Apuntes poco sucios. “Liberté, Égalité, Beyoncé”.

En un intervalo -entre apunte y apunte- pregunté a uno de los Play si volverían a poner en escena “Liberté, Égalité, Beyoncé”.

Me respondió con otra pregunta.

Volví a formular la misma pregunta.

Él, no supo muy bien qué decirme.

Creo que estaba atacado por los nervios. Sudado completamente. Comprendí lo importante que era para ellos. Me emociona ver gente tan comprometida con el arte. Me emociona ver gente que hace cosas tan VITALES. Durante su puesta en escena recordé el teatro de Ana Frenkel (específicamente Pura cepa) que –aunque ella desarrolla su trabajo en el campo de la danza teatro–, me produce las mismas sensaciones. Esto era: una noche llena de sensaciones. En un momento hasta se me erizó el pecho y todo lo que hay sobre él. Me fui TODA EMOCIONADA, caminado hasta el metro. No los saludé porque cualquier cosa que les dijese iba a sonar insuficiente. La mayoría de las veces no hace falta hablar.

Conocía el trabajo de Jorge Anguita, me gustaba. Pero creo que aquí encuentra todo su sentido. Las MULTITUDES como signo de este tiempo. No me cabe duda de la lucidez de cada uno de los Play, sino esta propuesta no sería posible (No me atrevo a llamarla obra sólo por ser complaciente y plegarme de lleno al título de estos “apuntes escénicos”).

Si estos apuntes se corresponden con el título algo debe estar mal.

Si estos apuntes aún no han sido pulidos, pues entonces encuentro la belleza en lo crudo e inacabo.

Si estos apuntes están sucios, no puedo imaginarme cómo serán cuando estén “pasados en limpio”. Esperaré ansiosamente a verlo.

Sensaciones apuntadas sobre

 “Liberté, Égalité, Beyoncé”

 De Jorge Anguita y Play Damaturgia

 Teatro Pradillo

 5/10/2013

Vídeo robado del facebook de Playdramaturgia

L.R.

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¿A quién habla Angélica? o el solipsismo del sufrimiento

 

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Todo el cielo sobre la tierra. Teatros del Canal. Festival de Otoño.

Pues ya estamos aquí otra vez. A vueltas con la Liddell. Esta vez dice que va sobre Peter Pan. O sobre Wendy. A mí me parece que va, de nuevo, sobre ella. Que es de lo que tienen que ir las obras de la Liddell, ¿no? Y es lo que a nosotros nos pone. Hablar de la Liddell. De lo que le pasa, de lo que nos pasa, de lo que les pasa a otros al verla, al escucharla, al aplaudirla, al negarla. De lo que está haciendo el éxito con la Liddell. De lo que la Liddell está haciendo con el éxito. Allá vamos. Este es un hueso duro.

Angélica es una puta bestia. Angélica se desnuda en escenarios de toda Europa. Angélica sufre mucho. Angélica está enferma. Angélica es una exhibicionista. Angélica es una estrella del porno emocional. Angélica es standup comedy para los nuevos tiempos. Angélica es Miguel Noguera para depresivos. Angélica es un icono gay. Angélica es un icono feminista. Angélica es un icono conservador. Angélica es el azote de las madres, de los padres, de los enrollados, de los activistas. Angélica es una directora de escena pésima. Angélica es una hortera. Angélica es la mejor actriz de este puto país. Angélica es una resentida. Angélica se muestra agresiva para ocultar su fragilidad. Angélica se muestra frágil para ocultar su fortaleza. Angélica es una pedante. Angélica es una cursi. Angélica es una misógina. Angélica es una mentirosa. Angélica es una fascista. El teatro es el fascismo performativo en manos de Angélica.

Al principio una espectral Angélica deambula por un escenario descompuesto, como un fantasma. Cuerpo hecho espíritu, inquieto y misterioso. El tiempo pesa y hace frío y el viento agita su vestido y la tierra huele a humedad. Angélica araña los hierros y las maderas, pregunta por Wendy, grita y guarda silencio, se desplaza perdida en ese espacio inmenso, diminuta, intocable, destruida.

Sí, creo que había también unos chinos y un actor que hacía de Peter Pan, y una montaña de tierra en medio del escenario y unos cocodrilos colgando. También bailaban unos chinos arrítmicos y tocaba una orquesta de cuerda, pero no me acuerdo mucho. Los actores van de un lado a otro, se sientan en sillas o se atan cuerdas con lazos en las manos. Se tocan las manos y todo es bastante aburrido y bastante feo. Y entonces entrevistan a los chinos y como no hablan bien y no saben muy bien qué cojones hacen allí bailando durante cuarenta minutos, pues nos descojonamos. Pero da igual. Nosotros lo que queremos es que Angélica nos cuente sus chistes. El de la madre a la que habría que escupir por tener hijos. El de que chatea con depravados viejos. Ese de que va uno y te dice que va a una manifestación. Y nos reímos, claro. Nos descojonamos.

Y menos mal, porque la única violencia del espectáculo son nuestras risas.

Ver a Angélica durante una hora y cuarto soltando texto como una ametralladora es un puto lujo. Es brutal y subyugante. El problema es que yo no sé muy bien a quién coño habla. Si a sus fans gays, a sus seguidores hipsters, a Luis María Ansón o a los admiradores con risa floja.

Angélica nos da un concierto de punk rock y transforma el House of Rising Sun en un mantra gutural. Angélica nos da lo que esperamos y entonces aplaudimos contentos. El teatro de Angélica es un teatro burgués. Es un teatro que, como buen bufón, entretiene a la corte, dice las verdades y salva el pellejo porque el soberano se ríe. La corte se parte con sus chistes. Y es una pena, la verdad. Lo jodidamente difícil que es mantenerte jugando con tus propias coordenadas. Angélica está desactivada. Pero entonces esta Perra, ¿qué quiere? ¿Que sólo aquello que elude el éxito y el aplauso posea o conserve su fuerza transformadora? ¿qué mierda es esa, Perra?

Bien, creo que el caso de Angélica, como el caso de Rodrigo, como el caso de tantos otros, es peliagudo, pues son artistas que cimentan su carrera, su arte y su potencia en su no pertenencia, en su desprecio, en su insulto, en su estar afuera, en su crítica directa, en el uso del humor irónico, doloroso como medio de comunicación. Cuando son asumidos y aplaudidos, cuando les ríen las gracias, ¿dónde queda su poder transformador, liberador, transgresor en medio de los aplausos y los vítores?

Angélica nos habla con la autoridad que da la escena, subida al escenario insulta, desprecia, trata de ponernos frente a los ojos, de introducir en nuestros oídos aquello que no queremos oír, todo lo que evitamos mirar. O eso cree ella. Nosotros queremos contestarla, rebatir sus ideas una a una. Queremos gritarla, pero no lo hacemos. Y entonces, como no tenemos turno de palabra, perdemos interés. Y ganamos distancia. Y esa distancia es maravillosa. Entonces la vemos gritar y corretear de un lado a otro, acentuar sus palabras con pasos flamencos (de gran éxito fuera de nuestras fronteras, esa “furia española”…). Y escuchamos su mierda, su paranoia, sus contradicciones, su dolor, su deseo de venganza, con distancia. Con maravillosa Distancia. El exceso, la visceralidad provoca un efecto brechtiano en nosotros. Y empezamos a ver la escena, empezamos a entender su estrategia, admiramos su virtuosismo. Y, como ella repite, no nos creemos nada.

Cuando tu exposición, tu fragilidad, tu manera de abrir tu alma, tu corazón, tu cerebro magullado, es tan sofisticada, tan virtuosa. Cuando disfrutas de esa exhibición, cuando te pone tanto, nosotros ya no nos creemos nada.

Desde que conocemos el trabajo de Angélica (¡grande, grande!) hemos pensado que se arropaba con un “suplemento de dignidad” que la situaba en un círculo de honestidad, de ética, de lucidez, que nos dejaba a los demás fuera (los imbéciles, los despreciables, los miserables, los hombres que la hacíamos daño, las mujeres que la insultábamos con nuestros hijos, los otros, el ser humano débil y lamentable). El suplemento de dignidad de Angélica es su sufrimiento. Su sufrimiento infinito. Por las muertes de las mujeres en Juárez, de los niños, de las guerras, de sus amores destrozados, de las celebraciones de los demás, de la falsedad, de la inaguantable falsedad que la rodea, por la juventud perdida, por la despreciable vejez, por la hipocresía generalizada, por las porteras caviar. Y ese sufrimiento hace de Angélica la Única Voz Autorizada. Y desde allí nos habla, nos desprecia. Y antes ese juego nos violentaba, nos encendía, nos despertaba. Y ahora, unos años después, ya no nos creemos nada. Tan sólo disfrutamos de su despliegue emocional. Y no me fío. MAYÚSCULAS. NO ME FÍO.

Angélica es como ese amigo depresivo al que amas y con quien prefieres no tomar un café. Angélica puede ponerse muy aburrida. Como sólo la gente obsesionada por su propio sufrimiento puede serlo.

Angélica quiere “ser vista” por nosotros, disfruta de su exponerse. Y ese placer obsceno nos hace desconfiar de su propuesta. Difícil equilibrio entre exhibicionismo y verdad. A Angélica le pone mucho hacer lo que hace. Pero quiere que creamos que es un esfuerzo agotador, un desgaste emocional inhumano. Y no, no me fío.

El discurso de Angélica es el de un adolescente que coloca su mal fuera. El infierno son los otros, decía uno. Y los otros, el infierno, reímos. Y por tanto su discurso es inofensivo.

Angélica es Tom Cruise en Magnolia, delante de unos hombres resentidos que ríen cuando humilla a las mujeres. Nosotros nos reímos cuando nos humilla a nosotros, a todos nosotros, porque sabemos que es una coña, porque hemos aprendido a reírnos de sus ocurrencias, de sus disparatadas ideas. Qué divertida es esta tía. Me parto.

Su arrogancia moral genera nuestro desprecio. Su deseo de salvarse genera nuestro desprecio. Su desprecio genera nuestro desprecio. Y nos encanta ir a verla, porque, en realidad, nuestro desprecio es nuestra indiferencia divertida y distante. Como ir a ver a las serpientes al terrario. ¡Qué miedo! ¡Qué inofensivo!

Los misóginos nos partimos el culo con Angelica. Los machistas nos partimos el culo con Angélica. Los votantes del PP nos partimos el culo con Angélica. Las feministas liberadas nos partimos el culo con Angélica.

Estamos cansados de este falso sacrificio. Estamos cansados de este falso martirio.

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Angélica es el extremo personaje de una obra que no está. Angélica es un personaje que ha devorado la obra, que se ha tragado la obra porque no consiente un antagonista. No hay otro. En el teatro post-dramático el antagonista es el público. La violencia, el conflicto, el drama, como lo quieras llamar, está en el público, en su pensar, en su sentir. El éxito ha cancelado ese antagonismo. Si el juego dramático está cancelado, si la obra ha sido devorada por el protagonista, si el público ha muerto como fuerza contraria, ¿A quién habla Angélica?

Deconstrucción escénica, desmontaje del teatro. La palabra enferma, irritada, que busca herir, confrontar, aturdir, enardecer, rebota solitaria por las paredes de la sala. La soberbia, ese pecado escénico, ha vencido al teatro. Sólo quedan palabras rebotando por las paredes como murciélagos tontos. Angélica necesita que se le pierda el respeto. Angélica necesita que paren las risas, los aplausos, los premios. Angélica necesita algún insulto de vez en cuando. Angélica ha pagado a esta Perra para que escribamos esto. Porque Angélica lo quiere todo, la violencia y la transgresión, las portadas de moda y la admiración general, los premios, la excelencia, el éxito, la fama, el reconocimiento, la fragilidad y la fuerza, el ruido, la furia y el silencio. Y lo que su teatro necesita es un poco del desprecio con el que ella juega. Para que su teatro pueda encontrar un Otro al que hablar. Y que las palabras se posen en los oídos y penetren en las mentes, y vuelvan a doler y a conmover, antes de que se conviertan en un eco suspendido, en una cacofónica sarta de insultos sin destinatario. Esperemos que la obra de Angélica no se convierta en una confesión exhibicionista y triste de su envejecer en escena. Obra tras obra. Risa tras risa. Aplauso tras aplauso. Y que sus palabras encuentren sus oídos. Un nuevo público para un viejo teatro. Esperaremos expectantes su Lucrecia. Amén.

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TU PERRA

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Apuntes sucios. Teatro Pradillo. 03/10/2013

 

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En esta apertura de temporada, el Teatro Pradillo invita a creadores a que durante este fin de semana nos muestren apuntes, bosquejos, bocetos de nuevos trabajos, ideas a vuelapluma, escrituras escénicas apresuradas, urgentes, atropelladas, imperfectas. Nos gusta acercarnos a ver estos trabajos apuntados. Nos relaja la mirada, el juicio, la jodida exigencia que nuestros ojos y orejas peludas proyectan en la escena. Obras en proceso, joder, ya estamos con los dichosos Procesos. Relajémonos, son sólo apuntes, cuadernos de trabajo abiertos en escena. ¿Sólo?

Cuando se relajan los cuerpos, las miradas, los esfínteres, nos encontramos delante del juego, de la probatura, de la broma, de la amabilidad. Y esta primera sesión fue amable, cómplice, una celebración tranquila de estar allí, llenando la renovada grada de Pradillo. No sabemos todavía si esta amabilidad nos gusta o no. Pero, vayamos por partes.

La primera propuesta es de la, para nosotros, desconocida compañía Herman Poster. Nos propusieron cuatro movimientos. Cuatro desarrollos escénicos sustentados en cuatro ideas escénicas. Precisas, sin desarrollo, secas.

El primer movimiento fue un apunte humorístico sin desarrollo que despistó nuestra mirada y expectativas para lo que estaba por venir. Zillo, Calzoncillo. Seta, Camiseta. Bien. Vale.

El segundo movimiento introdujo un paisaje tranquilo y sonriente. Una mujer pasea con una niña muy pequeña, casi un bebé. Que sonríe y seduce a la audiencia. La madre la acompaña y le nombra un mundo. Aquí esta el escenario. Este es el público. Escritura abierta, dramaturgia del presente. El tiempo se detuvo y el devenir niño se apoderó de los espectadores. La madre se desnudaba mientras desnudaba a la niña. El juego, la complicidad, la ternura. La madre se viste de mono. Nada sorprende a la niña. Todo sorprende a la niña. Ya han jugado a esto antes. Al juego del mono. Al juego de desnudarse. Pero ahora hay mucha gente mirando. Y es divertido. Nosotros somos divertidos. Ya estamos de nuevo con la amabilidad. La escena como un espacio de curiosidad, amabilidad, descanso, sonrisa. Cuando la niña gatea y expande el espacio, una sensación de vértigo y alegría nos inunda. La madre-mono desaparece, la niña gateando hace una última pausa, deteniendo una vez más el tiempo para sonreírnos y despedirse. El espacio sigue intacto, el tiempo detenido. No sabemos cuanto tiempo hemos observado este pedazo de ternura. Pero sí hemos sido conscientes de la potencia de la escena. De lo cargado de esa escena.

Tercer movimiento. El mono entra y canta. Una canción Pop y un mono que busca su humanidad. Un mono que canta y tararea su canción. Que nos cuenta cantando. Un musical. Nos reímos sin parar y el mono construye el primer dolmen. Marca el espacio, edifica su lugar. Canta. Reímos. Y ese primer gesto. Ese primer lugar en el que sentarse y descansar. Comenzar a ser humano. Pero este mono quiere jugar. Es un mono divertido y cantarín. Triste, alegre y travieso. Destruye su creación, sin aspavientos derrumba el lugar. Y se aleja cantando. Triste y alegre a la vez. Despreocupado.

Cuarto movimiento. En el fondo de la escena hay una puerta y detrás de esa puerta hay un espejo, y reflejado en ese espejo hay un hombre que se pinta la cara de blanco a la luz de una vela. De esa penumbra Pierrot avanza al centro de la escena. Una cara blanca y la luz de una vela es todo lo que se necesita, pensamos. Luego se sustituye la vela por un ordenador, el fuego por la electricidad, el silencio por la música sacra enlatada. Vale. Bien. La gente ríe. Las lecturas demasiado obvias siempre nos incomodan. Una cara blanca y la luz de una vela es todo lo que necesitamos.

Esta Herman Poster nos sorprende con su claridad, su tranquilidad, su precisión a la hora de presentarnos sus apuntes, sus ideas. Y vemos en esa tranquilidad, confianza en su trabajo. Y nos quedamos con ganas de más. De más curiosidad. De más bocetos. De más Herman Poster.

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Después de una pausa, les toca el turno a Play Dramaturgia, colectivo jovezno que lleva un año liando a propios y extraños. Construyeron esa reflexión práctica sobre el streaming y la escena, en la que invitaron a creadores a trabajar para ese formato extraño y dinámico de las retransmisiones en directo a través de la fibra óptica. Desplazaron el “lugar” del escenario y expandieron sus posibilidades. Organizaron “conexiones” para ser visionadas de forma colectiva (un escenario en el que la pantalla se convertía en una ventana a un “otro” escenario). Escenarios de Streaming lo llamaron. Lo hicieron sin un puto duro, lo vio muy poca gente, alguna gente más habló de ello, pero sentaron las bases de un futuro hiperconectado y otaku de la escena. Después aparecieron en esa potente extrañeza de “¿Y si dejamos de ser (artistas)?”, en medio de la caótica sucesión de situaciones intervinieron los paneles verdes de La Casa Encendida con su “Chroma key”, un proyecto de vídeo en el que invitaban (de nuevo, “invitaban”, que liantes son estos chicos) a otros creadores a “okupar” esos cromas que llenan la imagen corporativa de La Casa Encendida. Ahora ya se han inventado otra cosa. PVC lo llaman. La idea es, de nuevo, sencilla. Con toda la potencia y el alcance de lo sencillo. Esto es, invitar a artistas “plásticos” a okupar la escena, a desarrollar su trabajo (que ellos califican o intuyen ya como “proto-escénico”). Una vez más, “Los Play” crean un contexto, un recipiente, un “frame” al que invitar a otros a okupar ese nuevo espacio abierto o por construir. Abrir. Invitar. Okupar. Construir. Palabras clave para entender el trabajo de este colectivo que, en sus palabras, “no hace obras, sino que reivindica la figura del dramaturgista”.

En este primer episodio de PVC, invitan a Sofía Montenegro a desarrollar el trabajo sobre la censura franquista. Desplazan su trabajo hacia la escena y su interés por la censura en el audiovisual, es cambiada por los textos tachados por los censores, “Al tachar no se daban cuenta de que subrayaban para nosotros”, dicen. Uno de los Play, Ruffoni, explica las ideas que han tenido y no han desarrollado, aquello que han pensado hacer y no han conseguido, los apuntes de los apuntes. Lo que no llegó a estar en sucio. Lo que se quedó por el camino. Todas las ideas que nos cuenta son mejores que lo que vamos a ver, pensamos, más tarde. En ese sentido creo que la dramaturgia fue errónea. Nos enseñó los manjares que no habían conseguido cocinar y luego llamaron a telepizza a que les “salvaran el culo”. Aún así la idea de leer esos fragmentos censurados como un juego (no olvidemos, son PLAY dramaturgia) fue interesante. Una plasmación de la idea que nos arrancó alguna sonrisa. Interpretado por Getsemaní de San Marcos y Miguel Ángel Altet, alternaban textos y palabras censuradas (era especialmente curioso la enumeración de términos prohibidos: nombres extranjeros, países, ciudades, divorcio, etc.). Sabemos que era un apunte, pero creemos que le faltó contundencia. De nuevo la amabilidad. A veces tan sabrosa, en otras ocasiones desactivadora y despotenciadora de la escena como una azafata que sonríe con el rostro paralizado en una mueca inhumana. Y en este sentido es difícil establecer una crítica al trabajo, a sus posibilidades no exploradas (¿cuál es la censura hoy en día? ¿cuál su reflejo?), se escabullen, ¿a quién nos dirigimos? ¿a Play? ¿A Sofía Montenegro? En cualquier caso, el nuevo “frame” creado no hace sino abrirnos el apetito de nuevos plásticos. Esperando que entre ellos caiga algún hueso. Que siga el juego, señores.

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El apunte, la confidencia, la ocurrencia, la proliferación y contaminación, el juego, forman parte de las últimas propuestas de Cristina Blanco. No era extraño, pues, que fuera invitada a estos “apuntes sucios”. Con ella se cerraba la noche. Cristina tiene mucho morro. Mucho. Su morro u hocico, que hemos visto asomarse en una prolongada colaboración con Cuqui Jerez, nos ha enseñado a mirar su trabajo de otra manera. Cristina presento su anterior trabajo, Ciencia-Ficción, durante su proceso de creación en presentaciones escénicas, charlas, conferencias y un blog. Y finalmente (qué coño, los procesos siempre siempre marcan cuál será el resultado final) su pieza se convirtió en una presentación deslavazada de ideas, conexiones, canciones, ocurrencias, planteamientos no desarrollados, apuntes escénicos y posibilidades por explorar. Y, como necesita un pegamento que una los pedazos, ha decidido que ese pegamento es su morro. Y así, Cristina, nos embauca como un vendedor de los tiempos de la depresión, con sus elixires mágicos, sus disparatadas ideas, su artesanía low-fi, su mezcla desprejuiciada de géneros, texturas, formatos y estrategias. En esta ocasión nos presenta los primeros pasos de su nuevo proyecto, “La hipótesis del agitador vortex”, título que no explicó. Y salió a escena con un disfraz de Flash Gordon para explicarnos sus primeras ideas. Cuando todos empezábamos a pensar que Cristina no tenía demasiado que enseñarnos, alguien del público se lo echó en cara, lo que derivó en una incómoda discusión que Cristina intento zanjar con un “pues pide que te devuelvan el dinero, yo que sé”, la trifulca creció hasta que el indignado espectador saltó al escenario y empujo a la artista. Algunos espectadores saltaron al escenario a defender a Cristina antes de descubrir que la pelea se transformaba en un combate de esgrima, floretes en mano entre la Cristina superhéroe y el espectador ofendido. Cristina venció, claro, y ese combate contra el espectador era su forma de vencernos a nosotros, espectadores, encerrados en nuestras reticencias, prejuicios y desconfianzas. Cristina es persona de escena y sabe cómo cautivarnos, arrancarnos la risa y ganarse nuestra complicidad. Con morro. Con mucho morro. Como el vendedor de crecepelo que, subido en su caravana, sabe engañarnos y hacernos creer en las posibilidades increíbles de algo que, hasta hace tan sólo un momento, parecía agua embotellada.

 TU PERRA

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Macroteatro por la patilla

  No sé cómo me las compongo, que pásase mi vida en un continuo discreto, sin interpolar una mierda. Si hacía casi un mes andaba yo por las viejas calles de la Nueva España buscando donde hincharme a chilaquiles, ahora gasto dieta de nectarinas y paraguayas. Si el año pasado todo solo a mis estrechas morando en una madriguera de mala muerte, de esas de menos de treinta metros cuadrados, ahora danzando por estos mis corredores, de lo que se me antoja inmenso palacio. Y así con todo, que ya puede andar buscando Paco Lobatón a ese el hombre aristotélico, el del término medio, que llamaba el hombre prudente. Porque me paso mañanas y tardes entre modelos, buscando una variedad que minimice la suma de los cuadrados de las distancias a la muestra de todos los datos, y me doy con un canto en los dientes sí hay algún maldito puto punto que esté contenido en ella. Vamos, dicho vagamente, que eso del “promedio” es purita abstracción.  Pero bueno, mea culpa, será que soy hombre de excesos.

  Hacía justo una semana que había ido al teatro, a la Sala Triángulo, donde representaban una obra llamada “La realidad”, y aunque eso de que la oscuridad es luz detenida no me lo acabé de comer, porque un fotón o cualquier otra partícula nunca puede estar en reposo, sino que es sólo su ausencia (la luz se absorbe, se refracta o se refleja), salí muy satisfecho, por ser cosa entendible y currada, lo que es más que suficiente para un hombre lego en el arte del retablo. Así que me andaba con suma cautela por las calles de esta ociosa ciudad, temeroso de que alguna morralla me asaltase a la vuelta de cualquier esquina. Fue en la que traza “Loreto y Chicote” con “Corredera Baja de San Pablo”. Me habían invitado compañeros del curro, y como, a pesar de ser espíritu solitario, uno no puede dar largas eternamente, y menos tratándose de buena gente, había aceptado. Hice mis cálculos, me di una ducha bien larga y salí de Atocha para Malasaña. Trotaba sumido en prejuicios, lata en mano, blasfemias mascando. Luego habría de ratificarlos. ¡Válgame! -me decía- ¿Microteatro por dinero? A estos bien pronto les planto yo un macroteatro por la patilla en el local aledaño. Ya sabéis, por eso de la competencia desleal. Pero bueno, Primum vivere, deinde philosophari… ¡Si, la verdad, comer es lo primero! Pero nótese la clara distinción que hace el Estagirita: por un lado comer, y por otro filosofar ¡Bienaventurados los que puedan hacer de su pasión jornal!

  Llegué como siempre impuntual: demasiado temprano. En la calle se estaba debuti, que dicen los autóctonos. Soplaba ligerísima brisa otoñal, y yo escrutaba el ambiente en busca de alguna exótica mientras apuraba mi birra. Había algo de agitación y me preguntaba la causa. La gente parloteaba a la puerta sin cesar. Una a mi vera, verita, verita mía, ya se había clavado un par de impertérritos en dos frases, y yo me decía: ¡Aquí está la crema! Pronto di con la causa del revuelo: Pilar Bardem estaba a la puerta con su hijo. La verdad es que Pilar Bardem sólo me la pone dura en sus fotos de juventud, y su hijo nunca. Pero tenían pinta de buena gente, y como decía mi padre, eso es lo más importante. Llegaron los colegas y nos entramos al local. El ambigú cojonudo: mesitas en la entrada, barra bien larga y, rebasada la pantalla, pasillo hasta el fondo y baño abajo. La pantalla es cosa de carnicería, de yo a mi número y cuando me llamen, con la diferencia de que el solomillo es proteína de la güena, y lo que estamos a punto de ver inanición del alma.

  Llaman y bajamos por estrecha escalera. Al cabo una recita instrucciones en clave robótica, y su binaria memoria me evoca el “Pocket Calculator” de Kraftwerk. Guardamos silencio, abre la puerta y me asalta un dejavu de la casa del terror, allí por Batán, con Freddy Krueger más motosierra, y ahora sin Isaac, personaje bíblico de los bajos fondos de mi tierra, que espantaba al mismísimo diablo, y bien pudiera estar ahora defendiéndose en el estrado por a la niña del exorcista haber violado. Dejo ya el hipérbaton. Cubículo de escándalo, más chiquito que mi antiguo piso, sillas junto a la pared, un reloj, y al fondo un funcionario en su mesa, a falta de veinte minutos de salir del trabajo. Lamparita, maletín, folios, y sobrevolando la estampa, dos fotos de familia: el Golden Gate en luna de miel y a la diestra sus dos criajos. Me queda el último asiento, maldita prudencia, pegado a la puerta. La escenografía apunta maneras, que me figuro que el tipo hace de Kafka. Collejón al canto: acaba de entrar la jefa. Ya soy parte integral de la comedia. Va muy seductora embutida en una falda azul marino, consolidada con una camisa de varas anchas, alternándose azules y blancas, bien metida por dentro para realzar sus orondos senos. Empieza el combate. Ella, un poco histriónica, más o menos convence, intentando seducir al otro, que se pone si cabe más nervioso. Querer versus Deber. El ratoncillo australiano fecunda una media de no sé cuantas hembras hasta fallecer agotado. Él no me convence, porque me resulta muy forzado. Ella embiste que embiste, chochito encumbrado, y el otro resiste que resiste, moral apocada. Es cuestión de tiempo. Querer suele ser más fuerte que Deber. Acaba sacando un pañuelo de cada bolsillo y tapa los cuadros  ¿Quién coño lleva dos pañuelos de tela en los bolsillos? Ni mi abuelo, macho.  Tapa los cuadros y baja al pilón. A mí eso de lamer no es que me pirre, pero las piernas de ella sobre los hombros del otro son tremendamente eróticas. Al final resulta que son marido y mujer y el chiste se ha acabado. Me acuerdo de un chistoso en Pajares de los Oteros, que era muy poco gracioso. Salgo de la sala más hueco que un tambor. Reverberan en mi cabeza aquellos versos de Samaniego:

Con varios ademanes horrorosos
los montes de parir dieron señales;
consintieron los hombres temerosos
ver nacer los abortos más fatales.

Aristócrata, claro. Esos sí que sabían gastar el dinero. Calogero sube la escalera y el hijo de la casa Salinas se mofa de su frac. Revoluciones a la mar. Un aborto fatal, eso había sucedido. Y en el nombre del arte. Eso no es arte, diría Enzensberger. Porque hasta donde yo entiendo, el teatro es vivencia, y eso requiere desarrollo. Requiere tiempo. Porque así uno no se ve representado. Uno no se involucra; no sino en el tiempo; aunque tenga a los actores a un palmo. Fe empirista, que ironizaba Machado. El Ser y el Tiempo. Tela marinera. Hablo de ser lo suficiente como para poder afirmarlo; como para serlo. Porque los conflictos de la existencia tienen su lugar en un tiempo. Todo nace y muere en su transcurso ¡Transcurso, discurso, vivencia! Tiempo, tiempo, tiempo ¿Cabe figurarse una sonata sin desarrollo? ¿Sin reexposición? Un retrato en veinte minutos, ¿no es una caricatura? Casi no había dado ni para exponer, referenciar y ubicarse. Un puto chiste por cuatro euros. Como quien sale de un McDonalds tras haberse comido un Big Mac. Para convencerme pregunto a mis compañeros. ¿Os imaginas una tragedica en quince minuticos? Uno muy despierto me dice que sí, que empezaría (y casi acabaría) así:

-Mis hijos han muerto.

Ya, ya. Pero cómo y por qué. Un Edipo sin los pies hinchados, no nato; nacido muerto. Un Ícaro que no alza el vuelo, tirado en la cima del acantilado. El problema es más grave. Porque la gente que hizo la obra no lo hizo mal y obraba de corazón, lo cual infunde respeto. Quizá pueda hacerse una obra buena en veinte minutos ¿Pero magnífica? El problema es el tiempo y la gestión que el neoliberalismo hace de él (su innovador y atroz crimen), merced del progreso científico. “Los Físicos” de Dürrenmatt. Más dinero y más rápido. ¡Rendimiento, rendimiento! Como si la vida fuera un motor de Carnot. ¿Y qué urgencia es esta de tanto producir basura y amasar dinero? ¿Para comprarse un portentoso ataúd contadas todas tus horas? Ahora han puesto drive thru en los tanatorios americanos. ¿Os lo imagináis?

-Otro Big Mac y mi más profundo pésame. Perdona que no me baje, amigo del alma, pero no hago nada que no comporte un gasto considerable de gasolina.

Si al final seguro que el ataúd está hecho de plástico. Putas prisas y puto dinero. Hay que dejar las cosas reposar. Que se empapen del mundo. Buen fermento con sabor a madera, queso bien curado y todo eso. No entiendo, la verdad. Si se tratara de economizar más nos valiera el suicidio. La nada es muy austera. Pero aquí no se quiere morir ni Perry. La esencia del ser es perseverar, decía un filósofo holandés. La vida es “inútil” derroche. Si quieren llenar sus arcas que lo hagan, pero que del bulto promuevan la excelencia en el arte y la ciencia. ¿Dónde están los benefactores de la cultura? ¿Dónde están los mecenas? ¿Dónde el pintor de la corte y las insignes academias? ¡Los poderosos de hoy son una panda de horteras! Microteatro y microexistencia. Mariposa y hormiga. Efímeros insectos. Nos sobrevivirán, pero los hombres, bien sabe la naturaleza que requiere más tiempo hacerlos. Un hombre me vale a mí, como decía Leibniz, todo el Universo. Un hombre hecho y derecho, lleno de experiencias y de tiempo. Dijera un hombre eterno. Pero bueno, me la envaino y soporto el castigo, por osado, como Prometeo las cadenas. Adelante con el microteatro. En el peor de los casos, lo malo, si breve, la mitad de malo. Yo aguardo expectante, henchido de esperanza. Ahora me toca una de arena. Todavía soy joven. Siempre nos quedará Madrid.
http://youtu.be/T4Drz9vvpOM

Pacotrón

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La casa del teatro

Crítica de Teatro Promoción RESAD 2012, Editorial Fundamentos, 2013.

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Escribir teatro es como escribir novela pero en difícil. A todos los aspirantes a escritores habría que hacerles escribir una obra de teatro y si no dan la talla prohibirles publicar ni un solo libro de por vida. Es broma. Ja. Pero que es difícil, eso, eso no es ninguna broma. Por otro lado a mí leer teatro contemporáneo español me suele parecer un ejercicio historicista maravilloso para el que le guste el historicismo, yo me aburro. Realmente no le encuentro sentido al 95% de los dramas que leo, no me tocan en nada, ni en el contenido, ni en la forma, ni en las ideas, ni en nada. Creo que los escritores de teatro español, si quieren seguir escribiendo sobre el mundo en que vivimos, deberían salir de sus casas, mirar a la sociedad y reflexionar si de verdad las formas sociales siguen siendo las mismas que en la época de Chejov. Si la respuesta es que no, quizá entonces la forma de sus obras debería cambiar también. O directamente podrían darse a la heroína, a caballo uno siempre llega más lejos que caminando, aunque a veces nunca vuelve.

El librito éste se lo publican a los alumnos de la RESAD de último año con las obras que han escrito como proyecto personal. La RESAD para el que no lo sepa es la Casa del Teatro (así se llaman ellos a sí mismos, no lo digo yo) y como todo el mundo sabe, en casa es donde se saca lo peor de uno mismo, donde no nos ven y podemos mostrar nuestra mierda sin preocuparnos. Analicen el currículum del 90% de los escritores de teatro de este país y verán de dónde salen. A mí me parece un síntoma de un mal que asola la comunidad teatral española (vaya frasaca). Parece que por el hecho de licenciarte en la santa escuela ya es suficiente como para considerarte escritor de teatro y si no has estudiado, no eres nadie. Tontás sociales.

 La RESAD es una escuela de arte dramático. Dramático. DRA – MA – TI (vaya, me sobre una sílaba para hacer un ‘Lolita’). Parece que han entendido lo de dramático por lo literal y enseñan a escribir dramas, sólo dramas, como si fuese la única forma de escribir, como si otras maneras de trabajar con el texto no cupiesen en el teatro, como si fuese la única forma posible de expresión teatral y de expresión personal, en fin, de talibanes pa’ arriba. Manejan muy de primera mano a un señor que se llama Aristóteles, un teórico muy contemporáneo. No me entiendan mal, que hay que manejar a Aristóteles, me parece correctísimo; que hay que superarlo, también. En fin, este enfoque en el cómo escribir un drama y sólo dramas acaba creando pequeños monstruitos desconectados de lo teatral y pendientes de lo bien hilados que están sus personajes, sus tramas, sus diálogos y nada más. Como ejemplo tenemos al ínclito Paco Bezerra (sí, con z, mi corrector de Word acaba de sufrir un infarto), Premio Nacional de Literatura Dramática (otro gran temazo, los Premios Nacionales), que en una entrevista reciente afirmaba: “Yo escribo literatura dramática. La obra de teatro para un dramaturgo no existe. Sólo las palabras”. Primero sería bueno que aprendiese a usar la palabra dramaturgo si tanto le importan las palabras. Luego, su pensamiento, es simplemente otro síntoma del problema que mencionaba arriba, pero no es su culpa, porque es lo que le han enseñado, ¿o sí? La conclusión, obviamente, es que decir subnormalidades en prensa es gratis. Acaba su intervención en la entrevista engolado (el engolado es mío, pero cabe) “Yo moriré y mis textos quedarán”. Tonto.

Por supuesto que no todos son como aquí el amigo, hay buenos escritores y dramaturgos que han salido de la RESAD. También es cierto que tampoco es todo culpa de la escuela, entiendo que si como alumno entras a un sitio en el que te obligan a escribir de una forma que a ti te parece que se queda corta, o no concuerda con tu estilo o tu forma de hacer, lo mínimo es que le busques las vueltas para que lo que escribes cuestione el propio género, se acerque a lo que tú eres, al teatro que quieres hacer. En este libro hay algunos que lo intentan, otros lo consiguen y otros que se la bufa completamente. No obstante, estudiar estudiamos todos, y cuando uno termina de estudiar lo que tiene que hacer es seguir escribiendo. En fin, que vamos al lío.

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La primera obra es El mundo según Prosanto, trasunto de Monsanto, de Paloma Arroyo. Es muy mala. Tan mala que me la he acabado porque no tengo muchos libros para el verano y si me los voy dejando a la mitad a final de agosto no tengo nada que echarme a los ojos y tengo que poner la tele. Es como un mundo así semifuturista gobernado por un tal Prosanto que vende estiércol del suyo y lucha contra un rebelde llamado Jesús (símbolo bíblico insertado por mis huevos) y en medio de todo una pareja que quiere tener hijos en un mundo que no se puede y ella se queda embarazadísima de un tomate que al final mata a todos. ¿Han entendido algo? Pues yo tampoco. La obra es muy mamarracha pero mal. A mí me gustan las mamarrachadas si buscan destruir la lógica y crear una nueva. Aquí la autora pone alguna mamarrachada en boca de los personajes de vez en cuando como: “nos amenazan muchos grupos terroristas (entre los que destacan los MDMA)” y se queda tan ancha. Luego está lleno de monologuitos explicativos, a mi que los personajes se pongan a explicar me come la polla muy mucho, con todos los respetos. Me parece que Lope y Calderón lo hacían muy bien y que Shakespeare también lo hacía fenomenal y que en el s. XVI tendría mucho sentido pero ahora ya buf. Hay momentazos como esta acotación: “FRANKE ARTICHOKE se encuentra despatarrada, de cara al público”. Creo que habla por si sola.

Si vamos a lo obvio, la obra de Rocío Bello, Mi mamá me mima, tiene, por de pronto, un título horrible. Es más cacofónico que la palabra cacofónico. Con ese título podría estar perfectamente protagonizado por Loles León. Luego uno entra a leer como el que entra a matar y sale muerto. Es, sin duda, la mejor obra del libro. En ella, tres generaciones de mujeres de la misma familia se dan cita. Con una sencillez brutal, sin explicar, sólo a base de niveles narrativos y acciones específicas va creando una serie de capas que se extienden al infinito, dejando un gran espacio para el lector (espectador). Al estilo los cuentos de Borges o Cortázar, va creando distintas tramas a las que accedemos por puntos ciegos que va colocando a lo largo del texto y lo más importante, al menos para mí, conecta con aquello que no sabemos qué es ni sabemos decir, indaga en ello de la única forma en que se puede indagar, sin nombrarlo, pero cargando con ello página tras página.

Pasamos a Gran Oferta de Manuel Benito. Es una cosa muy graciosa de gente que se ve influenciada por una terrible oferta de una compañía telefónica y pierde la capacidad de habla. La historia no vale nada. Menos, cuando además la obra se sustenta sobre dos juegos que se vuelven demasiado protagonistas (esto no es malo en sí, lo que pasa es que se podía haber ahorrado la historia y haberse quedado con los juegos). Los juegos molan, el primero es personajes que sólo hablan con 20, o 15, o incluso 10 palabras, el segundo juego es el contrario, personajes que hablan con palabras rebuscadas, sinónimos petulantes del habla vulgar, algunos incluso en endecasílabos y componiendo sonetos. Eso, los juegos, y el personaje del padre, sobre todo en la escena V y la X, que habría que hacerle un monumento y subirlo al cielo, son lo único rescatable.

Como cocinar un hombre blanco en una olla es el intento fallido de María Ferreira de hablarnos de África y de las verdades y mentiras que nos cuentan y nos creemos. Como tema está tan demodé como la palabra demodé. En fin, todo muy multicultural con texto en inglés y español e idioma negrito. El español en una especie de realismo sucio vallecano pero en el corazón de África que no pega ni con cola, sí, ya sé que está intentando recrear un África ajena a lo que se nos impone pero no funciona, chica, qué quieres que te diga, y menos que lo hable un africanito con planes conspiranoicos. Todo muy livianito, todo con la intención de explicarnos qué es África sobrevolando el texto, de darnos leccioncitas, con la protagonista arrancándose furiosa en monólogos casi en un intento de la Liddell pero mal, en fin, y esa frase que cierra la obra, ay. Me habría interesado más un teatro documento directamente de la experiencia de la autora en África.

La última obra es de María Montenegro, No quisiera saber (cuando alguien titula así a mí siempre me apetece decir –No quisiera saber, ¿ah, sí? Pues entonces no abro el libro), en la que asistimos a la última cena de una presunta familia republicana en el 39 en Madrid. La situación político guerracivilesca del drama es como una sevillana encima de la televisión, adorna pero a veces puede ser hasta un poco de mal gusto, desde luego, no sirve para nada. Luego así la estructura de la historia no está mal, y eso de no saber quién es quién y qué rollo lleva con el otro, algo Pinteresco, funciona. Al final te hace un Tito Andrónico (que no lo ha hecho nadie nunca) y te lo explica todo todito para que no se te escape nada. Bah.

Pues eso, que regulero. Los prólogos de los profesores no me los leo que son muy pesaos y hay que echarles de comer aparte.

El Chucho

 

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