Apuntes sucios. Teatro Pradillo. 03/10/2013

 

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En esta apertura de temporada, el Teatro Pradillo invita a creadores a que durante este fin de semana nos muestren apuntes, bosquejos, bocetos de nuevos trabajos, ideas a vuelapluma, escrituras escénicas apresuradas, urgentes, atropelladas, imperfectas. Nos gusta acercarnos a ver estos trabajos apuntados. Nos relaja la mirada, el juicio, la jodida exigencia que nuestros ojos y orejas peludas proyectan en la escena. Obras en proceso, joder, ya estamos con los dichosos Procesos. Relajémonos, son sólo apuntes, cuadernos de trabajo abiertos en escena. ¿Sólo?

Cuando se relajan los cuerpos, las miradas, los esfínteres, nos encontramos delante del juego, de la probatura, de la broma, de la amabilidad. Y esta primera sesión fue amable, cómplice, una celebración tranquila de estar allí, llenando la renovada grada de Pradillo. No sabemos todavía si esta amabilidad nos gusta o no. Pero, vayamos por partes.

La primera propuesta es de la, para nosotros, desconocida compañía Herman Poster. Nos propusieron cuatro movimientos. Cuatro desarrollos escénicos sustentados en cuatro ideas escénicas. Precisas, sin desarrollo, secas.

El primer movimiento fue un apunte humorístico sin desarrollo que despistó nuestra mirada y expectativas para lo que estaba por venir. Zillo, Calzoncillo. Seta, Camiseta. Bien. Vale.

El segundo movimiento introdujo un paisaje tranquilo y sonriente. Una mujer pasea con una niña muy pequeña, casi un bebé. Que sonríe y seduce a la audiencia. La madre la acompaña y le nombra un mundo. Aquí esta el escenario. Este es el público. Escritura abierta, dramaturgia del presente. El tiempo se detuvo y el devenir niño se apoderó de los espectadores. La madre se desnudaba mientras desnudaba a la niña. El juego, la complicidad, la ternura. La madre se viste de mono. Nada sorprende a la niña. Todo sorprende a la niña. Ya han jugado a esto antes. Al juego del mono. Al juego de desnudarse. Pero ahora hay mucha gente mirando. Y es divertido. Nosotros somos divertidos. Ya estamos de nuevo con la amabilidad. La escena como un espacio de curiosidad, amabilidad, descanso, sonrisa. Cuando la niña gatea y expande el espacio, una sensación de vértigo y alegría nos inunda. La madre-mono desaparece, la niña gateando hace una última pausa, deteniendo una vez más el tiempo para sonreírnos y despedirse. El espacio sigue intacto, el tiempo detenido. No sabemos cuanto tiempo hemos observado este pedazo de ternura. Pero sí hemos sido conscientes de la potencia de la escena. De lo cargado de esa escena.

Tercer movimiento. El mono entra y canta. Una canción Pop y un mono que busca su humanidad. Un mono que canta y tararea su canción. Que nos cuenta cantando. Un musical. Nos reímos sin parar y el mono construye el primer dolmen. Marca el espacio, edifica su lugar. Canta. Reímos. Y ese primer gesto. Ese primer lugar en el que sentarse y descansar. Comenzar a ser humano. Pero este mono quiere jugar. Es un mono divertido y cantarín. Triste, alegre y travieso. Destruye su creación, sin aspavientos derrumba el lugar. Y se aleja cantando. Triste y alegre a la vez. Despreocupado.

Cuarto movimiento. En el fondo de la escena hay una puerta y detrás de esa puerta hay un espejo, y reflejado en ese espejo hay un hombre que se pinta la cara de blanco a la luz de una vela. De esa penumbra Pierrot avanza al centro de la escena. Una cara blanca y la luz de una vela es todo lo que se necesita, pensamos. Luego se sustituye la vela por un ordenador, el fuego por la electricidad, el silencio por la música sacra enlatada. Vale. Bien. La gente ríe. Las lecturas demasiado obvias siempre nos incomodan. Una cara blanca y la luz de una vela es todo lo que necesitamos.

Esta Herman Poster nos sorprende con su claridad, su tranquilidad, su precisión a la hora de presentarnos sus apuntes, sus ideas. Y vemos en esa tranquilidad, confianza en su trabajo. Y nos quedamos con ganas de más. De más curiosidad. De más bocetos. De más Herman Poster.

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Después de una pausa, les toca el turno a Play Dramaturgia, colectivo jovezno que lleva un año liando a propios y extraños. Construyeron esa reflexión práctica sobre el streaming y la escena, en la que invitaron a creadores a trabajar para ese formato extraño y dinámico de las retransmisiones en directo a través de la fibra óptica. Desplazaron el “lugar” del escenario y expandieron sus posibilidades. Organizaron “conexiones” para ser visionadas de forma colectiva (un escenario en el que la pantalla se convertía en una ventana a un “otro” escenario). Escenarios de Streaming lo llamaron. Lo hicieron sin un puto duro, lo vio muy poca gente, alguna gente más habló de ello, pero sentaron las bases de un futuro hiperconectado y otaku de la escena. Después aparecieron en esa potente extrañeza de “¿Y si dejamos de ser (artistas)?”, en medio de la caótica sucesión de situaciones intervinieron los paneles verdes de La Casa Encendida con su “Chroma key”, un proyecto de vídeo en el que invitaban (de nuevo, “invitaban”, que liantes son estos chicos) a otros creadores a “okupar” esos cromas que llenan la imagen corporativa de La Casa Encendida. Ahora ya se han inventado otra cosa. PVC lo llaman. La idea es, de nuevo, sencilla. Con toda la potencia y el alcance de lo sencillo. Esto es, invitar a artistas “plásticos” a okupar la escena, a desarrollar su trabajo (que ellos califican o intuyen ya como “proto-escénico”). Una vez más, “Los Play” crean un contexto, un recipiente, un “frame” al que invitar a otros a okupar ese nuevo espacio abierto o por construir. Abrir. Invitar. Okupar. Construir. Palabras clave para entender el trabajo de este colectivo que, en sus palabras, “no hace obras, sino que reivindica la figura del dramaturgista”.

En este primer episodio de PVC, invitan a Sofía Montenegro a desarrollar el trabajo sobre la censura franquista. Desplazan su trabajo hacia la escena y su interés por la censura en el audiovisual, es cambiada por los textos tachados por los censores, “Al tachar no se daban cuenta de que subrayaban para nosotros”, dicen. Uno de los Play, Ruffoni, explica las ideas que han tenido y no han desarrollado, aquello que han pensado hacer y no han conseguido, los apuntes de los apuntes. Lo que no llegó a estar en sucio. Lo que se quedó por el camino. Todas las ideas que nos cuenta son mejores que lo que vamos a ver, pensamos, más tarde. En ese sentido creo que la dramaturgia fue errónea. Nos enseñó los manjares que no habían conseguido cocinar y luego llamaron a telepizza a que les “salvaran el culo”. Aún así la idea de leer esos fragmentos censurados como un juego (no olvidemos, son PLAY dramaturgia) fue interesante. Una plasmación de la idea que nos arrancó alguna sonrisa. Interpretado por Getsemaní de San Marcos y Miguel Ángel Altet, alternaban textos y palabras censuradas (era especialmente curioso la enumeración de términos prohibidos: nombres extranjeros, países, ciudades, divorcio, etc.). Sabemos que era un apunte, pero creemos que le faltó contundencia. De nuevo la amabilidad. A veces tan sabrosa, en otras ocasiones desactivadora y despotenciadora de la escena como una azafata que sonríe con el rostro paralizado en una mueca inhumana. Y en este sentido es difícil establecer una crítica al trabajo, a sus posibilidades no exploradas (¿cuál es la censura hoy en día? ¿cuál su reflejo?), se escabullen, ¿a quién nos dirigimos? ¿a Play? ¿A Sofía Montenegro? En cualquier caso, el nuevo “frame” creado no hace sino abrirnos el apetito de nuevos plásticos. Esperando que entre ellos caiga algún hueso. Que siga el juego, señores.

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El apunte, la confidencia, la ocurrencia, la proliferación y contaminación, el juego, forman parte de las últimas propuestas de Cristina Blanco. No era extraño, pues, que fuera invitada a estos “apuntes sucios”. Con ella se cerraba la noche. Cristina tiene mucho morro. Mucho. Su morro u hocico, que hemos visto asomarse en una prolongada colaboración con Cuqui Jerez, nos ha enseñado a mirar su trabajo de otra manera. Cristina presento su anterior trabajo, Ciencia-Ficción, durante su proceso de creación en presentaciones escénicas, charlas, conferencias y un blog. Y finalmente (qué coño, los procesos siempre siempre marcan cuál será el resultado final) su pieza se convirtió en una presentación deslavazada de ideas, conexiones, canciones, ocurrencias, planteamientos no desarrollados, apuntes escénicos y posibilidades por explorar. Y, como necesita un pegamento que una los pedazos, ha decidido que ese pegamento es su morro. Y así, Cristina, nos embauca como un vendedor de los tiempos de la depresión, con sus elixires mágicos, sus disparatadas ideas, su artesanía low-fi, su mezcla desprejuiciada de géneros, texturas, formatos y estrategias. En esta ocasión nos presenta los primeros pasos de su nuevo proyecto, “La hipótesis del agitador vortex”, título que no explicó. Y salió a escena con un disfraz de Flash Gordon para explicarnos sus primeras ideas. Cuando todos empezábamos a pensar que Cristina no tenía demasiado que enseñarnos, alguien del público se lo echó en cara, lo que derivó en una incómoda discusión que Cristina intento zanjar con un “pues pide que te devuelvan el dinero, yo que sé”, la trifulca creció hasta que el indignado espectador saltó al escenario y empujo a la artista. Algunos espectadores saltaron al escenario a defender a Cristina antes de descubrir que la pelea se transformaba en un combate de esgrima, floretes en mano entre la Cristina superhéroe y el espectador ofendido. Cristina venció, claro, y ese combate contra el espectador era su forma de vencernos a nosotros, espectadores, encerrados en nuestras reticencias, prejuicios y desconfianzas. Cristina es persona de escena y sabe cómo cautivarnos, arrancarnos la risa y ganarse nuestra complicidad. Con morro. Con mucho morro. Como el vendedor de crecepelo que, subido en su caravana, sabe engañarnos y hacernos creer en las posibilidades increíbles de algo que, hasta hace tan sólo un momento, parecía agua embotellada.

 TU PERRA

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Carta a un joven imbécil #1 Pablo Caruana. Día 7: principios fundacionales

 

valle1894

Valle Inclán, joven idiota a los 28 años

 

DÍA 7: domingo 6 de octubre.

PRINCIPIOS FUNDACIONALES

Por ya acabar: hagamos una declaración, un manifiesto, una defensa, esas cosas que se suelen hacer al principio.

A mí el teatro me ha cambiado la vida varias veces. Así, como suena. ¿Qué quiere decir cambiar la vida? Me la ha ensanchado. Vaya porquerías me he tragado, otras no tanto, por muchos trabajos me he interesado, he leído sobre ellos, me he documentado, he visto lo que se quería hacer y a donde se llegaba, he estudiado, he reacomodado mi posición de observador para poder activar la cabeza con cualquier cosa apreciable que consigo captar. Y así he sobrevivido. Y he crecido. Pero siempre con algo en mente, con la certeza de una posibilidad, la de poder encontrarme con “eso” que me he encontrado varias veces: con un montaje capaz de cambiar el mundo, de desajustarlo, de barrerlo, de darle otra luz, de iluminar rincones que estaban quietos. Al decir montaje valga también compañía o creador (muchas veces no es sólo una obra, sino el ir acompañando el trabajo de alguien, no podrías decir: fue esta obra, pero bueno, por simplificar hablaré de montajes).

Por eso estoy en esto. Sino, para qué. Todo empezó con lecturas, intuyendo en los libros de teatro, que eran más fáciles de leer, las páginas pasaban más rápido y te creías que eras devorador… En esas lecturas empecé a vislumbrar que algo pasaba en esto de la escena, sobre todo en los silencios que eran tan evidentes, con todo su peso, en las hojas de Chéjov ¿Qué eran esos silencios suspendidos entre letras de tinta? Pero bueno, dejemos los libritos quietos. Hagamos una lista (en teoría no soy nada de listas pero que sería una declaración de principios sin contradicción alguna) de las obras que me cambiaron y cambiaron el mundo tal y como lo entendía.

La primera, alguna tiene que ser (y paso de hablar de cuando fui niño), fue una tarde en el María Guerrero, como unas seis horas seguidas, yo tenía 19 años. “Comedias bárbaras” de Valle montado por José Carlos Plaza, con Toni Cantó haciendo de Cara de Plata y Pellicena en el papel de Juan Manuel. Ahí es nada. No era un niño, pero lo viví como tal, oscuridad, seis horas y sensación de ruptura del tiempo total. Tele-transportación valleinclanesca. Galicia medrosa y curva. No importaban los gritos, los desaciertos, los bajones, mis meninges sudaban de aceleración bendita.

Segunda, “La Iliada” de Teatro de los Andes (Bolivia) en el Festival de Cádiz del 2001, creo. Primer y grato encuentro con el tercer teatro, pero no de Barba, sino de su discípulo rebelde Cesar Brie. Capacidad estética y política unidas, disciplina con los ojos centrados, artesanía teatral total donde la paja es fuego y chispa, donde el espacio se modula y se transforma. Y un continente entero que en escena se desangraba y al mismo tiempo se me abría. Cuánto he bebido y aprendido del teatro latinoamericano.

Tercera, Rodrigo. “Compré una pala en IKEA…”, ya me quedé flipado con “Borges” pero fue con el estreno en la Cuarta de IKEA, año 2003, creo, cuando flipé, con Juan, Rubén y Patricia. Me leí todo de Rodrigo, hasta “Matando horas” y “Martillo”, me vi todos los videos que pude y encontré de obras anteriores. Potencia escénica y potencia textual al mismo nivel. Piensa con tu cabeza, no con la de otros. La puta palabra ética siempre ahí presente, la tristeza, la rabia. Todo eso hecho espacio, luz y ritmo. Hecho escena.

Cuarta, “2004 (tres paisajes, tres retratos y una naturaleza muerta)”, de Carlos Marquerie, año 2005. Montse y Emilio en escena, y Carlos con careta, barriendo ese espacio tan extraño, que iban recorriendo en zig-zag. La artesanía hecha escena, el ritmo escénico de la baja pulsación contemplativa convertido en un ruido sordo. La muerte, la puta cara de la muerte y del dolor, de la ausencia, de la soledad. Mirada larga y profunda que llegaba hasta donde no había visto llegar a nadie. Hecho ritual de enfrentamiento con lo inevitable. Hasta el fondo.

Luego hay más, claro: “Sin correa” de la Córdoba, alguna del Sportivo Teatral de Argentina como “El pecado que no se puede nombrar”, ver a la Erna Ómarsdóttir bailando en “My movements are alone like street dogs” de Fabre, , ver al Tato Pavlovski en escena, la poesía escénica de Aristides Vargas en “La edad de la ciruela” o en “Nuestra señora de las nubes”, “Los muertos” de Beatriz Catani, el “Naira” de la Candelaria, “El adolescente” de Federico León, “Cuando la vida eterna se acabe” o “Ni sombra de lo que fuimos” de La Zaranda, “La Divina Comedia” de Castellucci, “La casa de la fuerza” de la Liddell…

Esto es para mí lo decisorio. Esa capacidad del teatro de cambiar el mundo, de cambiarme a mí. Poder ver que mientras va avanzando la obra, todo alrededor, edificios, calles y ciudadanos va cambiando, mutando. Por eso estoy en esto, por eso escribo ahora, por eso me he metido a estas Cartas a un joven imbécil.

Pablo Caruana
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Carta a un joven imbécil #1 Pablo Caruana. Día 6: cronicar

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DÍA 6: sábado 5 de octubre.

CRONICAR

Ayer asistí a una noche bien bonita de teatro. Ambientazo, lleno total, tres propuestas escénicas y una instalación en esto que han llamado en Pradillo “Apuntes en sucio”. Lo bueno de la propuesta era que lo que se planteó en escena eran eso: declarados apuntes, pequeñas invitaciones abiertas, sin ánimo de estar acabadas. Y las tres al unísono estaban planteando abrir la escena, ver con libertad que todo puede caber en ella. Y eso mola.

Sorpresón de Horman Poster, colectivo bilbaíno de quien nada sabía. Además gestionan un espacio allá que se llama Muelle3. Fueron capaces de iluminar un rincón que siempre vi mal utilizado en Pradillo, la puerta del fondo que da a camerino. Y lo hicieron con vela, con tiempo pausado y con actor maquillándose de Pierrot frente al espejo. Grandes. Y sacaron a un bebé a escena que dominó el espacio como nadie, y encima lo acompañaron de una frase estupenda de Benjamin. Y ahí se acabó, apuntes que miraban posibilidades, que sugerían a cada rato pequeños caminos y significados…

Luego les tocó el turno a PlayDramaturgia. Colectivo del que no me entero muy bien quienes son pero voy conociendo. Para mí que era la primera vez que presentaban algo en un teatro madrileño como Pradillo. Bueno, me imagino que cada uno de ellos habrá hecho sus cosas individualmente, sé que Ruffoni estuvo con algo en el Garaje Lumiere, me imagino que otros tanto lo mismo…. Pero creo que no me equivoco en decir, que como colectivo, lo de ayer, tenía mucho de presentación en sociedad.

Así que la cosa tenía su importancia. Y su propuesta fue nítida: la vocación de convocar que siempre han tenido como colectivo (su propuesta se basa en una invitación a artistas plásticos a hacer en escena); y un primer apunte dirigido a mirar atrás, a mirar nuestro pasado y nuestra historia. Sofía Montenegro era la artista, su trabajo: sobre la censura franquista en el teatro. Creo que antes ya había trabajado sobre la del cine. Puta madre, pensé yo. Solo creo en los modernos que tienen el cuello dolorido de tanto mirar atrás, me dije. Los otros me dan horror vacui.

Salió Ruffoni y habló y contó, y parecía bien interesante. Las charlas con una persona mayor que había pasado por todo aquello con conciencia y luchando desde el silencio impuesto, las acciones que se habían quedado por el camino… A mí, particularmente la de enviar los textos censurados a asociaciones pro fascistas me parecía bien potente. Finalmente optaron por liar a dos personas de Pradillo para que fueran leyendo unas tarjetas con los textos censurados y con las evaluaciones de los censores, tarjetas que estaban dispuestas en una mesa muy bien iluminada y muy frontal. Se leyó bien, funcionó. Las burradas de los censores y su claro objetivo en pos de un arte inerte, fueron oyéndose en escena. Olía a España autárquica y hermética, a berza hervida. Pero me quedé pensando en que aquello había quedado demasiado amable. ¡Coño!, me dije, esto lo pones como intermedio entre dos premios de la gala de los Max y funciona, gusta, emociona y nos tranquiliza como ciudadanos bien pensantes que votan al PSOE. Más tarde cavilé y me da a mí, desde la distancia, que Playdramaturgia quiso fijar. El problema de querer fijar. Fijar para solucionar o fijar porque encontraste. Me quedé con ganas de que nos hubieran contado más, de que hubieran encontrado la manera escénica de plasmar lo que se intuía, de que hubiesen sido capaces de apuntar suciamente un cuerpo en escena.

Luego le tocó el turno a Cristina Blanco. Anda liada en un nuevo proyecto que creo ha estado trabajando en la Casa Encendida. Está empezando y, con toda la chufla y la generosidad, en Pradillo apuntó por donde va. Ahí anda, componiendo desde la alteridad y la confrontación escénica de lo dispar. El proyecto respira por todos los poros las características de su teatro: lo que parece no hecho, la libertad de poder hacer, la tecnología artesanada, el humor, y lo sorprendente, la capacidad de la sorpresa que te hace pensar que no es posible lo que estás viendo al mismo tiempo que te provoca una sonrisa placentera ante el hallazgo. Como era eso del Conde de Lautréamont del bello encuentro fortuito en una mesa de disección de una máquina de coser y un paraguas… Pues eso, el teatro de Blanco lo tiene. Fue un apunte rápido, con la conciencia de estar comenzando y con toda la sorna, bendita sorna, del mundo.

Apuntes sucios estará todo el fin de semana. Hoy viernes, que escribo, estarán Itsaso Arana, Gabriel Azorín y Celso Jiménez como primera propuesta, Ana Salomé y Sandra Gómez, programa que se repetirá el domingo. Hoy sábado que leen, volverán a estar Herman Poster, Cristina Blanco y Play Dramaturgia, estos últimos con otra propuesta. Todo ello muy cubierto de lanas, de ovillos, de lagos acolchados y macetas imposibles de la instalación de Salomé de la que no me enteré de nada, no se puede estar a todas.

Me gusta esta programación cruce de caminos, pequeña invitación, apertura, espacio de encuentro. Y me gusta la grada que han pillado en Pradillo, hasta ya parece un teatro. ¿El consejo?, ah, sí, hagan lo que les gusta, a mí me gusta cronicar, que el DRAE dice que es un verbo que no existe.

 

Pablo Caruana
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Carta a un joven imbécil #1 Pablo Caruana. Día 5: la simulación culpable

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 Protegedme de lo que deseo, de Rodrigo García

 

DÍA 5: viernes 4 de octubre.

LA SIMULACIÓN CULPABLE

Va sin coña, mi mail bulle. Hoy he recibido varios mensajes, todos me apoyan, uno me habla de su abuela y todo lo que aprendió de ella, otro me dice que el texto de Cohen lo han leído en el ensayo y ha cambiado todo el rumbo que estaba tomando la obra, otros me dan simples palmadas en la espalda y me instan a que siga escribiendo otra vez. De la chica de danza no he sabido nada, del “quetedencaruana@…” tan sólo he recibido un inquietante mail que dice: “pufffffff”.

Estaba pensando, en cómo debe afrontar, ya sea uno actor, iluminador, crítico, director de un festival o lo que sea, las reacciones exteriores al trabajo propio. Este es un gran tema. Mucho se ha hablado del montaje siguiente a uno que tuvo éxito, mucho del miedo del artista ante el estreno… Sobre esto último diría más: yo lo he visto, el miedo, digo, en plena acción. Semanas antes de un estreno he visto creadores incapaces de escuchar nada sobre sus montajes, creadores que sabiendo de su debilidad se protegen todo lo que pueden. Incluso he visto a un director español, pero de renombre europeo, cambiar un montaje después de una crítica. Bueno, este último caso es el más esperpéntico y quizá el más fácil de evaluar.  Pero la pregunta no es fácil ¿cómo afrontar el elogio, cómo un pequeño éxito o cómo una pequeña derrota? Lo primero que hay que tener en cuenta es que si esto pasa es porque uno ha hecho, y eso ya está bien. Hacer tiene que ver con quedar expuesto, no es fácil.

Dicho esto y aunque sea un método bíblico no hay nada mejor que la anécdota ilustrativa: yo tengo un primo que es de Cáceres, siempre tuvo con nosotros, capitalinos de pro, un poco de distancia resentida, de auto complejo provinciano. Era un tío listo pero a su manera, con lógica paralela y extraña para una familia llena de matemáticos e ingenieros. En unas navidades en Pamplona, eso sí que eran navidades, la casa de los abuelos con el jardín nevado, la chimenea donde veíamos a los mayores reír y tomar… Bueno, unas navidades a este primo le regalaron un aparatito lógico-deductivo. Como era de los pequeños de los primos a los cinco minutos ya se lo habían quitado. En toda la noche no le dejaron jugar con él (recibíamos los regalos de Papá Noel por la noche). El juguete tenía varios niveles, dos de los primos más matemáticamente listos se pusieron a competir. Al final, quedaron empatados, digamos, en el nivel 7, nadie pasaba al 8.

Acabada la noche, todos no fuimos a la cama. Al día siguiente, después de desayunar, mientras unos jugábamos con el nuevo Petrópolis y otros seguían desperezándose, mi primo de Cáceres como quien no quiere la cosa cogió su juguete, se puso a ello y pasó al nivel ocho. Al principio, la reacción fue bochornosa. Uno de los que había quedado finalista se lo hizo repetir porque no se lo creía. Mi primo lo repitió, después de unos minutos de cierto estupor todos empezaron a felicitarlo, me acuerdo que yo me quedé muy contento, durante el resto de navidades todos los primos cambiaron la consideración en que tenían a mi primo el de Cáceres y empezaron a hacerlo mucho más participe de los juegos y a tener más en cuenta su opinión. Yo, como disléxico que soy, me alegré mucho. Siempre me cayó bien este primo. Hace poco, hará un mes me lo encontré por la calle en Madrid y nos tomamos una caña, no sé por qué le recordé la anécdota, él me miró sombrío y me dijo: “Sí, ya recuerdo, fueron las peores navidades de mi vida, lo pasé horrible, aquella noche de la que hablas me la pasé jugando como un energúmeno al juego cuando todos dormíais. Fue obsesivo, me decía: “joder yo debía tener diez años, y me juré que no pararía hasta pasar aquel puto nivel”. Al día siguiente, simulé que lo hacía con total naturalidad. A partir de ahí, me sentí una mierda todas las navidades”.

Y mi hija, que está leyendo esto y ya está demasiado espabilada me dice: “Ya, pero si lo hubiese hecho de verdad (pasar al nivel 8, dice), ¿qué tendría que haber hecho?, ¿hacerse amiguito de su primo que antes lo trataba tan mal?”. Y pienso, que puta razón que tiene la niña, el problema más que obtener “éxito” por una u otra vía, sea cual sea, es cómo gestionarlo luego. Mi primo no lo pasó mal por el engaño, sino por aceptar pasar a una liga que deseó tanto como detestó. ¿Qué coño es lo que queremos? ¿El objeto en el que focalizamos el deseo u otra cosa? Ten cuidado de lo que deseas. “Protegedme de lo que deseo”, Rodrigo García dixit.

 Pablo Caruana
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Carta a un joven imbécil #1 Pablo Caruana. Día 4: aprovechemos a nuestros mayores

 
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Juan de la Zaranda
DÍA 4: jueves 3 de octubre.

JUAN

Lleva tres días lloviendo. Ahora sale el sol y es todo muy antipático. Estoy de los consejos de la señorita Pepis hasta los mismísimos. No sé qué decir, llevo mascullando todo el día. Trabajo en una multinacional y me paso todo el día hablando de dinero. Normalmente lo hago con buena cara y alegría, la justa, pero hoy me dicen que me ven taciturno. Debiera estar taciturno por mi trabajo y mi posición ante él pero mi cara avinagrada se debe más a esto que no sale, a este mascar sin dientes. Pienso en decir esto o aquello, me doy cuenta que no es eso y que lo que quiero decir se me va de entre las manos sin poder asirlo. Es más, en muchos momentos del día creo que no tengo nada que decir, pero sé que algo se pasea por mi cabeza y quiere salir. Son ya las seis de la tarde, me comprometí con Perro Paco a entregar mi consejo diario todos los días a esta hora.

Pero pronto por la tarde ya sabía de qué iba todo, va de Juan, mi maestro. Murió hace poco. Cuánto lo echo de menos. Y no es que quiera transmitir miles de consejos que me fue dando a través de los años, más con su manera de hacer que diciéndolos. El consejo es simple: aprovechemos a nuestros mayores. Las guerras generacionales, son eso, puro invento. Guerras para arribistas de pedestales: “para lo único que sirven los pedestales es para caerse de ellos”, decía Juan.

Creo que la lección de teatro mayor que he recibido fue con Juan en su casa, en Jerez, cuando me explicaba como un niño como había ido construyendo el enorme tren eléctrico que tenía en el salón. Como había ido comprando cada pequeña pieza, dónde estaban los pastores, la señorita de falda roja, el pozo y la gente que iba a sacar agua… por tener tenía hasta un teatro. Puta artesanía de la representación.

Hay un pequeño texto de su hermano Eusebio que podéis leer acá.

Pablo Caruana
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