Carta a un joven imbécil #3 | Óscar Cornago

Letrina

la equivocación es tu vocación

equívocate cada día un poco

(para irte preparando para las grandes equivocaciones)

esto será tu tarea personal, una misión íntima

es tu secreto, son tus errores

es tu espacio más intenso de trabajo

tus mejores obras serán tus mejores errores

ERRAR

es lo que se te escapa

(por el culo)

no se le puede poner palabras

y solo a la larga irá tomando cuerpo, densidad y olor

mucho olor

será tu modo de estar en el mundo, de estar en escena

de apestar tantos y tantos proyectos hechos para redimir

para enseñar, entretener, salvar a los otros

para que el arte sea mejor (como tú), para que tu —mi— trabajo tenga por fin algún sentido

(cuando en realidad solo tratas de salvarte a ti mismo porque no puedes más con tu propia mierda; en lugar de disfrutarla, se la das envenenada a los demás)

será tu modo secreto de hacer las cosas

de hacerte y deshacerte a ti mismo

en tu soledad de mierda compartida

con tantas otras soledades

por lo demás no te preocupes

trata de hacerlo lo mejor posible

lo mejor posible en relación a lo que te han enseñado

lo mejor posible en relación a lo que has visto y lo que te gusta

lo mejor posible en relación a lo que se espera de ti

lo mejor posible en relación a lo que te gustaría ser

lo mejor posible en relación a lo que has soñado

lo mejor posible en relación a todo

hazlo cada día mejor

esfuérzate mucho

Y LUEGO CÁGALA

pero, ojo, cágala con cuidado, con delicadeza

con AMOR

no creas que esto de cagarla se puede hacer de cualquier manera

anunciándolo a bombo y platillo como si se tratase de una obra más de mierda

déjate de malditimos y marginalidades

(son el peor tipo de ego)

el ego es lo primero que te tienes que empezar a meterte por el culo

bien desde jovencita

para que luego te salga con menos dolor

y con el ego los juicios

tus maravillosos criterios y acertados valores

que van sosteniendo tu ego

cada vez más fuerte, más robusto, más estúpido

los valores que te sirven para valorar

las buenas obras y las malas obras

los buenos artistas y los malos artistas

los buenos textos y los malos textos

los mismos valores que te sirven para sentirte tú mismo como aspirante al grupo de los buenos y luego como el mejor de entre ellos

serás la mejor puta de la escena

y cada día un poquito más adentro

esto es una práctica para toda la vida

hasta que te quepa todo entero

todo el paquetito entero

con todos sus juicios, prejuicios, valores, criterios y fundamentos

luego te creas otro ego

lo vuelves a trufar de valores varios

y vuelta a empezar

es una práctica oscura, ya lo sé

no es fácil de entender

dedícale tiempo

y FÉ y sobre todo FÉ

la construcción de egos te servirá para hacer buenos espectáculos y confundir al público haciéndoles ver que eres un artista polivalente, proteico

un artista multimierda

expondrás tus valores y tus razones, lo entenderán y te aplaudirán, y si no te aplauden, prueba con otros valores y otras razones, ves cambiando hasta que encuentres la dosis adecuada de aplausos

(pero, cuidado con pasarse de aplausos, se te puede inflar el ego y luego te costará un horror evacuarlo, esto es peligroso sobre todo cuando estás tierna, es decir siempre, porque tú siempre estarás tierna y viva, y sufrirás mucho si se te atranca el zurulo en mitad de la caída, luego vendrán las almorranas y será fatal, vas a echar mierda hasta por las orejas, no volverás a cagar a gusto; así que no descuides tu buena cagada diaria)

y mientras te estén aplaudiendo

irás amasando tu mierdecilla, laboriosamente, con mucho amor

recuerda que es un trabajo arduo

que lleva toda una vida

no quieras cagarla toda de una vez

requiere concentración y buen hacer

venga ego para dentro, y cagadita para afuera

y otro ego más, con sus elocuentes juicios y sus sabias razones

y otra cagadita más

y otro ego más, rebosando ética y principios morales

y un cagalera mayor todavía

una plasta de benditos compromisos con la humanidad y contigo misma como reina de reinas

al principio chiquitas, luego vendrán más grandes, con más valores y fundamentos

con más concepto y mejor ritmo

las cagaditas serán tu secreto, el mal olor que te acompañará

lo peor que sale de tu cuerpo

pero no lo olvides, también es la parte más frágil de ti misma

tu verdad más apestosa

por eso han de ser sutiles, casi imperceptibles

(el olor ya hablará por ti, descuida)

eres tú misma deshaciéndote en forma de heces

si los demás se dieran cuenta, ya no serían cagadas, sino un ego más, cubierto de mierda, como todos

pero los egos nos los meteremos por el culo a base de exhibirlos

lo importante no son las exhibiciones

sino las cagadas en mitad de la exhibición

las cagadas en la intimidad de tu propia exhibición

en mitad de tu vida

es el momento de la fractura, del accidente

la apertura al vacío

es el momento más intenso

la caída del santo zurulo

acarícialas, rebózate en ellas, son tu mayor secreto, son tu fuerza, eres tú misma

quiérelas y no dejes de cuidarlas

no les des la espalda

(estarás perdida en manos de tu ego de mierda que te dará de hostias por aquí y por allá y no sabrás ni por dónde te vienen)

hazte fuerte en tu cagada, en tu cagada diaria, de todos los días

levita en la caída

concéntrate en ese momento, piénsate y quiérete

en el momento de deshacerte y darlo todo por detrás, sin que nadie se entere

de ahí sacarás tu fuerza, tu estilo, tu originalidad

serás única, porque no hay dos cagadas que huelan igual

no pasarás a la historia, pero serás feliz

nadie es más feliz que quien la caga mejor, más a gusto, con mayor alegría

(algunas incluso pasaron a la historia, pero de lo felices que eran ni se enteraron,

y se terminaron cagando en la misma historia)

nadie sabrá tu secreto, porque dará asco acercarse a ti

le dará asco a los profesionales del buen olor y el buen hacer

a los que buscan algo de ti distinto a esa putrefacción maravillosa que llevas dentro

a los que te recomiendan que uses otro perfume

que te dediques a otro tipo de espectáculos

todavía más apestosos, sin apreciar ese tesoro que está en tu cuerpo

pero no te preocupes, te seguirán aplaudiendo mientras exhibas tus egos de mierda

(y reconozcas los suyos, con eso basta, reconocer el ego de los demás)

sonríe y sé amable

para entonces ya habrás cogido experiencia

y tendrás el culo como un bebedero de patos

por el que egos y juicios saldrán a raudales cada noche

mientras sonríes sentada en tu trono, tú y tu mierda

no te comportes como esos gilipoyas que van por ahí de artistas raritos gritándole a todo el mundo

(no creas que la cagan muy bien, por más que hagan buenos espectáculos)

una cagada no es una cuestión de credibilidad, ni de representación, ni de aplausos y reconocimiento

es algo mucho más secreto, oscuro como el agujero del que sale

exhibe tus egos, disfrútalos, juega con ellos

y luego vuelta a cagarla, con delicadeza, con cariño, es tu vida lo que te va en ello

es tu arte

no la cagues de forma descuidada

prepara el momento, el espacio, prepárate tú, eres tu mejor público

piensa en tu mojón humeante

y haz fuerza sin que nadie lo note, disfruta la sensación, siente como sale sin que nadie lo perciba, nota cómo la estás cagando, en mitad del escenario de tu propio desastre

sonriéte y gózalo

es tu obra, tu santa equivocación, tu mejor error, el más negro, el más apestoso

quiérete según tus cagadas

ten fe en ellas

y quiere a los demás también según sus cagadas

no le preguntes a nadie por ellas

es una cuestión de fe, y voluntad

se intuye, se huele

el que la caga bien sabe reconocer a otro buen cagador

son hermanas de plegarias

no hacen falta palabras, ni hay que alardear de ello

no hacen falta criterios ni valores

basta con tener el olfato preparado para sentir esa peste inmunda que nos devuelve la vida

cada noche agachadas en nuestra capilla

es un estilo, el estilo del buen cagar

y una forma, de amarte a ti y amar a los demás

todo un arte, el verdadero arte de la vida, la gran cagada

nunca juzgues a los otros por ello

juzga sus espectáculos, sus aciertos, esas minucias que proyectamos sobre los demás para que nos valoren, esa mierda que empaquetamos cada día para que no lo parezca

pero nunca sus cagadas

una cagada no se valora es solo un motivo para querer y quererse

con el tiempo te irás olvidando de hacer juicios

porque los espectáculos de la vida te interesarán cada vez menos al lado de la inmensidad que se abre con cada buena cagada

al lado de ese culo abierto al infinito

no pensarás en otra cosa, ni en obras ni en performances ni en piezas

pensarás solo en lo fundamental

SEGUIR CAGÁNDOLA

(sin obra ni representación, ni siquiera proceso)

pensarás en las tuyas y en las de los demás, en las cagadas artísticas, en las cagadas personales, en las cagadas de pareja y en las familiares, en las cagadas de todo tipo, en la gran cagada del mundo

y te sentirás llena de una inmensa capacidad de amor

que te dará fuerza para continuar con tu tarea artística

tu misión apostólica

les darás fuerzas a las demás

todas seremos artistas finalmente

porque todas estaremos cagándola hasta el final de los tiempos

la humanidad entera, como lo ha hecho siempre y lo seguirá haciendo

porque cagar es una obra de amor

es nuestra obra de amor

la auténtica fenomenología del espíritu

la verdadera crítica de la razón, la moral y el juicio estético

y cada vez juzgarás menos

porque juzgar nos mata

y cagar nos da vida

ay, hermanita, los juicios son cosa de muertas

de muertas vivientes que van poniéndole nota a todo lo que ven, especialmente a aquello se parece más a ellas mismas

con sus benditas razones éticas y valores estéticos

seguirán cortando cabezas

diciendo lo que está bien y lo que está mal

prometiendo la vida y dando muerte

pero tú estás viva, mi joven hermana

te siento con unas ganas infinitas de cagarla

porque seguirás cagándola como solo tú sabes hacer

concentrándote en lo único

EN EL AMOR

a tu mierda

serás la mejor oliendo lo más oscuro que sale de tu cuerpo, verás a Dios

entenderás el arte

de cagarte patas abajo con las bragas bajadas

sé que no es fácil

es un concepto oscuro y no hay recetas

tendrás que encontrar el camino tú sola

continúa, mi hermana

siguiendo el rastro de esa peste que va saliendo con timidez de ese cuerpo joven

cada día irá oliendo peor, créeme

tu mierda, mi niña, tu mierda

huélela, disfrútala y sé fiel a ella

y en momentos de crisis, no lo olvides

meterte tu ego por el culo suele funcionar bastante bien

tu ego con el paquetito completo de juicios y pensamientos amasados en mitad de tanto mal olor

y así cada vez estarás más viva

con el culo más abierto

y los juicios te entrarán y te saldrán, como los egos

uhhmmm QUÉ PLACER

ya lo puedo oler

y continuarás cagándola y amando a todos los que la cagan

(es decir, a casi todos, incluso a un par de imbéciles que a falta de juventud ya no les queda más que juicios que han ido amasando a lo largo de la vida para sentirse mejor; estos también la cagan, pero con tanto juicio perfumado no da ni para oler su rica mierda)

amar y cagar

mi joven hermana

amar y cagar

amar y cagar

amar y cagar

Óscar Cornago

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La conquista del Real o la cabra no es un perro

La conquita de México. De Wolfgang Rihm. Director musical: Alejo Pérez. Director de escena: Pierre Audi.Teatro Real.

El día de la función me desperté sobresaltado. Me había quedado dormido y corría el riesgo de ser víctima del afán recaudatorio madrileño por eso de tener coche. Sin dudarlo me puse unos pantalones, las gafas sobre las legañas y algo despeinado me arrastré hacia el vehículo. Al salir a la calle en la glorieta del emperador Carlos V estaba desorientado. De pronto me encontré atrapado entre una multitud. Al vislumbrar la tercera bandera y analizar un poco al personal, caí en la cuenta, era el día de la hispanidad,  representaban “La conquista de Mexico”, y yo era un indígena caminando entre las tropas imperiales.

A veces tengo una sensación parecida cuando acudo con mi “modesto” abono de gallinero al teatro de ópera y en las plantas inferiores los diseños de pasarela hacen estragos, pero en días así siento como si el teatro me perteneciera más a mí que a ellos. Un estudio revelaba hace poco que el 75% de las óperas que se programan en el mundo estaban compuestas por un grupo de ocho o nueve compositores en total: Mozart, Wagner, Verdi… Bueno, en mi opinión  Mortier ha conseguido a pesar de todo ofrecer al público nuevas vías que explorar y experimentar, con menos aplausos, eso sí. Si he de ser sincero, no puedo evitar tener dudas en el gusto estético de muchas cosas a partir de la segunda escuela de Viena, salvando notables excepciones como el Wozzeck de Alban Berg (imponente), La conquista de México de Rihm, o El perfecto americano de Philip Glass, (con esta última me aburrí bastante máss), que además han sonado este año allí. Escuchar todo esto me parece un ejercicio formativo y vitalmente necesario.

Cuando al terminar la ópera, la simpática octogenaria sentada a mi izquierda, que solidariamente había aguantado la totalidad de la representación sin tomar las de Villadiego, me comenta pidiéndome paso y casi sin poder dar palmas: “Estoy al borde de un ataque de nervios”, no sabía que su comentario y mi respuesta podrían ser tan acertadas: “Sí, es dura…” le contesté. Y es que antes  no me había dado tiempo a leer absolutamente nada sobre lo que íbamos a presenciar.

Después comprendí que la producción era un éxito, entendida casi como un viaje musical y visual con la disonancia como absoluta protagonista, y la anarquía y el sufrimiento como elementos escénicos fundamentales. Me pregunto que hubiera pasado si la banda sonora de “Cabeza borradora” de Lynch la hubiese compuesto alguien como Wolfgang Rihm. El caso es que la pobre mujer estaba precisamente en el estado que busca Rihm en el espectador.Cuando abráis el programa antes de empezar, os sugiero que os saltéis el argumento (realmente no lo hay), vayáis directamente al poema de Octavio Paz, y al análisis de Russomanno por la importancia del teatro de la crueldad de Antonin Artaud, auténtico motivador de esta obra.

La disposición poco convencional de la orquesta y el coro logra efectos musicales bonitos, con notas y dinámicas que se filtran constantemente en esta maraña sonora. La representación se vuelve casi esférica con el buen trabajo de los músicos y unas excelentes voces, que a veces nos envuelven, acercan o alejan de la butaca. La importancia de la percusión, perfectamente ejecutada, queda patente al comienzo, me quito el sombrero. Un trabajo escénico muy logrado ,la impresionante Ausrine Stundyte en el papel de Montezuma (sólo canta en dos funciones), y la presencia en el escenario de Ryoko Aoki como Malinche ponen la guinda a un denso pero interesante pastel.

Últimas recomendaciones: No se os ocurra sentaros sin ir a mear, puesto que son 105 minutos sin descanso, y sabed que hay importantes descuentos para menores de treinta y de última hora.

Que la disfrutéis, o no.

El Duque del Kas

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Pedro y el lobo

 

A mí me gustan los clásicos. Un clásico es un clásico porque habla directamente a la sociedad actual. Perdonen el tópico, pero…

Dejando a un lado la broma, frases así han sido dichas tantas veces que casi forman parte de nuestro ADN. ¿Qué es lo que significan? La mayoría nos las tragamos sin masticar igual que se traga una culebra su tentempié. Pensemos: un clásico habla a sus coetáneos y es espejo de una sociedad que muchas veces poco o nada tiene que ver con la de hoy en día. La burocracia, los códigos, la cosa del honor… son simplemente otros. Me cuesta mucho pensar en un Lope de Vega, pluma de ganso en mano, imaginando en cómo el hombre del futuro leería sus textos 500 años después, dirigiéndose a él, estableciendo con él un ten con ten directo y desdeñando al parroquiano de a pie. Boberías. El hombre del futuro es uno de esos conceptos vacíos a los que nos hemos acostumbrado demasiado. Estaría mejor decir: un clásico puede hablar a la sociedad actual -al hombre presente- dependiendo de cómo se le trate. Si se le trata mal, un clásico es una soberana estupidez.

Es cierto que el objeto de análisis de una buena obra de teatro -un clásico- es el hombre y éste ha cambiado más bien poco en taytantos años. Los temas universales: el amor, la muerte, la mentida, la verdad… son eso, temas universales y apenas sufren variaciones (aunque sí cambia el prisma desde dónde se abordan -si no, ¡menudo coñazo!-)

(He intentado encontrar el fragmento donde Michi dice: “en esta vida se puede ser de todo menos un coñazo”, pero ha sido imposible)

Ha cambiado, al menos, el envoltorio, lo que rodea al ser humano. Las circunstancias, que diría alguno. Yo soy yo y…

Por lo tanto, ¿para qué sirven los clásicos? No seré yo el que dé una respuesta clara. No la tengo. El tema es complejo. Dejando a un lado la calidad literario-dramática que se supone a un clásico igual que el valor a un torero y la valía histórico-antropológica; de un clásico se pueden extraer diversas enseñanzas -perdonen el paternalismo- para no volver a tropezar con la misma piedra (tarea titánica). Un clásico también es patrimonio: si cuidamos nuestras ruinas, también debemos cuidar nuestro teatro, ¿no?

Con un clásico se debe poder hacer algo más que guillotinar versos y versos para que el espectáculo encaje en los tiempos de representación habituales hoy en día. En esto creo que la versión de Ignacio García May es clara, ágil, bien. Lo que hay que hacer con los clásicos es intentar que hablen al hombre del presente de forma directa (aquel hombre del futuro de antaño hecho cuerpo). Por supuesto que esto, con un buen tratamiento escénico, puede hacerlo uno de los textos más importantes del barroco: La verdad sospechosa de Juan Ruiz de Alarcón.

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Bueno, a lo que vamos.

A mi parecer la directora de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, Helena Pimenta, se ha quedado corta. Le ha salido un clásico un tanto avinagrado. La verdad sospechosa de J. R. de Alarcón es el cuento de Pedro y el lobo. Al final hay una visión moralista que puede molestar a propios y a extraños, a mí no me importa.

El caso es que la directora se ha empeñado en dar al montaje un toque de contemporaneidad que no deja de ser ornamento. Hay que viajar más allá de los manidos tópicos. El montaje se queda en envoltorio vacío, en chimpún. Una gran escenografía practicable, unas cuantas proyecciones, unos letreros de COMPRO ORO y poca cosa más. Comparto la buena decisión de cantar algunos versos y del pianista, pero si me pones un pianista no me metas luego violines grabados ni hagas salir a un actor 30 segundos para que haga como que toca la flauta. Estás tirando piedras a tu propio tejado. La mayoría de las veces: menos es más (toma consejo del abuelo).

Ni que decir tiene que las luces de Cornejo son un espectáculo en sí mismo. Bravas.

Luego está el problema del verso del siglo de Oro, de cómo decir el verso. Mucha gente cree que no entiende el verso porque no han visto a buenos actores decir bien el verso. El verso dicho por un buen actor se entiende a la primera todo todito. Sin hacer esfuerzo alguno. El verso es la prueba del algodón para un actor. Los dos protagonistas de la obra tampoco están del todo finos en esto. Sí lo están algunos de los secundarios. Comparando a unos y a otros rápidamente nos damos cuenta de la diferencia entre  decir bien el verso y decirlo mal. Uno se entiende, el otro no.

En el montaje sobran algunos minutos, pero más o menos se deja ver. Aunque esto no es, ni debería ser nunca, suficiente. Los montajes de textos clásicos son montajes actuales -ante todo- y es un retroceso que se alaben estas puestas en escena solo por tener el valor de: puestas en escena de un texto clásico. Cosa que es obviedad y no habla en ningún caso de su calidad.

En algún momento alguien recomendará que se vaya a ver el montaje de un clásico con fervor porque de verdad nos habla a nosotros (los hombres del presente) y nos pasará lo mismo que pasa en Pedro y el lobo.

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Otro Perro Paco

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Nuestro turno

 

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En estos días he leído con gusto todo lo que se ha escrito sobre el último espectáculo de Angélica Liddell. Todos los perros han estado muy afinados y precisos. Me parecía que no hacía falta añadir nada más acerca del mismo. Sin embargo, han pasado los días y me he dado cuenta de que sigo dándole vuelas al asunto y he acabado sentándome a escribir para ver si así se me aquietaba la cosa.

Lo que me tiene entretenida es el movimiento que se ha generado a partir del estreno y las opiniones que han ido apareciendo. Como han apuntado algunos perros, resultó mucho más inquietante lo que sucedió fuera de escena que lo que se mostró dentro. Es duro ver a Luis María Ansón de pie aplaudiendo entusiasmado; son duras las risas complacientes durante el show; es duro ver a las fuerzas vivas del poder gaylor haciendo genuflexiones; es duro entrar en los Teatros del Canal (sin más); y es duro, en fin, la complacencia generalizada que ha rodeado a la Liddell en su último estreno. Ya nos habíamos olido algo cuando la descubrimos haciendo de Gran Dama de la Escena en la portada de un suplemento de moda de un periódico de viejos. La mediocridad de las fotos, el error del estilismo, y el hecho mismo de que ella apareciera ahí, haciendo eso y diciendo aquellas cosas que decía en la entrevista, daba que pensar. Y piensa mal y acertarás: lo que sucedió alrededor de la obra confirmó que las cosas han cambiado y que las posiciones conocidas hasta ahora se han puesto en cuestión.

Ahora, nosotras somos las traicionadas. “Nosotras” somos las que seguimos a la Liddell desde sus comienzos; las que reconocimos a la fiera; las que descubrimos su poder; las que hemos venerado su talento; las que hemos devorado sus textos; las que creímos que la justicia cósmica se encarnaba en sus palabras; las que gozamos sin fin viajando con su voz. Nosotras éramos Las Buenas, estábamos en el lugar correcto, junto a ella, en el punto de la salvación: frente al Mal, contra lo establecido, en guerra constante con la estupidez, plantándole cara a la mendacidad. Pero ahora, para nuestro espanto, hemos descubierto que el Señor Puta y sus secuaces se han infiltrado entre nosotras y, ahora, parecemos militar todas en el mismo bando.

No han llegado por su propio pie sino que ha sido ella la que les ha invitado. Ha resultado que lo que ella hace ahora es seducir y complacer a aquello de lo que nos iba a librar. Las cosas han cambiado: en vez de estar rabiando y retorciéndose de dolor al oír sus palabras, en vez de pagar por sus pecados como hacían antes, Las Malas, Los Señores Puta, se corren de gusto cada vez que ella abre la boca. Lo que dice, no solo no les duele, sino que les da placer y les hace más fuertes.

Ahora, los dientes que se oyen rechinar son los nuestros. Como decía, han cambiado las tornas y ahora somos nosotras las ofendidas. Ahora nosotras ocupamos el lugar que antes nosotras habíamos asignado a Las Malas. Lo que hace en escena nos parece muy cuestionable y sospechamos que aquello no merece mucho la pena. Nos quedamos ancladas en un pasado que poco a poco va adquiriendo tintes míticos. Entonces, sí que era buena… En los corrillos empieza el concurso de méritos:

–          “Pues yo la vi un verano en la comentada improvisación junto al artista visual Enrique Maty, en Pradillo…”

–          “Pues yo estuve en el famoso estreno censurado de Cádiz…”

–          “Pues yo escuché aquella conferencia sobre la gastronomía que leyó por primera vez en un curso de verano de la Complutense en el Escorial…”

–          …

Nos descubrimos a nosotras mismas atrapadas en la melancolía, en lo que ella ya no es, añorando sucesos que no van a repetirse. Nos descubrimos más conservadoras que nadie. Angélica Liddell no nos va a salvar de nada, ella nunca va a traer la calma. Si antes fue azote implacable de los que ahora le aplauden entusiasmados, ahora ha llegado nuestro turno. Ahora va a por nosotras, Las Buenas, las de la conciencia crítica, las informadas, las listas. Y sabe perfectamente dónde duele, sabe, con certeza, cómo llevar a cabo su maniobra de humillación pública.  Supongo que desde el escenario, nos mira sentadas en nuestras butacas de teatro burgués y nos ve a todas iguales: Las Buenas y Las Malas, finalmente, tenemos el  mismo aspecto. Pero sospecho que, en esta ocasión, las joyas que salen de su boca van especialmente dirigidas a nosotras. Por eso Las Malas ríen con tanto gusto: como para ellas las palabras no sirven para nada y no entienden lo que dice, el espectáculo es vernos a nosotras La Buenas (las que durante tanto tiempo les deseamos lo peor) retorciéndonos  en nuestros asientos de rabia y de despecho. Las Malas no van al teatro a escuchar lo que ella tiene que decir sino a asistir a nuestra humillación demostrándonos cómo su dinero es capaz de comprar hasta a la más fiera y talentosa de todas nosotras.

Y es que quizás, al final de todo, no hay posibilidad de ser buenas. Estábamos tan equivocadas que nos ha costado entender que no hay posibilidad de salvación porque la salvación es conservadora y su precio es la parálisis. Ha tenido que llegar ella a darnos un sartenazo en la nuca para hacernos despertar: hay que ser Mala siempre porque ser Buenas nos hace esclavas de nuestros propios suplementos de dignidad.

La lección está clara: tiene que doler y si no duele es porque apesta. Da igual lo que digas: las palabras dichas en público son siempre la voz del capital por mucho que creamos estar abordando temas “difíciles” por mucho que nos creamos muy comprometidos. Ya no queda posibilidad alguna para el discurso. Lo único que tenemos es la posibilidad de herir. Esta vez nos ha tocado a nosotras recibir el golpe y sentir el dolor. Aprendamos de ello. Hasta que no pasemos el trago de asumir que somos lo mismo que Ansón; que damos tanto asco como la Botella; que nos creemos las noticias de los periódicos porque nos conviene; que vivimos en Majadahonda aunque aspiramos a llegar a Aravaca; que compartimos con la mafia gayer la pasión por el confort, los marcos incomparables y la ropa bonita; que somos tan poco inteligentes como Rajoy; que levamos bigote como Aznar; que nos morimos por Tamara; y que somos muy modernas, no saldremos de este agujero cuyos bordes hemos sentido gracias al show con el que la Liddell ha vuelto a comerles la polla a todos esos indeseables de los que tenemos tanto que aprender.

Yo ya he empezado: me leo la “Hola!” de esta semana desde el principio hasta el final sin rechistar y sin pararme en las fotos.

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Paquita

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El síndrome de Angélica

 

 

Estoy un poco harto de la carnaza que se reparte en todos los corrillos madrileños esta semana. Hay que decir al rey que está desnudo. Vale. Esta semana ya hemos leído tentativas de cómo hacerlo. Probemos con otra. Me voy a poner clásico. Con Angélica. Sí. Hablemos de la obra y menos de ella. Con Mourinho nadie hablaba de fútbol, y los que salieron perjudicados fueron quienes les gusta el fútbol. Hablemos de “Todo el cielo sobre la Tierra (El síndrome de Wendy)”. Sigamos descentralizando las narraciones.

Antes de empezar, querría compartir un sentimiento. No sé vosotros, pero Un Perro Paco echa de menos a Pablo Caruana. A sus textos. Pablo, donde quiera que estés, vuelve a escribir. En el medio que sea. Queremos más. La Carta a un joven imbécil #1 nos supo a poco. Te seguimos esperando.

En primer lugar, hay que agradecer a Angélica este y cada uno de sus montajes. Cadaunodesusmontajes. Hace unos meses una amiga valenciana me recordaba lo injustos que hemos sido en este país con Rodrigo García. Y es verdad que lo hemos sido. Con Fernando, con Rodrigo, con Óscar, con Angélica y con tantos otros. Más allá de que nos gusten o no sus textos, su forma de “interpretar”, sus posicionamientos éticos, estéticos, sus efluvios escénicos, sus contradicciones… hemos de agradecer a Angélica cada uno de sus montajes. La razón, si amas algo, sé agradecido con todo aquel que se preocupa por lo que amas. Si amas (u odias) el teatro, agradece a Angélica todo lo que ha hecho por él. Seamos agradecidos con todos aquellos que han puesto en cuestión la validez de las fórmulas escénicas, a todos los que las han transformado, nos guste o no la transformación. Lancémonos al cuello, critiquemos sin piedad a los que pretenden estancar a las artes vivas, porque así se sienten cómodos sin que nadie pueda arrebatarles el territorio que han conquistado a base de reciclar y reutilizar basura. Gracias, Angélica, aunque este montaje tenga muchas muchas más sombras que luces.

Hablando de luces y sombras, puede que me equivoque, pero hasta ahora no he oído ni leído nada sobre la iluminación de Carlos Marquerie. De verdad, entiendo el morbo que despierta Angélica, que bien podría llamarse el síndrome de Angélica, pero no alcanzo a comprender que las luces de Marquerie pasen desapercibidas en los corrillos y las publicaciones. Ya va siendo hora de hacer una petición popular al ayuntamiento (minúsculas) para exigir que inauguren una calle, una plaza o una parada de metro que se llame “La iluminación de Carlos Marquerie es la hostia”, o algo por estilo. Desde que se enciende el primer foco hasta que se apaga el último, disfrutamos de un recital de fotones. La iluminación se convierte en una experiencia plástica en sí misma. MoholyNagy se hubiera frotado los ojos varias veces. Un debate interesante sería lo que cambiarían (y cómo cambiarían) los montajes de Angélica sin la iluminación de Carlos Marquerie. 

Pasemos a la dramaturgia. ¿Qué coño es eso de la dramaturgia? Próximamente en Perro Paco. “Todo el cielo sobre la Tierra” se divide en dos grandes partes claramente diferenciadas, y lo que las diferencia es preocupante: si Angélica está sola o acompañada.

En la primera bailan todos y en la segunda Angélica baila sola. La primera parte es lo que dios (minúsculas) tuvo que hacer aquel dominguete, sentarse a ver su creación. Exceptuando el inicio de la obra en el que se folla a esa especie de túmuloisla, Angélica se detiene a contemplar participativamente lo que se le pudo pasar por la cabeza comiendo fideos chinos mientras pensaba en lo de Utoya. Como dios o Kantor. No pasa nada. O sí. Y además, por varios motivos.

Uno de ellos es que, joder, Lola y Fabián siempre me han parecido muy buenos y muy desaprovechados, pero en esta obra su desaprovechamiento empieza a incomodar. Algunos pasajes de la primera parte me recordaron a la escena de “Cómo ser John Malkovich” en la que el “verdadero” Malkovich se encuentra en una bar con réplicas suyas y sale corriendo. Angélica no sale corriendo. Se siente cómoda rodeada de sus réplicas o sus otros yoes. Puede que sólo así se encuentre a gusto. Me da igual. Ahora que ha puesto en evidencia que necesita a los otros, a su público, es chocante ver a Angélica tan “sola” en escena. Sindo es otro tema, y las chinas y la nórdica cantan y eso y además dan ese rollito Torre de Babel que mola tanto.

En cuanto a la consistencia de la dramaturgia, muchas de las obras de Angélica, aún con el barroquismo que la caracteriza, poseen un núcleo dramatúrgico nítido. No entiendo la relación entre las dos partes. A no ser que la primera sea un hago lo que me da la gana, con los medios que te cagas que tengo, todo para mi propio disfrute como demiurgo, y de paso alimento el deseo de ver la Pasión de Angélica que todo el público sabe que llegará. Luego cuando llegue digo algo de Utoya, de China y de Wendy y lo conecto todo. Chimpún. Clap, clap, clap.

Internamente, unos temas estorban a otros. Utoya estorba a China, China estorba a Wendy, Wendy estorba a la Pasión de Angélica, que a su vez estorba a… etc. Lo de Utoya y Wendy se entiende. Su ligazón es un temazo. Pero lo de China… Poco nos importa que haya viajado a China y que allí viera bailar a ancianos, y a chicos guapos por la calle. Creo que Shangai y toda China está metida con calzador. Lo de los valses entonces también. China no es el problema. Por eso de la trilogía, digo. La dramaturgia en “Ping, Pang, Qiu” era redonda. Certera. No consigo olvidar lo de Tiananmen. Pero lo chino que tiene esta obra parece un antojo. Un antojo como el que dios tuvo al crear a los mosquitos.

Se ha hablado demasiado de la segunda parte. El rey no se enteró de que estaba desnudo. O sí que lo sabía y engañó a los espectadores haciéndolos ver el traje. Y entonces uno siente vergüenza ajena. Se podría abordar esta parte desde un punto de vista psiquiátrico, ético, económico… No ha de sorprendernos demasiado la temática. “Llevo escribiendo lo mismo desde hace 40 años”, dice ella. Sí, pero no. Angélica Lidell ha llevado la dramaturgia del yo al extremo transformándola en otra cosa. Algún día lo llamarán la dramaturgia de Angélica. Y punto. Gustase o no el contenido, antes las palabras de Angélica ardían. Lo que antes suscitaba todo tipo de reacciones, ahora se ha vaciado de contenido para generar un solo tipo de reacción, la carcajada contagiosa, cuando no un bostezo. A lo mejor fue el dispositivo de enunciación. Si enuncias como un cómico provocas risas. Si enuncias como una estrella del rock generas fans. A lo mejor fue el reflejo de la luz en sus bragas doradas lo que confundió al público. Puede que al aislarse tanto y tanto su tiempo su Pasión, el discurso de Angélica se redujera al absurdo.

El final no aporta nada. Intentó dar empaque a la obra pero fue demasiado tarde. Ya nadie se acordaba de Wendy, de Utoya ni de China. Los acólitos sólo querían que acabase para demostrar su fervor a la estrella y llegar al bar para intercambiarse los chistes. Los desengañados se preguntaban desde hacía rato ¿dónde está Angélica? ¿dónde está Angélica? ¿dónde está Angélica? Todos sufren el síndrome de Angélica. Es posible que ella esté curada. Para Lucrecia tendrá que elegir su nuevo traje. Si no le va bien, siempre puede dedicarse al flamenco.  

Un Perro Paco

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