Romper el molde: poco pan y pésimo circo

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Para repensar es necesario -en un principio- haber pensado y aquí hace mucho tiempo que no se piensa nada, simplemente se repiten moldes. Se asumen situaciones sin cuestionarlas o sin tener el suficiente poder para ponerlas en cuarentena. Muchas de las acciones que se llevan a cabo son sencillamente -y por desgracia- inocuas. El sistema las deglute y las vuelve invisibles: las tacha de raras, de rebotadas, en definitiva, de minoritarias. En esta democracia póstuma y esquelética en la que vivimos las minorías no importan; la mayoría se convierte en un arma arrojadiza para silenciar todo lo demás, los márgenes. Y sin margen no hay centro. La mayoría silenciosa tiene el poder de acallar. Pero, ¿qué diantres es la mayoría silenciosa?, ¿el que calla otorga o nos obligan, para poder disfrutar de algunas migajas, a permanecer callados? ¿Se alimentan con nuestro miedo?

Brecht hablaba de tomar posición. La mayoría silenciosa es el paradigma de la no toma de posición, del conformismo, del ande yo caliente. Nos han robado la capacidad de mirar el mundo con perspectiva. Han achatado nuestra mirada, y por lo tanto, nuestro modo de pensar, de re-pensar y re-inventarse. La fórmula: si tú no quieres el trabajo, no pasa nada, tengo a mil personas esperando en el pasillo que serían capaces de hacerlo; es una soga que se mece por encima de nuestras cabezas.

No será posible un cambio profundo hasta que no se rompan los moldes. Tenemos que ser capaces de adaptar la sociedad a nuestros deseos, no a los deseos de otros que jamás tendrán en cuenta los nuestros. El trabajo debería ser simbiosis: por ti y por mí. No todo por ti y nada por mí. Y vuelvo, perdonen ustedes, al ejemplo de los empresarios teatrales y la multiprogramación, pues me parece clarificador.

Parece ser que el único que es empresario es aquel que posee una sala, por eso hay gente que piensa que es lícito que hagan todo lo posible para obtener beneficios (cuantos más mejor). Liz Perales recogía el guante de nuestro artículo anterior, éste, y nos respondía sin citarnos: acá. Para que un empresario sobreviva puede llevarse por delante a todas las compañías: que también son empresas, que también dan trabajo (más que la mayoría de salas de pequeño formato), que ponen sus ahorros en sus producciones, que tienen gastos y se las ven canutas para recuperarlos. En definitiva, son la fuerza motriz de trabajo. Las compañías (actores, dramaturgos, directores, técnicos, etc.) son los cimientos básicos del teatro. El multiprogramador se aprovecha vilmente, con un sistema de porcentajes calculado por él para que casi nunca le devenga un resultado negativo, del trabajo de los demás. Ni siquiera tiene que encargarse de la difusión: las cuentas les cuadran simplemente con que vengan los contactos y familiares de las compañías. Por eso solo programan durante dos o tres días. Si va mal, ellos no pierden. Si va bien, si la compañía tiene su público (el público de la compañía, no el público de la sala: pues a la sala se la suda generar público y por eso no define, en la mayoría de las casos, una línea de programación), te dan otros dos días. Y así sucesivamente. La compañía nunca estará, con este sistema, en igualdad de condiciones. El empresario piensa que tiene miles de compañías esperando a las puertas de su despacho para ocupar el lugar que otros no quieren. Es la pescadilla que se muerde la cola. Es necesario reclamar y fundar un sistema de comercio justo en el mundo del teatro. Es más importante el campesino que siembra el café que la multinacional que lo pone en el supermercado. Deben convivir, al menos, en igualdad de condiciones. Tomar posición. Tener nuevas perspectivas. Nuevos puntos de fuga. Los porcentajes de taquilla son, en la mayor parte de los casos, inaceptables. Esclavistas, incluso. Proxenetas. Repito enlace, leer esto.

Nota: García May dedica su última columna a las multisalas, aquí.

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Fotografía de Angelo Piero Di Lioni

Pongamos otro ejemplo. Las instituciones públicas. Para llegar al mando de determinadas instituciones hay que pasar por unos aros (los mismos desde hace tiempo, viejunos, sometidos al poder reinante) que imposibilitan un nueva reestructuración. Alguien con 30 años que quiera ser director del CDN a los 50 años sabe lo que tiene que hacer para posibilitar su deseo: tiene que repetir el modelo que le precede y deber favores que le atan de pies y manos. He escuchado que determinados directores de estas instituciones ya tenían claro que lo que ansiaban en su vida era ocupar estos puestos desde que estaban estudiando en la escuela y para eso, claro está, tienes que encaminar tu vida hacia tu objetivo. No pueden sacar demasiado los pies del tiesto. Y cuando llegan, aunque su intención sea buena, el margen de maniobra es mínimo pues han ido firmando, de forma metafórica, demasiados contratos.

Y esto tiene lugar bajo la mirada de unos medios de comunicación (no todos) cómplices y complacientes. Hay que recuperar el pensamiento, romper el bucle (pese a la inercia), sacar los pies del tiesto. Crean cauces de visibilidad, acercar las propuestas al público (a pesar de todo), hablar, hablar mucho, no callar, fundar escuelas del espectador, organizarse de nuevo, dotar de herramientas al público para que no se le dirija la mirada. Para que la dirija él. Aunque vuelva al principio. Pero volverá él mismo, no dirigido (entre comillas). Que las escuelas teatrales no obvien lo que ha ocurrido en los escenarios desde hace 40 años (aunque esté todo inventado, aunque todo se repita). Formas de mirar y formas de hacer más críticas. Desliar la madeja. El sistema se oculta para que nuestras balas no encuentren la diana. Crean dianas secundarias. Hay que encontrar el centro. Nosotros también somos parte de esas dianas. Quizá haya que apuntar también hacia nosotros mismos. Fundir el molde y crear, con la misma materia, un molde nuevo.

Otro Perro Paco

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¿Dime qué consumes y te diré quién eres?

El otro día fui al Teatro Español a ver Ricardo III, dirigido por Carlos Martín, con un elenco de a priori buenos actores -solventes, al menos-, y estuve pensando, durante las dos horas de montaje, lo útil que sería que las butacas tuviesen un botón de eyección como el de los aviones para estamparse contra el techo y no tener que aguantar todo aquello. Abrir un claraboya para que entrase aire, luz. Salí triste. No tengo mucho más que decir. Quizá, por eso, hoy haya escrito esto.

EjectionseatPensar que cada vez que nos acercamos al teatro saldremos transformados, que nuestra vida sufrirá un ligero cambio o que acabaremos el día un poco más “sabios” es, además de utópico, un pensamiento bobalicón. Pero de ahí al pensamiento contrario hay bastante distancia.

El sistema neoliberal, basado en el consumismo, resta, paradójicamente, cualquier tipo de importancia al acto de consumir: todo lo que consumimos, ya sea un helado ya sea una noche en la ópera, se convierte en banal, desechable e intercambiable. En una sociedad de cifras y rendimientos económicos, la cantidad gana por K.O a la calidad. La obsolescencia programada es un concepto que además de aplicarse a la tecnología puede aplicarse a las corrientes de pensamiento y las artes: los poderosos marcan el ritmo. No hay nada que no pueda ser sustituido. Es más, el sustituto, que a su vez volverá a ser sustituido, hace posible que la máquina avance. Los griegos llamaban a este apetito insaciable pleonexia, y Platón lo consideraba una enfermedad. Igual que se considera un trastorno el síndrome de Diógenes. Pienso en esa gente que se vanagloria -y mira por encima del hombro- por ir veinte veces a las semana al teatro y que se erige en lobby, en juez y parte.

En el teatro podemos observar este fenómeno en las multiprogramaciones o las programaciones plato combinado (me gusta el huevo, me lo como; no me sienta bien el arroz, lo dejo): da igual lo que vayas a ver, pues tenemos muchas más cosas que ofrecerte. La insatisfacción engrasa este mecanismo y otorga al espectador una responsabilidad que todavía no es capaz de asumir -pasa en el teatro igual que pasa en el supermercado: consumo responsable, sostenibilidad, ética ecológica…-: lo que has visto hoy es un desacierto, pero lo que verás la próxima vez seguro que es mejor, y si te equivocas, la culpa no es nuestra porque nosotros ponemos a tu alcance un gran surtido -como los dulces navideños- de espectáculos. Y si te ha gustado, vuelve, tenemos muchas más que también te gustarán.

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-programación del Teatro Lara

Esta estrategia beneficia a unos pocos políticos y empresarios teatrales, mientas arruina a dueños de salas y hace inviables sus proyectos. Proyectos comprometidos con el riesgo y otras corrientes de pensamiento que son, por decirlo de manera suave, silenciados. Por no hablar de que la mayoría de la profesión sale damnificada, ni de las salas que se aprovechan de los amigos y familiares de los actores/directores/autores, etc; creando un flujo constante de público falaz e insostenible.

Un elevado número de las obras de nuestra cartelera no llegan siquiera a la etiqueta de teatro basura y aun así, el aficionado al teatro -aquel que no suele tener ningún vínculo profesional con él- sigue yendo un fin de semana tras otro con la esperanza de ver algo que merezca la pena. ¿No nos merecemos algo más? ¿Hasta cuándo?, ¿por qué pagar entradas de 20€ cuando lo que se obtiene no llega a ocio barato? ¿Qué papel ocupan las instituciones púbicas?, ¿qué papel deben ocupar? ¿Por qué repiten modelos privados en vez de crear un teatro público de mayor calidad?

Es verdad que hay tantos tipos de espectadores como personas y que hablar de ellos no deja de ser un ejercicio de soberbia. Uno no deja de asombrarse de la gente puesta en pie cuando baja el telón de soberanos bodrios; espero que llevados por la mitomanía a un actor famoso antes que extasiados por una propuesta tan añeja y mal trabada que hiede. Pero uno también es espectador y ha hablado con unos cuantos y está algo convencido, que palabra arriba palabra abajo, más de uno firmarían estas palabras. Estaría bien hacer una huelga de espectadores para que las instituciones teatrales nos traten, al menos, con el mismo respeto que algunos tienen al Teatro.

Parte del desastre del auge de las multiprogramaciones y de la burbuja teatral en la que estamos inmersos es motivado por los medios de comunicación: medios de poderosos/afines a partidos políticos (sean cuales sean). Varios son los motivos: la crisis de valores que desde hace tiempo arrastra el periodismo, el periodista que rara vez tiene un conocimiento profundo sobre lo que escribe o el buenrollismo imperante -vacío y corto de miras- de los medios especializados en artes escénicas que, en su mayoría, dependen de la publicidad privada para sobrevivir. Todos esos redactores que salen del teatro como si hubiesen visto a la Virgen María cuando solo han visto una mancha en la pared (segundo párrafo), poco tienen de periodistas, poco de aficionados/amantes al teatro y flaco favor le hacen.

Digresión. Por ejemplo. Debemos ser conscientes de que somos cómplices de la desforestación de  Indonesia si compramos productos que contienen aceite de palma -cultivado de manera no responsable-: el desconocimiento no omite la responsabilidad. En el caso del teatro debemos ser igual de conscientes. Sin llegar a la locura. Algo que nos llevaría al suicidio o a la ermitaneidad, si acaso esa palabra existe.

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La discusión o la polémica, en definitiva, la disonancia, además de ser un divertido ejercicio para la cabeza, es un dispositivo útil para transformar y crear nuevas estructuras. Hoy en día las polémicas apenas llegan a riña de patio de colegio y las que van un poco más lejos suelen estar motivadas por intereses personales. No estaría de más sentarse a tirarnos los platos a la cabeza, con elegancia y argumentos (Perro Paco ya dixit). Utilizar las herramientas a nuestro alcance de manera crítica y responsable. Con un poco de sentido común.

El teatro rara vez nos va a cambiar la vida; pero eso no quiere decir que cualquier cosa sea válida encima de un escenario. Y menos en uno público. Que debería tener objetivos más allá de lo económico. Cuando el teatro llega a la categoría de fast food algo está fallando: algo está pasando, también, en la sociedad: lo decía Larra. La crítica teatral, si existiese, sería una buena herramienta de crítica social.

 Otro Perro Paco

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Ante todo mucha calma

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1. La calma mágica. Alfredo Sanzol. Centro Dramático Nacional.

1.1. En la sala pequeña del Teatro Valle-Inclán -la Francisco Nieva- la entrada cuesta 24€.

1.2. En La calma mágica se entrelazan varias historias enmarcadas en una alucinación provocada por la ingesta de hongos alucinógenos. Un hongo tras otro. Y como es una alucinación: vale casi todo.

1.2.1. La mejor historia es la que motiva el montaje. El padre de Alfredo Sanzol ha muerto y escribe esta obra como homenaje para saldar cuentas. El último texto, en el que se cae -de alguna manera- la máscara de la ficción, y el autor se desnuda y nos muestra: miedo, rabia, incertidumbre y errores, es el más interesante del montaje. El “autor” habla con su padre muerto. Uno se va del teatro con la sensación de que la obra funcionaría mejor explorando, hasta sus últimas consecuencias, esa vía.

1.2.2. Las demás historias son, resumiendo: un chico va a hacer una entrevista de trabajo, le dan de comer hongos alucinógenos, se queda dormido en la oficina y le graban un vídeo roncando encima del ordenador, el chico se obsesiona con los que tengan o hayan visto el vídeo: quiere que lo borren; acabará entrando -varias veces- en casa del autor del vídeo por la noche, por la ventana, para robarle el teléfono. (¡Están de moda  las obras de teatro de temática internet/privacidad/etcétera!) Comen más hongos alucinógenos. El chico se enamora de una trabajadora del hombre que grabó el vídeo, que es su jefe, empiezan una relación; a la vez el jefe de la chica y la chica se lían y el jefe de la chica y la jefa del chico también se lían: constelaciones amorosas propias de una comedia disparatada. Comen más hongos alucinógenos. La jefa del chico (proveedora de los hongos) y el jefe de la chica (cazador empedernido) se van a cazar por ahí y la mujer coge gusto a eso de matar animales, sobra decir que los primeros animales los mata por error: que la escopeta se dispara sola. Comen más hongos alucinógenos: hasta los conejos hablan. El chico y la chica se van a vivir a África, tienen de mascota un elefante (un elefante rosa como el de la borrachera de Dumbo), sus antiguos jefes van de vacaciones a África, a cazar, y acaban por matar a su elefante. Tensión. Vuelve a resurgir el vídeo grabado con el teléfono móvil: el chico está obsesionado. Quiere matarlos. Al final se lían, de nuevo, la chica con su jefe. Comen más hongos alucinógenos. Y final. Más o menos.

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1.2.3. Digresión. El público del CDN. Delante de mí se sentaron unas chicas que habían ido a ver esa obra porque: no querían ir a un musical y en su tiempo libre no querían ver miserias. Se lo pasaron pipa. Se partieron el culo en dos. A la salida les parecía que había sido una obra muy extraña, particular e interesante. Después se fueron a cenar y seguirían hablando del montaje: eso es bueno. También había señoras que esperaron a que se fuesen las luces de sala para meter la mano en el bolso y sacar su caramelito. Y amigos de los actores. Pasa hasta en las mejores familias. Es el público mayoritario que va al teatro pagando su entrada. ¡Ojo! Sin público no hay teatro, sin teatro no hay público.

1.3. El universo de Sanzol es particular, reconocible, con imágenes propias. Sabe manejar bien los ritmos y trabaja bien con los actores. Dicen que escribe los textos a partir de improvisaciones con el equipo. Eso está bien. Se nota. Crea algo orgánico. Aunque a veces los textos pasen de un sitio a otro, en saltos cuánticos, y se pierdan cosas que están bien y que podrían estar algo más cerradas. Es una opción. Lo que no es necesario es justificarlo, en este montaje, con un atracón continuado de hongos alucinógenos. El público reconoce el código y puede seguir la obra sin necesidad de que se le recuerde que están comiendo hongos y que todo es así porque todo puede ser (o no) una alucinación del chico que ha perdido a su padre. Personaje alter-ego de Sanzol. Sanzol intenta ser cómico y profundo. Se le dan mejor los sketches que las tramas. A veces le sale muy bien, otras veces le cuesta algo más. Tal vez hace algunas concesiones con el patio de butacas que no son necesarias, pero que tal vez consigan que la obra gusté más al público. Volvemos al punto anterior.

1.4. Los actores, todos vascos (creo) -el montaje obra es una coproducción de CDN y Tanttaka Teatroa-: bastante bien. El trabajo de Iñaki Rikarte hace que el montaje funcione. ¡Bravo!

1.4.1. A veces la obra funciona, otras funciona peor. A mí me pareció que por momentos el espectáculo se hacía algo espeso y algo largo. ¿Sobran 30 minutos?

1.5. El espacio escénico es atractivo, inútil y desaprovechado. Una alemana construida en madera: en el último texto la madera se ilumina por detrás, dejando ver todas sus vetas, tiñendo el espacio de rojo. Me gustó. Pero los actores solo utilizan el lado izquierdo del espacio porque en el derecho hay unas estanterías llenas de achiperres que no sirven para nada. Solo para ocultar la cabeza de elefante y que no se pierdan el efecto sorpresa: algo tontorrón pues la obra se promociona con la cabeza de elefante y las estanterías, por mucho que lo intenten, no son capaces de esconder al elefante. Pobre actriz que se pasa la obra ahí escondida. Muchas cosas ornamentales: no aportan nada, no sirven para nada (ni siquiera son atractivas ni como objetos ni visualmente). Lo mismo pasa con el cartel de Monfragüe y con la caja de luz de una orca saliendo de las aguas. La sobriedad minimalista de espacio rota por un montón de gilipolleces.

1.6. Estoy en contra de las críticas que ven todo como una maravilla que pasará a la historia. ¿Dónde demonios están los espectadores que disfrutan con la obra, se dejan llevar, pero a la vez son capaces de distanciarse?, ¿nos conformamos con lo que sea siempre y cuando conozcamos quien firma?

1.6.1. Lo reconozco: me atrae el trabajo de Sanzol. Pero éste, a mi modo de ver, no es su trabajo más redondo.

1.7. Conclusión: empacho de hongos alucinógenos.

1.7.1. Los 24€ de entrada a la sala pequeña del Valle Inclán sientan como una puñalada en el corazón, para ser más exactos, en el bolsillo de la camisa donde suelo llevar la cartera.

1.8. Ante todo mucha calma.

Otro Perro Paco

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Tus abuelos no son mis abuelos

Veraneantes, Marco Vigo, Museo de Arte Contemporaneo de Vigo 2013

La segunda edición del Festival IDEM, Festival de Artes Escénicas e Inclusión Social, comisariado por Paz Santa Cecilia se desarrolló del 12 al 28 de septiembre en La Casa Encendida. La programación se puede ver aquí. Por desgracia solo pude ver una cosa: O estado salvaxe. Espanha 1939; de Pablo Fidalgo, poeta y exmiembro de La Tristura. Hemos visto lo que hace Pablo sin La Tristura, todavía no sabemos qué hará La Tristura sin Pablo. Hace tiempo Rubén Ramos le hizo una entrevista, aquí. Para saber lo que dice Fidalgo sobre su obra, Liz Perales le entrevistó en su blog de El Cultural (acá).

Hay un puñado de periodistas (por ejemplo) que considera que Fidalgo es uno de los mejores poetas de su “generación”: los poetas españoles más jóvenes. Su primer libro fue elegido por El Cultural como uno de los cinco mejores libros de poesía publicados en 2010. Leyendo La educación física (Pre-textos), La retirada (Ártese quién pueda) y Mis padres: Romeo y Julieta (Pre-textos) se pude decir que sabe titular y que tiene una obra sólida temática y formalmente, aunque a veces algo repetitiva. En definitiva, se puede decir que no se le da nada mal juntar una palabra tras otra. Escribe bien. Bastante bien.

Su último libro publicado por Pre-textos está emparentado con la pieza que pude ver en La Casa Encendida. Un proyecto que ha iniciado en busca de sus raíces y las raíces de su familia. En el libro: sus padres. En O estado salvaxe. Espanha 1939: sus abuelos. El libro comienza con este poema, que copio para que sirva como ejemplo de su escritura:

Yo tenía dos vidas:
una era una pequeña verdad,
la otra era una verdad absoluta.
¿Cuál crees que elegí?

Sé que en mi casa la pureza
es volver lleno de sangre.
Tú me limpias la sangre
porque crees saber de quién es.

O estado salvaxe. Espanha 1939 está estructurado en dos partes. La primera es una película montada con los vídeos que grababa su abuelo desde la década de los 50. Vídeos familiares, de vacaciones, niños pequeños, acontecimientos íntimos. A las imágenes se le suma una locución en off que narra la vida, los dimes y diretes, de su abuelo. Que si su vida, que si los estudios superiores, que si la guerra, que si escuchó el disparo de cuando asesinaron a su tío. El texto es literatura. El audio es la voz del propio Fidalgo, con una cadencia que puede hacerse algo monótona, pero con unas imágenes poderosas: un texto trenzado y bastante redondo. La muerte como regreso al vientre materno. Ole.

La segunda parte. Se acaba el vídeo. Suena un piano. Repito: suena un piano. Sube la abuela de Fidalgo a escena y nos saluda y dice, más o menos: Hola. Lo que vais a ver aquí no es una obra de teatro; es un acto de vida. La abuela se sienta en una mesa y comienza a pasar en silencio fotografías familiares que se proyectan al fondo, donde antes se proyectó la película. Reconocemos ver a la abuela en los vídeos familiares. Después comienza a leer una larga carta escrita para sus nietas: que si su vida, que si no la dejaban hablar gallego, que si no sabía castellano, que si las mujeres, que si tuvo problemas con su suegra. Conflicto entre su origen rural, su emigración a la ciudad y el origen de su marido: urbanita de una ciudad industrial como Vigo. Etcétera, etcétera. El texto también está bien escrito. Se intercala, en ocasiones, una estrofa de poema Palabras para Julia de José Agustín Goytisolo, escrito para su hija, esta:

Un hombre solo, una mujer
así tomados, de uno en uno
son como polvo, no son nada.

José Agustín Goytisolo (de los Goytisolo) se tiró por la ventana de su domicilio barcelonés en 1999, a los 70 años. Digresión aparte.

La “puesta en escena” de O estado salvaxe. Espanha 1939 es sencilla y efectiva. La abuela lee bien, hay algo en su modo de decir las palabras que inunda la sala de “verdad”, pero también hay algo en su presencia que abre una grieta con su discurso. Un discurso que emana belleza, pero con una arquitectura literaria que no puede ocultar su artificiosidad. No es que esto entrañe algún problema: toda creación, de una u otra manera, es artificio. Suponemos que Fidalgo trabajó con sus abuelos y luego fue él quien reescribió sus textos/carta. Bien.

El plano de la obra que menos me convence es cuando intenta realizar el trasvase del testimonio personal al plano colectivo, generacional. El nosotros. En ese momento tengo más dudas con la pieza. El texto de O estado salvaxe está publicado en el libro Autobiografía de mi generación (Marco, Vigo, 2014). Es difícil hacer lo que se propone. La escritura del yo de Fidalgo intenta englobarnos a todos, a veces lo consigue, pero otras muchas veces no. Ahí hay una falla que te saca de la obra. No creo que el dispositivo utilizado sea el más adecuado: los textos son muy familiares por mucho que se desarrollen en un contexto global que empape los acontecimientos. El imaginario familiar es muy particular (hay tantas familias como culos, todo el mundo tiene una). El espectador en su libertad es el que tiene que compartir y comulgar con testimonios ajenos. Cuando alguien enarbola una supuesta voz generacional tiene el peligro de caer en un juego de poder peligroso que achate las circunstancias íntimas y personales de cada uno. Pablo Fidalgo nos muestra con maestría y buena pluma las circunstancias de sus abuelos, y lo hace bien, pero eso no significa que sean también las de mis abuelos o las de los tuyos o las de los suyos o las de toda una generación. Se trata de un proceso interno del que asiste a la obra. No puede ser impuesto. Es una manera innecesaria de elevar el discurso. Hablar de mi abuela es hablar de mi abuela. Si hablando de mi abuela para algún espectador estoy hablando de una generación, será siempre algo residual; no debe ser buscado: es consecuencia del buen hacer.

O estado salvaxe. Espanha 1939 no es un acto de vida. Es un testimonio de unos abuelos escrito por su nieto y puesto, de nuevo, en boca de los abuelos. Merece la pena acercarse a él. Pero mejor acercarse como quien se acerca a la historia de una familia, no como quien se acerca a la Historia de un país.

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Otro Perro Paco

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Cuento viejo para directores nuevos

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Todavía no conocemos la programación del nuevo director del Teatro Español, pero acabo de recordar una historia que convendría no olvidar. Hay gente que estuvo al frente del Teatro Español e hizo bien su trabajo (no todo han sido calamidades). Sí, eran otros tiempos, lo sé, pero tampoco eran tan diferentes a estos. Un joven imbécil le escribió una carta; ahora, le contamos un cuento. 

A Pérez de la Fuente

Érase una vez una niña que se llamaba Margarita. Nació en Molins de Rei, cerca de Barcelona, en 1888; en el seno de una familia trabajadora. A la niña Margarita le gustaba mucho el teatro y comenzó a hacer funciones en centros y ateneos obreros. Cuando la niña Margarita tenía 18 años le ofrecieron una sustitución en una obra de Émile Zola y lo hizo tan bien que la niña Margarita pudo convertirse en profesional y dedicar su vida a estas mandangas. Durante seis años fue la reina de la escena catalana. Va a América una y otra vez y también hacer teatro por allá y también se convierte en reina por allá. En 1914 aparece por Madrid, actuando en el Teatro de la Princesa (cedido por Díaz de Mendoza y María Guerrero). Desde aquel momento alterna su vida en Barcelona con su vida madrileña.

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Margarita Salomé

La niña Margarita es una niña inquieta que no se conforma con los éxitos que va cosechando y no está dispuesta a repetir una y otra vez su repertorio (¡qué coñazo!). La niña Margarita se lanza a experimentar y asume riesgos que ninguna otra actriz de su tiempo se atreve a asumir (ni de su tiempo, ni casi de nuestro tiempo). Por ejemplo, con tan solo veintidós años, en 1910, estrenó en Barcelona, en el Teatro Principal, la Salomé de Óscar Wilde (¡obra prohibida en el país del autor hasta 1931!), y aquello originó un gran escándalo pues la niña Margarita, vestida con aires orientales, enseñaba el ombligo. Pero nada echaba para atrás a la niña Margarita y siguió representado obras y obras, obteniendo palos y éxitos, dejándose el pescuezo. Comenzando, gracias a su audacia y versatilidad -Ricardo Doménech dixit-, la renovación del teatro español antes incluso de que llegara la República.

En 1930 la niña Margarita se hace cargo del Teatro Español del Madrid y programa, durante las siguientes temporadas, el teatro más prestigioso de España, llevándolo a una de sus épocas más gloriosas (R.D, dixit). Contaba para tamaña empresa con la colaboración de Cipriano Rivas Cherif, en función de director de escena y asesor literario. Otro culo inquieto, clave en la historia del teatro español, que no dejó de poner en escena a las corrientes más innovadoras de la época ni cuando estuvo privado de libertad en el Penal del Dueso (llegando a representar en la cárcel Rumbo a Cardiff de O´Neill).

La niña Margarita y el niño Cipri introdujeron nuevos puntos de vista escénicos en el repertorio clásico español, pero no sólo se limitaron a hacer obra clásica de repertorio tras obra clásica repertorio (eso era lo de menos). Entre los dos rescataron obras clásicas en desuso (Fuente Ovejuna por decir una) y las dieron, mano a mano, un nuevo baño de color (en adaptaciones de Lorca o Unamuno o…) El niño Cipri conocía las experiencias europeas de vanguardia, a Max Reinhardt, por ejemplo.

No todo quedó en eso, y aquí viene lo más importante de este cuento viejo para directores nuevos, la niña Margarita no se limitó a renovar la puesta en escena de los clásicos (algo que estaría también bien revisar a día de hoy, tal vez mejor en otro teatro), sino que representó a los grandes autores españoles contemporáneos y a los autores “malditos” -hoy en día fundamentales- como Valle Inclán, e incluso Unamuno. R.D dixit que “abrió el teatro a una nueva generación destinada a hacer el mejor teatro de su tiempo, que entones estaba constituida por autores noveles, que habían tenido muy escasa presencia en la escena”.

La niña Margarita estrenó a un joven Lorca en su primera temporada al frente del Español y siguió estrenándolo… fue ella quien estrenaría por primera vez, ya en el exilio, La casa de Bernarda Alba -en Buenos Aires-, nueve años más tarde del fusilamiento de García Lorca.

Ya he dicho que se tuvo que exiliar. Sí. La derecha no perdonó a la niña Margarita su compromiso con el teatro nuevo ni con los valores republicanos. A pesar de sus éxitos al frente del Español. En junio de 1941 el Tribunal de Responsabilidades Políticas condenó a la niña Margarita “a la pérdida total de sus bienes y a la inhabilitación de toda clase de cargos, así como el extrañamiento (destierro) a perpetuidad”.

Lorca with Margarita Xirgu and Cipriano Rivas Cherif - Barcelona - 1935

La niña Margarita, con Cipri y Lorca

El caso es que hay una pequeña anécdota de la niña Margarita al frente del Teatro Español, esa anécdota de la que hablaba al principio y que no nos conviene olvidar. Y que resume parte de su labor. Y que es algo que debería pasarles a todos los que dirigen instituciones teatrales, porque significa que están haciendo bien su trabajo, que están removiendo conciencias y cambiando la sociedad. Todas esas cosas que escriben los teatreros en sus proyectos de dirección (programas electorales) y que no siempre cumplen. Ahí va: el 1 de junio de 1931, la niña Margarita estrena en el Teatro Español la obra Fermín Galán, de un jovencísimo Rafael Alberti, y esta obra le cuesta ser abofeteada por una dama católica mientras caminaba en el Retiro. Un guantazo que es más bien un premio a toda la labor que desarrolló Margarita Xirgu al frente del Teatro Español.

Amigo Pérez de la Fuente, solamente deseo que te lleves muchos guantazos de viejas damas católicas a lo largo de esta nueva andadura.

Otro Perro Paco

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