“Una mirada en espejo entre las comunidades indígenas del Norte y del Sur”. Conversación con las artistas Émilie Monnet y Waira Nina.

Yohayna Hernández González

Próximamente, en los Teatros del Canal, como parte de la programación del Festival de Otoño de Madrid, se presentará Nigamon/Tunai, pieza escénica de las artistas inga et anishinaabe Waira Nina (Yurayako) y Émilie Monnet (Montréal/Tio’tià:ke/Mooniyaang). En ella, escuchamos las voces de la abogada inga Sonia Mutumbajoy y del taita Luciano Mutumbajoy que denuncian las actividades mineras de la empresa canadiense Libero Cobre, instalada en el municipio de Mocoa, en el territorio amazónico putumayense. Estas voces de defensoras y defensores del territorio exponen los impactos socioambientales y las amenazas para la conservación de la vida que producen las lógicas del extractivismo minero y los intereses económicos en los territorios amazónicos. 

Si empresas como Libero Cobre ofrecen a las infancias de las comunidades en donde se instalan tabletas con videojuegos en los que los niños se transforman en mineros por día, en contraposición, la obra Nigamon/Tunai cierra su dramaturgia escénica o ciclo lunar con un sensible acto de transmisión. Al final de la pieza, escuchamos las voces de niñas y niños indígenas que nos relatan la historia de dos tortugas amigas del Norte y del Sur, Mikinak y Iakumama. El relato también contiene las enseñanzas de la abuela inga Eudosia Mutumbajoy en torno a cómo proteger los árboles, los bosques y el territorio: “si se corta un árbol, hay que plantar diez”. 

Estrenada el presente año en el teatro Espace Go y presentada luego como parte de la programación artística del Festival TransAmériques 2024, Nigamon/Tunai es un ecomanifiesto que muestra la fuerza política y poética de las cosmovisiones indígenas y de las alianzas entre los pueblos del Sur y del Norte. A las voces ingas del taita Luciano, Sonia y la abuela Eudosia, se unirán las voces de mujeres y ancianas anishinaabeg et wendat, defensoras del agua y del territorio: Amanda Roy, Anik Sioui y Sharon Day. Y junto a estas voces de defensoras, abuelas y taitas, Nigamon/Tunai propicia además una escucha del agua, los pájaros, los árboles, las piedras, las lenguas indígenas, los cantos del Norte y del Sur y sonoridades ancestrales como las del tambor y la yakumama. El título de esta pieza polifónica significa “canto» en anishinaabemowin y en inga. En Nigamon/Tunai escuchamos el canto de las yakumamas como una revelación de la conexión sagrada, presente en ambas cosmovisiones, entre mujeres, tortugas, luna y aguas.   

Nigamon/Tunai es una obra teatral que entra por los oídos de manera circular, como un llamado profundo, como un “canto de vida” por y desde el territorio.  

Maria Belén Jacanamijoy Mutumbajoy junto a Waira Nina y Émilie Monnet. Foto: Marjorie Guindon

YHG: ¿En qué lunas ustedes nacieron y por qué Nigamon/Tunai es una obra escrita y estructurada en lunas? 

Émilie Monnet: Yo nací a inicios de julio, en una luna que se llama Odehîmin kîzis, la luna de las fresas. Kîzis significa sol y Odehîmin, fresas, es entonces el mes en el que tenemos la responsabilidad de recoger las fresas. La luna es el sol de la noche y para los pueblos indígenas, en particular para los anishinaabeg, el tiempo se define en función del ciclo lunar, contrariamente a los meses del calendario gregoriano.

Waira Nina y Émilie Monnet en Nigamon/Tunai,Théâtre Espace Go, Montréal. Foto: Marjorie Guindon

Como punto de partida, Nigamon/Tunai se inspira en la tortuga, presente en nuestros mitos fundadores inga et anishinaabe. Acá, para los anishinaabeg, la tierra fue creada encima del carapacho de una tortuga, allá, para los ingas, la tortuga es la madre de las aguas. El carapacho de la tortuga es también un mapa del tiempo. En el medio del carapacho, hay trece escudos que corresponden a las trece lunas del año, rodeados por 28 escudos más pequeños, que representan los 28 días del ciclo lunar. Esas lunas encima del carapacho de las tortugas nos enseñan cuáles son nuestras responsabilidades en el ciclo de la vida y de la naturaleza. Porque cada luna tiene un nombre propio y ese nombre nos indica cómo debemos relacionarnos con la naturaleza en cada momento específico del año. Además, la luna pertenece al mundo de la noche y es en la noche, en general, cuando tenemos acceso al mundo de los sueños, visiones y ceremonias. Pensar la creación en términos de una dramaturgia lunar nos abre las puertas a otra dimensión de lo real, cuando nos alumbra el sol de la noche, la luna. 

Waira Nina: Soy Waira Nina Jacanamijoy y nací en luna menguante. Nuestra obra se inspira en ocho lunas que están profundamente arraigadas a lo que sentimos y pensamos. Ocho lunas inspiradas por la yakumama, por nuestras vidas como mujeres indígenas en territorios diferentes, por la enseñanza del tiempo y los aprendizajes con las abuelas y en ceremonias. A nosotras nos inspira una conversación íntima con todo lo que hay en el universo, que incluye el aprendizaje de los taitas, las historias de las mamas. Es potente sentir que no estamos solas, que entre culturas también nos protegemos, que nos volvemos más fuertes cuando entendemos las otras culturas, sus aprendizajes, sus enseñanzas, sus maneras de ver el mundo. 

Foto: Marjorie Guindon

El mundo en la visión de los ojos de una mama o de un taita indígena nos permite ver el universo con sus distintos colores: ver la tierra, el agua, las plantas, las aves, la montaña. La mirada de nuestras abuelas y nuestros taitas es de respeto hacia lo que tenemos y nos ha permitido ver y sentir los colores a partir de una vivencia del territorio. Los colores visibles, pero también los invisibles a los que solo se accede en una noche de luna llena tomando ambiwaska

La vida es también la transformación de esos colores. Para nosotros los colores están conectados con nuestras cosmovisiones y con cómo entendemos el territorio a partir del color del agua. Si las quebradas y nuestros ríos están deforestados, eso se muestra en el color del agua. Nigamon/Tunai nos lleva a entender, a través de esas ocho lunas, el universo y el territorio. Lo que hay más allá del cielo, que nosotros llamamos el mundo del Alpa Awama (tierra de arriba), es una creación de un espacio de la tierra con unos colores propios que hoy ya no vemos porque están perturbados por la contaminación. Ya casi no vemos la luna llena, las estrellas, porque el mundo del medio, aquí donde estamos, el Alpa Chaupipi (tierra del medio), está perturbando el mundo de arriba. También existe el Alpa Ukuma-Ukut (la tierra de abajo), donde se encuentran muchos metales sagrados, el corazón de las aguas, lo que nutre las plantas. Estos tres mundos están relacionados y a ninguna de estas tierras (de arriba, del medio y de abajo) se les puede alterar. Sin embargo, la deforestación, la contaminación de las aguas, los ríos secos producto de las maquinarias son las consecuencias de una idea y práctica del desarrollo que no respeta este equilibrio entre los tres mundos. Tenemos que entender a las plantas como seres, al agua como un ser. Eso es lo que los abuelos y abuelas están pidiendo en nuestros territorios, eso es lo que nosotros estamos tratando de entender. Esos lenguajes, esos cantos, esos sonidos que están ahí tenemos que conservarlos.   

YHG: ¿Cómo ha sido el proceso de poner en escena la potencia transformadora del encuentro Sur-Norte que ustedes han sostenido durante más de veinte años como amigas, aliadas y artistas? 

Residencia de dramaturgia de Nigamon/Tunai e intercambio entre mujeres indígenas del Norte y del Sur sobre los saberes de las tortugas en la comunidad Kalinà de Awala-Yalimapo. Foto: Sara López

Émilie Monnet: Nosotras nos conocemos hace veinte años y hace doce años que decidimos colaborar artísticamente, lo cual coincide con el inicio de nuestros caminos artísticos personales. Al principio, teníamos como visión la creación de una plataforma para intercambios artísticos entre comunidades indígenas del Norte y del Sur (basada en una palabra que dimos en ceremonia). Ha sido un proceso lento que nos ha tomado años. Como una semilla plantada en la tierra, tienes que tomar el tiempo de verla crecer y es ahora cuando sentimos que el proceso está maduro para nacer. 

Estos doce años de colaboración artística nos han permitido conocernos mejor, solidificar nuestra amistad, nuestros vínculos, conocer bien a nuestras familias. Hoy, Waira es parte de mi familia y yo me siento en casa cuando voy allá, a su comunidad. Nosotras hemos vivido juntas muchas experiencias de vida, de duelos y eso nutre nuestra colaboración y trabajo. El proceso de creación se inscribe en lo íntimo y deviene una extensión de nuestra amistad y de los compromisos que tenemos con la transformación social. Y este proceso ha tenido también la particularidad de permitirnos invitar a otras colaboradoras y colaboradores a pensar y crear con nosotras, en un espacio de encuentro entre diferentes disciplinas artísticas. 

En Nigamon/Tunai hemos ido generando una forma de pensar circular, comunitaria. Aunque Waira y yo somos las que soportamos estos intercambios Sur-Norte que la obra produce, el proceso de creación ha ofrecido un espacio para compartir la palabra de personas que están en las primeras líneas de defensa en los territorios. Muchas de estas personas defensoras, tanto en el Sur como en el Norte, no se sienten en seguridad. Hay mucha impunidad que devasta sus vidas. Siento que en los intercambios que hemos tenidos con indígenas del Norte en la comunidad inga fortalecen nuestras resiliencias. Sentimos mucha admiración e inspiración por la vida espiritual de esa comunidad. La mamá de Waira, Natividad Mutumbajoy, ha sido y es un modelo de vida para mí, una luchadora por el cuidado de vida. Es impactante el poder haber estado en conversación con ella. Son encuentros que renuevan las fuerzas, en los que uno aprende mucho. Han sido años de una mirada en espejo entre las comunidades indígenas del Norte y el Sur y eso constituye un gran reto y aprendizaje. Estos intercambios han creados lazos solidarios entre nuestras comunidades, en particular entre mujeres. Las mujeres indígenas tienen como rol proteger el agua para las generaciones venideras, pero quién las protege a ellas. El proceso creativo de Nigamon/Tunai ha sido también un medio para no sentirnos solas en esta lucha.  

Emilie Monnet y Waira Nina, ideadoras y animadoras de Aki/Alpa, serie de cuatro conferencias sobre las luchas y la solidaridad de las comunidades indígenas de América del Norte y del Sur, conversan con la poeta innue Joséphine Bacon y el taita Luciano Mutumbajoy, del pueblo inga. Foto: Wanderson Santos

Waira Nina: Este proceso artístico nace como un sueño de sentir las curiosidades de cómo se mueve el mundo y también cómo el arte puede apoyar a nuestros pueblos y culturas. En lo más profundo de las lagunas y de las aguas hay un sueño, que se conecta con las estrellas y el universo. En Nigamon/Tunai ese sueño está reflejado en sentir que estamos en medio del canto de las yakumamas. Las yakumamas se transportan, pero también se comunican. Y esa comunicación se siente como algo físico, saber que tenemos a la otra persona a nuestro lado, para darnos impulsos, para nadar juntas. La obra ha partido de las experiencias de nuestras vidas, de lo que hacemos como defensoras, pedagogas, activistas, artistas, lideresas en nuestros contextos, en defensa de nuestros sueños y del territorio.  

El nacimiento de Nigamon/Tunai es un desafío para sentir esas propias emociones que han vivido nuestros cuerpos en los territorios, desde la violencia a la alegría, desde el silencio hasta escuchar todos esos paisajes sonoros que no se entienden porque no se han vivido. Este proceso nos ha llevado a compartir historias personales e historias de nuestros pueblos, a escuchar los aprendizajes de nuestras abuelas y abuelos, a escucharnos. Ninguna de estas historias las podemos olvidar. Escuchar los cantos del Norte y los del Sur de las abuelos y abuelas, de las mujeres, escuchar los reclamos de las defensoras y defensores por proteger y vivir en territorios en paz, en convivencia con los animales, haciendo parte del agua. Es muy importante mantener estas historias en el presente de las generaciones.  

Estas alianzas que hemos creado como amigas, como hermanas, han sido muy fuertes, el hecho de venir acá pero también de ir allá, de sentir el calor, las lluvias. Hoy hay muchas lluvias en nuestro territorio y es preocupante ver estos cambios del clima producto del desequilibrio que ya mencionábamos. Y esos cambios también los sentimos en nuestras vidas. Un desequilibrio emocional y psicológico por lo que pasa en nuestros territorios. Lo sentimos también en las nuevas generaciones, un olvido por la profundidad del agua. Hay una memoria que se está borrando, un paisaje sonoro que se está ocultando, porque nos están invadiendo ruidos de volquetas, de camiones, de carreteras que quieren pasar por territorios ancestrales. Y esos son lugares que hay que conservar porque poseen una potencia espiritual muy grande, porque ahí están los animales, las plantas medicinales. 

Un ejemplo patente de los efectos devastadores de este desequilibro lo tenemos en la vida de las yakumamas. Las yakumamas cuidan el agua, tienen una importancia vital para mantener el equilibrio porque todo está conectado, pero quién las defienden a ellas, a las protectoras. El arte tiene que contribuir, todos tenemos que contribuir a mantener este universo como un mandato de las abuelas, de las yakumamas. 

YHG: En Nigamón/Tunai hay un universo sonoro plurilingüe, una cohabitación de voces, lenguas, silencios, ruidos, cantos, sonoridades. ¿A qué tipos de escucha invita la obra? 

Residencia de creación e intercambios interculturales en la comunidad inga de Putumayo, en la Amazonía colombiana. Foto: Émilie Monnet

Waira Nina: Quiero empezar con algo que aprendí esta semana, me lo decía una amiga: “depende de qué diablos tienes adentro para interpretar los sonidos”. Siento que la obra presenta un paisaje sonoro de contextos diferentes. Aunque uno puede hablar en francés, en inglés, en español, en inga y en anishnaabemowin, muchas veces lo hacemos desde interpretaciones en los territorios. En ocasiones los territorios son opuestos, pero a veces estamos viviendo y escuchando las mismas problemáticas, también hay procesos comunes de resistencia que nos hermanan. 

En Nigamon/Tunai hay un espacio de escucha para las voces de las abuelas, de los niños, para las voces de la protesta y la defensa de los territorios frente a la desforestación y a los impactos de las empresas mineras y petroleras, para las voces espirituales, los cantos. La obra también tiene un espacio de escucha de nuestras propias voces en distintas conversaciones y ceremonias que nos han llevado a profundizar la importancia espiritual de nuestra vida y territorios. Escuchar eso en la obra nos hace sentir que nosotras no estamos hablando solas, sino más bien que estamos invitando y facilitando que otras voces sean escuchadas.  

La obra también construye paisajes de escucha íntima, cuando lloramos, nos reímos, admiramos, nos limpiamos. Eso nos hace también respetar la sensación de lo que puede escuchar el otro. No me gustaría pensar que la obra impone un único modo de escuchar o de interpretar, más bien nos interesa que cada uno escuche desde su experiencia de vida. Como pasa con el remedio, cuando uno lo toma a todo el mundo no le produce lo mismo, es una vivencia espiritual profunda, individual, particular. Y eso también lo queremos sentir en la obra. No queremos imponer sino compartir un sonido que viene del sentir profundo de nuestros pueblos, de las mujeres, de la yakumama. Sentir el latido del corazón en la tierra, el corazón de las abuelas, el corazón de la amistad. Entender esa sonoridad que se está perdiendo a veces me pone triste, acongojada, sobre todo cuando desaparecen las abuelas. Sentir en las piedras el sonido de las palabras de las abuelas, porque las piedras guardan la memoria, es mensaje no escrito que cada uno puede recibir como un regalo. 

Para nosotras poder traer todos estos sonidos nos tuvimos que insertar profundamente en estos mundos de lunas, de recorridos, en los que hemos entendido que no solo la tierra es circular, sino también que nuestras voces son circulares, puede hablar la abuela, el niño, las distintas generaciones. Y me siento además muy agradecida de los aprendizajes que este proceso me ha dejado a través de la escucha de sonoridades acá, en el Norte, en sus comunidades y de las transformaciones de esas sonoridades que están causando las petroleras.         

En Nigamon/Tunai podemos perder la noción de estar dentro de las cuatro paredes del teatro y entrar en un espacio en el que sientes el calor de la otra persona, que hablan las plantas, el agua, que la luna está conectada con el carapacho de una tortuga, que sostiene la tierra, que nos sostiene a nosotras. Personalmente Nigamon/Tunai me hace sentir que cada vez se necesitan más alianzas y reconocer otros aprendizajes que hay en el Sur, en el Norte, en Oriente, en Occidente. No necesariamente hay que entender los lenguajes sino sentir el canto del lenguaje, eso es lo mágico. Y esa escucha a veces se vuelve oscura. Nigamon/Tunai también continúa transformándose por nuevos caminos, amistades, encuentros para seguir alegrando los corazones, mi corazón.     

Waira Nina y el artista colombiano Leonel Vásquez, escenógrafo sonoro de Nigamon/Tunai, en residencia de creación en Yurayako. Foto: Émilie Monnet

Émilie Monnet: En la obra, colaboramos con Leonel Vázquez, un artista colombiano con el que venimos trabajando desde 2014. Leonel es un artista sonoro y visual que tiene una práctica de investigación sobre la escucha sensible y la puesta en espacio sonoro de elementos como el agua y las piedras. En Nigamon/Tunai, el encuentro de su práctica con la nuestra y con nuestras culturas indígenas enriquece ese universo sonoro plurilingüe que proponemos al público. En escena, compartimos el espacio con treinta árboles. Nos interesan esos encuentros y escuchas entre seres vivos: los árboles, nosotras, el agua, los y las participantes, las piedras. La obra se pregunta cómo podemos compartir un mismo espacio y sentirnos en una misma escala. 

El agua, los pájaros, el viento que pasa a través de las ramas tienen cantos específicos, propios. Son el aliento de la vida. Esos cantos existen, el problema es que hemos perdido la capacidad de escucha. No podemos reconocer lo que un pájaro nos dice o comunicarnos con otras especies y eso es muy triste. Es hermoso saber que todavía hay algunas personas que logran hacerlo, pero son cada vez menos, porque hemos perdido esa capacidad de escucha.    

En Nigamon/Tunai intentamos explorar otra manera de relacionarnos a través de la escucha. Cómo podemos escuchar mejor y generar un espacio de escucha profunda para entender. Escuchar las voces de los líderes espirituales de nuestras comunidades, de las ancianas y ancianos, de las defensoras y defensores que luchan por la preservación del territorio y de la vida. Voces que siempre han sido reprimidas, oprimidas, e incluso, asesinadas. Hoy, más que nunca, es importante escucharlas porque ahí se encuentran las respuestas.

Emilie Monnet y la abuela inga Eudosia Mutumbajoy, una de las defensoras del agua que escuchamos en Nigamon/Tunai. Foto: Émilie Monnet