La Espectadora lienzoherida celebra la vuelta al cole —si es que alguna vez fue colegiada como para poder volver ahora— con esta invitación a desmontar la literatura pastoril, esos mitos del pasado que tan a menudo ciegan a los cejijuntos programadores del presente. Y ya sabéis a quienes me refiero. En homenaje a tales prohombres, imitando fielmente su ejemplo de gobierno, aquí se aplicará el principio del mínimo esfuerzo, el descargo y la apelación a autoridades superiores, el vuelva Usted mañana. Voy a citar un texto ajeno. No me responsabilizo de las consecuencias.
«Por supuesto que, pese a románticas y evocadoras miradas lanzadas hacia los tiempos republicanos, considerados como un perdido y malogrado paraíso, más valdría situarse ante la época con intentos de mayor objetividad, desechando mitos que se entremezclan más con una general pobretería y escaseces que con lo eminente. Por poner un ejemplo, uno de esos mitos de la República, el grupo teatral La Barraca de Federico García Lorca, es así despachado por Azaña en su diario correspondiente a 15 de abril de 1933: “Otro entremés de Cervantes, representado por los estudiantes de La Barraca, que Don Fernando protege y que no pasan de ser modestos aficionados. Lo único que hacen bien es caracterizarse”. Por supuesto que Azaña no iba a dejar pasar la ocasión de despellejar a un colega, en este caso el granadino Fernando de los Ríos, pero probablemente su criterio sobre la cualificación teatral acerca del mitificado grupo lorquiano fuera también bastante correcto. Acerca de cuyas representaciones, por cierto, Fernando Martín-Sánchez efectuó la siguiente descripción: “En Fuenteovejuna se suprime el perdón del rey al pueblo, acabando la obra con un motín de gentes puño en alto sobre la sangre caliente del comendador”.O sea, que Lope de Vega queda arbitrariamente reciclado como espartaquista.» (Antonio Martín Puerta, El franquismo y los intelectuales.)
Ernesto Castro