Ningún LugarNingún lugar “Sin fecha, 1950 En el libro Ningún lugar adonde ir el cineasta de vanguardia lituano Jonas Mekas relata su exilio a través de la Europa en guerra hasta llegar a Nueva York, donde ha de volver a comenzar su vida. Ficha artística
Ayer fui a ver Ningún lugar, de Nilo Gallego y Chus Domínguez, también de Luminita Moissi, Mirela Ivan, Angelica Simona Enache, Mariana Enache, Julián Mayorga, Jonas Mekas, Claudia Ramos, Raúl Alejos, Ana Cortés y Óscar Villegas, porque esta obra, me parece, es de todxs, siendo cada unx diferente, y esta igualdad es sólo una de las muchas bellezas que tiene la pieza. A mí no me pudo gustar más, hasta las lágrimas, pero unas lágrimas no de pena sino de pura alegría ante la imagen de exilios, migraciones y mundos duros pero vividos con carne real, hacia el canto e, incluso, la risa. Me gustó que se cumplieron las promesas tan hermosas que sobre la pieza hizo Jonas Mekas en aquel vídeo del 11/7/2017 (the small, the small, the personal, así pronunciado como él, con temblor y firmeza), pero también que su autoría no mandara ni se impusiera como la más importante sobre el escenario: las frases sencillas de su diario de exilio abrían un tiempo histórico (la segunda guerra mundial) en el presente de migraciones que traían las frases de lxs performers en escena. Quiero decir que no había peso del nombre del autor. Los fragmentos del diario que escogieron hablaban de no querer ir al ejército una vez en américa porque se había huido de europa como “acto animal” frente a la guerra, de sangrar por la nariz en medio del tránsito por el continente en guerra, de no querer trabajar los sábados en una fábrica, y de la nieve en nyc. Y entonces se abre una portalón al fondo de la escena y nieva en madriz. Como si todos los lugares tuvieran derecho a nieve. Magia. Me gustó muchísimo la manera de estar, cantar, tocar y cocinar de las cuatro actrices sobre escena, ningún temor, ninguna impostación, ningún gesto disociado de su presencia. La experiencia de pasar más de la mitad de la obra sin poder entender el idioma que hablaban (rumano), y el momento (MARAVILLOSO: de lo mejor que he visto en mi vida en términos de Forma verbal en escena) en el que pasan al castellano porque sentadxs a la mesa con Julián Mayorga (que es colombiano) y Claudia Ramos (que por el acento parecía de aquí de la península) el idioma compartido era ese. Y era precario en sus tiempos verbales conjugados, y era, por eso, una viveza del hablar, del decir, con plena comunicación y muchísimos detalles increíblemente precisos. Papel verde, papel blanco, papel chiquito y papel grande son diferente versiones del NIE que se obtienen en un sitio llamado Padre Piquer: si algúnx castellanohablante dijera que lo entiende mejor que alguien que no habla ese idioma, creo que mentiría, porque esas palabras parecen que significan cosas concretas, pero su concreción real está en el uso que no tienen las personas que disfrutamos papeles de nacionalidad. Me gustó muchísimo la música, cómo Julián Mayorga cortaba las canciones para explicar cosas sobre ellas. Cosas como qué significa Tolima, o la diferencia entre el vals europeo, que viajó a américa, y su versión americana: el pasillo. Me dio muchísimo gusto observar el despliegue sobre el suelo y la recogida en un camión de cada uno de los objetos con partes de metal vendible y con partes de mundo (una cabeza de cartón piedra, un perro, un acordeón, unas señales de tráfico). No me aburrió nada ni tampoco me entretuvo porque pude mirar con gusto, estaba muy a gusto en esta obra. La alegría que sentí al salir, la emoción, aún me duran: son muy consistentes porque el contagio es muy real. Nada de espectáculo, nada de abuso ni maluso ni uso de unxs por otros (directores por ejemplo). Ninguna jerarquía, no al dinero en la forma.La valentía de poner en escena un material que podría haber sido manipulado de mil maneras; el éxito de que cada sujeto en acción, incluidx elx espectadorx, conservara su Agencia, es decir, su capacidad de pensar (el lenguaje) y hacerlo, a su manera, siendo esta manera tan singular como compartida (pues la lengua es más o menos de todxs cuando se le quitan capas de dominio/corrección/mando). En fin, que no sé, que qué de bien y de belleza y de justicia. Que la hostia. Que si la repiten vayáis a verla.
Orquestina de Pigmeos (Texto de Ruben Ramos Nogueira publicado en la revista Ajo Blanco). Jonas Mekas es un prestigioso cineasta lituano afincado en Nueva York. Tiene 94 años pero a pesar de su edad conserva una enorme vitalidad. Goza de un enorme reconocimiento. Muchos le admiramos. Ha visto muchas cosas en su larga vida. Ha conocido a muchos artistas. Mekas tiene un videodiario que actualiza de vez en cuando. Este verano nos sorprendió publicando un vídeo en el que hablaba de su reciente viaje a Europa, invitado por la Documenta de Kassel. En ese vídeo decía que había estado en ciudades grandes, en eventos grandes y que había visto cosas muy grandes. Y que estaba cansado de que todo fuese tan grande, excesivamente grande. Pero también decía que, afortunadamente, casi por casualidad, al pasar por Madrid, tuvo la oportunidad de presenciar un ensayo de Ningún lugar, lo que el músico Nilo Gallego y el creador audiovisual Chus Domínguez, los dos al frente de la Orquestina de Pigmeos, estrenaron a finales de septiembre en las Naves de Matadero, con unas actrices rumanas no profesionales en escena (Luminita Moissi, Mirela Ivan, Angelica Simona Enache, Mariana Enache), acompañadas del músico colombiano Julián Mayorga y Claudia Ramos, junto a otro puñado de gente más en la retaguardia (Óscar Villegas, Raquel Sánchez, Raúl Alaejos y Ana Cortés). Siempre mucha gente, porque así trabaja la Orquestina de Pigmeos, con un montón de gente, algo que en los últimos años se estaba volviendo muy complicado de ver en cierta escena de las artes en vivo (no sé ya cómo llamarla) no oficial, una escena que en los últimos años ha ido mutando el viejo concepto de compañía hasta destruirlo casi por completo, convirtiéndolo en algo más parecido a una constelación de individuos aislados, seguramente por razones económicas evidentes pero también probablemente por ciertas tendencias individualistas que posiblemente estén invirtiéndose de nuevo, quién sabe. Pero estábamos con Mekas. Jonas Mekas, en su videoblog, visiblemente emocionado, cuenta al mundo que ese ensayo de la Orquestina de Pigmeos es lo mejor de todo lo que él ha podido ver, por lo menos, en el último año. Y añade: eso sí que es arte. Está bien, podría ser que Mekas se sintiese halagado porque esas gentes hablan de su libro, Ningún lugar adonde ir, un libro en el que Mekas relata su exilio a través de una Europa en guerra hasta llegar a Nueva York y que la Orquestina de Pigmeos utiliza libremente en los textos proyectados que se superponen a lo que pasa en escena, una escena donde contemplamos pura vida, y también puro artificio (que nos permite volver de nuevo la mirada limpia hacia la vida, indistinguible ya de la ficción en la que, cada vez más, estamos inmersos), de la mano de gentes que, como Mekas, también abandonaron sus países de origen para llegar hasta Madrid. Pero es que, en el vídeo, a continuación, Jonas Mekas explica al mundo lo que para él es el arte, el arte que le interesa, y es una definición que me pone la piel de gallina: simple, pequeño, personal, no pretencioso, que toca a tierra, conectado con la vida. Algo así, dice Mekas. Y eso, después de dar muchas vueltas, Jonas Mekas lo encontró en un ensayo de la Orquestina de Pigmeos, una calurosa tarde de verano en Madrid. No se me ocurren mejores palabras que las de Mekas para hablar de cualquiera de los maravillosos trabajos de los que se nutre la ya larga trayectoria de la Orquestina de Pigmeos, perfectos representantes de todas esas gentes que llevan años haciendo cosas increíbles en el territorio de las raras artes sin que hasta el momento nadie les haya hecho demasiado caso. Me parece una gran hipocresía cuando oigo a muchos de los promotores del cambio político hablando del arte y de la cultura como el motor del cambio mientras sus actos, y los de sus aliados, delatan, en cambio, la gran traición que están cometiendo, la gran oportunidad que estamos perdiendo. Seguramente no saben ni de qué hablan. Pero sería tan fácil. Solo habría que prestarle algo de atención a lo que dice Jonas Mekas y a lo que hacen sus amigos.
Todo el mundo al suelo (Texto de Fernando Gandasegui publicado en Tea-tron). Incluso la carne ya no arde. Si es cierto que vivimos en “tiempos interesantes”, como maldice un chino a otro al que odia, puede que el síntoma más evidente sea la correlación inversa entre la disposición radical de libertad para crear, acumular y desplazar capital, y la pérdida paulatina de todas las demás libertades; sobre todo, el caso más agudo, la de aquellas relacionadas con el desplazamiento de personas en el mundo que el propio capital ha conformado. 15449 vidas En Ningún lugar de la Orquestina de Pigmeos vibra de fondo la historia del cineasta lituano Jonas Mekas. Más al fondo todavía, la necesidad de ser contada. Telón: la masacre después de la masacre, el gran exilio del siglo XX. Distintas guerras y criminales, hoy, pero consecuencias que se repiten, y artistas como Nilo Gallego y Chus Domínguez con la misma necesidad de contar la vida desde la vida, de nuevo obligada a reconstruirse en el desplazamiento, en Ningún lugar. Historias que no sólo atraviesan Siria, México o Birmania, vidas que al abrir los ojos están a la vuelta de cualquier esquina, en este caso de Madrid, en el barrio de Tetuán, o también en un teatro en el que la Orquestina de Pigmeos nos invita a no volver la mirada, y ver dentro. A ver si arde. Veamos. Todo fue por azar y también por curiosidad. La Orquestina de Pigmeos se entiende como “un colectivo experimental dedicado a la intervención site specific”. Ya sea en un río, un museo, una fábrica, una montaña o un teatro, y trabajando con la gente del lugar, los proyectos que empiezan encabezando Nilo Gallego y Chus Domínguez acaban por hacerlos de las orquestinas, públicos y espacios conformados para cada ocasión. Por ejemplo, entre cigarros y mosquitos, paseando a la orilla del río Mondego, uno de los directores de Citemor contaba con media sonrisa, cómo la Orquestina consiguió movilizar a un pueblo entero para Pigmeus do Mondego, una de las obras que más recuerda de las 39 ediciones de festival al preguntarle. ¡Dejad de trabajar! ¡Parad! (…) Al poco rato, la niña sentada a mi lado pregunta a su padre: “¿va a ser siempre así?”. Ningún lugar se abre con la luz de la horabaixa que se filtra por la Nave 11 de Matadero, nada más. Ningún artificio, se puede empezar. Mirela sale del fondo violín en mano y recorre todo el espacio vacío, ¿butoh?, hasta situarse al pie de 400 butacas, y como en los interludios de Herzog en los que un niño toca el violín, frota cuerda mientras la orquesta despliega un mundo que, de ser una pieza musical, nos adelanta sus temas en la obertura. No hay afinación, una manera correcta. El tiempo lo sostenemos juntos. Tan lejos, tan cerca. Densidad y simultaneidad, tú eliges. Abúrrete conmigo, papi. Te recuerdo, hay un afuera. Así nos vamos adentrando en el equilibrio inestable de una obra que resiste la paradoja de resistirse a las convenciones de una obra, jugando a mostrarse frágil, supuestamente hecha con lo que está pasando, pero que en realidad ha medido al detalle la máquina teatral, y con valentía asume el riesgo no mesurable en calentar y calentar y calentar la escena por si acaso arde. Y ardió. Algunas nos rompimos, como a veces una cuerda bien frotada. La niña, después de dormirse en varios momentos, acabó comentando a gritos de entusiasmo la obra a su padre. Ningún lugar se hace en las dramaturgias de la densidad y la simultaneidad, en la multiplicidad de focos y la acumulación de signos. Las acciones sobre el escenario conviven con dos pantallas al fondo de la nave que apuntalan performatividades. A la izquierda, en vertical, nos lanzan vídeos. A la derecha, en horizontal, escritos de Jonas Mekas. Imagen/texto que abre Ningún lugar hacia afuera, escondiendo entre medias la sorpresa del final. Los vídeos grabados con el móvil nos enseñan las calles, las casas, las familias, la pequeña Rumanía de Luminita, Mirela, Angélica y Mariana. Escenas que han grabado ellas, invitándonos en plano subjetivo a meternos en sus vidas, protagonistas de Ningún lugar. Vidas que llenan de volumen todos los metros cúbicos de la Nave 11, que no son pocos. Cuatro mujeres que se van haciendo inmensas a todas las escalas de una obra en la que lo único que podemos echar de menos es que se rompan del todo las convenciones, y bajar a bailar y comer con ellas eso que de a poco van cocinando en una olla humeante que acaba haciéndonos llegar su olor, real, metiéndose dentro, metonimia de lo que pasa en Ningún lugar hasta que nos sirven a lo grande su traca de finales. La vida sigue. Al final se abre la puerta del fondo de la nave, y con ella, literalmente y en todos los sentidos, se abre el teatro a la calle, de donde quizás nunca debería haber salido, siendo la calle el mundo, cualquiera de sus formas, y la Orquestina de Pigmeos consigue lo que pocas veces ocurre: volver a meter la calle en un teatro. “Suelo. Nada más./Suelo. Nada menos.”, Salinas. Barroca la obra, como barroco el perro de cartón de Las meninas que nos ha estado mirando todo el rato. Afuera los paseantes se paran y nos miran sentados en las butacas, espectadores de otra obra, sinécdoque Ningún lugar, y la Orquestina se marca un 2×1. Entre el teatro y la calle, o al revés, o qué más da, dos mundos se unen por una licencia poética, o no, la nieve. Está nevando, y nos lo permitimos.
El espacio es muy bonito. Parece “Europa”. La gente también parece europea. En todas partes, europeo es una nueva categoría del ser.
Jonas Mekas video-diario (enlace directo) hablando de Orquestina de Pigmeos/Ningún lugar: |