Aviso para el lector: estas líneas son una pedrada a nosotros. Que cada cual analice la cantidad de golpe que le corresponde.
Ahora que empezamos a enterarnos de las programaciones para la próxima temporada, la del CDN (analizada por Pablo Caruana en su blog de TEATRON) o la de los Teatros del Canal. Y ahora que sabemos que Pérez de la Fuente será el nuevo director del Teatro Español de Madrid (aquí su proyecto de dirección), y que se tiene que tragar la programación de Natalio, el amigo de Vargas Llosa, hasta enero, me viene a la cabeza una pregunta: ¿quién recibe a quién?, y como consecuencia, ¿quién elige a quién?
El título de esto, que bien podría dar para una serie de artículos, se centra en su primera -y posiblemente única- entrega, en qué puertas están abiertas o cuales están cerradas, cómo se cierran y para quién se abren, qué esperan y qué esperanza pueden tener los que quieren meter en el teatro su hocico. Un amigo mío, tan bromista como borracho, solía decir: para hablar conmigo hay que pedir audiencia; y en el teatro, si pedimos audiencia para hablar con alguien, ¿se nos concede?
Quizá todos aquellos que comienzan y depositan su ilusión en el mundo de las artes escénicas deban depositar más empeño en hacer nuevas amistades, bien conectadas, con su parcelita con vistas y piscina de poder, que en realizar un trabajo riguroso, digno, necesario o como ustedes lo quieran llamar. Véase la ironía. ¿Qué es lo más importante? ¿Quién lee (los) dossieres?, ¿qué programador va a ver espectáculos sin conocer, sin tener ni idea, de sus creadores?, ¿de qué vale las direcciones abiertas del CDN, por ejemplo (y pregunto porque en verdad no sé si cumplen alguna función)?, ¿hasta qué punto nos dejamos sorprender con alguien a quién no conocemos?, ¿hasta qué punto le damos un voto de confianza y por qué no damos votos de confianza a nadie? Hay gente que se deja el pescuezo intentando hacer su trabajo y, a pesar de tener propuestas que no desmerecen de algunas que son cabeza de cartel, no lo consiguen. ¿Por qué?
Hay creadores que utilizan para hacer teatro los codos más que la cabeza. Teatro: nido de víboras. Cuando hay poco pan y muchas manos, las manos, en vez de preocuparse por el pan, se preocupan por guerrear con otras manos. Una guerra sucia, falsamente cordial, con las cartas sin levantar. El pan, al final, enmohece. La guerra de los que hablan de la paz es peor que el sopapo limpio. Seamos políticamente incorrectos: mostremos nuestras cartas. Se nos hincha el pecho con palabras como comunidad y somos muy poco comunitarios.
La frase hecha cría fama y échate a dormir, unida a la de los amigos de mis amigos son mis amigos, son los pilares básicos a la hora de hacer programaciones en los diferentes espacios escénicos, ya sean públicos, ya sean privados, ya reciban subvenciones, ya no las reciban. Y sé que esto es una generalidad. Yo mismo me he topado con gente que hace su trabajo como se tiene que hacer su trabajo: con amor a este oficio, con empeño, con las cosas claras. De ahí la aclaración al principio de estas líneas.
Esa otra frase: quien no tiene padrino no se confirma, es una sentencia que no siempre habla de buena salud y buenas prácticas. Podríamos hacer una guía de las malas prácticas en las artes escénicas (se aceptan sugerencias). Por ejemplo, es curiosa la cantidad de estirpes teatrales que pululan por España donde los hijos se convierten en peleles puestos a dedo por sus padres sin ni siquiera saber hacer la O con un canuto. Por suerte no todos los árboles genealógicos teatreros son así.
Hace algún mes leía una noticia/experimento que se llevó a cabo en el mundo editorial y que bien nos puede servir para ilustrar esto de lo que estamos hablando. Alguien cogió un libro de gran éxito editorial, le cambio simplemente el título y lo envío a agentes literarios y editoriales para que estudiasen su posible publicación. Entre las editoriales a las que se envió el manuscrito se incluía la editorial que lo había publicado. Pues bien, de las cientos de editoriales y agentes a las que se envió el libro (un éxito de ventas, crítica y público), tan sólo un agente se interesó en él, un agente que luego desestimó la idea de representar dicho manuscrito. Ni siquiera la editorial que había publicado el libro con gran éxito reconoció el manuscrito. Bien es verdad que para leer todas las propuestas que se reciben hace falta gente y para esto hace falta dinero: pescadilla que se muerde la cola; pero lo poco que hay ¿se reparte como debería ser repartido? Quienes tienen ese trabajo, ¿lo hacen bien? ¿Qué nos estamos perdiendo? Pedimos códigos de buenas prácticas a la instituciones, pero ¿existen códigos de buenas prácticas en nuestro día a día? Y esto no quiere decir que todo el mundo que tenga una propuesta/ocurrencia sea digna de llegar al escenario. ¡Acabáramos! No todo el mundo vale para Ministro, que decía otro amigo.
El caso: no es que las puertas sean pesadas y cuesten de abrir, sino que a veces son muros impenetrables que habrá que romper a martillazos. Leía hace algunos días una columna de Ignacio García May en El Cultural, que terminaba con la siguiente frase de Denise Scott Brown y Robert Venturi (la frase es del mundo de la arquitectura aplicada al mundo del teatro): “¿Por qué siguen creyendo los arquitectos que, cuando las masas ‘se eduquen’, querrán lo mismo que ellos?” La frase encierra dentro de sí una verdad y pone su punto de mira en el snobismo de unos cuantos teatreros. Pero tampoco hay que obviar que no todos tienen las mismas oportunidades, que el espectador no puede elegir platos que estén fuera de la carta y que quién diseña el menú tiene una responsabilidad que no es baladí; y que en muchas ocasiones se pasa por el forro de los huevos. Habría que diseñar algo así como una ética del programador/gestor que esté por encima de enchufismos (y sé que hablo, en cierto sentido, de una utopía) y, en el caso del teatro financiado con dinero público, de ciertos valores económicos. Siempre teniendo en cuenta la importancia que tiene la economía en un sector como el del teatro. La culpa no siempre está en el Ministerio de Cultura (que también): hay compañías, revistas, gestores (ni mucho menos todos)… que han cometido verdaderas tropelías con el dinero de las subvenciones recibidas. No nos engañemos. En todos los sitios cuecen habas. Para regenerarnos (es época de regeneración: se necesita aire nuevo para acabar con tanto anquilosamiento) regeneremos el sector desde dentro, en primer lugar. Una parte del enemigo del teatro está dentro del teatro. El gusano está también dentro de la manzana. No demos balonazos al aire. Démonos balonazos a nosotros mismos y afinemos bien la puntería para lo demás.
Basta ya de que se nos llene la boca de palabras como compromiso, responsabilidad, buenas prácticas, etc. y luego seamos los lobos que están desangrando al teatro. Los caníbales. No se puede estar en misa y repicando. Tal vez esto sea por eso de las máscaras y tal y cual.
Ya decía mi madre aquello de la paja en el ojo ajeno y la viga, y también decía: un día te irás a echar mano a una oreja y no te llegarás a la otra. Pues eso. Tal vez necesitamos un Fíltrala. Recogiendo la frase citada por García May, y para terminar (aunque me deje muchas cosas) quizás los primeros que deban educarse sean los teatreros, profesión acostumbrada a todo de tipo de chanchullos más que cuestionables (como otras, es cierto); seguro que luego haría menos falta eso de educar a los demás.
Otro Perro Paco