El Ateneo de Madrid ha creado para estos meses el ciclo Ateneo Mucha Vida: una programación primaveral con cosas excelentes y cosas menos. Pero útil para que esta institución con solera y abolengo amplíe su campo de acción y sea un poco más conocida. Recomendación de Perro: acérquense a dar un paseo por el Ateneo. Por su ascendencia castiza a Perro Paco le gusta menear el rabo por allí de vez en cuando.
Otro Perro fue al Ateneo a ver a Los Torreznos (la primera vez que les vi fue El cielo. Intento no perdérmelos). Jueves 27 de febrero. 20:00 horas. Calle Prado 21. Antes pasé la tarde en su cafetería: libro y coñac en mano. Uno de esos lugares, importantes tiempo atrás, que aún mantienen el encanto de los viejos cafés: el Comercial, el Barbieri o el Gijón (hoy en día convertidos en lugares de peregrinación turística), pero que aún mantienen alguna camarilla en decadencia, salida como de otra época -por desgracia-, que se dedica al arte de la conversación animada. Mejor nos iría si volviésemos a sentarnos alrededor de una mesa con afán de debatir, acercar o separar posturas, polemizar y pasar un rato con algo de compañía de carne y hueso. Carne y hueso: la baba del Perro.
Los Torreznos consiguen algo parecido: un encuentro no forzado, un participación del público sin querer queriendo, un discurso abierto y reflexivo, un campo de juego a la vez que de pensamiento, una sencillez de lo complejo, un humor apelativo y profundo, un diálogo entre superficie y fondo, una lupa que muestra pero no dice, etcétera. Etcétera. Ellos saben que los que van a sus piezas no son imbéciles. Quizá de los allí presentes yo fuese el más estúpido: suele pasar con los que escriben, siempre dejándose cosas fuera, malinterpretando. Me disculpo al empezar.
Una última digresión. Este año Madrid ha comenzado agitado, ¡bendita agitación!, por Los Torreznos. Nos habló Rubén Ramos, en sus Notas que patinan, de la retrospectiva que les ha dedicado el CA2M, aquí. Suscribo. No repito. Pueden descargarse el catálogo acá.
La biblioteca del Ateneo es un lugar con aura. Las mesas de lectura llenas: entradas agotadas. Aproximadamente en medio: una mesa subida en una tarima con dos flexos. No hace falta nada más. Aparecen Rafael Lamata y Jaime Vallaure: Los Torreznos. Comienzan a repartir un céntimo a todos y cada uno de los allí presentes. Cercanos, charlando animados, paseándose entre las sillas: apriétalo fuerte cerrando el puño. Fuerte. Fuerte. Levanta el brazo. Que no se escape. Un signo que se irá trufando a lo largo de la velada: todo un Signo. O no. No es saludable ver significantes hasta bajo las piedras.
Es la primera vez que pago mi entrada y al comenzar me dan dinero. Todo un céntimo. El inicio es una breve introducción sobre la pieza. Dejan hueco al silencio: ahí es donde surge la risa. Que si ellos para la gente de teatro hacen performance. Que si ellos para la gente de la performance hacen teatro. Por eso les han puesto en el programa teatro-performance. Para todos los gustos. A un lado la gente del teatro, al otro la gente de la performance. Pero ellos hacen performance, dicen. Atravesando límites. Fronterizos. Que si les gusta el dinero, que si aspiran a ganar más haciendo menos: a sólo decir su nombre y poner la mano. La pieza que van a presentar es del año 2008. Aprieta fuerte, que no se escape. Hemos venido a ver El dinero. Que las cosas han cambiado en estos seis años. Pero no han cambiado tanto: si unos no están, otros han ocupado su puesto: nada nuevo.
El dinero es una pieza aparentemente sencilla. Como todo lo sencillo, calla más de lo que dice. Bordea los grandes temas que fluyen bajo lo aparente y se revelan a los ojos del allí presente con frescura. No hay panfleto. Hay discurso velado: re-velado. El trabajo es una lista: consiste en decir las cien multinacionales con más dinero y el dinero que tienen. Nada más y nada menos. Repito: nada más y nada menos.
El trabajo vocal de Los Torreznos es composición musical, poesía fonética, arte sonoro. Múltiple. Mutante. A veces recuerda a las técnicas nemotécnicas que utiliza el estudiante para aprenderse la lección. A veces juegan con la sustracción: diciendo el número de la lista, pero no la empresa que lo ocupa: se acompañan del gesto. Van cambiando los ritmos, las estrategias y sus reglas, hacen bailar al espectador: el público se incluye de forma natural: ríe, habla, aprieta el céntimo, levanta el puño; se convierte en representante de las empresas: el conflicto, en ocasiones, se sitúa en el público despojado de agresividad pero manteniendo intacto su Sentido. Inventan términos y hacen del patrimonio de las empresas una progresión absurda. Realizan la conversión a otras monedas. Convierten los millones de dólares en espacio. Coquetean con el sinsentido. Muchas cosas pequeñas haciendo un conjunto tan grande. Todo lo que es interesante tiene un parte que se nos escapa. ¿Dónde guardar tanto dinero?, ¿a qué se dedican -en verdad- las empresas?, ¿Rollex tiene millones de dolares en agujas y correas?, ¿podemos guardar cuarenta millones de dólares en el espacio entre el radiador y la pared?, ¿en un lámpara?, ¿en el edificio de enfrente?
Los Torreznos son abanderados de lo escénico: mucho tienen que aprender en el teatro de ellos. Oficio, artesanía, pasión, talento, humor sin buscar el humor, estructura, improvisación, manejo de herramientas… Controlan el tiempo y el espacio milimétricamente: como si todo fuese improvisado. Incluyen el error, su fracaso. Rafael y Jaime se conocen de maravilla: saben cómo y cuándo seguir los juegos del otro: saltos sincronizados encima de un escenario. Si Los Torreznos hiciesen música -que la hacen- ahora estaríamos asistiendo a un concierto de jazz. Se entregan, acaban exhaustos, cansados, sudan, el público se entrega con ellos, se deja ir. Consiguen que la atención no se pierda mientras dura su Trabajo. Al acabar, de camino a casa, la cabeza con el runrún sonoro metido dentro.
El público aplaude. Ellos aplauden. Se ha producido el encuentro. Es pecado perdérselos.
Otro Perro Paco
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