La intimidad se construye, se formaliza en la proximidad y el contacto. Es una negociación, que se revitaliza con cuidados que no cesan, en donde los cuerpos, y con ello los espíritus, se sostienen unos a otros. Así lo expresa Eszter Salamon en su pieza MONUMENTO 0.7: M/OTHERS y lo recoge la conversación con Isabel de Naverán transcrita en ese regalo de hoja de sala con motivo de la performance en Madrid [1]. El objetivo «inventar una nueva intimidad» en línea con la investigación iniciada en 2014 en su serie Monument. Una búsqueda de la creadora de imaginar nuevas representaciones no dominantes y revitalizar el cuerpo femenino en la escena [2].
He vuelto a esta performance entre sueños, revivido las imágenes que «exhale» con calma, recorriendo mentalmente ese tacto perenne entre las dos performers. Desde que la vi a finales de febrero en el auditorio del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía hasta ahora han pasado nueve semanas, y seis de ellas en confinamiento. En su momento me impresionaron la lentitud y sencillez de la performance, la fuerza y concentración de sus performers y de la audiencia en una auténtica declaración de intimidad y entrega. Me esperanzó la integración del cuerpo femenino envejecido. Ahora, tras semanas de confinamiento, estas herramientas reivindicadas por ausentes del imaginario femenino, se reconvierten en síntomas de lo que evanesce. Lo reconocemos en nuestros propios cuerpos en soledad plena, en soledad compartida, y definen el marco para interrogarnos sobre nuestra intimidad, sobre los cuidados, apoyos y la necesidad de escucha como sociedad. ¿Cómo nos sentimos?, ¿cómo nos escuchamos?, ¿podemos seguir imaginando un mundo del tacto?, ¿qué perdemos en la intimidad de comprender al otro sin el tacto, sin el físico?, ¿a qué nos tendremos que acostumbrar?, ¿qué nuevas intimidades sucumbirán ante nosotros?, y ¿quién se resistirá a este estado de excepción?
La intimidad se gana con el tiempo y la generosidad. Se manifiesta en cuerpos que no dejan de cuidarse, que aprenden del otro mientras se acompañan en los movimientos. Escuchar no es un ejercicio exclusivo del oído, se oye al mirase y al sentirse. Uno aprende los movimientos del otro al ayudar y sin embargo hoy crece exponencial y globalmente la coreografía del coronavirus que dicta el miedo al contagio. Suprimir cualquier contacto, si es posible evitar el contacto entre cuerpos, entre tu mano y la del otro, entre tu mejilla y la comisura de los labios del otro, entre el picaporte del portal y las manos de todos tus vecinos, entre tú y tu mascota, entre tú y tus abuelos y tío/as, entre tú y tus padres. Es una cuestión de edad. Benditos los jóvenes, más inmortales que nunca, que en su camaradería se sienten fuertes, y los niños (aquellos) que reciben los mimos. Esta es la coreografía en la que vivimos hoy, la de la renuncia al tacto. Estamos en un tiempo de pausa, y nuestras pieles sino atrofiadas (gracias a las muchas sesiones de deporte online) empiezan a amoldarse a la falta de abrigo humano, a la distancia física (que no necesariamente social). El tiempo en pausa parece ser eterno para algunos, deja huella, impregna como una nueva rutina a la que nos resistimos en aras de unos cuerpos que vuelvan a tocarse. Pero entre tanta preocupación aparecen también los cuerpos furtivos que se encuentran en el aparcamiento de un supermercado para sucumbir al deseo cargado de feromonas (activistas ellas) y desoír las normas y las preocupaciones; o aquellos que tienen la suerte de compartir el confinamiento en la intimidad de su amante. Se comparten cervezas, se bebe del mismo vaso, se secan las manos con la misma toalla, posan la cabeza en las almohadas del sofá, esas siestas compartidas en ese estudio que es a la vez dormitorio donde las manos chocan cinco cuando ríen, se besan, abrazan, se acompañan en la desesperación del confinamiento. El contacto humano ejercitado por algunos valientes y que pueden (suertudos) otros, compensa (imposible) con la falta de otros cuerpos, de los amigos, de los familiares mayores y solos que viven con miedo o indiferencia pero con la obligación comunal de exclusión.
Los afortunados que tienen la posibilidad y deciden compartir su intimidad, parten de un compromiso previo: ofrecer generosidad para empatizar con el otro/s y aceptación de la vulnerabilidad propia. Cuidar y dejarse cuidar es un ejercicio repleto de negociaciones, de apoyos físicos y comprensiones del movimiento, de los dejes, las caídas, los puntos flacos, las fortalezas propias y del compañero/s. Lo muestra 7: M/OTHERS cuando imagina unos cuidados a iguales, los cuerpos se ajustan sin ser uno más cuidador que el otro, sin exaltar las diferencias físicas de la edad, y lo hace con dos cuerpos femeninos. Es en sí una imagen bastante única, acierta Salamon en crear un espacio poco transitado en el arte. Hemos visto en el cine mujeres que se acompañan en los sinsabores de la vida (Mujeres al borde de una ataque de nervios me viene rápidamente a la cabeza; y muchas de las películas de Almodóvar han explorado esas compañías femeninas con gran alborozo, sufridas más que felices); pero esta escena nos parecerá nueva porque los cuerpos no parecen traer marcas, se mueven en un espacio rutinario, sin atrezo, girando sobre su propio eje formalizando un escenario circular con el público a su alrededor y a la misma altura. En silencio, vemos los movimientos justos, piel contra piel, cuerpo contra cuerpo, sin perder un momento el contacto. Se minimiza la escena cotidiana; apreciamos aquello que Salamon acierta a destacar; la intimidad y la calma. Son dos estadios preciados por ausentes, por la dificultad de llegar a ellos, porque el ruido y la superficialidad sobresaltan a menudo. El silencio del sigiloso apoyo de un cuerpo contra el otro, de un equilibro compartido y gestionando conjuntamente, solo se rompe de vez en cuando para recitar el texto de Gertrude Stein Composition as Explanation de1925-26.
De acuerdo a Stein, la composición y el tiempo transforman lo que en esencia es siempre lo mismo. Se suceden los acontecimientos, las rutinas de generación en generación, y lo que lo convierte en distinto es la mirada del otro que presta en un momento más atención a un elemento que al resto. Son la composición y el tiempo los elementos que lo denotan, a través de los cuales surge la diferencia. Durante 70 minutos, aprovechando un escenario en 360º, Eszter Salamon y Erzsébet Gyarmati se acompañan cuerpo contra cuerpo sin despegarse ni un instance a un ritmo lento donde a veces resulta imperceptible el movimiento. Se personifica el ejercicio de la performance, del hacer en cotidiano, que siguiendo a Stein, se elabora con la composición y el tiempo. El ritmo pausado deja ver aquello a lo que no prestamos atención, la composición focaliza esos cuerpos ausentes de nuestro imaginario y perennemente presentes. Nos fija la mirada. Pues, si en un intento de imaginar lo que esté por acontecer, lo aplicásemos a nuestra actualidad, el tacto no nos abandonará. Quizás en los más nimios gestos están todavía las muestras de intimidad, un contacto que empieza necesariamente en nosotros, que se extiende como un brazo alargado al que está cerca, que se crece en la empatía y la conciencia de formalizar nuevos o viejos compromisos sociales, donde los cuerpos ausentes y sus intimidades desenfocadas se materialicen. Es simplemente una cuestión de composición y tiempo.
María Montero Sierra
Muchas gracias por traer este programa de forma gratuita, por compartir las impresiones y metodología de trabajo tan generosamente en un debate abierto al público y por la hoja de sala, imprescindible los comentarios de Naverán, la contextualización del proyecto en relación a la exposición Musas insumisas. Delphine Seyrig y los colectivos de vídeo feminista en Francia en los 70 y 80, y la conversación transcrita entre comisaría y artista. Gracias.
[1] Eszter Salamon, MONUMENT 0.7: M/OTHERS, Museo Reina Sofía, Madrid, 19 de febrero de 2020
[2] «…el deseo de una imaginación no dominante y una capacidad de auto representación de los cuerpos femeninos en la escena y en espacios del museo.» ibis, hoja de sala.
Imagen: Eszter Salamon, MONUMENT 0.7: M/OTHERS ©Alain Roux. Museo Reina Sofía. Photo: María Montero Sierra