El fin de semana del 3 de febrero estuvimos en Nápoles. Decidimos ir allí después de haber leído el artículo MUSEUM, URBAN DETRITUS AND PORNOGRAPHY de Paul B. Preciado (en ese momento firmado por Beatriz Preciado) que escribió y presentó durante el 2008, en unos debates titulados FeminismoPornoPunk; Micropolíticas queer y pornografías subalternas dirigidos por él mismo.
El artículo nos apareció en la red a raíz de buscar información sobre la pornografía y su influencia en el arte. Leyendo el artículo, verificamos que la influencia fue a la inversa. Para resumirlo muy rápidamente, Preciado contextualiza y expone el nacimiento de la pornografía. Durante la Europa de la época moderna, entre mediados del siglo XVIII e inicios del XIX y a raíz del “descubrimiento” de las runas del pueblo de Pompeia (que llevaban siglos soterradas bajo la lava que expulsó el Vesuvio), se forja el término Pornografía. Se encontraron frescos, mosaicos y esculturas en las que se representaban cuerpos animales y humanos entrelazados entre sí y representaciones de falos inmensos. Estas imágenes estaban destinadas a ocupar las paredes del espacio público de la antigua ciudad de Pompeia. Eso supuso la revelación de otros modelos de organización de los cuerpos y los placeres en relación a cómo se concebían esos actos en el espacio público, en lo que era la ciudad moderna. Escapándose esas imágenes del control que el poder gobernante ejercía sobre la sociedad civil, Carlos III de Borbón decidió encerrar estas representaciones en lo que sería conocido como Gabineto Segretto (museo o sala secreto/a) dentro del mismo museo de Borbón de Nápoles, el que actualmente se conoce como el Museo arqueológico de Nápoles. En ese cuarto solo se le permitía la entrada a hombres de mediana edad y de un estatus social elevado. Mujeres, niños y pobres, por decirlo llanamente, tenían vetada la entrada. Se forja así el término pornografía, de porno (prostitutas) grafei (representación de). Se forjan, pues, el término y el concepto a partir de la segregación del público y del permiso y acceso al privilegiado hombre europeo, blanco, de mediana edad y de clase media-alta.
Para nosotras, que estamos creando un espectáculo sobre la representación del desnudo femenino a lo largo de la historia del arte y las consecuencias de ello en nuestra cotidianidad, fue revelador encontrar y leer este artículo. Más claro el agua: en el siglo XVIII se reafirma la prohibición de llevar la sexualidad y su goce a la calle, para todo el mundo, donde sea y como sea. Y fue así como decidimos ir a visitar Pompeia y el Gabinetto Segreto.
El espectáculo que estamos generando trata el desnudo femenino y su representación en las artes plásticas. Esto ya lo hemos dicho antes, pero como la vulnerabilidad del desnudo es algo que nos interesa a nivel de representación pero no a nivel de realidad cotidiana en “el aquí y ahora” de las intérpretes, se decidió representar también ese desnudo, por lo que las actrices van con un body color carne de cuerpo entero en el que les hemos perfilado los relieves de su propio cuerpo. Ir a Pompeia y a Nápoles tenía que ser, de alguna forma, un viaje de conexión con los orígenes del porqué de varias cuestiones respecto al porno, al arte, al desnudo y a las prácticas sexuales y sus connotaciones y, a la vez, porqué no decirlo, estaba la voluntad ritualística y pretenciosa de devolverle la representación del desnudo a las calles de Pompeia.
Así que ni cortas ni perezosas, la ayudante de dirección y la directoradramaturga nos fuimos para el sur de Italia. Un par de días, no más. El primero para el museo, el segundo para Pompeia. El plan era entrar en el museo, buscar la habitación secreta y allí sacar a relucir nuestra representación de desnudo al lado de las pintura usurpadas de la antigua vía pública y posteriormente privatizadas. Con el mono debajo de la ropa, nos fuimos a localizar espacios donde la acción tuviera un mínimo sentido. Una vez encontrado, descubrimos que el gabinete es un cuarto de unos 40 m2 dividido por una pared que crea tres pasillos, dos laterales y uno al fondo. Y ahí empezó el choque de realidad que no esperábamos:
- Nos habíamos flipado con la posibilidad de la penumbra, con la posibilidad del espacio con luz intrigadora y erótica, con un espacio repletísimo de objetos y pinturas dejados ahí cual camera de las maravillas del siglo XIX, pero todo estaba muy expuesto y muy ordenado, no había tanta cosa como esperábamos (vete a saber dónde están el resto de piezas) y además las pinturas eran enanas, cuando nosotras queríamos ponernos al lado y reproducirlas mimetizadas cuál copia exacta con su dimensión humana.
- Estaba LLENO de gente. Grupos de guiris con guía pasaban y pasaban sin parar, en un flujo constante (que parecía temporalmente calculado) y los tres pasillos que se creaban en el gabinete estaban prácticamente repletos de multiculturalidad de idiomas, cámaras de móviles, palos de selfie y audioguías.
Llegado el momento de desnudarse, la performer (yo) no tuvo los santos ovarios de hacerlo hasta pasada más de media hora. Mery (la ayudante) apretaba
- ¿pero desnúdate, que te pasa?
- ¡No puedo joder, que me van a mirar raro!
- ¡Coño, claro! Para esto hemos venido, ¿no? Venga, ahora, cuando pase el grupo de japoneses, así te miran y lo pillo todo.
Y nada, ni con el grupo de japoneses ni con el de coreanos. Más de media hora tardé en, al final, bajarme los tejanos y quitarme el jersey.
- Yo pensaba que no te costaría tanto, ¡hija!
- ¡Esque lo paso fatal!
- Pues vaya con la performer…
Al final me “desnudé” en el gabinete y en otras partes del museo. Aquí os dejo algunos ejemplos:
El conflicto del desnudo vino con una palabra, exhibicionismo. ¿Porqué me tenía yo que poner delante de toda esa gente que estaba paseando tranquilamente por el museo a enseñarles mi milonga sin que lo hubieran pedido? Cuando vas al teatro, pagas una entrada para ver. Lo que sea, pero has pagado para ir a ver lo que te ponen allí. Cuando entras al museo, pagas la entrada para mirar. Lo que sea que tenga el museo, pero vas a mirar. Aceptas el intercambio: “Hola museo, soy un visitante y quiero ver todo lo que tu, institución, hayas metido ahí dentro.” Pero resulta que yo estaba ahí metida sin pedir permiso a nadie, desnudándome de mentira para un público que en ningún momento había pedido ni pagado una entrada para ver eso. Podían ver obras usurpadas de la vía pública de gente follando, obras que originaron la pornografía que la mayoría de esos visitantes consumen (consumimos) o han (hemos) consumido pero no podía yo hacerles sufrir rompiendo su pasividad de visitante paseante con mi desnudo falso.
En el museo, al final, no estuvo tan mal. Una vez empecé, vi que la gente se lo miraba un poco. Algunos, cuando me empezaba a desnudar, sin entender muy bien qué llevaba encima, directamente giraban la cara por pudor. Otros miraban de reojo y cuchicheaban al de al lado el “mira, mira, una tía despelotándose” y otras pues, como podéis ver, se lo pasaban en grande mirando el tinglado con descaro y divertimento.
Lo más fuerte y “doloroso arqueológicamente hablando” fue en Pompeia al día siguiente. Entramos al parque arqueológico y nos fuimos a buscar las casas de las que se habían sacado las pinturas. La primera que vimos fue la de la Venus (séptima foto anterior). En el sitio en el que estaba la pintura original, había una reproducción bastante fiel de lo que habíamos visto en el museo. Evidentemente, como la audioguía te manda hacia allí, iba pasando gente a hacerle fotos. Cada casa tenía un visitante. Y otra vez lo mismo:
- Vale, te desnudas delante de la pintura, te tumbas en el suelo y te hago la foto.
- Vale. Ahora voy, espera que me lo miro un poco.
- Vale.
(pasa un rato)
- Bueno, te pones o que?
- Espera espera, que pase la gente. Después de estos, vale?
- Vale. Pero ponte, eh!?
- Si si. Ahora.
(pasa otro rato)
- Tía, no puedo.
- Otra vez??? Joder, en serio?? Pero si no tienes que hacer nada, te bajas el chándal, te subes el jersey, te tiras al suelo y ya!!
- Que no, que no puedo! Y el segurata nos mira todo el rato. Mira, vamos a buscar una casa con menos gente.
Esto es lo máximo que conseguimos en esa casa:
Y por el camino nos pusimos a debatir sobre el tema: ¿es el exhibicionismo, arte? Si no lo es, ¿qué diferencia el arte del exhibicionismo? ¿Qué fundamentos necesita el exhibicionismo para no ser precisamente eso, meramente exhibicionismo? Yo no salía del bucle, no entendía muy bien en qué límite estaba transitando.
Seguimos andando hasta llegar a una casa con un vigilante y con varias habitaciones que, dependiendo de cómo nos pusiéramos, nos escondíamos de él. Elegimos una que conservaba dos pinturas de mujeres desnudas, ni idea de la deidad o el mito. Me desnudé un poco inquieta pero segura de no molestar a nadie. Inmediatamente después, por la ventana apareció la cabeza del vigilante quien, antes que decirnos nada, se puso a hablar por el walkie llamando a otro compañero. Seguimos, haciendo caso omiso, hasta que llegó el colega: (en italiano)
- Tenéis permiso para estas fotos? no puedes desnudarte aquí. Bueno, ya sé que no estás desnuda, que es una camiseta (el chico no veía más que algo encima de color carne y con tetas), pero esque no puedes hacer eso sin permiso, sabes? me entiendes?
- Si, lo siento, no lo sabíamos, ya me visto. Lo siento.
- Bueno, mira, hacemos una cosa, haz las fotos, pero no lo hagas más, vale? Si vas a otra casa y lo haces, no estaré yo para ayudarte, vale? Así que las hacéis rápido y no lo volváis a hacer.
- Vale, muchas gracias señor vigilante.
- Y sobretodo, no las publiquéis en instagram o facebook o así, esque se necesita un permiso especial, sabes? No lo publiquéis. Lo queréis publicar?
- No no, para nada, son para nosotras.
- Vale. Peor no lo hagáis más.
- Vale
Esta soy yo mientras hablo con el señor vigilante.
Y terminamos las fotos y nos fuimos de la casa. Y ahí entendí cuál era el problema, qué era lo que no me dejaba desnudarme y mostrarme con tranquilidad. No era el exhibicionismo, era el permiso. O bueno, al fin y al cabo, si que es el exhibicionismo, porque precisamente es eso, mostrarte a alguien sin su permiso, obligar a esa persona a mirarte por tu propia voluntad y deseo. Me vinieron a la cabeza más de una vez esos hombres que había visto entre rejas desde el patio del colegio que venían a mostrarnos su sexo mientras jugábamos a «fer sorra fina». Yo recuerdo pasarlo muy mal, sentir mucho asco pero no poder parar de mirar. Y el señor lo pasaba en grande exhibiéndose. ¿Dónde estaba, pues, el límite entre esa intención de «crear arte» y la de «obligar a alguien a mirar lo que a uno le daba la gana»? Y, sobretodo, ¿cuándo, dónde y quién decidió que desnudarse y mostrar tu sexo era algo feo, pudoroso y embarazoso?
Evidentemente pensamos en pasarnos por el forro la advertencia de no hacerlo y menos la de no publicarlo. Lo fuerte fue que, a medida que íbamos entrando en las casas, o nos entró la paranoia, o los vigilantes nos estaban encima continuamente. Y ahí ya fue el hecatombe de las dos. Yo me enfadé porque pensé que en qué momento se nos fue tanto la pinza y deshonramos Pompeia y el desnudo humano convirtiendo ese sitio en un parque temático y prohibiendo ir con el culo falso de tela al aire. Mery se enfadó porque en qué momento la directora performer que parece tan echada pa’lante se corta tanto haciendo esto. Y desde esa rabieta, hicimos un par de fotos más en sitios en los que no nos vigilaba nadie y un calvo callejero de despedida:
Han pasado dos meses y los sentimientos ahora son relativos, el tiempo lo cura todo, dicen por ahí. La gran reflexión que quería aportar con todo este material y estas palabras es que se abrieron dos grandes canales con respecto al espectáculo que estamos montando:
- ¿Cuál es el sitio físico al que pertenecen las obras plásticas en las que se representan desnudos?
- ¿Realmente somos conscientes de estar mirando una persona desnuda cuando observamos la representación de un desnudo en una pintura, escultura o fotografía?
Y un tercer canal que se expande a nuestras vidas personales, privadas y públicas: ¿Qué sitio mental, físico y temporal ocupa para cada una de nosotras el desnudo, tanto el propio como el del otro? ¿Cuántas veces nos desnudamos completamente porque realmente nos apetece y no para cambiarnos de ropa, ducharnos, hacer sexo o estar en la playa? ¿Alguna vez has reflexionado sobre tu desnudez y cómo la vives tanto a nivel personal como íntimo como compartido como público?
El espectáculo lo representan cuatro intérpretes. El proceso con los bodies ha tenido varias fases y sentimientos: «me molesta y estoy incómoda», «me aprieta por abajo», «esto es super cómodo, ojalá pudiera ir por la calle así», y muchos más. Supongo que cada persona vive el desnudo a su manera, a su construcción y a su educación. Es cuestión de ir poniéndole ojo a los sentimientos y sensaciones que se generan dentro y fuera nuestro ante este gran y fabuloso fenómeno de la naturaleza y tan recatado hecho en la sociedad.
Yo aún le doy vueltas. Veremos qué hacemos con todo esto. Veremos dónde acaba nuestro desnudo usurpado y privatizado. Veremos.