Carta a un joven imbécil #1 Pablo Caruana. Día 3


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Leonard Cohen

 

DÍA 3: Miércoles 2 de octubre.

Cuando alguien lo dice y lo piensa mucho mejor que tú, lo que hay que hacer es echarse a un lado.
“(…) ¿Qué expresión podría definir a nuestra época? Nuestra época no tolera expresión alguna. Todos hemos visto fotografías de madres asiáticas desoladas, así que no nos interesa la agonía de tus órganos achacosos. Nada de lo que puedas expresar con tu cara tiene parangón con el horror de nuestro tiempo. No lo intentes siquiera. Sólo merecerías el desprecio de los que han sido tocados en lo más hondo. Todos hemos visto noticieros con seres humanos embargados por el dolor y la desazón. Todos sabemos que comes como Dios manda y que hasta te pagan para que te subas a un escenario. Estás tocando para gente que ha vivido catástrofes, así que tranquilízate. Di las palabras, transmite los datos y hazte a un lado. Todos sabemos que sufres. No puedes contarle al público todo lo que sabes del amor en cada verso de amor que digas. Hazte a un lado: la gente sabrá lo que tú sabes porque ya lo sabía. No tienes nada que enseñarles. No eres más hermoso que ellos. Ni más sabio. No les grites. No fuerces una entrada en seco. Eso es sexo mal practicado. Si muestras el contorno de tus genitales, entrega lo que prometes. Y recuerda que, en el fondo, la gente no quiere acróbatas en la cama. ¿Qué necesitamos? Estar cerca del hombre natural, estar cerca de la mujer natural. No quieras ser un cantante venerado por un público numeroso y leal que desde siempre ha seguido los altibajos de tu carrera. Las bombas, lanzallamas y demás mierdas han destruido algo más que árboles y poblados. También han destruido los escenarios. ¿Acaso creías que tu profesión iba a escapar de la destrucción general? Ya no hay escenarios. Ya no hay candilejas. Estás entre la gente, por lo tanto sé modesto. Di las palabras, transmite los datos y hazte a un lado (…)”.

Leonard Cohen (texto completo)

Pablo Caruana
pablo_caruana@yahoo.es

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Esta mierda del teatro


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Nunca antes había estado en El Sol de York. Calle Arapiles, 16. Creo que es una sala que merece la pena conocer. Algún día hablaré de la importante labor que desarrollan las salas de teatro en los barrios. Y de lo complicada que es su existencia. Teatros pequeños, poco conocidos, convertidos en agentes que dinamizan un barrio que si no sería un erial culturalmente hablando. Su labor, además de exhibir, es la de crear espectadores que de otra forma no se acercarían jamás de los jamases a ningún gran teatro. Y encima suelen dar cabida a creadores que tienen las puertas cerradas a cal y canto en casi todos los demás sitios.

Fui hace una semana y algún día a ver La Tigresa y otras historias de Dario Fo. Interpretada por el joven Julián Ortega, dirigido por su padre, José Antonio Ortega -que volvió a rescatar este texto del premio Nobel italiano que había llevado a escena años atrás-. La traducción es de Carla Matteini que en paz descanse -cuya labor en el teatro español ha sido más que notable- y Joan Casas. No he podido hablar del montaje antes. Más vale tarde que nunca.

Quizá sea bueno traerlo a colación ahora que estamos estableciendo una especie de debate sobre la tradición; muchas veces haciendo una comparativa, bastante corta de miras, que iguala la tradición y el oficio a la mierda. Un desastre si somos nosotros mismos los que tiramos piedras a nuestro antiguo y rico techado. Y con esto no quiero decir que todo lo que se hace sea loable, pues pocas cosas lo son -en todos los ámbitos y para todos los gustos-; pero uno no debe cerrarse en banda con nada ni nadie. En esto no puede estar más de acuerdo Otro Perro Paco con Pablo Caruana. Ver aquí y aquí.

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Nos metemos en harina. Antes de que existiese el teatro ya existían los contadores de historias. Enciclopedias nómadas. Un encuentro asociado al fuego y al misterio. Quizá por eso sea Galicia, tierra de supersticiones, donde la tradición del cuentacuentos siga a día de hoy más vigente. Es una buena experiencia dejarte atravesar por una fábula bien contada. Recuerdo noches en bares de Santiago de Compostela que no se me olvidarán, a pesar de la cerveza. Además el cuentacuentos siempre ha establecido una relación problemática y crítica con el poder ya que puede establecerse en cualquier lugar, sin la necesidad de un teatro en donde, quieras o no, se garantiza un mejor control de “los siempre impredecibles teatreros” (José A. Sánchez / Zara Prieto. Teatro. Ed. MNCARS). Dejo esto para mejor momento.

La primera vez que vi a Dario Fo y Franca Rame -DEP- sobre un escenario fue en Córdoba. Rosa fresca fragantísima y otras juglarías. Y me pareció fascinante como un hombre, que encima utilizaba traducción en vivo, era capaz de saltar de un personaje a otro, promover la risa, la crítica y la reflexión, utilizando tan solo la voz y su cuerpo. Nada más y nada menos. Dos herramientas sencillas que con oficio y buen hacer se sobran y se bastan.

(También recuerdo La puta y el gigante de Marco Canale, donde con un cuarzo, una botella de agua y la necesidad de contar algo, Canale construyó un montaje que hoy en día sigue dando que hablar. Y eso que han pasado algunos añitos desde entonces.)

A lo que voy. Salvando las distancias, en La Tigresa y otras historias se nos propone lo mismo. Tres historias, tres alegorías con lecturas políticas. Un actor y ganas. Poco más. El juego del teatro nació por eso. No todas las tradiciones, pero ésta, al menos, sigue teniendo una valía que hoy en día sería ridículo borrar de un plumazo. Bien vale el aplauso ver cómo alguien se deja la piel encima de un escenario haciendo un esfuerzo titánico y consigue encandilar al público y, si se da el caso, arrancarle alguna carcajada. Ya lo dijo Darío Fo: “La sátira es la forma más directa de desnudar el poder para leerlo mejor” Por eso, a pesar de algunos desajustes, bien merece la pena esta tigresa; bien merece la pena seguir confiando en esta mierda del teatro.

 

Otro Perro Paco

p.d.- “No será más tarea del arte, pues, la exploración de otros mundos posibles o la invención de nuevos lenguajes -quizá ambas cosas sean más o menos lo mismo- sino tematizar el cómo posicionarnos de una forma concreta en el mundo que nos ha sido dado, incluso de hablar con lo que ya se ha dicho, pensando acerca de las formas en las que se podrían flexibilizar y hacer más permeables a las estructuras organizativas y políticas, y más sutiles y profundas prácticas comunitarias. El arte ya no tendrá entre sus fines el invitarnos a vivir -aunque sea en la fulguración de una mirada- en otros mundo imaginados, sino en promover formas de la alteridad en este mundo en el que vivimos.” Juan Martín Prada. Otro tiempo para el arte. Cuestiones y comentarios de arte actual. 

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Carta a un joven imbécil #1 Pablo Caruana. Día 2: contra la endogamia gustativa dos

1.JPGZorrilla, José

 

DÍA 2: Martes 1 de octubre.

Contra la endogamia gustativa 2: He recibido varios mails nada halagadores. En uno de ellos, una conocida de la profesión proveniente de la danza (no sé por qué les ha dado ahora por pensar y discutir tanto) me trata de “antiguo” y me dice haberse formado y bien formado mucho más en la sala de cine que en el teatro. Que educarse en la tradición más burguesa y retrógrada no trae nada bueno. Es más, acaba diciéndome que además yo nunca he tenido ni puta idea de danza, y que así me va. Y no se crean que se esconde, me lo manda desde su mail y firmado. En que no tengo ni puta idea de danza, tiene toda la razón, pero avisé, soy periodista, yo miro todo hecho escénico con los mismos ojos, ya sea una tragedia griega, una performance, un mitin, una misa o esas cosas que hacen en La Casa Encendida: con ojos de niño, el día que lo consigo, es difícil desprenderse, sé que he sido el mejor espectador que puedo llegar a ser. En cuanto a lo del cine, sí, hay que concienciarse: las escénicas son un arte antiguo, a contra pelo de cómo tenemos conformada y estructurada la cabeza. Un arte presencial y artesano va contra natura de la contemporaneidad.

Y no digo que debamos vestirnos a la manera de Zorrilla, pero si debemos conocer y apreciar los misterios de pisar un escenario. Saber apreciar el oficio, algo que no tiene nada que ver con ser profesional. Uno también está de acuerdo con Valcárcel Medina, que profesionalizar el arte no es sino un medio de mercantilizarlo, pero digo yo que no hay que tomar la parte por el todo. Me acuerdo de otro viejo, Francisco Peralta, titiritero. De cómo aprendió siendo niño en Cádiz, en un taller de restauración de arte y viendo a los muñecos de la Tía Norica. Tener oficio es necesario y el oficio se consigue en el taller y mirando.

Un segundo mail, este sí escrito desde una dirección hecha ex-profeso para insultarme (es algo así como quetedencaruana@….) me acusa de haberme visto dormido muchas veces en la butaca y luego oírme hablar sobre el asunto como si nada. Vamos que me tilda de hipócrita y otros adjetivos bastante gruesos. Y sí, es cierto, me gusta hablar de lo que no sé, fabular, y tengo desarrollada una técnica para dormir breve y seguir viendo. No sé ustedes, pero llegar al teatro después del ajetreo y que te bajen las luces, a mí me da somnolencia. Pero lo dicho, apoyo codo en brazo de butaca, reposo la mandíbula en la mano y dedico de cinco a seis minutos a irme, luego, estoy entrenado, vuelvo y vuelvo con entereza y atención plena. Creía que no se notaba. De todo esto sale mi consejo de hoy: No tener enemigos en esto de las escénicas es como no tener madre, y el que no es hijo de nadie -como decía Hemingway y Juan Luis Panero- es hijo de puta. Elijan a sus enemigos y mímenlos, y cuando los tengan a tiro espétenles: las palabras son plata, el silencio oro.

 

                                                             Pablo Caruana
pablo_caruana@yahoo.es

 Pd: Con respecto a “comed mierda” (comentario en la entrada anterior, aquí), yo creo que sí, que hay que ver mucha para encontrar cositas y, sobretodo, las cositas suelen estar entre mucha. Y de la mierda también se aprende, yo no encuentro las cosas divididas…

 

 

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¿Es oro lo que reluce?


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Fui al estreno del Ubu Roi de Donellan. El jueves. En el María Guerrero.

Entre las personas que pueblan el mundo, hay dos clases: los que detestan Ubú y los que se apasionan con Ubú. La obra de Alfred Jarry no tiene término medio. O es negro o es blanco. Si ustedes se encuentran en el nifunifa, serán la excepción que confirme la regla.

Vaya por delante. Otro Perro Paco es un apasionado de la obra desde que la leyó por vez primera, hace ya unos cuantitos de años.

No descubro nada nuevo: Donellan es un maestro en el arte de la dirección y ver el trabajo magnífico de los actores es dejar abierta la boca y sentir como cae una babilla de placer. Soberbios los actores franceses. Los ritmos, las transiciones, la utilización de los elementos… en definitiva: teatro y teatro; el buen hacer del oficio, la experiencia aprovechada. Donellan es uno de los grandes de la escena. Sin duda. De todo esto ya han hablado otros por aquí y como lo han hecho mejor de lo que yo podría hacerlo, no voy a repetir. También han dicho lo contrario, acullá. Cuestión de gustos.

Ahora bien, yo tengo una serie de dudas respecto al montaje que van más allá y que me gustaría compartir con vosotros. La espina se refiere al cómo envuelve -los porqués- el director irlandés el texto de Jarry (ese hombre que caminaba en bicicleta con dos pistolas en los bolsillos).

Pienso que quizá haya metido la pata intentando dar un “aire de realismo” (entiéndase las comillas) a todo aquello. Creo que le hubiese funcionado mejor el Buñuel de El discreto encanto de la burguesía que el Funny Games de Haneke. Me explico.

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La puesta en escena nos sitúa en un salón de una familia de clase medianamente alta, hijo adolescente al canto, que ultiman de preparar la cena y esperan a sus invitados. El adolescente juega con su cámara y nos enseña las partes más sucias de una vida que parece modélica. Hasta aquí todo bien. Llegan los invitados y el adolescente comienza a tener un papel protagónico. Su padre acaba por convertirse en Padre Ubú, su madre en Madre Ubú.

Para ir al grano: todo el texto transcurre, como un videojuego, en la cabecita loca del adolescente y éste nunca traspasará al plano de la realidad. Al final el apático hijo se sentará en la mesa y, mientras pellizca un trozo de queso, todos regresarán a la normalidad. No ha pasado nada. La crítica de Ubú queda en el mundo de la fantasía sin llegar a inundar el mundo de la cena: todo muy burgués, muy de aparentar.

Me repito: al terminar el texto de Ubú nada ha cambiado, todo sigue como al principio, la cena, sus aburridos padres y los pesados amigos de sus padres. Ubú se convierte en una llorera adolescente, un me voy a marchar de casa, pero me quedo.  Esta decisión de Donellan resta fuerza a la crítica de Jarry. Sabemos que, según la historia, Jarry comenzó a escribir este texto como una pataleta adolescente, pero los dos planos tan separados que plantea el irlandés restan fuerza a la rebelión. No es el Brecht en donde la metateatralidad se contamina y reformula incesantemente, donde existe la ambigüedad. En este montaje los dos planos están excesivamente diferenciados, caminan en paralelo sin llegar siquiera a rozarse. El adolescente en vez de asumir debiera haber dado un golpe encima de la mesa al terminar. La obra no llama a la acción, llama a la asunción. Si el teatro es un espejo donde vernos reflejados y el reflejo nos devuelve una imagen de acatamiento -propia de nuestra sociedad del ande yo caliente…-, el director debería haberlo puesto en tela de juicio, haber dejado la puerta abierta al cambio y no cerrarla con  la cordialidad y el aquí no ha pasado nada y la coletilla del y no pasará. Tal mensaje debería repugnarnos. La representación se cierra de forma conservadora, reaccionaria.

La crítica que plantea Jarry está tal cual, traducida en muchos casos con maestría; pero por culpa de la decisión final se deshincha. Una pena. Prometía un buena lectura. Es difícil cerrar una obra. Del final se desprenden los significados. Al público se le olvida el grito de rebeldía, se le olvida la mierdra, y se queda con los adolescentes de hoy en día, cómo son, desde luego.

El público aplaudió. Se levantó de sus butacas. Buen trabajo. Pero hay que ser críticos con el mensaje que nos devuelven las obras. Los monstruos hoy en día están ocultos, pero el monstruo no es un adolescente que pasa de sus padres; si todo recae en la fantasía del chiquillo se queda en algo demasiado familiar y pierde fuerza. El espejo debe promover el cambio, no el regocijo, no el chapoteo en nuestra propia mierda. Puede que no sea oro todo lo que reluce.

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Otro Perro Paco

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Carta a un joven imbécil #1 Pablo Caruana. Día 1: contra la endogamia gustativa

Me ofrecen inaugurar esta sección epistolar con título de cierta mala leche pero inspirada en uno de los libros donde el consejo llega a su forma ética más restricta y depurada. Difícil estos perros que se mueven tan bien en las aguas de la contradicción. No les he preguntado más, esta es la propuesta: una carta a un joven imbécil. Dije que sí rápido, como debe hacerse, luego se me complicó, pretendí primero hacer una contraposición entre dos textos que aunque se unen en lo esencial llevan caminos absolutamente disímiles: Contra los poetas de Gombrowicz  y un texto de Adorno. Y al comenzar a pensar me di cuenta: dar un consejo es imposible, hacer chistes quizá, pero posicionarte en un lugar y desde ahí sentirte capaz de… Vaya, complicado. Sobre todo, porque no podría sostener ese mismo consejo, posiblemente, más de un día. Soy hombre de opiniones, no de creencias, con toda la limitación que esto supone. Por eso, he decidido ir haciendo un consejo diario esta semana. Un consejo válido para un día. Para masticar y escupir en 24 horas. Soy periodista, es lo que hacemos.

cartas a un joven imbecil 

DÍA 1: Lunes, 30 de septiembre 2013.

Contra la endogamia gustativa: Hay que ir a ver todo tipo de teatro, hay que formarse, hay que eliminar o despreciar pero desde el conocimiento. Este primer consejo es arriesgado, alguna mente púber puede no sobrevivir al intento. Pero de eso se trata, de dejar de estar como espectador en un lugar que poco a poco vamos haciendo cómodo, es decir, endogámico para nuestras mismas papilas gustativas. Vayan a ver teatro que odian a priori, teatro que según sus parámetros imberbes se encuentran lejos de sus gustos. Ahí es donde se mal formarán, hay que mal formarse, deformarse con permeabilidad inteligente y obsesiva.

Así pues, cojan la cartelera, y antes de que acabe el año, vayan a ver, por ejemplo (aquí escribo desde la capital, cada uno que haga de su capa un sayo provinciano) “La verdad sospechosa” de Ruiz de Alarcón en versión de García May dirección de la Pimenta; vayan al estreno de “Atlas de geografía humana” de Almudena Grandes en el CDN que comienza en octubre; vayan al musical sobre Raquel Meyer del Arlequín que ha hecho la Sala Tribueñe; vayan a ver por lo menos dos obras del ciclo “Una mirada al mundo” del CDN; vayan el año que viene a ver la obra sobre Don Juan de  Boadella; vayan a ver a la compañía nacional de danza en la Zarzuela en noviembre con trabajo de Kylián, Galili y Naharin… Vayan, si pueden y tienen dinero al 21%, y cierren los ojos cuando estén en platea, justo antes de comenzar, ciérrenlos, frótenlos un tanto y cuando los abran sientan que han limpiado la mirada y busquen, busquen qué les gusta, que no les gusta, porqué, cuál es el significado de la escena y que tienen ustedes que ver con todo ello. No se mal formen, lectores imberbes de Perro Paco, con montajes pseudo-independientes tan solo, mal fórmense pero con amplitud de miras. ¡Vayan al teatro!… Suena viejo y carcomido el consejo, y así es la vida, una puta vieja carcomida y que carcome.

  Pablo Caruana
pablo_caruana@yahoo.es

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