Pongamos esto patas arriba.
Ahora que tenemos tiempo.Lao Tse Tung
- No dijimos que no íbamos a hacer citas?
- Hostia, es verdad!
Tumbado en la camilla boca abajo con el cuerpo entregado y la mirada perdida en el hueco donde tengo encajada la cabeza, escucho de fondo la presentación que hace Paula de las dos conversaciones que precedieron a la que estamos por iniciar. Las dos anteriores estuvieron dedicadas al activismo y el precariado respectivamente, y las invitadas fueron todas mujeres que habían tenido una experiencia directa por sus trabajos y circunstancias de vida de estos campos; en esta última, cuyo tema es la derrota, estamos Rafa Tormo y yo. Estas conversaciones forman parte del programa Trabajar cansa propuesto por Taller Placer, que llevan Vicente Arlandis y Paula Miralles.
Comienzo a sentir las manos del masajista en mi espalda y me asalta la duda: ¿será que esto de la teoría es una cosa de hombres? Entonces recuerdo que tuvimos al menos la prudencia de acordar no hacer citas durante la conversación. A diferencia de las participantes que nos precedieron, nosotros no teníamos que hablar necesariamente desde algún lugar concreto de nuestro trabajo/vida, sino que la misma propuesta parecía invitarnos a levantar el vuelo a partir de ideas, imágenes, argumentos o teorías, que seguramente tienen que ver con nuestra experiencia de vida, pero que se construyen como un plano aparte. Este es básicamente el problema de la teoría, pero también su potencia: construirse como un mundo aparte.
La última imagen que tengo de Valencia y casi del mundo antes de que un día después se decretara el cierre de las calles por el virus, fue la mascletá del 8 de marzo (un día después del masaje); la mascletá es un espectáculo de ruidos de petardos que van ganando en intensidad hasta dejarte medio traspuesto. Cientos de personas acuden cada día a las dos de la tarde a la Plaza del Ayuntamiento durante las dos semanas antes de las Fallas para asistir a este momento. Aunque no haya nada que ver, la gente permanece con el gesto embobado y la mirada fija en algún punto del que parecen provenir los estallidos. Como cualquier otro espectáculo de masas, la mascletá no es solamente lo que se ofrece, sino el público que acudiendo se ofrece también y lo convierte en lo que termina siendo, una ceremonia de nuestra condición de rebaños más o menos civilizados y un rito de celebración de nuestra pertenencia a estos rebaños. Los ruidos a solas, sin esa masa de gente mirando en silencio hacia un punto en el que no se ve nada, no serían lo mismo. Hacen falta los ruidos y la fe. Con la teoría ocurre lo mismo, sin público y sin fe no funciona.
Aunque no es fácil delimitar a qué nos referimos exactamente cuando hablamos de teoría, sabemos de qué estamos hablando. La teoría es un modo de lidiar con el conocimiento. Hay muchas maneras de saber algo y de hacer público eso que sabemos, la teoría es solo una de ellas, pero no es una más, es la manera por definición de legitimar lo que sabes como un conocimiento autorizado. Es como si compartes una receta que aprendiste de tu abuela o que aprendiste en un curso de cocina de X especializado en Y. Nada en contra de los especialistas, pero sí de la economía y los valores que promueven. La teoría tiene marcas que permiten reconocer con facilidad que estás entrando en un coto privado de caza, como las citas de autoridades o el uso de términos difíciles de entender que dejan claro que es un club selecto. Pero la teoría no es solo eso, sino también aquello para lo que sirve y ha servido a lo largo de la historia, que es básicamente para demostrarte a ti mismo y a los demás que tienes razón.
Hasta ahí todo bien, armarse de razones puede ser un ejercicio saludable, el problema viene después: qué hacemos con esas razones, porque una vez que tienes razón, se abre la pregunta por la posibilidad de actuar -y de que los demás actúen- en coherencia con esas razones. Aquí hay dos cosas distintas, por un lado, la cuestión del conocimiento, saber o no saber algo, y por otro el poder de actuar y los modos de hacer. Sería una ingenuidad creer que entre una y otra cosa hay un puente directo, el que sabe puede, como suele decirse de un modo un tanto optimista, más bien tendríamos que considerar la hipótesis contraria: el que puede sabe. Es esto último lo que explica que si digo que la teoría es cosa de hombres no resulte difícil intuir a qué me estoy refiriendo, que no es solo a los hombres blancos, europeos, de clase media o alta pontificando sobre algún tema, sino a todo aquel, hombre o mujer, europeo o latinoamericano, hetero o trans, que decide utilizar la teoría como una forma de autorizarse, empoderarse y estar por encima… ¿de quién?
El conocimiento no funcionó siempre así, aunque siempre ha tenido que ver con el poder. Hubo un momento en que las cosas se hacían porque lo decía dios, el rey o el cura, personas o agentes investidos de un poder trascendental que les permitía hacer sin dar explicaciones. Ya sabéis, los caminos del señor son inescrutables, y nosotros, pobres mortales, no íbamos a intentar entender las razones de dios. En algún momento las cosas fueron cambiando, estos pobres mortales decidieron que ellos también querían pensar, decidir y actuar por su cuenta.
Este giro histórico, aunque nos parezca remoto en el tiempo, es lo que hace posible, no solo que dos personas sin dios ni rey como Rafa y yo nos pongamos a discutir sobre la derrota, sino además que venga público, no tanto como a la mascletá, es cierto, pero estuvimos bastantes, los suficientes para que la post conversación se alargara hasta no se sabe qué horas. Este era, claro está, un público también de creyentes, quizá no en las tradiciones populares ni siquiera en la teoría, pero sí en alguna otra cosa de naturaleza más incierta; digo esto porque a un creyente como Dios manda no le hubiera gustado ver a dos teóricos (disculpa, Rafa, ahora no voy a distinguir entre artistas teóricos y académicos teóricos) prácticamente en pelotas tumbados boca abajo, con la imagen de sus caras parlantes embutidas en el orificio de las camillas, mientras tratan de llevar adelante una más o menos sesuda conversación sobre la derrota. ¿Hace falta poner palabras?
Decir que no tenemos ni dios ni rey suena muy romántico, reconozcamos al menos que si no tenemos rey, o nos gustaría no tenerlo, si tenemos un Presidente, o incluso más de uno. Uno de ellos, el principal, fue el que ayer comunicó la prohibición de salir a la calle durante dos semanas con un tono inconfundible de Pater Nationis. Aunque en varias ocasiones aludió a los informes de expertos y científicos para justificar la decisión, quedaron un poco como decorado marginal, porque su autoridad no descansa en la ciencia ni en el sentido común, el Pater, como el Estado, no necesita buenas razones, le basta con las buenas intenciones y el amor a sus hijos/súbditos/conciudadanos, atributos ambos de su naturaleza paternal, frente a los atributos filiales que son también el amor (hoy lo llamaríamos solidaridad), pero acompañados de la obediencia. Con un tono menos paternalista, como el que le salió después en el turno de preguntas, o como el que tenía Carmena (ya sé que todas las comparaciones son horribles) hasta que llegó una nueva generación de políticas-macho, no hubiera necesitado más apoyo que la legitimidad de las citadas autoridades y el sentido común.
Que la reflexión teórica o el pensamiento no pueda sostenerse en sí mismo, que funcione como andaderas para sostener otros lugares de poder como el del patriarcado, señala la derrota de la teoría, una derrota que no podemos dejar de celebrar, ¿hay algún teórico que no esconda la figura del padre? Lo que nos falta por celebrar es la derrota del padre, de la nación, del Estado. Celebrar la derrota de la nación no significa minusvalorar el esfuerzo, la solidaridad y el compromiso de una sociedad en un momento de crisis, sino tan solo no confundir los lugares. No se trata tampoco de destronar al padre para ocupar su lugar con la conciencia tranquila (ni de donar lo que ha robado la corona, trayéndolo al caso de our King, sino en todo caso de donar el cargo), o de sustituir la teoría occidental y patriarcal por las teorías de los márgenes y las buenas intenciones, sino de tramar espacios de experiencia vivos y contradictorios, abiertos e inciertos, que operen como agujeros en estas instancias fantasmales de poder que amenazan con convertirnos a todos en fantasmas. Finalmente, que me convierta en un fantasma la Agencia Tributaria, el movimiento feminista o los racionalizados, cambia poco, aunque puestos a elegir me quedo con los últimos.
El asunto de las camillas es una trampa, como el de la derrota, el del padre o la nación; para qué arruinar un masaje teniendo que conversar sobre algún tema sesudo. La razón (teórica) de esta conversación proviene de un cierto discurso acerca de las prácticas artísticas, o más bien de la derrota de este discurso al ponerse al servicio, al igual que la teoría, de las buenas causas, que no son las del padre ni las de la nación ni el Estado. Yo lo advertí al comienzo, cuando me di cuenta de qué éramos los primeros machos-teoricus en participar en estas conversaciones; pero si a cambio te dan un masaje, por qué no dejarse caer en la trampa, todos tenemos nuestras debilidades y trampas como estas no te las ponen todos los días. Claro que con derrotas así de dulces qué legitimidad nos iba a quedar como teóricos, además de blancos, europeos y de clase media, para hablar de la derrota, aunque bien es cierto que por otro lado, después de tantos años amasando ideas trufadas de citas, la autoridad termina incorporada en uno mismo, o como diría mi madre, da lo mismo, hijo, tú ya eres un doctor, que igual podría haber dicho tú ya eres artista, europeo, hombre, blanco o cualquier otro lugar que funcione como un modo de legitimación de tus propiedades como sujeto individual. El problema no son estas identidades históricas, ni la mochila con la que cargan, sino qué hacemos hoy con ellas, cómo se utilizan y cómo se podrían utilizar, para qué nos valen y para qué nos podrían valer.
Porque la otra cara de este sistema de autoridades es la promesa de convertir a uno mismo en otra autor(idad) más. Esto funciona como uno de esos negocios piramidales: uno se inserta por abajo, empiezas a citar a los de arriba y con el tiempo, si lo juegas bien, terminas siendo citado por los que vienen detrás. Es ahí que el conocimiento teórico, como si de un capital a plazo fijo se tratara, comienza a devengar intereses. Sin esta dimensión económica, que supone nada menos que la privatización del conocimiento intelectual, no entenderíamos la operación que sostiene eso que llamamos “teoría” y que estaba llamada a convertirse en el brazo intelectual de las políticas expansionistas de Occidente, en su momento puesta al servicio de reyes, gobiernos y ejércitos, y hoy de la empresa privada.
Es así como en un momento de fragilidad, con el cuerpo entregado al masajista, sientes que ya estás dentro de la pirámide, que ya fracasaste o triunfaste, que finalmente terminan siendo dos caras de lo mismo, y que en todo caso derrotado o no derrotado formas parte de esta especie de orden teórica de caballeros de la tabla cuadrada que van imitando, como en la peli de Monty Python, el trote elegante del caballo que los lleva mientras un escudero hace el ruido sordo del trote entrechocando dos cuezos. Entre la real orden de la teoría, dispersa en mil sectas, y la mascletá se abre una infinidad de opciones que están todavía por descubrirse. La de los masajes es una de ella, que espero que pronto quede patentada, les haga ganar a sus inventores pingues beneficios, y pase a formar parte de las metodologías de estudio de todas las cátedras universitarias. Yo en todo caso, y por si mis premoniciones no se cumplen, les agradezco a Vicente y Paula, y como no, a Nacho, este doble masaje del cuerpo y las ideas, como si se hubieran confundido en una misma masa viscosa de órganos en proceso de atrofia.
Porque si no entendemos que esto de la teoría es una cuestión de formas, de formas de hablar y modos de estar, de formas de escribir y modos de hacer público lo que escribimos, seguiremos viendo cómo se suceden corrientes de estudios decoloniales, queer, LGBTIQ+, racializados, etc., etc., que seguirán alimentando la academia, instituciones culturales y espacios afines sin que estos cambien un ápice su funcionamiento real, ni la economía que los regula ni los modos de producción y evaluación de lo que se considera conocimiento, obras, resultados. No se puede decir algo distinto utilizando el mismo lenguaje. Desarrollar una corriente de pensamiento en contra de un sistema, pero utilizando el mismo sistema de autoridades, no cambia el sistema; o como decía Burt Lancaster tendrán que cambiar muchas cosas para que no cambie nada.
En la universidad ciertamente han cambiado muchas cosas, lo que no sabemos es si ha sido para mejor, lo que sí sabemos es que la universidad de hoy, como uno de los principales responsables de la producción teórica, sigue siendo un medio en el que las jerarquías y los egos rayan en lo patológico. Entre la mascletá y la real orden de la mesa cuadrada siguen abriéndose lugares inesperados desde donde reinventar y multiplicar las formas de conocimiento, en los que teorizar siga siendo lo que fue desde sus inicios en los tiempos de Descartes, un modo de insistir en las dudas y una celebración de lo que no sabemos, un modo de insistir en lo que te hace más frágil y vulnerable, de atender y movilizar medios de conocimiento y de acción, y un medio sobre todo de no perder el sentido de la escucha.
Esto es una manera de enfocar la actividad intelectual en positivo, una manera abierta, ilusionante, lúdica y de resultados inciertos; resultaría difícil imaginar lo que a larga podría producir este modo de entender el conocimiento; hay otros métodos más rigurosos y autorizados que curiosamente se utilizan mucho en el campo de las artes y la crítica, a pesar de conocer ya lo que hoy eufemísticamente llamaríamos los «daños colaterales» que han ido dejando a lo largo de la historia:
Créanme que los crímenes históricos de este siglo se deben en gran medida a la excesiva abstracción, al furor del pensamiento que degeneró, por así decirlo, en patológico y a la correspondiente absoluta falta de imaginación.
Imre Kertész
Querido amigo Óscar Cornago
; salir de la vida nunca ha sido
tarea fácil. Por decirlo de otro modo, liberar
a la vida de sí misma, pensando/teorizando/haciendo arte es algo que solo puede ser experimentado/conseguido des de un sentimiento de derrota estrepitosa. Aunque ese territorio de confusión como bien dices no debe volver a convertirse en un nuevo paradigma; la derrota extrema es el territorio donde encarar la destrucción en nosotros mismos de todo aquello que sea auto-producción
enajenante. Esa es la muerte del padre, del lenguaje etc. y la derrota de la teoría…Quee estoy diciendo…»»»»»
??
??
?me ahogo
¡¡
¡¡
Ya te dije que tanta teoría no te iba a sentar bien. Te mando una tabla de ejercicios para que te recuperes:
Espirar o expirar (hacia abajo) Inspirar (hacia arriba)
as fixia
aaas fiiiixia
aaahhhsss friiixia
ooohhhsss fruuuxia
etc.
Empiezas de pie con la mirada y los brazos hacia arriba y las manos abiertas en paralelo, como si estuvieran sujetando la cabeza de alguien con una cierta autoridad sobre ti (padre, madre, rey, presidente, tú mismo…). Esa cabeza está cargada con la energía que te manda un dios en el que no crees, pero da lo mismo, Dios es generoso. Te vas inclinando hacia delante con los brazos bien estirados y sobre todo con mucho cuidado para no dejar caer la cabeza, como si fueras a ofrecérselo a un niño que eres tú mismo de pequeño y que permanece delante de ti mirándote con gesto comprensivo (no entiende por qué estás tan colorado); mientras, no olvides ir haciendo el mantra con el aire que vas expulsando, como una especie de sibilante ahogada, un poco en plan moribundo: AAAASSS…. Cuando estás a punto de pasarle al niño su cabeza, este se convierte en un enano y el enano desaparece en la tierra. Entonces, te dejas caer hacia abajo relajando lumbares, hombros, brazos y cuello. Te quedas mirándote la entrepierna mientras te preguntas qué haces ahora con tu p. cabeza. Pero ahí sientes que se está recargado nuevamente con la energía de la tierra. Increíble! Entonces te vas desenrollando nuevamente hacia arriba mientras tomas aire y completas el mantra FIIIXIIIAAA un poco más aliviado, al tiempo que vas subiendo la cabeza entre tus manos hasta tenerla frente a ti, os estáis mirando cara a cara, solo por un instante y ahí la giras hacia fuera y vuelves a elevarla hacia arriba, como estabas al principio. Lo principal es no olvidar el mantra con las respiraciones, si no, no funciona.
Qué maravilla, Caballero Corni! Qué bien te sientan los masajes y las mascletás!
Gracias, Cora!