Carta a un joven imbécil #4 | Ana Vallés

cerrado.x..mataCerrado por aburrimiento (2009) de Matarile Teatro. Imagen: Jacobo Bugarín.

Oficio de tinieblas

(Este título está inspirado en el nombre que se le daba a un oficio religioso de maitines algunos días de la Semana Santa. Se cantaban poco después de medianoche y, según cuentan, las lámparas y las velas se iban apagando gradualmente quedando todo en tinieblas antes de que amaneciera. Así yo me voy quedando a oscuras estos días mientras trato de escribir. Nada que ver con la obra del mismo título de C.J.Cela.)

De entrada, digo que sí, sin pensarlo dos veces. Desde Perro Paco me contáis que en la sección cartas a un joven imbécil “distintos profesionales del medio escriben lo que dirían a un joven que se dedica a las artes escénicas con el deseo de que deje de ser un poco menos imbécil”.

Más tarde, cuando supongo que ya no tengo excusas para no ponerme a escribir, me replanteo si en realidad me seduce la idea de asociar JOVEN a IMBÉCIL, y menos “joven que se dedica a las artes escénicas”.

Busco la definición que da la RAE de imbécil: alelado, escaso de razón. O sea alguien que provoca el desinterés, el menosprecio o, incluso, el desprecio. Nunca les llamaría imbéciles a los jóvenes que se dedican o se quieren dedicar a estas artes.

Entonces, ¿por dónde empezar? Busco en el caos de mis notas habituales y me encuentro con un comentario sobre una fotografía que muestra un cuerpo en tensión, arqueado, podría ser un danzante. Entre otras cosas apunta: “Las manos son la comunicación; los pies la realidad”. Pero, ¿esto qué pretende decir? ¿Que la forma de andar o, mejor aún, la forma de pisar no comunican? ¿Que la constitución de nuestras manos y su manera de tocar, acariciar o apartar no forman parte de la realidad? Ay, ay.

Quizás el joven imbécil no sea tan joven, y ni siquiera se dedique a nuestra profesión. Quizás sea más bien alguien que mira y juzga desde el exterior, asomando sólo la punta de las narices: ¿un crítico? ¿un escritor? ¿un ex-actor? ¿un profesor? ¿un experto en dramaturgias varias? ¿un razonador que pretende traducir todo a palabras, interpretar lo inefable?

A veces esta profesión se entiende mal, o se desatiende al convertirse en una serie de habilidades técnicas, de métodos aprendidos, de prejuicios conceptuales o de discursos prestados.

Tal como yo la entiendo, supone el valor único de cada representación -cada movimiento, cada palabra, cada espacio, cada encuentro-, no pretende el virtuosismo del mono de feria ¿ese es el imbécil, hoy? ¿el repetidor incansable? Entonces, queridos pacoperros, el imbécil no es joven, no le ha dado tiempo.

Quizás sea yo la mona, la mona verde, la vieja mona, la petite monster.

Y cómo me apetece fumar un cigarrillo, tumbarme en el suelo, acariciar esa cabeza; lo retrasaré un poco más.

Así las noches, los días

Convirtamos el teatro (cuando digo teatro digo danza también) en objeto de análisis. Pero desde dentro NUNCA DESDE FUERA. El análisis en el propio teatro.

No será desapasionado, ni se hará sin querer percibir la carga humana que hay detrás.

¡Venga! ¡Hablemos del intrusismo!

Esta profesión es una mierda, lo dije muchas veces, la última en “Cerrado por aburrimiento”. ¿Por qué dejamos que hablen por nosotros los que intuyen u olfatean pero nada saben, joder, los habladores, a los que me refería ya en el programa de mano de “Acto seguido” en 2003:

Hablamos de actores porque eso es lo que somos.

Hablamos de teatro porque somos los actores quienes lo hacemos.

No son los periodistas, no son los académicos, no son los teatrólogos, no son los críticos, no son los autores.

Somos nosotros, los actores, quienes podemos saber qué es esto que hacemos.

Cuando lo hacemos. Cuando tomamos la determinación de actuar y no de interpretar.

 Lo que se dice a menudo sobre nuestra profesión, sobre el teatro,

no es más que una ficción. Un cuento.

Y nos preguntamos por qué los que no hacen teatro se empeñan tanto en hablar, hablar

y hablar de esto que hacemos nosotros y que, si verdaderamente pudiera ser hablado,

razonado, contado o explicado, sería absolutamente superfluo.

Si el teatro no es más que palabras, si se puede limitar a las palabras,

que se vayan a casa los actores.

Pero si por un momento admitimos que el teatro es, o mejor, puede ser

algo más, mucho más, tanto que nos es difícil definirlo, imposible registrarlo

y por supuesto entenderlo y explicárnoslo a nosotros mismos,

entonces

entonces

entonces

que se callen los habladores.

(y nosotros a lo nuestro, a disfrutar de ese vértigo que nos mata

y que precede a la bajada de luz de sala.

Nos agarramos a los sombreros y nos deslizamos a muerte cuesta abajo…)

Por si alguien, imbécil o no, no se había dado cuenta, esta es una profesión dada al menosprecio, al rapiñeo, a la copia burda, a la zancadilla y al siempre rentable maldecir (¿español? ¿Existe esta afición por la maledicencia en otras culturas?).

Todo dios opina; vivimos en el mundo de la opinión. Pero una cosa es saber y otra opinar. ¿Todo el mundo sabe? No: todo el mundo CREE.

Pero el caso es que nos empeñamos en encontrar cierta verdad en lo que hacemos y, desesperadamente, buscamos y aceptamos esas opiniones, que la mayor parte de las veces no hacen más que introducir la duda o la desconfianza sobre lo que hacemos.

Un día, después de una actuación, alguien me dijo: “la verdad es que cuando te veo actuar no sé hasta qué punto eres genial o me estás tomando el pelo”. Y, en otra ocasión, durante un encuentro con periodistas y público: “entiendo lo que dices pero no me lo creo”.

Concluyo que en este oficio se da cierta dosis de masoquismo. ¿Debo reconocer también la mía? Sí.

El peso de la chaqueta

En nuestra profesión está institucionalizado el patio de vecinos, el cotilleo y la maledicencia. Se practica regularmente el poner a parir a alguien como si estuviera ya muerto; ese es el discurso generalizado de nuestros críticos, abras el periódico que abras, ahí está, el elogio que precede indefectiblemente a la cuchillada, como en este periódico de hoy donde nuestro crítico de turno habla de un actor que interpreta a Macbeth, y después de decir que “brilla a gran altura en los soliloquios”, apuntilla un pero, un pero…; nada menos que “pero no alcanza la incandescencia alucinada que requiere su personaje”.

De todas maneras sólo es el reflejo escrito de esa práctica caníbal entre los distintos sectores de la profesión: actores, directores, programadores, técnicos, bailarines, coreógrafos, figurantes, diletantes, sus madres, sus mentores, sus padrinos, la madre que los parió, ¡qué voracidad! Ñam, ñam, ñam…

¿Cuáles son los límites de la crítica? ¿O sus objetivos? Se supone que informa, quiere convencer y mostrar relaciones, o sea, sugiere una mirada o perspectiva sobre la comprensión de una obra. Pero si partimos de que el arte provoca y estimula diferentes interpretaciones, miradas, lecturas, sentimientos, la crítica no debería nunca decirnos lo que se debe o no se debe ver o interpretar, y mucho menos aprobar o suspender. Es muy fácil caer en la tentación de tener poder, y de ejercer el poder, y es muchísimo más difícil desarrollar un discurso que no siente cátedra y que estimule el interés. Admiro a los críticos que se alejan del maniqueísmo, admiro a los que se apasionan, admiro a los que callan también.

Catálogo de variedades

Menos mal que tranquilamente, entre sorbo y sorbo de café, decido pasar la página correspondiente a la crítica de teatro sin detenerme, y puedo encontrar, como hoy, una fotografía bellísima, el cuerpo desnudo de una mujer sobre la hierba, fumando, de Peter Lindbergh. Y claro, me reconcilio con el mundo: si ha existido ese cuerpo que se deja observar, si alguien ha estado allí para contemplarlo y gozarlo y yo, ahora, tengo el privilegio  de compartir esa mirada, sólo puedo tener en este momento un sentimiento de gratitud. Una bella yaciente tan rotunda y potente como “El origen del mundo” de Courbet.

Cordula_Reyer-Peter_Lindbergh 4Ben Vautier dice que “para que lo bello sea bello es imprescindible que escandalice o haya escandalizado”. Aparte de ser una máxima como otra cualquiera y teniendo en cuenta que todas las máximas son cuestionables, es una tremenda chorrada. En todo caso, no creo que Peter Lindbergh pretendiera escandalizar y desde luego no nos escandaliza. Quizás sí haya escandalizado Courbet cuando pintó el origen del mundo pero es mucho decir que su belleza radica en ese escándalo.

Otra máxima: “escandaliza, que algo vende”. Con esta estoy más de acuerdo; Cela, después de ser censor, se tomó esta máxima al pie de la letra. El mito del artista provocador o escandalizador. Podríamos inventarnos ahora el decálogo del artista-artista: 1 – que escandalice. 2 – que se tenga bien trabajada la imagen, o sea, el marketing. 3 – que maneje mucha pasta, vamos, que detente o que aspire a un cargo público. 4 – que viva del poder y que desprecie el poder. 5 – que aborde discursos bio o eco (biopolíticos, bioéticos) 6 – que revisite periódicamente a los clásicos. 7 – que no hable de nadie más que de uno mismo bla bla bla (este párrafo es parte de un texto de “Cerrado por aburrimiento”).

“Para vender agua limpia es preciso aumentar el peligro del agua contaminada” es muy aplicable al teatro, desde un lado o desde el otro: para vender lo de siempre se acusa a los demás de no inventar nada nuevo, y para vender lo más provocadoramente provocador se acusa a los otros de ser comerciales, de estar acomodados, bla.

Quijoptimista

Cuando uno improvisa en escena no suele ser consciente de los movimientos que hace, de las palabras exactas. Después, al tratar de recrear una improvisación, el cuerpo busca energías y asociaciones, no sólo las que la provocaron si no las que fueron surgiendo al tiempo de la improvisación. Y al final, los movimientos van conformando una partitura, los tiempos acaban fijándose, las palabras precisas encontrándose.

Pero no quiero hablar mucho sobre lo que hago, porque no quiero poetizarlo. Odio “la palabra de artista” sobre sí mismo.

Me limitaré en este último apartado a dar unos consejos para la salud: aire fresco, ejercicio y conocer gente. Esto es fundamental. Comunicarse con el mundo. Así que no lo dudéis, pacoperros, o jóvenes que os dedicáis a las artes escénicas a pesar de la decepcionante realidad: EL TEATRO ES BUENO PARA LA SALUD.

Y como contrapunto al buen rollito quijoptimista -término que escuché en la radio y con el que me identifico plenamente- recopilo tres apuntes sobre la seriedad contemporánea:

Uno. Mi amigo actor -hace tiempo que no es joven, gracias a dios- está instalado en el pasado y de espaldas al público, con los brazos caídos. Así mira la escena; pero ¿es posible que desde esa actitud mire el mundo? Me resisto a creerlo. Quizás sólo esté atravesando un período de imbecilidad.

Dos. En un taller que di hace algún tiempo los bailarines participantes empezaban las improvisaciones situándose siempre de espaldas al público: misma quietud, mismo silencio, misma actitud.

Tres. Asisto a una función en la que alguien se mueve como si hubiera decidido despojarse de toda emoción: ninguna comunicación emocional visible. No hay premura, no hay sorpresa.

Hay que librarse de la seriedad. La risa destruye la seriedad. Para eso lo primero es reírnos de nosotros mismos. Reírnos del teatro también.

No es una reivindicación de la frivolidad. Igual que la violencia engendra violencia, la risa engendra placer o, por lo menos, predispone al placer. Y sobre todo el humor desmonta la trascendencia porque provoca un efecto espontáneo e inmediato. Nos instala en la realidad. Es una manera de resistir ante el desconcierto que nos provoca el mundo que vivimos.

Así que -dejando de lado la transgresión políticamente correcta, la convención de lo escandaloso y la inútil provocación- aunque parezca contradictorio, propongo tomarnos las cosas en serio y: ¡resistir por medio de un humor inteligente, un sarcasmo apasionado y una ironía sin cuartel!

Ana Vallés

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#2 La cosa balenciana | Ya lo decía Manolo García en El Último de la Fila

Valencia-3He estado leyendo todos los textos de los valencianos, y es interesante lo que se dice, y de alguna forma, yo, que también soy valenciano, quería participar en esto; o me tocaba participar en esto. Una de dos.

Estuve en Valencia durante 6 días hace un par de semanas, y recordé muchas cosas de antes, y después de leer estos pensamientos en forma de texto en “La cosa Balenciana”, me vino a la cabeza algo que llevo pensando desde hace bastante tiempo:

Cuando alguien habla de Valencia, cuando alguien la cita, la nombra, la invoca, la mayoría de las veces, habla de naranjas, de mandarinas, de horchatas, de chufas, de tipos de arroces, de paellas, de paellas de carne o paellas de marisco, de fideuás, de alioli, de arroces negros, arroces al horno, de Agua de Valencia, de buñuelos de calabaza, de Mercadona y Hacendado, de meterse pastillas, en definitiva, los referentes valencianos acaban siendo materia comestible. Algo que se mete por la boca y se saca por el culo. Y entonces, escuchando la lista de la compra valenciana dicha por alguien, pienso, entre otras cosas, que la idea de tradición, la idea de cultura, la idea de panorama artístico, estas cosas de costumbres y solera, y más ampliamente la misma idea de ciudad, se componen de personas haciendo cosas en la ciudad. Personas vivas o personas muertas, pero que, de alguna forma, con su dedicación en su presente, compusieron las tramas de la ciudad, el estilo, el rollito de la ciudad, la hicieron suya, la desarrollaron, la amaron o la despreciaron, da igual, pero la miraron a la cara. Y después de todo, después de hace ya casi 10 años fuera de Valencia, de no vivir allí, veo que los referentes culturales valencianos han pasado de ser cerebros de personas a convertirse en comidas para llevar. Lo importante en Valencia es lo que se pueda meter por la boca durante el día o por la nariz durante la noche. Pero que no se te meta en la cabeza. En el documental “Del Roig al Blau”( “Del Rojo al Azul”, en castellano) también se habla mucho mejor de todo esto. Veo otras tierras de españa que, ok, se come de puta madre, pero su pasado, presente y, sobretodo, su futuro pasa por la idea de saber qué cerebros se desgastaron y contribuyeron a que la ciudad despegue, que de alguna forma más o menos empírica, es para lo único que servimos. Ya lo decía Manolo García en El último de la Fila, durante esa canción del burro en la puerta del baile. “Llévame a comer un arrocito a Castellón. Si total son cuatro días, pa´qué vas a exprimirte el limón.” Y yo, cuando se habla de Valencia, oigo y callo y me río, y pienso que poco a poco, los milliones de años que llevamos de gobiernos zombies valencianos han ido dando buenos resultados, y pienso que se ha hecho un trabajo exquisito de extinción de cerebros valencianos. Que mejor presentar una ciudad a través de lo que se come, que a través de sus comensales. Sólo sobrevive Sorolla y porque el pobre hombre, Rita Barberá lo tiene esclavizado más de 100 años en una barraca de l’Albufera pintando falleras borrachas cocinando paellas en la playa de la Malvarrosa.

He querido escribir este pensamiento en forma de texto, así a lo rápido. Nada más. Y me alegra muchísimo que, artistas valencianos, los cerebros que viven ahora allí, se vayan reuniendo, que se hable, que se proponga, pero, por favor, que se lleguen a conclusiones, si no no mola.

Pablo Gisbert

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Lo normal no es nada, nada es normal


TorreznosVengo a España un ratejo y me cambian los teatros. Fuimos a ver a Los Torreznos a lo que fue la Sala Triángulo, ahora llamada Teatro del Barrio (ojocuidado que de Teatro del Barrio a Cine de Barrio hay un paso). Me cuentan que medio regentado por San Juan, medio regentado por el barrio, o el colectivo –cooperativa-, no me quedó claro, la programación que vi colgada era un poco de allí un poco de aquí, un batiburrillo extraño que supongo que es lo que empieza a primar en las salas, nada de una línea artística, más lo “que tenga buena pinta” entra (o buena pinta de llenar la sala). En fin, entre el batiburrillo entran Los Torreznos y eso mola porque Los Torreznos molan lo hagan bien o lo hagan mal, y uno que vive el exilio capitalista extraña hasta a los performers españoles.

Energía española normal, Los Torreznos en el Teatro del Barrio

fFotografía de Juan Carlos Lucas

Energía española normal. Sigo pensando que habría que hacer un MAX a títulos de piezas teatrales, éste estaría nominado, pero ganaría La Zaranda con El régimen del pienso. La pieza es de las más antiguas, o las primeras, de Los Torreznos; depende desde dónde mire usted. En la línea de Los Torreznos encontramos varias de sus constantes: el trabajo con la palabra, la repetición vocal, la sencillez, la acumulación. Los Torreznos recorren una lista (escrita en chino) que van representando a veces de forma más cercana, otras más distanciada, otras más absurda y surrealista. En ella visitan tópicos españoles. El primero: “En España todavía se va la luz”. Son campechanos (en el sentido menos Real de la palabra), son sencillos, y a la vez esa sencillez va abriendo mella en el público, como si trabajasen la piedra -¡con el humor, oh maravilla!- y con el cincel abriesen una brecha en la que adentrarse. Mientras recorren la lista van sacando botellas de vino, aceitunas, puros, juegan, trabajan un estado de presencia muy olvidado en el teatro español, una forma de estar, aquí y ahora, en la que nadie puede escapar, ni ellos ni nosotros. Evidentemente después de beberse una botella de vino cada uno no hay forma de no estar, de escape. Poco a poco esa fiesta en la que ellos están y nosotros no -se encargan de recordarnos- va transformándose en una pelea de púgiles absurdos, un cuadrilátero en el que Mortadelo y Filemón (insignes representantes de la españolidad) se pelean de forma extraña. A lo largo de la obra, en tres ocasiones, se nos pregunta, ¿qué es lo normal? Y ahí radica el asunto, la pregunta de la pieza, ¿qué es lo normal? La última vez que lo preguntan lo hacen para cerrar la obra, ¿qué es lo normal? Preguntan, y abren la respuesta al público. Sólo un niño se atreve a responder: lo normal no es nada, nada es normal. Bien. Les gusta esa respuesta, siguen preguntando y se deciden, por fin, a darnos (su) una respuesta: lo normal es la política. Y ahí me quedé preguntándome si era necesario haber dado esa respuesta, si no estaba ya la respuesta dentro de la pregunta, si podían haberse quedado así, sin más, dejando la pregunta en el aire

Lo pasamos bien con Los Torreznos en el Teatro del Barrio y nos dio para luego echar unas cañas y hablar mucho sobre teatro contemporáneo, performance, humor, Faemino y Cansado, clown, España y demás. Y yo me voy de España mejor, creo, gracias a ellos.

11Fotografía de Juan Carlos Lucas

BREVE NOTA PARA POETAS: Antes del espectáculo de Los Torreznos, pasó por el escenario Peru Saizprez para recitar sus poemas. Me surgieron algunas preguntas: ¿Ponerse un traje llamativo y colocar un libro en un rollo de colores justifica un montaje escénico? ¿Qué diferencia hay entre eso y sentarse a leer del libro sin más? ¿Un poema se sostiene al decirlo simplemente por ser poema? ¿Deberían los poetas leer sus propios textos, o deberían leerlos otros, actores quizás? ¿La mona aunque se vista de seda, mona se queda? ¿Es lo mismo una librería, un café y un teatro? ¿Si un poeta recita en un teatro y nadie lo oye, es un poeta? En fin, muchas preguntas, a lo mejor demasiadas.

Perro Checo

En Perro Paco hemos hablado de Los Torreznos antes, aquí.
Perro Checo ya escribió aquí y aquí.

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#2 La cosa balenciana | Valencia es bonita

huerta-en-peligro

(Un crítico de teatro de la capital de España al acabar una función se encuentra con ellos en la puerta de sala.)

CRÍTICO: ¿De donde habéis salido vosotros?

(Ellos dudan, no saben qué responder, no saben si pasarle el curriculum al crítico, si darle la web…)

Pérez&Disla:

… de Valencia.

Dos paisajes se nos pasan por la mente si tenemos que hablar de cómo van las cosas por Valencia: el bosque mediterráneo y la huerta valenciana. El bosque mediterráneo, a menudo arrasado se regenera cada cierto tiempo. A simple vista todo parece bosque bajo pero, si te acercas un poco, descubres la diversidad que lo compone y el bosque que podría llegar a ser. La huerta se compone de pequeñas parcelas donde el labrador cultiva sus verduras con mucho amor y trabajo pero queda aislado del resto de cultivos sin entrar en lo que cultiva su vecino más próximo. Eso es, un poco, Valencia en artes escénicas.

Ecosistemas compuestos por especies diferentes que habitan un mismo territorio. Cada cual luchando por su subsistencia y buscando los recursos que le ayuden a crecer en un paisaje local, marcado por la falta de referentes externos, lo que provoca (hay que decirlo) cierta frustración. Por otro lado, en una comunidad donde todos nos conocemos, es habitual que se confunda tu persona con tu labor profesional. Esto va desde “los contenidos que abordas y tu linea de trabajo me parece interesante pero me tú me caes de culo” hasta “eres muy majo aunque no me interesa lo que haces”.

En esta idea de que cada uno va a la suya, no hay corrientes que nos enmarquen (o nos integren) y teniendo en cuenta que somos muchos (y cada uno con sus propios referentes) es complicado definir un nosotros. No tener una identidad definida hace que seamos difíciles de reconocer (incluso por nosotros mismos) y ocasiona algunos problemas de visibilidad (tanto en Valencia como fuera de ella).

En uno de esos foros donde ocasionalmente coincidimos, alguien preguntó si había algún rasgo distintivo de la escena valenciana que pudiera funcionar a modo de “marca”. Renegamos de ese parámetro, pero sí que estábamos de acuerdo en que a todos nos unía la precariedad. La profesionalización, la continuidad y desarrollo de nuestra actividad cada vez se hace más difícil. Vivimos momentos de mucha incertidumbre y la situación no tiene visos de cambiar. Compañías, creadores y colectivos nos esforzamos en encontrar otras formas de habitar nuestro trabajo, de producir y colaborar.

Poco podemos aportar para describir la realidad social, política y económica de nuestro entorno. Los currículums de nuestros gestores responsables, de los que organizan los dineros públicos, de los que deciden qué es lo importante y que no, son muy extensos y de sobra conocidos. El olor a mierda seguro que se siente ya hasta en Portugal. La sociedad a la que pertenecemos y a la que nos dirigimos condiciona nuestras creaciones y discursos, nuestra trayectoria artística y profesional. Vivimos en un territorio que se sitúa a la cabeza del choricismo en España y esto nos afecta mucho. Mucho.

De repente, en los últimos años la administración valenciana, a la deriva después del naufragio, decidió que a quien se tenía que apoyar era a los “emergentes”. Lo hizo sin definir qué quería decir emergente, quien se consideraba emergente ni cual sería la mejor manera de apoyarlos. Finalmente entendimos que identificaban “emergente” con “precario”  y que pensaban que “eso” resultaría más barato. Por supuesto la cosa se quedó en un bluf y no pasó de un par de pseudo-iniciativas que no llevaron a ningún lado. Este tipo de incoherencias, falta de rigor y criterio es característica de nuestra administración. Así, la responsabilidad de lo público lleva desierta muchos años obligándonos a los creadores a tratar de compensar ese vacío. Todo proyecto escénico, toda creación, toda iniciativa depende del esfuerzo de sus integrantes, de las ganas y las horas que puedan dedicarle. Esto genera numerosas iniciativas pero pocas llegan a consolidarse.

Una de las más interesantes es la aparición del Comité Escèniques que aglutina a unas treinta y cinco compañías y creadores del ámbito del teatro, la danza, el circo, la performance o de todo junto y a la vez. Compañías y creadores con trayectorias diferentes, por los años, por las piezas creadas, por los intereses artísticos pero con el denominador común de entender las artes escénicas de otra manera. No es que todos sus componentes las entiendan de la misma manera. Es que las entienden de otra manera diferente a como se ha entendido hasta ahora en Valencia.

Normalmente se llega a los otros a través del resultado y no del proceso. El resto de creadores valencianos descubren nuestra obra ya acabada, no se comparten las herramientas. No existe discusión estética y el diálogo se da en encuentros puntuales. En este sentido nombramos el intento por establecer nexos que ha lanzado Espacio Inestable con lo que ha llamado graneros de creación en los que las compañías y creadores invitados compartirán algo más que la pura exhibición de la pieza.

También han aparecido, hace relativamente poco, festivales urbanos alrededor de un núcleo: el barrio. Nació Russafa Escènica y nació Cabanyal Íntim, pero sigue faltando un festival de artes escénicas contemporáneas con una programación coherente, que sirva de referente y estímulo. Mientras, las llamadas “salas alternativas”, acogen a los de aquí y a los de fuera, convirtiéndose así en la única posibilidad de hacer y ver algo diferente en esta ciudad.

El público aparece, desaparece y reaparece. En una área metropolitana de un millón y medio de personas hay un público latente a la espera de propuestas que le interesen. Seguro que hay cincuenta personas dispuestas a acudir a una pequeña sala para ver que se está haciendo. Y que esto pase cada día. Y seguro que puede pasar en varias salas de la ciudad a la vez. Más allá de si las artes escénicas valencianas tienen o no un público especializado de lo que sí estamos seguros es de que tienen un público potencial. Nosotros, con cada nuevo proyecto, tenemos que convocarlo.

  Pérez&Disla

 

 

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#2 La cosa balenciana | La ciudad de las flores, de la luz y del amor

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Ay, Valencia… Podríamos empezar a hablar de nuestra ciudad tomando prestada la letra de una canción de John Lennon y Paul Mc Cartney titulada I want you. La letra dice así:

I want you
I want you so bad
I want you
I want you so bad
It’s driving me mad
It’s driving me mad

Y es que Valencia tiene una luz especial, un clima inmejorable, una medida casi perfecta. Nada está realmente lejos y todo queda relativamente cerca. Generalmente la gente está de bastante buen humor. Quizás por el clima o porque casi nunca hay grandes atascos… Excepto, por supuesto,  la semana de fallas (y las dos semanas anteriores, claro), en las que si uno tiene que hacer cosas por la ciudad es mejor que se arme de paciencia o que posponga esos quehaceres. Y si uno ya tuvo su dosis de fallas años anteriores o sencillamente no tiene el cuerpo para excesos (de ruido, de gente, de alcohol…), pues que aproveche esos días para huir literalmente de esta ciudad tomada por falleros, turistas y curiosos que forman una masa que se mezcla con ese olor a aceite y a pólvora que impregna la ciudad.

Valencia es desmesurada. Es una ciudad mediana con un delirio de grandeza absolutamente patológico. Valencia, o, mejor dicho sus políticos, han sentido siempre un deseo irrefrenable de meter donde no cabe y de sacar de donde no hay: un circuito de Fórmula 1 entre nuestras calles, una Copa América en nuestro puerto, una ciudad de las artes y las ciencias del omnipresente Calatrava en nuestro antiguo cauce del Turia, un centro de investigación científico con dotaciones y salas que nunca se estrenarán…

Y después… y durante, llegó la crisis, y, como en toda casa donde no hubo una buena gestión de los recursos, las consecuencias se acentúan en muchos casos y se sobredimensionan en otros como la excusa perfecta para seguir sacando de donde no hay y seguir restando dinero a muchos sectores, entre ellos, las artes escénicas.

Desde que empezamos como compañía, en el 2002 hemos visto bastantes cosas, la verdad. Quizás suene a abuelos batallitas, pero es que parece que en estos 12 años ha habido de todo. Estrenamos nuestro primer espectáculo en el Teatro de los Manantiales que dirigía Ximo Flores. Durante varios años, hasta el 2009 concretamente, tuvimos la suerte de poder disfrutar de este espacio y de los numerosos trabajos de la escena contemporánea que venían de diferentes ciudades del territorio español. Manantiales, al igual que el Espai Moma años antes, cerró sus puertas alegando falta de apoyo institucional. Y es que ser alternativo siempre fue sinónimo de precariedad. Quizás por eso se ha pervertido esta palabra, o quizás es que nunca fue la palabra idónea para definir una tendencia que se salía de lo convencional o de lo tradicional. (Afortunadamente hubo otros espacios, como la Carme Teatre, que, pese a recibir cantidades ridículas de dinero público han continuado su actividad.)

Pero eso no ha sido todo. Durante estos doce años se ha desmantelado literalmente un circuito teatral compuesto por más de 50 salas de diversos municipios de la Comunidad, hemos asistido al nacimiento y la muerte siete años después del VEO, el único festival internacional  de artes escénicas que ha tenido esta ciudad; hemos asistido al cierre y a la privatización de salas de teatro públicas y a un ERE en Culruratrts o lo que fue no hace mucho Teatres de la Generalitat Valenciana.

Hemos asistido a estas y muchísimas más atrocidades como el cierre de RTVV,  fruto de una política cultural nefasta, ignorante, incompetente y castrante. Y, sin embargo… Aquí seguimos…

Seguimos, al fin y al cabo, porque somos de aquí, porque, seguimos amando a la nostra terra, a nuestra cultura, a pesar de que algunos intenten acabar con ella. Porque, quizás lo de las flores no es tanto como dice la canción, pero la luz… Valencia tiene mucha luz. Y no nos referimos a ese tipo de luz que deslumbra, que no deja ver lo que hay detrás. Hablamos de un tipo de luz que da sentido…

Porque pese a esta voraz precariedad, el número de compañías de teatro contemporáneo en Valencia ha ido aumentando, auspiciado por festivales como Cabanyal Íntim, Russafa Escènica o Llavoreta Viva (que sobreviven por el intenso trabajo de sus organizadores, colaboradores, mecenas…) y por salas como la citada Carme Teatre, Inestable, Ultramar… y por supuesto por el trabajo creativo mal o inexistentemente retribuido de los creadores. De ahí la reciente aparición de Comité Escèniques, un colectivo de unas 50 compañías de la escena valenciana contemporánea que nos hemos unido para intercambiar experiencias, ganar visibilidad, y tener voz de cara a la administración. Porque Valencia necesita unas condiciones de trabajo, necesita referentes (con la desaparición del VEO y de salas como Manantiales, L’Altre Espai, etc… y las políticas privatizadoras de los teatros públicos, hace ya mucho tiempo que no llegan a Valencia trabajos que estimulen y retroalimenten a los creadores/as, y los pocos que llegan lo hacen con escasa difusión y en condiciones indignas), necesita salas con recursos, espacios para la creación… Las residencias son casi inexistentes. Las Naves (o lo que queda de la fundación VEO) solo prestan el espacio… Salas como Inestable buscan nuevas fórmulas para ofrecer residencias en mejores condiciones y nutren su programación con estos artistas… pero hace falta un cambio sustancial que valore el trabajo que tantas compañías están haciendo, las que acaban de nacer y las que ya hace unos cuantos o muchos años que nadan en este mar de incertidumbres…

El panorama escénico valenciano está cambiando estos últimos años. El desinterés por la cultura del que son paradigma nuestros gobernantes, la bajada de público, la falta de apoyo al valenciano, la privatización de la cultura, etc., han hecho que compañías como Pluja Teatre (con 40 años de trayectoria) cierren su actividad; industrias paralelas como el audiovisual, doblaje, etc, se han perdido de la noche a la mañana, y las compañías “consagradas” han disminuido el elenco de intérpretes. Paralelamente a este desmantelamiento (expertos como pocos en quemar lo construido) de la pequeña industria cultural valenciana, la escena “off” y de pequeño formato está creciendo. Se habla de una “argentinización” de Valencia: hay una gran oferta escénica independiente, de pequeño formato y presupuesto casi inexistente, sostenida por el esfuerzo altruista e incesante de sus integrantes. Es un momento importante: este interesante germen creativo puede ser muy potente si se cuida mínimamente, con más apoyo institucional y mejorando las condiciones económicas, las infraestructuras, y creando los mecanismos para que se renueve también creativamente la escena, o puede ser como tantas cosas por aquí, mucho ruido que acaba rápido, y acabar en una amateurización de las compañías y creadores/as, repitiendo esquemas y sin poder avanzar creativamente.

Valencia tiene mucha luz, sí, mucha energía y mucha actividad. Y vive un momento teatral que puede ser muy deprimente o muy interesante, dependiendo si se deja que el arroz se empastre o se cuidan todos los ingredientes y se deja reposar un poco antes de servirlo calentito. Porque como decimos aquí: Açò gelat no val res!

El Pont Flotant

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