Tengo que evitar el sufrimiento de la ciudad “apestada”, debo revelar la identidad del “abuelo cebolleta”, antes de que el enigma produzca males mayores. Algunos ya estaban al corriente del destinatario de los “bailecitos”, otros vivían en el desasosiego total y apenas podían probar una taza de chocolate con churros. He sido interpelado por energúmenos de distinto pelajes deseosos de saber que ellos mismos “encarnaban” el espíritu mutante y aparentemente danzarin del “viejuno de turno”. El título lo ostenta, por su rigor decadente y por la inequívoca sedimentación casposa, un esteta narrativamente “idiotizado”. Tras hacer pinitos de poeta y pasear el palmito en plan dandy se apalancó durante varias décadas en los despachos universitarios, bajando de cuando en cuando a soltar charletas a los alumnos con el desdén aristrocratizante que le caracteriza. Publicó ensayos variopintos en los que parecía querer emular, de mala manera por cierto, a Baudelaire e incluso perpetró un Diccionario (nada más y nada menos) de arte que está entre lo más bodrioso que he podido leer en años. Nunca le faltó agilidad y desparpajo para soltar topicazos o convertir sus enormes prejuicios en “categorías”, cuando no trataba de transformar una extraordinaria exhibición de ignorancia en un trampolín para proyectar juicios agrios sobre todo aquello que saliera de su “corsé” romanticoide. Como justo premio a su actitud de “palmero” editorial (en un periódico que en tiempos acorchados funcionaba de Boletín Oficial de la Socialdemocracia “transitoria”) y dadas sus cualidades inequívocas para ser un patético ventrílocuo del descontento gerontocrático, fue recompensado con una poltrona de lujo en el Museo del Prado. Este “agitador cultural” (ese es uno de los anómalos calificativos que le regalan en la Wikipedia) ha tenido buen gusto para instalarse en “carguetes” suntuosos, como el que “ostentó” durante dos años en el Instituto Cervantes de París donde completó una “ejecutoria ejemplar” que se podría resumir en una frase hecha: “si te he visto no me acuerdo”. El “abuelo cebolleta” lo mismo monta un curso sobre topicazos del arte de todos los tiempos “y tal y tal” que lanza una soflama contra la Universidad que, como todo el mundo sabe, está llena de sinvergüenzas, vagos y enchufaos de la peor especie. El gran profeta de lo “viejuno” habla, todo hay que decirlo, con el profundo conocimiento que aporta la experiencia propia. Para lanzar, sin venir a cuento, loas delirantes sobre Wert y sus proyectos de reformas “criminales” educativas y “austericidios” culturales, no basta con ser un idiota que cuenta un cuento sino que hay que tener mucha desvergüenza. Pensé que para soportar sus diatribas infames tenía que aprender a bailar. Cualquier estilo de danza y, especialmente, las ejecutadas al modo “freak” eran oportunas para que el “abuelo cebolleta” pudiera, por lo menos, introducir un guiño de parodia o una pose patética que evitara que sintiéramos un profundo asco por su desfase “intelectual”. Lo malo es ese “apoltronado hiper-estético” no tiene swing y me temo que si intenta alguno de los pasos se va a descuajaringar. Busco, desesperadamente, el “bailecito” oportuno para este personaje “cebolletil” sin dejar de pensar en la pompa y circunstancia que rodea sus actos y palabras. Mi tarea, como la de Sísifo, no tiene fin. Por citar a un poeta moderno: “no siento las piernas”.
Fernando Castro Flórez