Desaparece la platea, el proscenio, las calles y todo es backstage. O no. Una gran cortina negra divide el espacio. Linólium negro y blanco. La puerta de emergencia abierta. Los intérpretes ya están en escena. Tomo asiento.
Como conozco parte del trabajo de Juan Domínguez intuyo que en breve estaré en otros lugares. Me descubro curiosa e intrigada. Parece que empieza… Y sigue. Continua. Está en marcha. Cada vez menos intrigada y más curiosa. La pieza acontece y el tiempo pasa.
La sonrisa siempre es “acercadora”. Funciona como nexo entre ellos, y entre ellos y nosotros. No sé cómo se sienten ellos, pero entre nosotros se respira relax. Miradas. Objetos. Espacios. Momentos. Cambios. Significados. De repente me doy cuenta de que no doy abasto y soy consciente de que me pierdo cosas. Me invade la idea del detalle. El detalle de lo que se me muestra y de lo que queda entredicho. De ese vivir en gerundio. Del detallísimo. Del detalle por el detalle. ¡La detallización!
Suena un silbido como si se anunciara la segunda parte. Estalla una guerra semántica y todo adquiere pluralidad de significados. Entre risas y asombro recuerdo que cuando era pequeña jugaba conmigo misma al juego de las palabras y los objetos. Miraba fijamente una mesa repitiendo infinitas veces la palabra. ¿Por qué se llamaba mesa y no cefhe, por ejemplo? Muchos años después cayó en mis manos el artículo “¿Qué es ser murciélago?” del filósofo Thomas Nagel donde reflexiona sobre la cualidad mental del hecho de que algo sea. Decidí recuperar ese juego de mi infancia ¡ya!
Otro silbido, otro giro de tuerca. Recuerdo la transformación del glamour en caos de El guateque. Todo acontece de una forma inesperada convirtiéndose en belleza. Quiero dejar claro que he tomado nota de algunos posibles usos. Ya os contaré en petit comité los resultados…
Este fue mi blue. Puede que el vuestro suene diferente.