He estado leyendo todos los textos de los valencianos, y es interesante lo que se dice, y de alguna forma, yo, que también soy valenciano, quería participar en esto; o me tocaba participar en esto. Una de dos.
Estuve en Valencia durante 6 días hace un par de semanas, y recordé muchas cosas de antes, y después de leer estos pensamientos en forma de texto en “La cosa Balenciana”, me vino a la cabeza algo que llevo pensando desde hace bastante tiempo:
Cuando alguien habla de Valencia, cuando alguien la cita, la nombra, la invoca, la mayoría de las veces, habla de naranjas, de mandarinas, de horchatas, de chufas, de tipos de arroces, de paellas, de paellas de carne o paellas de marisco, de fideuás, de alioli, de arroces negros, arroces al horno, de Agua de Valencia, de buñuelos de calabaza, de Mercadona y Hacendado, de meterse pastillas, en definitiva, los referentes valencianos acaban siendo materia comestible. Algo que se mete por la boca y se saca por el culo. Y entonces, escuchando la lista de la compra valenciana dicha por alguien, pienso, entre otras cosas, que la idea de tradición, la idea de cultura, la idea de panorama artístico, estas cosas de costumbres y solera, y más ampliamente la misma idea de ciudad, se componen de personas haciendo cosas en la ciudad. Personas vivas o personas muertas, pero que, de alguna forma, con su dedicación en su presente, compusieron las tramas de la ciudad, el estilo, el rollito de la ciudad, la hicieron suya, la desarrollaron, la amaron o la despreciaron, da igual, pero la miraron a la cara. Y después de todo, después de hace ya casi 10 años fuera de Valencia, de no vivir allí, veo que los referentes culturales valencianos han pasado de ser cerebros de personas a convertirse en comidas para llevar. Lo importante en Valencia es lo que se pueda meter por la boca durante el día o por la nariz durante la noche. Pero que no se te meta en la cabeza. En el documental “Del Roig al Blau”( “Del Rojo al Azul”, en castellano) también se habla mucho mejor de todo esto. Veo otras tierras de españa que, ok, se come de puta madre, pero su pasado, presente y, sobretodo, su futuro pasa por la idea de saber qué cerebros se desgastaron y contribuyeron a que la ciudad despegue, que de alguna forma más o menos empírica, es para lo único que servimos. Ya lo decía Manolo García en El último de la Fila, durante esa canción del burro en la puerta del baile. “Llévame a comer un arrocito a Castellón. Si total son cuatro días, pa´qué vas a exprimirte el limón.” Y yo, cuando se habla de Valencia, oigo y callo y me río, y pienso que poco a poco, los milliones de años que llevamos de gobiernos zombies valencianos han ido dando buenos resultados, y pienso que se ha hecho un trabajo exquisito de extinción de cerebros valencianos. Que mejor presentar una ciudad a través de lo que se come, que a través de sus comensales. Sólo sobrevive Sorolla y porque el pobre hombre, Rita Barberá lo tiene esclavizado más de 100 años en una barraca de l’Albufera pintando falleras borrachas cocinando paellas en la playa de la Malvarrosa.
He querido escribir este pensamiento en forma de texto, así a lo rápido. Nada más. Y me alegra muchísimo que, artistas valencianos, los cerebros que viven ahora allí, se vayan reuniendo, que se hable, que se proponga, pero, por favor, que se lleguen a conclusiones, si no no mola.
Pablo Gisbert
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