Estoy preparando la maleta. Por fin los astros se han puesto de mi parte y este año puedo ir a Citemor.
Siempre digo que el año empieza en septiembre, momento en que me auto-presento el listado de propósitos, buenas intenciones y otros quehaceres. En el apartado de “festivales pendientes” ya no estará Citemor. Lo podré cambiar por repetir cita o algo así, pero ya no será con carácter urgente.
Me voy desde Valencia a Madrid en coche. Mientras hago la maleta pienso en mis veranos ochenteros en El Escorial. Una media de seis horas nos costaba cruzar parte de la meseta con un simca mil doscientos color mostaza.
En Barajas cogeré un avión a O Porto. Me gusta ir acompañada a un aeropuerto. Las conversaciones más profundas acaban acaeciendo en estos lugares. Debe de ser por las esperas, el tránsito de gente y ese vivir viajando que tanto me gusta. Saber que me esperan. Me gusta saber que me esperan. Si viajo sola me invento que una persona me está esperando. Me invento su vida. Su trabajo. Sus relaciones familiares. Sus amores. De dónde y por qué somos amigxs. No me dejo ningún cable suelto para que me resulte más verosímil.
Recordando un texto de Cláudia Galhós[1] diría que Citemor – más que un festival- es un acto de resistencia al consumo. Es un lugar de experimentación y residencias creativas, alejado de las extravagancias de los festivales veraniegos de toalla y sombrilla. Ni se vende, ni se compra. Me alegra intuir que no habrá caza-programadores.
Los planes están a medias y lo celebro. Me paso la vida organizando y planeando. Incluso planeo cuando planear. Este cambio de actitud me parece un buen principio.
Por aquí iré contando…
[1] Artículo: Unidades de Sensación, en Arquitecturas de la mirada de Ana Buitrago. Cdl#2, 2009.