Los sin lugares

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Fui uno de ellos, señores, uno de esos que asistieron a la representación de Los no lugares,  dentro del Festival Fringe en Matadero Madrid, y también fui uno de esos que no pudieron ver el espectáculo. Aún pagando la entrada y accediendo al recinto, pero es que no había sitio en el recorrido para tanto público. Quien mucho abarca, poco aprieta; y la organización de Fringe Madrid es algo más que caótica. Total, para lo mismo, para que unas cuantas compañías, que por un momento se sienten privilegiadas, desplumen a sus amigos. Véase ejemplos de otra índole como el Talent Madrid.

Costumbre es de este espectador, el visionar y oír el espectáculo al que asiste, completando así un acto que, si todo va bien, supone en sí mismo una experiencia estética. Idealizaciones del teatro que tiene uno. Desgraciadamente, la puesta en escena de los textos, surgidos en el taller organizado por Draft.inn, de Alberto Velasco, Antonio Hernández, Sergio Martínez Vila, Juan Pablo García y Javier Hernando Herráez, llevada a cabo por la directora Carlota Ferrer; no me posibilito tal experiencia.

De forma itinerante e incómoda se iba pasando sin apenas transiciones reseñables de un “no lugar” a otro, asistiendo a la puesta en escena de los textos seleccionados, puesta en escena que este humilde servidor sólo podía atisbar entre cabezas y brazos, porque no gusta de empujar a nadie y siempre se quedaba en las últimas filas. Sin saber qué significa exactamente el concepto “no lugar” y sin querer entrar en discusiones de café, copa y puro, surge la primera impresión negativa del espectáculo: la desafortunada gestión del espacio en un proyecto que se genera a partir del espacio. Y me refiero tanto al espacio escénico como al espacio del público.

En cuanto a la ejecución de las escenas, destacar que los actores hicieron su trabajo honrosamente, pese al carente dominio del espacio de representación como de la comprensión de los textos, que estaban tratados como quien trata un poema de Neruda, así a la primera y a lo loco.

Por último los textos, que supuestamente eran el motivo principal del evento (por cierto, de los autores no queda ni rastro en la página de Fringe). El evento, en principio, ofrecía la posibilidad de conocer nuevas voces; y a estos nuevos autores, la posibilidad de ver sus textos en pie. Afirmo que en el juicio a los dramaturgos juega un papel importante el gusto personal.

Alberto Velasco, presenta una escena sencilla interpretada por él mismo en la que se demuestra, al observar la propia ejecución del autor, la importancia de que los autores estén cerca de sus textos en los procesos de puesta en escena. Agradecí que Velasco estuviese interpretando uno de los personajes, puesto que le dio sentido a la escena adecuando el tono, la intención y el código. A continuación vinieron las escenas de Sergio Martínez Vila y Antonio Hernández; después Juan Pablo García, texto más que interesante que espero desarrolle en una obra más larga y, por último, el monologo de Javier Hernando Herráez, el más interesante a mi parecer,  aunque maltratado de nuevo por el espacio y por los clichés. Parece ser que el absurdo, por definir de algún modo el texto, sólo puede ser interpretado por locos. Lo importante, en definitiva, es que no se les otorgó el cuidado que merecían, como es costumbre últimamente. Efectivamente surgen proyectos aislados que dan voz a nuevos dramaturgos, pero desafortunadamente todos esos proyectos maltratan de alguna forma la experiencia en sí, resultando negativa. Véanse los despropósitos del CDN con Escritos a escena, donde servidor tuvo la sensación de asistir a una muestra escolar tras otra en pleno Teatro Nacional.

Qué lástima que las buenas ideas no tengan un buen desarrollo. Deberían los teatreros aprender marketing y saber que no sólo se trata de vender, también de ofrecer un buen producto que resulte imprescindible. Qué lástima también, señores, que la falsa contemporaneidad despoje a los directores del cuidado del texto y los cubra de un forzado protagonismo y omnipresencia. Qué lástima señores, que también les haga olvidar la presencia del público, porque en definitiva, el teatro es para el público, ¿no?

 El que asó la manteca

*imagen de http://nodulo.org/ec/2009/n087p15.htm.

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