Esto no es una crítica

Si fuese una crítica se titularía “Cagar el siglo XX”, o algo así. Pero esto no es una crítica, es una declaración de amor Lo que me sirve para reivindicar la dimensión relacional y afectiva de la crítica escénica 2.0, desmontar el mito de su objetividad, y así avisar a los que nos leéis que no asistís a una presentación científica en un teatro anatómico forense. Porque esto no es una crítica, es una declaración de amor. Mucho más difícil de escribir que una crítica. Pero antes lo de siempre. Contexto, contexto y contexto.

Espero que mientras escribo esto no cambien el nombre del Festival de Otoño a Primavera y lo llamen Festival de Primavera a Otoño y decidan para el siguiente programar todo en verano, cuando la gente está en Montemor-o-Velho, en Benidorm, en Aviñón o de Interrail. Seguro que vuelven a sorprendernos. Llegará el momento en que nos arremanguemos y tengamos una buena agarrada sobre este festival. Después de la decepción, y también lo digo con amor, de Todo el cielo sobre la tierra y Las palabras, llevaba semanas tachando los días en el calendario que faltaban para el estreno de La chica de la agencia de viajes nos dijo que había piscina en el apartamento.

Al margen de las estadísticas, uno de los males de nuestro tiempo, no sé si los programadores serán conscientes del acierto que han cometido al confiar en quien les haya propuesto La chica como obra programable en el Festival de Otoño a Primavera. ¡Señores programadores, este el camino, este es el tipo de propuestas escénicas que gran parte del público reclamamos! Seguiremos recordándolo, por si acaso.

Y ahora es cuando hay que levantarse y aplaudir el empeño de Teatro Pradillo para que dicho universo pueda formar parte de nuestro presente escénico. Ya lo demostraron la temporada pasada al acoger Escenas para una conversación después del visionado de una película de Michael Haneke, y este año lo han vuelto a hacer. A diferencia de la mayoría de salas españolas, en las que este tipo de obras sólo podrían verse un fin de semana o los domingos o miércoles durante un mes, las dos últimas obras de El Conde han podido crecer durante dos semanas en Pradillo. Un gesto cuya importancia es vital, ¡vital!, ya que permite mejorar las obras, que mucha más gente pueda ir a verlas, y que algunos podamos repetir. Una apuesta por la creación contemporánea que recuerda a la que hace años, en su anterior etapa, Teatro Pradillo realizó con Rodrigo García, Angélica Lidell y muchos otros, y de la que todos tenemos que estar profundamente agradecidos. Se hace público al programar. Ya me siento.

Otra cosa, señores programadores, es necesario que en su festival, que también es de todos y todas, montajes como La chica o Las palabras se hagan en salas periféricas al poder. Si todo se representase en los Teatros del Canal, por ejemplo, por muy grandes y vistosos que sean sus espacios, y sólo en el dilatado festival ves un puñado de buenas obras es cuando se escuchan cosas como “el Festival de Otoño es de lo poco que nos queda en Madrid”, y te callas y no respondes, por pena y por mala hostia. Y nadie queremos eso, ¿verdad? Si se intercala el festival con programaciones de salas como Cuarta Pared o Teatro Pradillo no chirría tanto. Seguiremos recordándolo, por si acaso.

Si esto fuese una crítica, empezaría diciendo que no estoy de acuerdo con lo que escucho y leo por ahí de La chica y El Conde. Aunque haya leído poco o nada en los grandes think tanks. ¡Señores críticos, Pablo Caruana no puede hacerlo todo solo! Me refiero particularmente a que no estoy de acuerdo con respecto al encasillamiento de El Conde como teatro posdramático. Qué manía con querer tenerlo todo organizado en categorías. Es decir, controlado. Si cualquiera coge una manual de psiquiatría tipo DSM-IV se asustaría comprobando que cumple muchas de las características de casi todos los trastornos mentales. Creo que no se debería haber traducido al español el Teatro posdramático de Hans-Thies Lehman. No casi quince años después. Porque se vuelve a introducir un término en nuestro vocabulario que aparte de estar malgastado, no sirve para designar muchas de las fórmulas de nuestros días, no permite emerger nuevas energías escénicas y condiciona tanto la compresión de las obras por parte del público como la conciencia que los creadores tienen de su trabajo. Nada nuevo en un país que ha empezado a leer a los psicópatas neoliberales hace poco. No creo que el teatro de El Conde sea posdramático. Por lo menos no sólo posdramático. La chica por ejemplo toma una estructura narrativa clásica, la del viaje, con unas protagonistas a las que les ocurren cosas. Por seguir lanzando piedras a mi tejado, la obra tiene hasta coro, vaya. Pero vayamos poco a poco, que ya alguno empezará que si no hay personajes y todo eso. Tan sólo quiero decir que hay que dejar más libertad a quienes basan su trabajo en el riesgo y se mueven en territorios liminares en una disciplina que lleva dos milenios y medio de tradición a sus espaldas. Tan sólo quiero decir que no hagamos como esos padres que dicen a su hijo desde niño que tiene que ser abogado o técnico superior en dietética y nutrición. Y además lo digo porque me parece que va en coherencia con lo que nos propone La chica. Que miremos por el retrovisor para saber dónde estamos, pero que de una puta vez ya digiramos el pasado, lo caguemos, y sigamos el viaje ligeros de equipaje.

Si esto fuese una crítica, diría que ése es el tema central de la obra, y que es un tema con el que Europa no se ha enfrentado todavía, o no se ha enfrentado bien. Europa tiene que digerir y cagar el siglo XX, y asumir que la mierda resultante no es bonita. Europa tiene que reflexionar una y otra vez sobre las palabras que Lars Von Trier dijo en unos de sus chous publicitarios hace un par de años: “Comprendo a Hitler”, y no mirar para otro lado. Europa tiene que mirar una y otra vez la foto en la que Stefan Zweig y su mujer están abrazados después de suicidarse porque supieron que no podrían digerir el siglo XX. Europa tiene que dejar de tropezarse una y vez con la misma piedra, comprenderla, y pegarle una patada, aunque duela. Y España más de lo mismo. El problema de España es que la piedra puede caer en cualquier cuneta llena de cadáveres, y despertar a un fantasma que vuelva a dejar la piedra donde estaba. El problema de España es que no colgó a Franco por los huevos en una plaza y que lo vio morir plácidamente intubado. Etcétera. La chica nos obliga a enfrentarnos al pasado de Europa, de España y de alguna forma al de cada uno. A la salida deberíamos pagar a El Conde como quien va al psiquíatra y se va casa aliviada por exponerse a un trauma que no le permitía tirar pa´lante. El problema para El Conde es que el peso de este tema desactiva por momentos en La chica una de sus potencias, su particular visión de la realidad más inmediata, más trash, más de jugar al basket o de pasear al perro. A mí como espectador me compensa, y asumo la pérdida. Porque me interesa, porque lo necesito, porque me duele, porque me río, porque me pone, porque me entretiene, y porque creo que La chica les servirá para mirar aquella realidad inmediata con más intensidad en su siguiente obra, y yo quiero estar allí cuando pase.

Si esto fuese una crítica, diría que La chica es una obra de texto. Un texto escrito por Pablo Gisbert “junto con las intérpretes”. Un pedazo de texto. Un textazo. Odio la palabra madurez, porque las personas maduras son las que se hacen pasar por los reyes magos. Así que no la utilizaré. A mí me molan tanto los textos de Gisbert guarreados unas horas antes de la función, como los que nacen de dar vueltas en la rueda de los hámsters. A quien le guste más los primeros le habrá gustado menos el texto de La chica y al revés. Nos cuenta la historia de dos amigas que se van a pasar el fin de semana a la playa. El ladrón de bicicletas nos cuenta la historia de un tipo que tiene que robar una bicicleta. El texto nos habla del proletariado, del pueblo, del triunfo de lo artificial, de la negación de la naturaleza, de la inteligencia y la maldad, de la simetría de los psicópatas, de los austriacos, de la dependencia en las relaciones de pareja, de la discoteca móvil en que se ha convertido España, del olor a coño, de un poema de Sharon Olds, de la gente que hace footing, de las prácticas sexuales modernas… Cuando escucho o leo textos de Gisbert me viene la imagen de un micrófono que pasa por las manos de una generación, y cómo él lo coge con decisión e hiperactividad. La chica es un texto que te habla pegado a la cara. No puedes mirar para otro lado. Te obliga a tomar partido. A jugar a su juego. Y su mayor virtud es, igual que los textos anteriores, que consigue una brutal identificación por parte del público con lo que dice que ya quisieran muchos. Ya sea en largos pasajes a lo García o en frases cortas a lo Heráclito. Y luego están los dispositivos de enunciación que El Conde utiliza para los textos de Gisbert. Voz en off, texto proyectado, texto dicho por micrófono… En La chica usan los dos últimos.

Tanya Beyeler y Cris Celada lo bordan. Hacer teatro es tomar decisiones. En La chica, cuando el texto no se proyecta, se enuncia a través de un micrófono por una de ellas mientras la otra lo recibe atentamente con media sonrisa. Una habla con el cuerpo relajado y la voz neutra mientras la otra escucha. Decisión acertada por el trabajo de Tanya y Cris, y que supongo responderá a la importancia que han querido dar al texto. Aún así, es una decisión que me parece que a veces aísla demasiado el discurso, el cual podría ser potenciado escénicamente y completar imágenes como las de las distintas escenas de Haneke que tanto nos fliparon. Cuando Tanya y Cris se suben al pedestal haciendo la escultura mientras escuchamos el sonido de la noche, casi me da un Stendhal. Como si con el vaivén de sus cuerpos desnudos nos hubieran hipnotizado, afirmando para nuestro inconsciente la naturaleza aniquilada. No sé, tengo que dejar de tomar la cerveza de antes de entrar al teatro. El sonido, como en todo lo que hace Pablo Gisbert, es una de las bases de la obra. A veces más en primer plano, otras más alejado, siempre en consonancia con los demás elementos, en La chica el sonido es constante. Ya sea en forma de pieza clásica para piano, de cumbia, de partido de ¿squash? o de bakalao de la ruta. Muy guay el coro de clase de Taichí, de heavies y de bakalas y sus coreografías. Marcos Morau Premio Nacional de Danza 2013. Ahora seguro que Escena Contemporánea lo programaría más de un día. Lo de los heavies no lo pillo. Me recuerda a Fäustino, pero me parece que en podrían haber elegido cualquier otra tribu urbana y que no importaría demasiado. Después de un rato de ver culos empecé a ver en ellos las caras de los heavies que no había visto antes porque estaban tapadas por las pelucas. Me gusta cuando al hablar de alguno de ellos se les humaniza individualizándolos, porque somos gregarios pero no del todo. Las luces de Octavio Mas brutales. Partitura de colores. Experiencia plástica que remite a la instalación Los Monumentos que El Conde hizo en Azala en 2012.

El espacio es aséptico, como el mundo “civilizado”. El escenario lleno de restos de una fiesta iluminado por el parpadeo de los fluorescentes, bien podría ser la imagen con la que representar el fin de los tiempos, o el fin de nuestro tiempo. Me hubiera gustado ver un desfase mayor en la fiesta final, incluso algo más. Pero ya se sabe, lo de la muerte y el sexo en escena es una movida. Si hoy volviera a hundirse el Titanic, en la cubierta no estaría tocando un cuarteto de cuerda, habría una rave de la que nadie saldría vivo.

El día del estreno de La chica de la agencia de viajes nos dijo que había piscina en el apartamento dormí como hacía mucho tiempo que no dormía. No había que preocuparse por el teatro. Y me vino esta canción a la cabeza.

Un Perro Paco

facebooktwitter

I´ve got blisters on my fingers!

Hablar de música es como bailar arquitectura
Frank Zappa

Un amigo siempre cuenta la misma historia cuando se emborracha. Que hace años fue al Auditorio Nacional a escuchar al cuarteto Alban Berg. Para él uno de los mejores, sino el mejor cuarteto de cuerda del siglo pasado. Era la última vez que tocaba en España. Por supuesto, no quedaban entradas. Así que, según dice, se fue a la puerta de la sala de cámara con un DIN A3 en el que había escrito “Quiero una entrada para escuchar al Alban Berg joder. Gracias.” O algo así. Nadie le hizo caso. Durante el descanso pidió a los espectadores que se marchaban que si le regalaban su entrada. Total, sus asientos se iban a quedar vacíos. Nada. Además tuvo que pelear con otras personas que esperaban al acecho para conseguir lo mismo. Así lo cuenta él, lo juro. Manteniendo la expectativa del relato aunque sepas que al final consigue la entrada. Pues eso. Una señora le regaló su entrada. Se iba a cenar. La entrada era de un asiento en la séptima fila del patio de butacas. Iba a escuchar el cuarteto de cuerda número 15 de Beethoven interpretado por el Alban Berg a unos metros de distancia. Siempre que se emborracha y te suelta este rollo dice que los últimos cuartetos de cuerda de Beethoven son lo mejor que se ha compuesto nunca. Que son como “la nieve más pura que está en lo más alto de la más alta montaña”. En algún sitio habrá leído esa tontería. El caso es que se sienta en la butaca. A su alrededor huele a un poco a colonia cara, porque “las colonias caras no huelen mucho”. Mira a su lado, y allí está sentado un hombre calvo con una mancha de nacimiento en todo el medio de su cabeza. Le conoce. Es un tipo que mi amigo asegura que ha visto en todos y cado uno de los eventos de música académica a los que había ido. Todos y cada uno. Sale el cuarteto Alban Berg. No al completo, porque el viola murió hacía un tiempo y le sustituye la mejor alumna que tuvo éste. Y ahora sí, el Alban Berg interpreta el op.132 de Beethoven. Entonces, por fin, te cuenta lo que le pasó. Dice que en el Molto adagio le sobrevino una emoción sobrecogedora y que se pudo a llorar, y que no paró hasta que murió la última nota, y que en cierto momento volvió a mirar al hombre calvo y que él también estaba llorando. Pero lo más llamativo de la historia, a parte de esa cursilada, es que asegura que durante un tiempo vio la música. Aquí yo siempre me río, y le digo que no me lo creo. Bromeo diciéndole que si le dio un Stendhal. Y me responde que lo llame como quiera, pero que vio la música y que no hay más que hablar, que piense lo que quiera. Y pedimos otra y se acabó de nuevo hasta la siguiente.

Me la pela si esta historia es verdad o mentira. De hecho mi amigo es un borrachín mentiroso de esos a los que no hay que tomar muy en serio. Cuento todo esto porque el chaval es joven y cuando fue a escuchar al Alban Berg más. Lo cual me sirve como excusa para tratar un par de temuyis a continuación antes de la videoplaylist. La cual también es una excusa. O no. Aquí os dejo el adagio que le hizo flipar en colores.

http://youtu.be/ZvEXaPwQ67Q

No me quiero poner pesado, ni empezar por el principio ni nada de eso, pero me parece que hay que hablar de los problemas que a mi parecer tiene la mal llamada música clásica. Asumo que me van a caer hostias por todos lados y que muchos ya habrán dejado de leer este post. No me importa. Algo sacaremos en claro. Digo la mal llamada música clásica porque la palabra clásica remite a un periodo particular de la música académica, seria… Denominativos que echan para atrás a cualquiera. De nuevo, las palabras y sus problemas. De ahora en adelante escribiré MA (música académica) para no espantar al personal.

En Madrid capital se puede escuchar MA en un puñado de espacios: el Auditorio Nacional, el Teatro Monumental, la Fundación Olivar de Castillejo, el Teatro de la Zarzuela, el Teatro Real, la Fundación Juan March (por cierto, muy recomendable la exposición “Surrealistas antes del surrealismo” que hay allí ahora), los Teatros del Canal (cuya programación en general habría de ser examinada por especialistas, ¿dónde se ha visto que un bufón tenga su propia corte?) y por supuesto en bodas, bautizos y comuniones.

La media de edad en estos lugares es escandalosamente alta. La MA ha perdido al público joven, si es que en algún momento lo tuvo ganado en este país. Hablo del público joven en general, el que no está formado por músicos jóvenes ni por familiares y colegas jóvenes de músicos. Y con juventud me refiero a aquellos que tienen entre 15 y 40 años, años arriba años abajo.Y es preocupante lo de la pérdida de público joven por eso de pensar en el público de mañana.

Hoy vayas donde vayas presencias un desfile de abrigos de piel, y después en la sala la performance de siempre. La abuelita que abre un caramelo con una mano mientras con la otra se abanica y todo ello moviendo las pulseras de oro. No me entendáis mal. No tengo nada en contra de las personas de edad avanzada. Yo también tuve abuela. Pero me parece que hay que dudar de los que las personas hacen por mera costumbre. De todas formas, prefiero a la abuelita ruidosa que va por costumbre abonada a los lugares antes mencionados que al otro gran público mayoritario que allí te encuentras. Los snobs. A esas personas que encuentran en estos contextos una excusa perfecta para ponerse sus zapatos caros, sus trajes caros, sus vestidos caros, sus abrigos caros, sus colonias caras y después irse a disfrutar de una cena cara porque ir a escuchar MA les llena del orgullo y la satisfacción de pertenecer a la puta élite cultural e intelectual. Laputaéliteculturaleintelectual. A lo mejor exagero y a lo mejor me lo tomo demasiado en serio, pero creo que este último tipo de personas generan en todas las demás una sensación de exclusión que es uno de los factores de la pérdida de público (y ya no sólo joven) de la MA.

Por supuesto que el argumento del precio de las entradas es cierto para justificar la ausencia de los jóvenes en los auditorios. Pero no tanto, porque es fácilmente desmontable con responder a la pregunta de cuánto vale asistir a un partido de fútbol o a un jodido musical en Gran Vía, y cuántos jóvenes asisten. Y entonces pasamos al tema de la educación en los conservatorios, en los colegios y en las familias y me aburro sólo de plantearlo. Pero ya lo he hecho.

Y ahora es donde nos enfrentamos a otro gran problema, al del calado de la música académica contemporánea, que claro que tiene que ver con lo anterior. El debate de la MAC es todavía más amplio y peliagudo. Uff, aquí me pierdo un poco, y además tengo luchas internas con tanto dodecafonismo y atonalismo y serialismo y arte sonoro. Contradicciones supongo nacidas en mi oído tonal. Sé que hay que escuchar todo lo compuesto desde principios del siglo XX hasta nuestros días en la MAC para desmontar códigos y oídos y así aprender a valorar y degustar otras fórmulas (para lo cual volveríamos a hablar de la educación, a otro nivel, y temas por el estilo), pero a veces me cuesta y voy corriendo a buscar armonías conocidas como un niño que no quiere comer judías verdes. Y reconozco que mi deseo tiene mucho de arqueología. Supongo que un poco de cada es la dosis conveniente. Pero al paso al que vamos, si ya la MA de hace siglos muchas veces no es más que una lista de reproducción para darnos un baño con velas de IKEA o la banda sonora de una peli, parece difícil llegar a “popularizar” a nuestros compositores contemporáneos y que acaben por constituir un repertorio al que se vuelva una y otra vez como ahora se vuelve al de Haendel, Haydn, Schumann y compañía. ¿Borrón y cuenta nueva? Pensaré 4´33´´ en ello.

Ya está. Y luego España y sus tradiciones, que sin duda agudizan todo lo anterior. Ayer Daniel Verdú publicó un interesante artículo al respecto en donde retrata la situación de la MAC en nuestro país, describiendo un panorama terrorífico: “La música contemporánea, y gran parte de la del siglo XX, sufre un progresivo arrinconamiento en auditorios y teatros. Especialmente en países como España, donde la crisis económica ha socavado la confianza de unos programadores atemorizados por la caída de público”. Amigos de Centroeuropa, emigrados a Centroeuropa, cuentan que allí un mismo día puedes ir a la iglesia de un pueblo a escuchar las Suites de Bach para cello y después a la ciudad a un concierto para bicicleta y orquesta y que ambos eventos están petados. Me lo creo. Y me parece otro mundo. Pero ya estoy cansado de utilizar energías en decir lo mal que están las cosas aquí, y creo que es mejor usarlas para pensar y hacer que cambien.

Alfred Brendel

Poco a poco llegamos a la videoplaylist sobre la conferencia ilustrada que Alfred Brendel presentó el 6 de noviembre en la sala de cámara del Auditorio Nacional, titulada ¿Tiene que ser la música clásica absolutamente seria?”. No escribiré sobre lo que dijo Brendel, o no me centraré en ello, por varios motivos. El primero es que a veces es literalmente imposible hablar de música, ya que intentarlo sería como “bailar arquitectura”. También porque ya se ha comentado en otro medios. Por ejemplo, el propio Daniel Verdú al día siguiente en otro interesante artículo. Pero sobre todo porque me apetece probar otros medios de difundir la MA. Por si a alguien le pica el bicho y se engancha.

Alfred Brendel. La verdad es que me tiemblan un poco las manos al escribir sobre él. Alfred Brendel (Checoslovaquia, 1931) es uno de los grandes intérpretes que han desarrollado su carrera en el siglo XX. Podría formar parte de un selecto grupo en el que estarían Vladimir Horowitz, Elisabeth Leonskaja, Pau Casals, Isaac Stern, Mischa Maisky, Gidon Kremer, Maurizio Pollini, Martha Argerichy otros. Pero Brendel no es, o no ha sido (dejó los escenarios en 2008), sólo un gran intérprete. También escribe poesía, es comisario de cine, un magnífico escritor y un lúcido teórico, facetas estas últimas que se aúnan en sus conferencias. A sus 82 años acaba de publicar un estupendo libro, De la A a la Z de un pianista. Un libro para los amantes del piano. Texto que esta semana ha servido para una nueva entrada en el blog hermano Bailar, ¿es eso lo que queréis? Es decir, Brendel es mucho más que un pianista, y se agradece que alguien a su edad, en vez de disfrutar de una plácida jubilación, se dedique a seguir ayudándonos a aprender. 

Resultó llamativo aquel miércoles que Brendel tuviera que salir, con su paso renqueante, a recibir aplausos en cuatro ocasiones. Como parte del público, creo que los allí presentes compartíamos la triste sensación de estar despidiéndonos de él, como si todos supiésemos que no le volveríamos a ver. Tristeza que se agranda sabiendo que cuando él y unos pocos más desaparezcan, habremos perdido una forma de entender la MA. Me refiero, entrando en otro delicado debate, a las nuevas generaciones de intérpretes que ahora se consideran los grandes genios de nuestra época. Y sí, señalo porque me sirve de ejemplo más representativo a la estrella china Lang Lang. No dudo de su virtuosismo, y que si es el mejor pianista de un país en el que estudian piano más de 40 millones de personas, debe de ser muy bueno o, como la publicidad se encarga de vendérnoslo, el mejor pianista de nuestro tiempo. Un nuevo éxito de la ley de competencia neoliberal, de la que Lang Lang es otra víctima. Y es que nuestro tiempo se diferencia de otros, entre otras muchas cosas, por generar marcas a una velocidad de espanto, y hacer que los productos se consuman con el mismo ritmo. El problema es que no es lo mismo vender cartílagos de pollos informes que nuestra tradición musical. En una entretenida entrevista en El País a Brendel se dijo al respecto:

Daniel Verdú. ¿Cree que parte de los problemas que se atribuyen a los nuevos pianistas tienen que ver con el marketing de una industria en busca de estrellas del pop?

Alfred Brendel.Sí, y lo hacen muy temprano. Porque las estrellas del pop siempre son jóvenes. Y para el desarrollo artístico de un pianista y su ego eso no es bueno. Un pianista debe tener paciencia para saber que algunas cosas solo se logran en décadas. Cuando yo tenía 20 no me moría por ser una gran estrella en dos años. A los 50 vi que había conseguido ciertas cosas, pero quedaban más aún.

Ahí queda. Por mi parte, siempre me viene a la cabeza una tontería. Pienso en la mañana en la que Schubert se levanta de la cama, ve en su polla los primeros signos de gonorrea, y sabe que va a morir. Y en cómo después mira por la ventana, y en el mundo que ve a través de ella. Y después, no sé por qué, pienso en Lang Lang antes de dar un concierto en el que va a interpretar a Schubert, y en cómo mira por la ventana del avión. Y al pensar en el mundo que ven y en quién lo mira, sufro un cortocircuito sináptico.

La conferencia ilustrada de Alfred Brendel duró más de una hora. Todo muy pensado muy claro y muy interesante. No me detendré demasiado en ello. En cuanto al tema en cuestión, el sentido del humor en la MA, Brendel nos sorprendió con sus análisis musicales, diciendo que las obras instrumentales de Mozart, a quien recordamos como un niño juguetón, no tienen ni pizca de gracia. Tampoco las de Schubert o Chopin. Por el contrario sí que la tienen las de Schumann, y sobre todo las de Haydn y Beethoven. Durante la conferencia, el propio Brendel ilustraba sus argumentos tocando el piano. Durante los breves instantes que duraba su interpretación, se producía siempre uno de esos silencios. La gente incluso se esperaba a toser cuando acababa de tocar. Durante su discurso nos reímos en varias ocasiones, y creo que todos nos fuimos tan contentos a casa, aunque sólo fuera por haber oído música interpretada por Alfred Brendel. Al terminar la conferencia busqué con la mirada al hombre calvo con la mancha de nacimiento en la cabeza, pero no lo encontré. Mi amigo mentía.

Hasta aquí el post. A continuación la prometida videoplaylist sobre las obras de las que habló Alfred Brendel, y algo más. Molaría que con este escrito se iniciara una serie de posts sobre jazz, rap, rock, bakalao… ¿No?

Sonata para piano de Beethoven nº. 26 en mi bemol mayor Op. 81a, El regreso, 1810. Interpretada por Maurizio Pollini.

Sonata para piano de Haydn n.º 60 en do mayor, Hob. XVI/50, Allegro Molto, 1794. Interpretada por Alfred Brendel.

Sonata para piano de Beethoven n.º16 en sol mayor Op. 31, n.º1, Adagio grazioso, 1801. Interpretada por Daniel Barenboim.

“Si un pianista no hace reír al público después de interpretar esta obra debería dedicarse al órgano”. – See more at: http://www.hoyesarte.com/musica/clasica-musica/brendel-demuestra-que-el-piano-rie_140774/#sthash.jDE6Arsp.dpuf
“Si un pianista no hace reír al público después de interpretar esta obra debería dedicarse al órgano”. – See more at: http://www.hoyesarte.com/musica/clasica-musica/brendel-demuestra-que-el-piano-rie_140774/#sthash.jDE6Arsp.dpuf

Bagatela en Do menor de Beethoven, Op. 119, 1803. Ni puta idea del intérprete.


Variaciones para piano en Do mayor sobre un vals de Diabelli de Beethoven, Op.120, 1819-1823. Interpretadas por Sviatoslav Richter.

Concierto para piano nº. 3 de Beethoven, Op.37, Rondó: molto allegro, 1800. Interpretado por Vladimir Ashkenazy.

Y de regalo el Allegro del Concierto nº.5 para piano de Beethoven con Glenn Gould al piano. Para mí aquí la gracia reside en que si el director y los músicos de las orquesta todavía están vivos, seguirán soñando con Gould. Si están muertos, también.

Un Perro Paco

facebooktwitter

A vuela pluma: estreno de Freudlán, el neoedipo

La Revolución no será ni violenta ni pacífica, será creativa.

Terrorismo de autor

Este post es una excusa para invitaros a ver la última obra de Terrorismo de autor, Freudlán, el neoedipo. Y de paso anunciar que un amigo del primo de mi vecino me ha conseguido el contacto de dos colaboradores del colectivo que se atreven a hablar en nombre de Terrorismo de autor, y que he acordado con ellos hacerles una entrevista que publicaré próximamente. Una entrevista por seguir la moda de las entrevistas bien hechas y con buenas intenciones que hemos podido leer estos días en Teatron (aquí y aquí), porque Terrorismo de Autor es una de esas cosas que están pasando de las que hay que estar bien enterado, porque después de asistir ayer a su talk show en La Fábrica me convencí definitivamente que tienen un discurso que merece ser hecho público, y sobre todo, porque después de Freudlán puede ser que pasen un tiempo a la sombra. Una entrevista en la que, en efecto, todos llevaremos máscaras. Pero antes escribiré sobre el estreno de ayer. Rápido, sin pensar, a vuela pluma.

Estos días Madrid es una metáfora. No sé si existe esa ciudad en el libro de Calvino, pero Madrid, llena de basura, es una metáfora. Así habría ciudades sexys, ciudades frías, ciudades en las que cuesta respirar, ciudades basura… Unos de estos días de huelga, desayunando en el Palentino, me encontré con la pegatina de los cojones. En otro momento me habría molestado, pero fumando rodeado de basura en la calle Pez, todo daba mucha puta risa, una risa irónica que nace de pensar: joder, estoy rodeado de basura literalmente y en todos los sentidos. La puta pegatina consiguió así que mostrara “nuestro carácter alegre y hospitalario” a los turistas que paseaban.

Digresión: una mosca me ha chivado que ayer el colectivo El gato con moscas hizo una macarrada con basura que podremos ver muy pronto. Y continúo para llegar a la presentación de ayer en La Fábrica. Quería hacer doblete y pasarme antes por el Reina Sofía a ver una performance o “conferencia performativa” de Matt Mullican programada en relación a la exposición “Mínima resistencia. Entre el tardomodernismo y la globalización: prácticas artísticas durante las décadas de los 80 y 90”. No pude. Duraba dos horas y llegaba tarde a lo que sin saberlo sería una especie de “conferencia performativa”. Por informar, en el Reina también están haciendo un ciclo de conferencias llamado “Danza años 80. Primeros pasos de la danza en contemporánea en España“.

Ya estamos en La Fábrica. No había estado en el nuevo edificio. Rollo diseño europeo. Mola, aunque me costó averiguar cómo abrir el grifo del baño. Lo de Terrorismo de autor era en el piso de abajo. Tienes que pasar por una librería de esas en la que te quieres comprar todo. El evento lo patrocinaba una marca de ron y nos pudimos tomar unos cuantos. Ya es hora de que cuiden a estos perros. No nos importa escribir con resaca. ¿Se puede decir esto?

A los que esperaban ver a los terroristas se quedaron con las ganas. Se tuvieron que conformar con tener a dos de sus colaboradores con caretas de Rajoy en una pantalla. En este país de pandereta neoliberal ya estamos acostumbrados. Los Rajoys hicieron una “conferencia performance” en la que hablaron de las influencias del colectivo, de sus deseos, de sus planteamientos ideológicos y estéticos… Todo bien interesante, gracioso, profundo y en tercera persona. Durante la performance pudimos volver a ver muchas de sus obras comentadas. Un lujo. La semana que viene en la entrevista podremos detenernos en ellas. Pero lo que todos estábamos esperando era que proyectaran Freudlán, el neoedipo. Que la estrenaran. Momentazo. Algún día lo contaremos. A mí me parece que Terrorismo de autor ha dado un importante salto cualitativo con esta pieza. Como las anteriores, sigue siendo elegante, juguetona, punzante, afrancesada, estimulante, con una coherencia dramatúrgica aplastante… pero Freudlán tiene un aire macarrilla que puede marcar un rumbo a seguir que enriquezca su ya brutal trabajo. No me voy a detener a analizarla. Entre otros motivos, porque no me he leído el Seminario I de Lacan “Los Escritos Técnicos de Freudlán”, y porque hay obras que hablan por sí solas. Ni Marx, ni menos. Ahí va, con todos ustedes Fredulán, el neoedipo.

* Un trato es un trato, esta semana publicaré la videoplaylist sobre el sentido del humor en la música clásica, y algo más.

** Si son verdad los rumores sobre la privatización de muchos teatros en Madrid por hordas de fanáticos analfabetos habrá que liarla parda. Muy muy parda. ¿No? Lo siento por los turistas.

Un Perro Paco

facebooktwitter

Todo significa sin cesar y muchas veces

La semana pasada Teatro Pradillo acogió el universo creativo de Norberto Llopis Segarra. En poco tiempo hemos podido ver a Norberto en La Casa Encendida (¿Y si dejamos de ser (artistas)?), en el CA2M y ahora en Pradillo. Digresión. No pasan desapercibidas las concomitancias entre estos dos últimos espacios de creación e investigación madrileños. Cierro paréntesis. Llopis se trajo a Madrid dos perfomances, una conferencia y cuatro vídeos para el fin de semana. De lunes a miércoles compartió por la tarde cuestiones y acercamientos que ocupan su trabajo en una práctica artística. Todo bajo el nombre de “El espacio es un objeto”.

Llopis es valenciano, se formó en Danza y Coreografía en el Institut del Teatre, y después en el reconocido Máster en Artes Performativas DasArts, en Ámsterdam, ciudad donde vive y trabaja. Los que cruzamos poco los Pirineos, a eventos como el del viernes en Pradillo solemos ir un poco acojonados por si no estaremos preparados para asimilar los códigos. Por si nos sonará a chino u holandés. El propio Norberto dijo entre obra y obra que suelen acusar a su trabajo de poco comprensible. No estoy de acuerdo. Creo que si bien las artes vivas ponen en cuestión más que otras disciplinas la “comprensibilidad” de una obra, más aún cuando su núcleo no es la palabra, los que estuvimos en Pradillo pudimos entender nítidamente lo que se nos mostró en la escena y en la pantalla. Tampoco estoy de acuerdo con aquello que dijo Norberto de que no nos esforzáramos en buscar relaciones entre las tres piezas. Que no las había. Sin duda, éste es un vicio del que los espectadores de escénicas no podemos quitarnos. Además, cuando me dicen que no haga algo, primero se me dibuja media sonrisa en la boca, y acto seguido lo hago. Quisiera o no conseguir eso Norberto, los que nos pusimos a buscar asociaciones entre las piezas seguro que las encontramos, entre otras razones, porque como dijo el bueno de Barthes: “Todo significa sin cesar y muchas veces”.

Tendency. Al entrar en la sala, Norberto nos espera de pie con una larga cuerda enrollada en el brazo. Está cerca del público, nos mira. Entre él y el público hay una silla. Empieza a mover la cuerda de un lado a otro con distintos ritmos. La cuerda acaba golpeando a la silla. Poco a poco se aleja mientras alarga la cuerda y sigue golpeando la silla. Una y otra vez. Oímos el zumbar de la cuerda y su golpear en la silla. La silla funciona como un mediador entre nosotros y la escena delimitada por un cuadrado blanco hasta que nos convertimos en objeto. El riesgo de que se le pueda escapar la cuerda nos hace pensar en nuestro cuerpo como otro objeto golpeable. El cuerpo de Norberto se prolonga con la cuerda y golpea en la silla. “…dado un cuerpo A podemos formar nuevos cuerpo haciendo que los cuerpo B, C ,… se pongan en contacto con A. Decimos entonces que continuamos el cuerpo A y podemos continuar dicho cuerpo A hasta que llegue a estar en contacto con otro cuerpo cualquiera, X. Podemos llamar “espacio del cuerpo A” al conjunto de todas las continuaciones de dicho cuerpo”, dijo un tal Poincaré. Pues eso, si el cuerpo es un espacio, y el cuerpo es un objeto, el espacio es un objeto, o algo así, que oye, nos viene de perlas, porque es el título de la semana de Norberto en Pradillo.

Después de esta acción Llopis se pone a bailar, sobre lo que no puedo decir mucho porque poco sé de danza. Me interesó más cuando coge dos sillas, las sujeta estando cada una ellas apoyadas en una pata, nos mira y las deja caer. Un juego sobre las expectativas. Sabes que lo va a hacer, y esperas que lo haga. Expectativas satisfechas. Ay qué gusto. Y todavía me interesó más cuando choca una silla con otra, porque son el mismo objeto y no son el mismo objeto. Y más todavía cuando hace no sé cuántos fouettés en tournant con una silla en la mano. Porque fouet significa látigo y me recuerda a la cuerda golpeando a la silla, y porque me pone cachondo el riesgo de que se le pueda escapar la silla. Lo único que no me gustó fue escuchar el Claro de luna de Beethoven. Lo siento, me pasa lo mismo que con La Chica de Ipanema. No puedo más.

Por último Norberto se queda en gayumbos y corre con distintos objetos. Un pie de micro, una borriqueta, y un par de maderas. Una carrera de relevos por el espacio escénico en donde parece que el testigo es el cuerpo de Norberto y quien se lo releva son los objetos. Yeah. En la misma frase aparecen las palabras objeto, espacio y cuerpo. Estas casualidades son las que hacen pensar que la pieza tiene una buena dramaturgia. Quiero decir que es coherente, consistente y que las ideas se activan en escena de forma que Norberto seguramente consigue lo que quería. Guste más o guste menos.

Cosita. Descanso de diez minutos, pitillo y otra vez para dentro. Ahora cuelga una pantalla en escena. Vamos a ver unos videos. Norberto los presenta. El primero se llama Cosita. Grabado en 2006 en Holanda, es una joyita. Cosita es un juego en el que vemos cómo David Michael DiGregorio y Pere Faura proponen a cinco artistas que bailen cosita, o algo así. Al parecer les han dado unas reglas de antemano que deben respetar. Inevitablemente despierta la risa. Mecanismo clásico. Cuando el público sabemos más que a quien estamos viendo, nos hace gracia. Cosita nos muestra a dos personas que en una pequeña sala de ensayo dan indicaciones verbales en un lenguaje críptico, propio del arte contemporáneo más ensimismado o de la alta cocina. Por supuesto, ninguno de los artistas sabe bailar cosita. Cosita es ininteligible. Lo que consigue poner en evidencia mucha de la tontería que hay hoy en día en el arte, y que todos en algún momento nos hemos creído. Así, en el fondo, de quien nos estamos riendo es de nosotros mismos. Decir que en el vídeo hay un suceso llamativo. Una de las bailarinas consigue dinamitar el juego, ya que impotente pregunta a David y Pere que qué es para ellos Cosita. Bravo por esas personas contestonas e incrédulas. También se me ha quedado grabado el gesto de Guillem Mont de Palol al acercar la mano al piano buscando entender qué es cosita. Daría para una trilogía, y me sirve como excusa para pedir encarecidamente a Jorge Dutor y a Guillem que traigan Los micrófonos a Madrid.

Rita. El segundo vídeo forma parte de “un diálogo en continuo que quiere crear espacios para compartir actividades extracurriculares entre los miembros de Cabra”. El diálogo “funciona como un juego de relevos: durante dos meses los miembros de Cabra trabajan sobre algo con la idea de proponérselo a otra persona, y este dispondrá de otros dos meses antes de pasárselo a otra persona y así sucesivamente”. Lo que pudimos ver era una obra de Jaime Llopis. Sencilla y certera. Eso que siempre gusta pero que por desgracia no abunda en esta época barroca. Una mesa, un plátano, un martillo, una pelota de plástico y un cuerpo de mujer. ¿Las reglas? La gravedad y la materialidad de cada objeto. Nada más y nada menos. Con estas dos premisas la mujer juega a explotar todas las posibilidades imaginables que le brindan su cuerpo y cada uno de los objetos. Aquí las expectativas funcionan a la inversa que en Tendency, es decir, el público se sorprende de cada una de las acciones. Ay qué gusto. Pero al igual que en Tendency, el cuerpo de la mujer vuelve a convertirse en un objeto, y podemos contemplar otra vez cómo se crea aquel “espacio del cuerpo A”. No me quiero repetir, pero acabo de escribir en una misma frase las palabras cuerpo, objeto y espacio. Cuando la mujer se acerca a cámara y mueve las orejas en un primerísimo primer plano es un momentazo. A lo mejor ése gesto es cosita.

Y para terminar, como decía al principio, no pasan desapercibidas las concomitancias entre el CA2M y Teatro Pradillo. Pablo Caruana en su artículo de los jueves en El País vuelve a hablar sobre el ligoteo entre las artes escénicas y otras disciplinas. Un claro ejemplo de ello es que desde el renacimiento de Pradillo, muchos creadores han estado programados en estos dos espacios: el propio Norberto Llopis, Cristina Blanco, María Folguera, Juan Domínguez, Los Torreznos, Ziad Chakaroun… Lo que significa sin cesar y muchas veces que los dos centros comparten sensibilidades, actitudes, público… A veces cuando vuelvo de Móstoles en el cercanías sueño con la posibilidad de que Pradillo y el CA2M se hagan más fuertes el uno al otro. Que jueguen al tú me das y yo te doy. Luego el segurata me despierta, y mientras dice que quite los pies del asiento, recuerdo que estoy en Madrid y que no es fácil y que lo que quieren es hacernos débiles. Pero también pienso que algo gordo está pasando y que ahora es el momento para no distinguir sueño y realidad. Ahora.

P.D.: El miércoles asistí a una conferencia de Alfred Brendel en la sala de cámara del Auditorio Nacional titulada “¿La música clásica tiene que ser completamente seria?”. El siguiente post será una videoplaylist sobre el sentido del humor en la música clásica. Para que no piensen que sólo nos interesan las cosas “modernas”. O qué hostias, que piensen lo que quieran. Como dice Rubén Ramos, “la ventaja de tener un blog y ponerse a jugar a periodistas es que nadie te lo puede impedir ni nadie te dice lo que puedes o no puedes hacer”. Para abrir bocas.

Un Perro Paco

facebooktwitter

Mirar no es suficiente

Por si alguien tiene dudas, benditas dudas, Perro Paco ladra de alegría cuando va a ver algo que le hace cosquillas, le excita o le despierta el apetito. Y es que un poco de todo eso me sucedió la semana pasada en el CA2M, allá por Móstoles city, al asistir a Image(s), mon amour, primera exposición individual de Rabih Mroué, director, autor teatral, performer, ensayista y artista visual libanés, así como a un par de conferencias paralelas a la exposición. Ojalá eventos así fueran la norma, ¿no? No lo sé, sería un placer de esos que aburren. Hay que ver de todo para no fiarse demasiado de uno mismo, y tanto si gusta como si no, pues se dice, por eso de romper espejos y hacer correr el aire. Aunque siempre habrá quien prefiera regocijarse en la palmadita traicionera en la espalda, quien se sienta a salvo con políticas oscurantistas, quien crea que esto que hacemos no sirve para nada, o que se hace a mala leche, o que no se hace por higiene y por amor. Y quizás tengan razón, y el crítico no es más que un tipo o una tipa más o menos idiota que va ver lo que sea y expresa lo que piensa, y que la crítica, como todo, en palabras de El Conde de Torrefiel, “da mucha puta risa”. O no. Ahí vamos. Aquí seguimos.

La exposición de Rabih Mroué y las conferencias de Aurora Fernández Polanco y el propio Rabih merecieron el viaje a Móstoles. Hacía mucho tiempo que una exposición no me impresionaba tanto. Poco sé de artes plásticas y visuales, y me sorprendió que durante el aftertalk de la conferencia-performance de Rabih se refirieran al comisariado de Aurora Fernández Polanco como la “dramaturgia de la exposición”. Temazo. Llama poderosamente la atención el diálogo que se establece entre materiales, contenidos, afectos, etcétera; ya que se consigue configurar un todo coherente y atractivo que nos adentra en el universo de Mroué, y que nos deja rumiando días sobre los temas y preocupaciones que atraviesan su trabajo. La guerra, la familia, la muerte, el olvido, la identidad, la revolución, la censura, el cuerpo, la violencia… casi nada. Y sobre todo, imágenes, imágenes y más imágenes. Estimulantes las obras, impecable la dramaturgia de la exposición. Recomendación: ir con tiempo. Una tarde, o dos. La frase que más se escuchaba al salir era: “Uff, tengo que volver”.

El miércoles 23 por la tarde fue la conferencia de Aurora Fernández Polanco. No había leído nada suyo, ni había asistido a ninguna conferencia antes; pero sí que había escuchado hablar mucho y muy bien de ella. Expectativas confirmadas. En este país hay un reducido grupo de docentes que dignifican la universidad, la enseñanza y el aprendizaje, lo que a veces es tan sencillo como fomentar el pensamiento crítico. Me vienen nombres como los hermanos Fernández Liria, Fernando Castro Flórez, Marina Garcés,  Carlos Taibo, José Antonio Sánchez, Jordi Claramonte y alguno más. Como me suele pasar con todos ellos, en la conferencia de Aurora Fernández Polanco las neuronas se me pusieron a mil. Qué placer. El título del post es suyo. Parecía que estábamos escuchando discurrir a alguien en voz alta, como si pensar y hablar fueran la misma acción. Después de leer el catálogo (quien no quiera comprarlo puede descargarlo en la web del CA2M) mucho de lo dicho por Aurora está en él. La parte más interesante de la conferencia me pareció precisamente aquello que no está en el catálogo. A lo mejor gracias a la frescura y al aligeramiento de notas a pie de página que tienen las intuiciones, Aurora consiguió acercar su discurso al auditorio y convertir sus dudas en nuestras dudas. Me refiero a aquello de que imágenes pixeladas como las de la guerra de Siria ponen en cuestión que ciertos acontecimientos se conviertan en imágenes, ya que son las imágenes las se convierten en acontecimiento al coincidir cuerpos y dispositivos de visibilidad. Ahí queda. Seguro que no me enteré bien y me he hecho un lío, pero sigo dándole vueltas.

ca2m inauguracion rabih mroue. fotografo andrs arranz_3

También me llamó la atención algo sobre lo que ya es hora de que tengamos una buena agarrada. El diálogo o poco diálogo entre las artes escénicas y las artes plásticas y visuales. No puede ser que alguien como Aurora Fernández Polanco hable de “teatro” como de un vecino de quien sabe poco. Las artes escénicas y las plásticas y visuales parecen como dos hermanos que separaron al nacer, que se parecen y no se parecen, y que desaprovechan la oportunidad de saber del otro para conocerse mejor. Habría que hacer una huelga de hambre o una acampada o algo de eso para exigir mayor presencia de artes escénicas en las facultades de bellas artes de este país, del mismo modo que habría que expulsar de las escuelas de arte dramático y poner un sanbenito a aquellos que quieren aislar a las escénicas porque las fiestas de su pueblo son las mejores. A riesgo de que me corran a boinazos, ¿El trabajo de Romeo Castellucci es más plástico o más escénico? ¿Y el de Schlemmer? ¿Y el de Craig? ¿Y el de Kiesler? ¿Y el de Marquerie? ¿Y alguno de los trabajos de Rabih Mroué?

El viernes 25 fue “The Pixelated Revolution”, conferencia-performance de Rabih Mroué. Como el propio Rabih indica, es más acertado llamarla una “conferencia no académica”. Lo que dijo puede leerse en el catálogo. No me detendré en ello. Reflexionó sobre “los usos de las imágenes en (y contra) las narrativas oficiales” sirias a través del estudio de “los diversos consejos e instrucciones para documentar acontecimientos mediante el uso de teléfonos móviles” y de “la relación de este acto de documentación fotográfica con la muerte”.
Con todo, agradecer al equipo del CA2M y a Aurora Fernández Polanco que hayan traído a Madrid (o a Móstoles) el trabajo de Rabih Mroué, ya que después de haber asistido a su exposición y a su conferencia no académica, se revela como un artista al que es necesario conocer.
Y por último, animar a ir a la exposición y al ciclo de conferencias que seguirán haciéndose en el CA2M paralelas a la exposición. El miércoles que viene le toca a Ziad Chakaroun, el siguiente a Carles Guerra y finalmente a Peio Aguirre, quien tiene un blog de esos que hay que visitar a menudo.

ca2m inauguracion rabih mroue. fotografo andrs arranz_8


P.D. Muchos amigos que provienen de las artes plásticas y visuales me han confesado que molaría y que además sería necesario que hubiera una especie de Perro Paco en su campo. Nadie se lo impide. Todo lo contrario. Mucha gente lo estará deseando. De momento, yo me meto donde no me llaman.

Un Perro Paco

facebooktwitter