Nada más llegar a Montemor-o-velho Pablo Caruana, entre vino y vino, me cuenta algunas historias de la población local. La historia de Clarisse de Santa Rita me cautivó especialmente. A bruxinha de Montemor.
Me apetecía hablar con ella pero tenía grandes dudas. La línea entre el respeto y la burla circense era demasiado fina. Cuando en el 2007 el equipo del festival creó el blog, publicaron una serie de entrevistas sobre los habitantes de Montemor. Cláudia Galhós escribió un texto precioso sobre la señora Clarisse.
Curioseando, descubro que en Montemor hay otra bruja: Manuela. Aunque es natural de O Porto, se presenta como la bruxinha del pueblo. Vive allí desde su infancia. No me molesto en saber qué bruja de las dos es más bruja o cual de las dos es La bruja de Montemor; me anuncian que está encantada de recibirme así que finalmente decido ir.
Manuela vive en la parte alta de la vila. Caminos empedrados, gatos por todas partes y unas maravillosas vistas de los campos de arroz que acompañan al río Mondego en su recorrido.
La clientela es mucha y variada. Vienen de Luxemburgo, Canadá, Francia, de diferentes lugares de Portugal y por supuesto, de todos los pueblos de la zona. Cada día a las seis de la tarde abre la taquilla y empieza la función.
Pasamos a la sala de trabajo y me invade la sensación de ahogo típica entre tanto santo, virgen y buda. Con la imaginería religiosa siempre tuve un problema: me sitúa en un lugar desconocido entre el miedo y el escepticismo que me acaba resultando algo incómodo.
Tomamos asiento porque quiere hacerme una demo, simulando una sesión de tarot. Coge una fotografía, se santigua y empieza a explicarme el significado de cada carta. Su trabajo se sitúa entre la astrología y la psicología – con todos mis respetos. La sesión me pareció muy curiosa, tanto como escuchar algunos de los casos que ha tratado con éxito en Motemor.
De regreso a la oficina, bajando por las escalinatas pensé en la posibilidad de sustituir el diván por el tarot. Esa tarde hacía mucho calor.