Viva México cabrones

 

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Fuimos al teatro por recomendación de C., estábamos tomándonos unas cervezas cuando llegó y dijo: no os lo podéis perder; va en serio.

¿Es una amenaza?

Lo es.

No es que yo tuviese predilección por ir a ver aquella obra, para empezar su título me parecía… delicado, aunque con cierto halo seductor: Lo único que necesita una gran actriz es una gran obra y las ganas de triunfar. Aiss, los títulos largos…. Como la obra había sido reprogramada -hecho que no habla, necesariamente, de su calidad- y se hacía en un espacio “poco convencional”, me animé (cada uno inventa sus excusas). J. terminó de convencerme y acabó invitándome. Lo único que podía pasar es que aborreciera el montaje. Total. No sería nada nuevo. Quedamos al día siguiente con la cabeza aun nublada por la resaca.

Últimamente todo lo que he visto (o leído) de Teatro Mexicano en España (por dar un ejemplo, Lagartijas tiradas al sol) me ha dejado impactado para bien. Como (re)tratan su realidad desde la metáfora, la belleza y lo delicado, sin dejar de ser descarnados ni perder un ápice “de eso que es verdadero”; y además están los recursos escénicos que utilizan. Es como para aprender de ellos, ¡oiga! La violencia no tiene por qué ser obscena, simplemente hay que saber re-presentarla -he aquí una de las claves de este artesanal y complejo oficio-. Pienso que hay una corriente de jóvenes mexicanos que están haciendo uno de los teatros más interesantes de toda Latinoamérica.

Finalmente también se apuntó M. que estaba en Madrid de visita. Cosas tristes de familia. Ahora que se ha convertido en extranjero le echo en falta. Fue una alegría que se animase a venir con nosotros. Bebimos una cerveza antes de entrar y cuando debía empezar todo aquello nos reunimos en una de las puertas traseras de la Nave 1 de Matadero con los otros veinte espectadores que tenían entradas para el pase. No había sitio para nadie más. Localidades agotadas. La obra se mostraba en un minúsculo sótano. El espacio de representación era todavía más minúsculo. Y los espectadores -cómo no- se sentaban en una grada minúscula. Bien juntos. Al calor del cuerpo. Puede parecer incómodo, pero nada más lejos, todo aquello iba en favor de la experiencia. Nos situaban, a los espectadores, me refiero; fuera de nuestra zona de confort casi sin darnos cuenta (con vaselina). El olor húmedo y empalagoso era penetrante. No nos quedaban más cáscaras que entrar despojados de prejuicios y quedarnos extasiados con todo lo que allí había de suceder. Antes de bajar por las escaleras hacia el sótano nos obsequiaron con un chupito de embriagador aguardiente de caña. Rico, rico. Cosa fina. Todo muy ritual. Todo muy bueno.

El montaje es una creación colectiva del grupo Vaca35 Teatro basada en Las Criadas de Genet, un mero pre-texto. Y lo voy a decir ahora: las dos actrices son buenas, trabajadoras, GRANDES -por el título-, con un sentido escénico que ya quisieran muchos. Los objetos, pocos; pero elegidos con sabiduría.

El espectáculo comienza con el texto del autor francés dicho de manera frenética -que luego se nos revelará ensayo- para, más tarde -después del teatro dentro del teatro (ojo metáfora)- avanzar por unos derroteros que, permítanme la tontería, son pura vida (perfecto eslogan para tienda ecológica): de la alabanza al insulto, del insulto a la reconciliación, de la reconciliación a lo insoportable, de lo insoportable a la necesidad, de la necesidad a la fragilidad; en definitiva, un te quiero, pero te odio; un incesante aprender a (con)vivir con la imposibilidad. Cosa chula, de esas que te dejan pensando para rato.

Vaca35 Teatro no engalana los miedos ni maquilla los fantasmas; tampoco se olvidan del humor. Necesario. Manejan con maestría el ritmo como si estuviera dibujado con un tiralíneas. En aquel sótano se creó una respiración común que forma parte del misterio y la magia del teatro. No se sabe porque ocurre. La caída de la baba. Magnífico el baile, magnífica la comida, magnífico el baño. Magnífico el cuento de antes de dormir. Estos mexicanos han encontrado su propio equilibrio entre el realismo y lo real, entre la acción y la representación, lo improvisado y lo fijo. Al final hubo aplausos de los largos y de los de verdad (no de los de día de estreno).

Menos mal que este Otro Perro Paco se animó a mover el culo, salir de casa y acercarse hasta el teatro. Fue bonita la velada. Gracias. A J. y a M. también les gustó. Luego seguí tomando algunas cervezas con M. (y con R. que nos habíamos encontrado allí), hablando de todo aquello que nos acababa de suceder. Ojala se les pueda volver a ver pronto por España. Mucho deben aprender algunos compatriotas de lo que es el teatro contemporáneo, empezando por no olvidarse del público, si no trabajar con y para él.

Si tienen la oportunidad, vayan.

Otro Perro Paco

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La casa del teatro

Crítica de Teatro Promoción RESAD 2012, Editorial Fundamentos, 2013.

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Escribir teatro es como escribir novela pero en difícil. A todos los aspirantes a escritores habría que hacerles escribir una obra de teatro y si no dan la talla prohibirles publicar ni un solo libro de por vida. Es broma. Ja. Pero que es difícil, eso, eso no es ninguna broma. Por otro lado a mí leer teatro contemporáneo español me suele parecer un ejercicio historicista maravilloso para el que le guste el historicismo, yo me aburro. Realmente no le encuentro sentido al 95% de los dramas que leo, no me tocan en nada, ni en el contenido, ni en la forma, ni en las ideas, ni en nada. Creo que los escritores de teatro español, si quieren seguir escribiendo sobre el mundo en que vivimos, deberían salir de sus casas, mirar a la sociedad y reflexionar si de verdad las formas sociales siguen siendo las mismas que en la época de Chejov. Si la respuesta es que no, quizá entonces la forma de sus obras debería cambiar también. O directamente podrían darse a la heroína, a caballo uno siempre llega más lejos que caminando, aunque a veces nunca vuelve.

El librito éste se lo publican a los alumnos de la RESAD de último año con las obras que han escrito como proyecto personal. La RESAD para el que no lo sepa es la Casa del Teatro (así se llaman ellos a sí mismos, no lo digo yo) y como todo el mundo sabe, en casa es donde se saca lo peor de uno mismo, donde no nos ven y podemos mostrar nuestra mierda sin preocuparnos. Analicen el currículum del 90% de los escritores de teatro de este país y verán de dónde salen. A mí me parece un síntoma de un mal que asola la comunidad teatral española (vaya frasaca). Parece que por el hecho de licenciarte en la santa escuela ya es suficiente como para considerarte escritor de teatro y si no has estudiado, no eres nadie. Tontás sociales.

 La RESAD es una escuela de arte dramático. Dramático. DRA – MA – TI (vaya, me sobre una sílaba para hacer un ‘Lolita’). Parece que han entendido lo de dramático por lo literal y enseñan a escribir dramas, sólo dramas, como si fuese la única forma de escribir, como si otras maneras de trabajar con el texto no cupiesen en el teatro, como si fuese la única forma posible de expresión teatral y de expresión personal, en fin, de talibanes pa’ arriba. Manejan muy de primera mano a un señor que se llama Aristóteles, un teórico muy contemporáneo. No me entiendan mal, que hay que manejar a Aristóteles, me parece correctísimo; que hay que superarlo, también. En fin, este enfoque en el cómo escribir un drama y sólo dramas acaba creando pequeños monstruitos desconectados de lo teatral y pendientes de lo bien hilados que están sus personajes, sus tramas, sus diálogos y nada más. Como ejemplo tenemos al ínclito Paco Bezerra (sí, con z, mi corrector de Word acaba de sufrir un infarto), Premio Nacional de Literatura Dramática (otro gran temazo, los Premios Nacionales), que en una entrevista reciente afirmaba: “Yo escribo literatura dramática. La obra de teatro para un dramaturgo no existe. Sólo las palabras”. Primero sería bueno que aprendiese a usar la palabra dramaturgo si tanto le importan las palabras. Luego, su pensamiento, es simplemente otro síntoma del problema que mencionaba arriba, pero no es su culpa, porque es lo que le han enseñado, ¿o sí? La conclusión, obviamente, es que decir subnormalidades en prensa es gratis. Acaba su intervención en la entrevista engolado (el engolado es mío, pero cabe) “Yo moriré y mis textos quedarán”. Tonto.

Por supuesto que no todos son como aquí el amigo, hay buenos escritores y dramaturgos que han salido de la RESAD. También es cierto que tampoco es todo culpa de la escuela, entiendo que si como alumno entras a un sitio en el que te obligan a escribir de una forma que a ti te parece que se queda corta, o no concuerda con tu estilo o tu forma de hacer, lo mínimo es que le busques las vueltas para que lo que escribes cuestione el propio género, se acerque a lo que tú eres, al teatro que quieres hacer. En este libro hay algunos que lo intentan, otros lo consiguen y otros que se la bufa completamente. No obstante, estudiar estudiamos todos, y cuando uno termina de estudiar lo que tiene que hacer es seguir escribiendo. En fin, que vamos al lío.

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La primera obra es El mundo según Prosanto, trasunto de Monsanto, de Paloma Arroyo. Es muy mala. Tan mala que me la he acabado porque no tengo muchos libros para el verano y si me los voy dejando a la mitad a final de agosto no tengo nada que echarme a los ojos y tengo que poner la tele. Es como un mundo así semifuturista gobernado por un tal Prosanto que vende estiércol del suyo y lucha contra un rebelde llamado Jesús (símbolo bíblico insertado por mis huevos) y en medio de todo una pareja que quiere tener hijos en un mundo que no se puede y ella se queda embarazadísima de un tomate que al final mata a todos. ¿Han entendido algo? Pues yo tampoco. La obra es muy mamarracha pero mal. A mí me gustan las mamarrachadas si buscan destruir la lógica y crear una nueva. Aquí la autora pone alguna mamarrachada en boca de los personajes de vez en cuando como: “nos amenazan muchos grupos terroristas (entre los que destacan los MDMA)” y se queda tan ancha. Luego está lleno de monologuitos explicativos, a mi que los personajes se pongan a explicar me come la polla muy mucho, con todos los respetos. Me parece que Lope y Calderón lo hacían muy bien y que Shakespeare también lo hacía fenomenal y que en el s. XVI tendría mucho sentido pero ahora ya buf. Hay momentazos como esta acotación: “FRANKE ARTICHOKE se encuentra despatarrada, de cara al público”. Creo que habla por si sola.

Si vamos a lo obvio, la obra de Rocío Bello, Mi mamá me mima, tiene, por de pronto, un título horrible. Es más cacofónico que la palabra cacofónico. Con ese título podría estar perfectamente protagonizado por Loles León. Luego uno entra a leer como el que entra a matar y sale muerto. Es, sin duda, la mejor obra del libro. En ella, tres generaciones de mujeres de la misma familia se dan cita. Con una sencillez brutal, sin explicar, sólo a base de niveles narrativos y acciones específicas va creando una serie de capas que se extienden al infinito, dejando un gran espacio para el lector (espectador). Al estilo los cuentos de Borges o Cortázar, va creando distintas tramas a las que accedemos por puntos ciegos que va colocando a lo largo del texto y lo más importante, al menos para mí, conecta con aquello que no sabemos qué es ni sabemos decir, indaga en ello de la única forma en que se puede indagar, sin nombrarlo, pero cargando con ello página tras página.

Pasamos a Gran Oferta de Manuel Benito. Es una cosa muy graciosa de gente que se ve influenciada por una terrible oferta de una compañía telefónica y pierde la capacidad de habla. La historia no vale nada. Menos, cuando además la obra se sustenta sobre dos juegos que se vuelven demasiado protagonistas (esto no es malo en sí, lo que pasa es que se podía haber ahorrado la historia y haberse quedado con los juegos). Los juegos molan, el primero es personajes que sólo hablan con 20, o 15, o incluso 10 palabras, el segundo juego es el contrario, personajes que hablan con palabras rebuscadas, sinónimos petulantes del habla vulgar, algunos incluso en endecasílabos y componiendo sonetos. Eso, los juegos, y el personaje del padre, sobre todo en la escena V y la X, que habría que hacerle un monumento y subirlo al cielo, son lo único rescatable.

Como cocinar un hombre blanco en una olla es el intento fallido de María Ferreira de hablarnos de África y de las verdades y mentiras que nos cuentan y nos creemos. Como tema está tan demodé como la palabra demodé. En fin, todo muy multicultural con texto en inglés y español e idioma negrito. El español en una especie de realismo sucio vallecano pero en el corazón de África que no pega ni con cola, sí, ya sé que está intentando recrear un África ajena a lo que se nos impone pero no funciona, chica, qué quieres que te diga, y menos que lo hable un africanito con planes conspiranoicos. Todo muy livianito, todo con la intención de explicarnos qué es África sobrevolando el texto, de darnos leccioncitas, con la protagonista arrancándose furiosa en monólogos casi en un intento de la Liddell pero mal, en fin, y esa frase que cierra la obra, ay. Me habría interesado más un teatro documento directamente de la experiencia de la autora en África.

La última obra es de María Montenegro, No quisiera saber (cuando alguien titula así a mí siempre me apetece decir –No quisiera saber, ¿ah, sí? Pues entonces no abro el libro), en la que asistimos a la última cena de una presunta familia republicana en el 39 en Madrid. La situación político guerracivilesca del drama es como una sevillana encima de la televisión, adorna pero a veces puede ser hasta un poco de mal gusto, desde luego, no sirve para nada. Luego así la estructura de la historia no está mal, y eso de no saber quién es quién y qué rollo lleva con el otro, algo Pinteresco, funciona. Al final te hace un Tito Andrónico (que no lo ha hecho nadie nunca) y te lo explica todo todito para que no se te escape nada. Bah.

Pues eso, que regulero. Los prólogos de los profesores no me los leo que son muy pesaos y hay que echarles de comer aparte.

El Chucho

 

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Elogio a la resistencia

  Elogio a la resistencia

 

  Las plantas de la entrada de Teatro Pradillo, utilizadas alguna vez como parte de las escenografías, han visto la pasada temporada mucho mejores piezas escénicas que la mayoría de los espectadores de Madrid. Sobre todo en comparación con aquellos espacios con presupuestos de siete cifras, gestionados por personas con los ojos grises, cuyo objetivo parece ser contaminar la mirada de todo aquel que tenga dinero para comprar una entrada. Mejor así. Todos tranquilos. No vayamos a desestabilizar el status quo de las artes escénicas en este país. Pero no todos estamos contaminados. Una de las principales razones por las que en Madrid todavía conseguimos mantener limpia (y crítica y despierta) la mirada, es el trabajo que se lleva a cabo en Teatro Pradillo. Pradillo resiste. También resisten las plantas de su entrada. En serio, si las utilizaran como parte de la escenografía en otros espacios, se marchitarían de buenas a primeras. Normal. Están bien educadas.

  Para que quede claro a lo que me refiero, la temporada pasada hemos visto pasar por Pradillo a Carlos Marquerie, Elena Córdoba, Fernando Renjifo, Los Torreznos, Juan Domínguez, L´Alakran, Motus, Emilio Tomé, El Conde de Torrefiel, Claudia Facci, Chus Domínguez, Nilo Gallego, Jorge Dutor, Guillem Mont de Palol… y muchos muchos otros. Casi nada. Pradillo también impulsó la investigación y los espacios de pensamiento. Un tal Romeo Castellucci presentó su libro editado por Continta Me Tienes, o durante una semana hicieron “Una lectura compartida de la Odisea”. Y establecieron “Correspondencias”, por ejemplo, con Citemor. Y ya paro.

  Por supuesto, no todo lo que acoge Teatro Pradillo tiene siempre la misma calidad o el mismo interés. Pero debido a la falta actual de instituciones que aviven el panorama escénico, hay que agradecer a Pradillo el riesgo que asume en sus líneas de programación. Un riesgo que permite a muchos creadores acceder a un espacio en el que trabajar honestamente, y que impide a los espectadores de Madrid ser condenados al ostracismo.

  Los espectadores se hacen. Si ofreces basura, la gente te acaba pidiendo basura. Pero si muestras que existen otras posibilidades, entonces se les despierta el apetito y la cosa se descontrola. Justo lo que algunos no quieren. Y justo lo que consigue Pradillo: incentivar el deseo de ser muchos tipos de espectador. Labor que en un país que se folla sin contemplaciones a las artes escénicas, es harto complicada. Aún con lo dicho, en Teatro Pradillo nos topamos muchas veces con ese problema de ir a ver algo y encontrarte con las mismas caras. El viejo problema de las familias. ¿Tiene solución? Puede que no. Su agenda es atractiva, se difunde… Pero algo más tendrán que hacer hasta conseguir eso de invitar a alguien a comer a casa, y que se quede para siempre.

  A veces, una buena defensa es el mejor ataque. Y una buena parte de la defensa de las artes vivas en Madrid se lleva a cabo en Teatro Pradillo. Es una de las trincheras desde la que las escénicas resisten los ataques de afuera (y de adentro) y se hacen fuertes, y es donde Un Perro Paco ladra de alegría como quien vuelve al hogar. Getsemaní de San Marcos, Carlos Marquerie, la Comunidad Pradillo y todos los que trabajan y han pasado por allí, mantienen el fuego encendido. Encendamos una vela para que Teatro Pradillo siga resistiendo, y tirémosla al fuego para avivar la llama. Bailemos.   

 

Un Perro Paco


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Los sin lugares

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Fui uno de ellos, señores, uno de esos que asistieron a la representación de Los no lugares,  dentro del Festival Fringe en Matadero Madrid, y también fui uno de esos que no pudieron ver el espectáculo. Aún pagando la entrada y accediendo al recinto, pero es que no había sitio en el recorrido para tanto público. Quien mucho abarca, poco aprieta; y la organización de Fringe Madrid es algo más que caótica. Total, para lo mismo, para que unas cuantas compañías, que por un momento se sienten privilegiadas, desplumen a sus amigos. Véase ejemplos de otra índole como el Talent Madrid.

Costumbre es de este espectador, el visionar y oír el espectáculo al que asiste, completando así un acto que, si todo va bien, supone en sí mismo una experiencia estética. Idealizaciones del teatro que tiene uno. Desgraciadamente, la puesta en escena de los textos, surgidos en el taller organizado por Draft.inn, de Alberto Velasco, Antonio Hernández, Sergio Martínez Vila, Juan Pablo García y Javier Hernando Herráez, llevada a cabo por la directora Carlota Ferrer; no me posibilito tal experiencia.

De forma itinerante e incómoda se iba pasando sin apenas transiciones reseñables de un “no lugar” a otro, asistiendo a la puesta en escena de los textos seleccionados, puesta en escena que este humilde servidor sólo podía atisbar entre cabezas y brazos, porque no gusta de empujar a nadie y siempre se quedaba en las últimas filas. Sin saber qué significa exactamente el concepto “no lugar” y sin querer entrar en discusiones de café, copa y puro, surge la primera impresión negativa del espectáculo: la desafortunada gestión del espacio en un proyecto que se genera a partir del espacio. Y me refiero tanto al espacio escénico como al espacio del público.

En cuanto a la ejecución de las escenas, destacar que los actores hicieron su trabajo honrosamente, pese al carente dominio del espacio de representación como de la comprensión de los textos, que estaban tratados como quien trata un poema de Neruda, así a la primera y a lo loco.

Por último los textos, que supuestamente eran el motivo principal del evento (por cierto, de los autores no queda ni rastro en la página de Fringe). El evento, en principio, ofrecía la posibilidad de conocer nuevas voces; y a estos nuevos autores, la posibilidad de ver sus textos en pie. Afirmo que en el juicio a los dramaturgos juega un papel importante el gusto personal.

Alberto Velasco, presenta una escena sencilla interpretada por él mismo en la que se demuestra, al observar la propia ejecución del autor, la importancia de que los autores estén cerca de sus textos en los procesos de puesta en escena. Agradecí que Velasco estuviese interpretando uno de los personajes, puesto que le dio sentido a la escena adecuando el tono, la intención y el código. A continuación vinieron las escenas de Sergio Martínez Vila y Antonio Hernández; después Juan Pablo García, texto más que interesante que espero desarrolle en una obra más larga y, por último, el monologo de Javier Hernando Herráez, el más interesante a mi parecer,  aunque maltratado de nuevo por el espacio y por los clichés. Parece ser que el absurdo, por definir de algún modo el texto, sólo puede ser interpretado por locos. Lo importante, en definitiva, es que no se les otorgó el cuidado que merecían, como es costumbre últimamente. Efectivamente surgen proyectos aislados que dan voz a nuevos dramaturgos, pero desafortunadamente todos esos proyectos maltratan de alguna forma la experiencia en sí, resultando negativa. Véanse los despropósitos del CDN con Escritos a escena, donde servidor tuvo la sensación de asistir a una muestra escolar tras otra en pleno Teatro Nacional.

Qué lástima que las buenas ideas no tengan un buen desarrollo. Deberían los teatreros aprender marketing y saber que no sólo se trata de vender, también de ofrecer un buen producto que resulte imprescindible. Qué lástima también, señores, que la falsa contemporaneidad despoje a los directores del cuidado del texto y los cubra de un forzado protagonismo y omnipresencia. Qué lástima señores, que también les haga olvidar la presencia del público, porque en definitiva, el teatro es para el público, ¿no?

 El que asó la manteca

*imagen de http://nodulo.org/ec/2009/n087p15.htm.

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Gran convocatoria

Es hora de hacer que corra el aire en las artes escénicas, de romper espejos y abrir puertas y ventanas…

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Perro Paco se reserva el derecho a decidir si se publica o no lo que nos enviéis.

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