Cuando a Roman Polanski le preguntaron por qué en mitad del rodaje de La semilla del diablo había sido tan déspota y cabrón al despedir al humilde dire de foto u operador (no recuerdo bien) de un plumazo contestó: “no volveré a trabajar nunca más con alguien que no sea exactamente de mi misma altura”. La suya era y será, digo yo, de 163 cm. El osado colaborador le comentó al pequeño genio fascista que veía un encuadre un tanto extraño de Mia Farrow hablando por teléfono. La sugerencia le costó la vida.
Viendo el otro día a Hermann Heisig y Nuno Lucas presentando en Teatro Pradillo su pieza Pongo Land (2008) pensé decididamente en ello. No soy tan bajito como Polanski, pero me di cuenta de cómo ellos dos, en el mismo instante en el que la coreografía se hacía carne (dos pavos en gayumbos produciendo movimiento), planteaban su verdad absoluta. Yo, capullo, no soy tú, y además cuando bajo el brazo se choca con tu crisma. ¿Que haré? ¿Armarme a tiros? No. Hermann y Nuno, maestros de la combinatoria, copiando el arcano mayor del tarot que sigue al loco 0, el mago, empiezan a mezclar(se), a pedir colaboración, a descubrir al menos una posibilidad, como si les fuera la vida en ello. Hay algo que me llama la atención y que me estorba un poco al principio, a saber, la sensación de que emplean una rigurosa matemática del recuerdo de los movimientos, de las contorsiones y que luego se torna espera, observación, mirada, estudio anatómico, incluso deseo a veces, erotismo del contacto, de las pieles y las extremidades que buscan afanosamente su derecho a la fusión, al abandono en el otro, sí, me gusta, empiezo a reír a través de ello, sensación que me calienta y me pone delante de dos seres inocentes a veces, vulnerables, payasos, y también aguerridos, conscientes de cómo funciona el viaje, afirmando lo debido. Y a veces animales misteriosos, animalarios arcanos, criaturas ya extinguidas en la noche de los tiempos. Estetas de geometrías humanas no euclidianas, de geometrías de la piel y las extremidades que se miden para encontrarse irremediablemente. Más allá de la voluntad. Irrefrenables cuerpos imán en la última cita antes de la expulsión del paraíso.
Barthes en su Fragmentos de un discurso amoroso: “Espero una llegada, una reciprocidad, un signo prometido. Puede ser fútil o enormemente patético. Todo es solemne: no tengo sentido de las proporciones. Hay una escenografía de la espera: la organizo, la manipulo, destaco un trozo de tiempo en que voy a imitar la pérdida del objeto amado y provocar todos los afectos de un pequeño duelo, lo cual se representa, por lo tanto, como una pieza del teatro”.
En esa espera y observación del otro hay una necesidad a la vez casi exhibicionista de decirle al amado o al enemigo, al compañero, a la presencia impuesta, decirle, digo, decirle cuánto vale uno. Cuánto de propio hay en la soledad también. Y cuánta necesidad de locura, de liberación, y de comunión, de agarrarle la mano fuerte, y decir, mirando a los ojos, estoy en ello. Nos hace falta un poco de valentía. Chordata, Mammalia, Primates, Haplorrhini, Simiiformes, Hominoidea, Hominidae, Ponginae, Pongini, Pongo.
Pongo Land es el espacio del orangután, del ser que aberrado en el gran hermano propuesto por su vecino del tercero, hominidae, copia, reproduce, imita, toca lo que le separa y diferencia del otro. Ahí el espectador ha pagado ya su entrada para entrar en la ciudad de los horrores, para ver a los seres que han sido obligados a ser uno para el otro, obligados a una continua relación entre ellos. Al menos ellos son dos, pueden aún divertirse. Y lo hacen pero bien. Nosotros no sabemos si reír o llorar.
Hermann me recuerda al maravilloso Jaques Tati de Playtime y Nuno es un astronauta que ha perdido cualquier esperanza pero que sabe que el planeta que habita es suyo, propio. Ambos, todo un ejemplo de seriedad escénica.
Pongo Land aparece dentro de la propuesta del colectivo portugués Demimonde que nace en paralelo al festival Celebraçao y que ese mismo día presenta después un directo musical de Melhor Amigo, un dúo compuesto por Gui Garrido y Antonio Pedro Lopes.
Nos dejan colchonetas y nos tumbamos y ante nosotros aparece la bestia performática Gui (he visto ya dos piezas suyas y cada vez me gusta más su potencia y su honestidad) junto a un Antonio & the Johnsons (alguien me dice que la voz es parecida) que consiguen ponernos a tono. Dejan clara entre canción y canción su formación en danza pero algún fan le pide a mitad del directo a Gui que abandone la mierda esa y se dedique a tocar, y sí, porque el fiera lo toca todo y bien. Mucho romanticismo pop y de sinte, Timber Timbre, el queer Antonio mencionado antes, las Cocorosie de la maison, Velvet… a ver si se ponen serios y sacan álbum, joder.
Pequeña videoplaylist sobre el trabajo de alguno de los creadores de Demimonde
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