En solo un año de actividad de los centros públicos dedicados al teatro en Madrid que cambiaron recientemente su dirección, el paisaje de las artes escénicas en esta ciudad se ha transformado más que en los veinte años anteriores, al menos en cuanto a visibilidad, reconocimiento y proyección pública. Una amplia variedad de lenguajes escénicos que desde los años noventa se fue desarrollando refugiados en los contados espacios de los que disponían han pasado a convertirse de pronto en puntos de referencia reconocidos. Razones no faltaban, pero lo cierto es que si en los años sesenta y setenta una de las posturas frente a la institución consistía en el rechazo radical y la posibilidad de colocarse al margen , desde entonces las instituciones artísticas no han hecho más que crecer en cuanto a capacidad de actuación y construcción de relatos colectivos.
El grito de guerra del Mayo francés “La Gioconda al metro” se habría transformado hoy en “El metro al museo”, no en el sentido de mejorar las comunicaciones de espacios que funcionan como centros de atracción turística y especulación urbana, sino en el de transformar los centros públicos de creación en entornos capaces de entrar en relación con la compleja diversidad humana e intensidad social que se respira en el metro a hora punta. Como muchos otros eslóganes de aquellos años los sueños no se cumplieron, aunque las posibilidades de actuación en, para, por y frente a la institución se han abierto caminos que no dejan de reinventarse.
Por desinstitución pública del teatro, en lo que nos hace pensar la Madrugá, de Vértebro, cuyas imágenes acompañan este texto, o de cualquier otra esfera social —pensemos en la desinstitución pública del trabajo, de la sanidad o del amor—, se alude a un movimiento de apertura y transformación de la institución entendida como un conjunto de saberes, prácticas y representaciones; un conjunto de valores y modos de hacer que atendiendo a prácticas, saberes y representaciones diversas que quedan fuera de lo instituido den lugar a nuevos procesos instituyentes que permitan seguir reinventando las formas de hacer arte, de trabajar, de curarnos o de amar. Esto pone en marcha una dinámica de reaprendizaje por parte de la institución, un proceso de autocrítica y cuestionamiento que permita desarrollar una escucha más atenta hacia su entorno. Frente a la institución vertical y afirmativa, tendríamos una institución caracterizada por su capacidad deautoaprendizaje y cambio, una institución sostenida sobre un eje horizontal de relaciones abiertas con agentes y circunstancias diversas que escapan a la propia institución. Una institución en una dinámica de pequeñas desinstituciones que hagan posible nuevos procesos instituyentes.
Habitar el aire, proyecto con el que cierra la temporada 2018 las Naves de Matadero, no se podría entender sin la presencia de la propia institución como uno de los actores centrales de su dramaturgia. El proyecto ha supuesto una compleja propuesta de programación que cuestiona los límites y funciones de una institución artística. Los tiempos extendidos de las actividades relacionadas con este proyecto han hecho visible el propio espacio como un personaje más de esta trama. Los tiempos largos hacen hablar al lugar en el que estamos. La historia inscrita en los espacios termina aflorando, y aunque esta lectura difiera según quien la interprete, el espacio se convierte en una voz más. La finalidad, provocar otras formas de encuentro y conocimiento, otros modos de estar y ponerse en relación con actitudes aparentemente ajenas a la institución y al mismo tiempo con la propia institución. Uno de sus efectos más visibles ha sido la apertura de los espacios a prácticas y usos que no eran los habituales. Los usos definen el sentido de los espacios. Darle a un espacio otra utilidad hace que ocurran otras cosas. Para ello se han cruzado y descolocado proyectos y agentes provenientes de distintos contextos con el fin de crear territorios de cruce que generen conocimiento acerca de otros modos de utilizar los espacios públicos de un teatro. En el aire quedan distintos interrogantes sobre la función de un centro público de artes (vivas), cómo articular esta potencia pública para ponerla al servicio no solo de formas de creación que escapan a los marcos habituales, sino sobre todo de otras formas de pensar, hacer y decir.
El trabajo de Recetas Urbanas con la construcción de la casa, que ha funcionado como eje transversal de todo el proyecto, dejaba patente desde el comienzo la voluntad de poner en contacto mundos diversos. Jugando con el título del proyecto, “habitar el aire” podría entenderse como modo de supervivencia para un trabajador fuera de la institución y de los marcos reglados de producción cultural, esa situación de suspensión y provisionalidad es la que se abre ahora como un espacio de trabajo, de reflexión y creación en el interior de la propia institución. Se trata de provocar la ocasión para que las cosas cambien desde dentro. La tarea no es fácil. Las inercias son fuertes. Instalar en el corazón de la institución un virus a modo de vacuna que le reste verticalidad en favor de un plano de horizontalidad expuesto a realidades heterogéneas corre el riesgo de provocar reacciones inesperadas.
Es desde esta reconsideración de “lo público” como potencia en movimiento que el imaginario de lo teatral y más en general de lo artístico adquiere una dimensión escénica protagonizada por el mismo público, la gente, los otros, los que no están actuando como artistas. El interés por poner las prácticas de creación en relación con contextos próximos y entornos inmediatos es lo que ha servido para revalorizar herramientas escénicas y formas de teatralidad que son ya comunes a todo el paisaje artístico. Esto explica también que cada vez sea más frecuente asistir a eventos en un museo o centro de artes que podrían estar pasando en un teatro, entendido también como centro de creación contemporánea, y viceversa.
Este juego de enmascaramientos y desplazamientos entre el afuera y el adentro de la institución ha sido una de las características del trabajo de Santiago Cirugeda al frente de Recetas Urbanas. Desde sus inicios el arquitecto sevillano ha trabajado a partir de situaciones concretas, pero no por ello ha dejado de operar dentro de marcos institucionales. La contradicción que sostiene el proyecto de Habitar el aire no es en este sentido una excepción. No son pocas las personas que al ver la casa se preguntaron cómo se podría llevar esa estructura, alzada varios metros por encima del suelo, con aberturas laterales sin cristal y con el techo sin cerrar, a un solar al aire libre para que funcionara como un espacio itinerante de diversos colectivos feministas. La segunda pregunta sería por qué no se construyó directamente en la ubicación en la que vaya a funcionar, y en todo caso traerla al teatro una vez que haya sido utilizada, cargada ya con otras historias. Pero por el momento la única historia con la que cuenta la casa es la historia de su propia construcción y de las ilusiones y modos que la animaron, un proceso colectivo, participativo, de talleres a lo largo de un mes. Visto así, la casa que estuvo en la nave 11 no es la que terminará funcionando algún día en algún barrio de Madrid, aunque los materiales básicos y su diseño general sean parecidos. La segunda casa habrá que adaptarla a las condiciones del terreno y terminar de acabar los mil detalles para que sea funcional. Se tratará en todo caso de dos realidades y dos contextos distintos. La primera casa cita a la segunda como una proyección en el aire, no porque los acuerdos administrativos estén más o menos avanzados, sino porque se trata de una potencia aún no realizada. Su utilidad opera como una posibilidad abierta que el público de las distintas intervenciones aprovechó para actualizar de distintos modos.
Habitar el aire es un proyecto con una doble cara, su máscara artística esconde su rostro social, pero esto también funciona a la inversa: su voluntad de intervenir de manera activa en la vida pública de la ciudad está inscrita en la historia de su construcción en un centro de artes para un uso artístico. ¿Uso artístico, finalidad pública? Este juego a dos bandas no es nuevo para Recetas Urbanas, al contrario, es a partir de ahí que se despliega un espacio de tensiones que caracteriza las intervenciones de este colectivo, y que Cirugeda no pierde de vista:
El proyecto “artístico” se planteará abordando la realidad sobre la que queremos participar, mostrándola enmascarada y oculta tras una imagen llena de artisticidad y erudición que lo sitúe a la altura de la institución que financie la acción. Jamás se delatará a los verdaderos beneficiarios, apareciendo como principal preocupación el disfrute y deleite de los espectadores y aficionados al arte. (Santiago Cirugeda, Situaciones urbanas, ed. Llorenç Bonet, Barcelona, Tenov, 2007, p. 9.)
Esta estrategia discursiva explica cómo estar en una institución y no estar al mismo tiempo, o cómo no estar, porque finalmente el proyecto apunta hacia otro lugar, pero sin embargo estar. Pero más allá de la retórica, este modo de estar y no estar, que desarrollado en ciertos sentidos remite al hecho mismo de habitar como una forma de relacionarse con un espacio no guiado por las funcionalidades más evidentes, dando lugar así también a otros tiempos, pone en juego un espacio táctico de desplazamientos y posibilidades de actuación no previstas. Esto termina beneficiando tanto a la institución que se ofrece a producir proyectos que no empiezan ni acaban en su propio ámbito de acción, y que le pueden servir para repensar sus prácticas y formas de representación más o menos (im)propias, como a los beneficiarios últimos del proyecto que, independientemente de que se sientan ajenos al mundo del arte, pasan a ser un agente más de un tejido público sobre el que la institución termina perdiendo el control. La institución artística se deja de construir desde sus centros de poder, en torno a las funciones con las que históricamente está identificada de conservar, promover y difundir un determinado patrimonio, para centrarse en sus márgenes de apertura y negociación con un mundo de afuera ajeno en principio al ámbito artístico y por ello doblemente necesario.
Estas dinámicas de desinstitución introduce en la institución un plano de inestabilidad, una fuerza menos controlada, pero también más viva, desde la que repensar qué significa realizar un servicio público. Posiblemente, entre los colaboradores de Recetas Urbanas, muchos de ellos estudiantes en prácticas o que han terminado recientemente los estudios, sea el propio Cirugeda quien más consciente es de este juego de desplazamientos entre lo artístico y los ciudadanos de a pie, entre las instituciones culturales y las necesidades reales de un entorno que terminaría de dar a la construcción su sentido más propio. Pero en el arte, como en el día a día de quienes están obligados a habitar espacios que no siempre sienten como suyos, lo que predominan sin embargo son los sentidos impropios y los usos desviados. Prácticas de supervivencia. En este sentido la para-arquitectura de Cirugeda funciona no solo como una forma de construcción que atenta contra las jerarquías y lugares autorizados, sino también como una maquinaria que a niveles distintos atraviesa la institución generando saberes prácticos a partir del modo de hacer habitable un espacio, como el de los talleres, por ejemplo, convertidos en un entorno de conocimiento compartido, en un sitio como las Naves de Matadero que en principio pareciera que no es el lugar que le corresponde:
La para-arquitectura propuesta en la acción se alimenta de intenciones provisionales, de construcciones efímeras, de formas no patrimonializables, en definitiva, se presenta silenciosamente evocar la incapacidad de la institución de acotar la compleja realidad humana. (Espacio Escala, Deconstruyendo la ciudad. Catálogo de la exposición comisariada por Paco Pérez Valencia, Sevilla, Caja Sol / Obra social, 2008.)
Durante un mes Recetas Urbanas convirtió una de las salas de la nave 10 en un taller de construcción. Donde antes había artistas en residencia o salas de ensayo, se instala un taller abierto de autoconstrucción con sus máquinas y materiales. El discurso que dio sentido a esta propuesta era hacer una casa que pudiera tener después un uso social, de ahí el protagonismo que en esta dramaturgia cobraron las mujeres de distintos colectivos que se harían cargo posteriormente de la casa. Ahora bien, si por un lado esta era la finalidad, inscrita desde el comienzo en el frontispicio del proyecto como una leyenda que asegurara el sentido de lo que se estaba haciendo, por otro, la construcción tenía lugar en un centro de artes con el propósito inmediato de permanecer en la Nave 11 suspendida en una enorme estructura metálica. La casa se convierte en un objeto estético de contemplación. La contradicción entre la utilidad social para la que ha sido proyectada y su uso inmediato plantea una serie de tensiones y desplazamientos dejando en el aire no solo la casa, sino algunas preguntas acerca de las formas de utilizar, no ya solo esta casa, sino en general la institución y el dinero público. Si a nivel estético la casa, iluminada de distintos modos según las horas y las propuestas artísticas que la intervinieron, despertaba una sensación de extrañeza, como de estar ante un objeto raro procedente de otro universo, por otro lado, a nivel simbólico y material, evocaba una realidad cercana relacionada con el habitar en sentido básico, una casa construida en madera con materiales baratos o reutilizados, y decorada de modo funcional. Desde su altura la construcción parecía inaccesible. Aunque había una escalera por la que se accedía, esto era posible casi únicamente en horarios y días concretos y, quitando alguna excepción, fuera del tiempo de las intervenciones artísticas. Durante el transcurso de estas la casa permanecía clausurada y con vigilancia. Objeto de observación y vigilancia, cuidadosamente iluminada, la construcción se convierte en una suerte de nave espacial, algún tipo de no lugar desde que parecía provocar algún tipo de reflexión sobre los modos de estar y utilizar los espacios y más concretamente, en este caso, los espacios hechos para ser utilizados, como esta casa o una institución pública. ¿Pero quién decide cómo se utilizan los espacios públicos?
(Publicado originalmente en el blog Habitar el aire (en construcción).)