los tiempos que corren y más democrático. Configurando una oposición social sin intereses electorales.
Sin embargo, tras la asamblea ciudadana se detectaron potenciales amenazas para estos fines. Fueron muchos los miembros destacados y portavoces de movimientos sociales que se incorporaron a las diferentes estructuras y órganos de Podemos. Pero a la par que aumentaba el capital social del partido se debilitaba (sin querer) la capacidad creativa y reivindicativa de los colectivos, reduciendo también la potencial independencia de éstos a la hora fiscalizar la implementación de sus medidas, y limitando así la posibilidad de ejercer presión constituyente en el futuro. La absorción de líderes sociales e intelectuales por parte de Podemos no puede ser en sí misma un motivo de crítica, pero desde un punto de vista estratégico ha de ser tenida en cuenta, al menos para no repetir viejos errores como la complicidad entre fuerzas políticas y sindicales. Quizás es el momento de que la ciudadanía comprometida escape de los seductores cantos de sirena del partido y engrose y renueve las filas de los movimientos sociales situados en su periferia. Por supuesto, “evitando duplicidades”. En parte para evitar este problema me consta que muchos movimientos sociales ya han movido ficha y han convocado asambleas para definir su posición respecto al partido, pero la responsabilidad ante esta cuestión es más individual que colectiva. Depende más del ciudadano que de los Movimientos Sociales o Podemos.
Por otro lado, son varios los aspectos que me gustaría destacar respecto al lugar que ocupa la participación ciudadana en Podemos tras la Asamblea de otoño. A) Respecto al consejo ciudadano, la estrategia de elección del mismo y su composición; B) Los canales de participación
El hecho de permitir que la candidatura de Claro que Podemos pudiera presentar una lista con las 62 personas que finalmente conformarían el consejo ciudadano puede dar pie a varias lecturas entre líneas. El hecho de asegurar un equipo directivo y ejecutivo competente y afín, evitando que la filtración de ineptos, narcisos y malintencionados obstruya la toma de decisiones es fundamental, sobre todo en las primeras etapas del proceso. Más aun cuando hay que dar respuestas rápidas y precisas ante un entorno cambiante y exigente, con elementos hostiles dispuestos a todo tipo de artimañas de deslegitimación. Sin embargo, no se puede obviar que a costa del pragmatismo a corto plazo la propuesta pierde importantes características diferenciadoras respecto a los partidos tradicionales. El hecho de que la candidatura Claro que Podemos presentase una lista de representantes, que se marcaban automáticamente cuando elegías al secretario general, resta pluralidad y representatividad al proceso. En esta difícil y compleja decisión (pragmatismo vs pluralidad) se ha optado por una opción que inevitablemente pone en cuestión el pretendido empoderamiento popular y la supuesta confianza en la ciudadanía. Más aun, bajo mi punto de vista, este proceso ha puesto de manifiesto una debilidad de la herramienta: la ausencia de mecanismos que ayuden a los ciudadanos a discriminar entre las candidaturas individuales. Quizás un video breve o una carta de presentación no son suficientes para elegir con garantías. No sé por qué tipo de pruebas deberían pasar los candidatos para ello, pero la idea de contar con un órgano directivo y ejecutivo realmente ciudadano e independiente del secretario general, pero en el que éste confíe a pesar de no conocer a sus miembros, es una aspiración irrenunciable si Podemos quiere ser lo que dijo que sería cuando se presentó como partido político.
Mención aparte merecen los canales de participación que se han ido desarrollando. Si no me equivoco todos ellos han perdido cuotas de participación con el paso del tiempo. Un análisis superficial al respecto permite identificar algunas posibles causas de lo sucedido. Ni los círculos, ni Reedit ni Appgree ni la App de Podemos parecen vinculados al proceso de toma de decisiones. De alguna manera constituyen ágoras vacías que sólo contribuyen a desarrollar el sentido de pertenencia de los participantes. Pero participar, tomar parte, tiene que ir más allá.
En resumen, el auge del partido no puede desembocar en una traición a sus principios fundacionales. Todo va muy deprisa y hay que tomar decisiones ajustadas a estos ritmos, pero para no perder el sentido hay que someter a evaluación todas las decisiones tomadas y afrontar en el futuro lo que no se ha podido afrontar en el presente por motivos de tiempo. Es la única forma de evitar la pérdida de sentido y de que suceda algo parecido a lo que le sucedió al PSOE con la S y con la O. Y todos tenemos ahí nuestra parte de responsabilidad.
W. Bogarde