El cerro de los locos.
Performance. 120 minutos.
Producción del festival Veranos de la Villa 2018.
Parque de la Dehesa de la Villa, Madrid.
28 de julio 2018.
Video realizado por David Palomino y José María Durán y Miguel Ezequiel Tomás para Veranos de la Villa.
El cerro de los Locos, situado en la Dehesa de la Villa, ha sido un lugar frecuentado por toreros, culturistas, atletas, pelotaris, artistas circenses, boxeadores, etc. como lugar de entrenamiento cuando no había prácticamente gimnasios. Sus movimientos y cabriolas en calzones provocaron la denominación del lugar. La Orquestina de Pigmeos desarrolla una acción site specific con la colaboración vecinos del barrio y la sierra de Guadarrama como telón de fondo. Una experiencia visual y sonora a medio camino entre la performance, el teatro, el cine y la música.
La Orquestina de Pigmeos está formada en esta ocasión por Chus Dominguez y Nilo Gallego, también Luz Prado, Julián Mayorga, Angelo, Marta Orozco, Luminita Moissi, Angelica Simona Enache, Mirela Ivan, Javier de Miguel Möler, Miguel Aparicio y la agrupación musical Los Dulzaineros de la Dehesa. La voz en off recoge fragmentos del relato “Calipso” de Sofía Rhei. Con la colaboración especial de la Peña sin estatutos del Cerro de los Locos y la escritora Lola Robles. Coordinación de Jorge A. Romero Ciertas Producciones.
Fotos de Quique Escorza.
Texto de Lola Robles sobre la performance El Cerro de los Locos.
El sábado 28 de julio, al atardecer, dio comienzo en el Cerro de los Locos de la Dehesa de la Villa un evento organizado dentro del ciclo de actividades culturales y artísticas de los Veranos de la Villa de Madrid. Fue un día después de otro espectáculo natural, el eclipse de luna y la «luna roja», que pudimos observar muchos vecinos del barrio en la propia Dehesa: al final, era una luna pequeña y rojiza, que apenas se veía en el horizonte, hasta que fue ascendiendo y, entonces, se contempló mejor el eclipse, aunque la luna ya había vuelto a ser blanca. El caso es que a la jornada siguiente tuvimos una nueva oportunidad de adentrarnos en la Dehesa para asistir a una performance que, en este caso, iba a unir lo natural y lo artificial, el pasado, el presente y el mañana, lo tradicional y lo más futurista.
La Dehesa de la Villa es mucho más que un jardín o un parque. Se trata de un fragmento de bosque mediterráneo en plena ciudad. Su vegetación y sus características son las mismas que las de la Casa de Campo o el monte de El Pardo. Y de hecho, hay un sendero GR (Gran Recorrido) por el que se puede llegar caminando desde la propia Dehesa hasta esas otras dos zonas y, más allá, a la Sierra de Guadarrama.
Los vecinos del barrio y muchas otras personas de la ciudad que conocemos y visitamos La Dehesa la apreciamos mucho e intentamos respetarla y cuidarla. Vamos allí a pasear, montar en bici, correr, caminar para hacer ejercicio físico, tomar el sol o el aire, a hacer picnic en alguna de las mesas dispuestas para ello o beber algo en el único bar con terraza que queda. Acuden personas de todas las edades y no hay ningún problema si vas sola o solo. Hay asociaciones muy implicadas en su cuidado y limpieza, que plantan árboles adaptados al terreno (en los últimos años, por ejemplo, jara) y también pequeñas huertas de las que se encargan asimismo.
El Cerro de los Locos es un pequeño montículo en el interior de la Dehesa. Está situado sobre un ancho sendero de tierra en el que la gente pasea o hace deporte. En el propio Cerro se ha jugado al frontón. Resulta además un excelente mirador debido a su altura, ya que permite ver toda la zona oeste de la Dehesa, los alrededores, Moncloa, la ciudad Universitaria, Puerta de Hierro e incluso, en la distancia, la silueta de la sierra de Guadarrama. De modo que se pueden contemplar unas magníficas puestas de sol muchas tardes. Y, al este, que se observa igualmente desde el cerro, veremos la salida de la luna.
Pues bien, este fue el lugar elegido por Nilo Gallego y Chus Domínguez, músico y creador audiovisual respectivamente, que dirigen la Orquestina de pigmeos, un grupo artístico que realiza, entre otras creaciones, performances. Contactaron conmigo antes del evento y me explicaron que la idea era partir de los elementos ya existentes en el propio cerro, en especial de la torre que hay allí, edificada sobre una pequeña explanada. Querían incluir, además de la música y la parte visual de la creación, algún texto de ciencia ficción, porque deseaban que la performance tuviera un sesgo futurista, una apuesta muy valiente, me pareció desde el principio, ya que la ciencia ficción sigue siendo un género muy poco conocido. Yo les sugerí tres posibilidades: la primera, las Crónicas marcianas de Ray Bradbury, en especial algunos fragmentos como el titulado «El verano del cohete», pues pensé que la obra de Bradbury era muy adecuada para el entorno: el atardecer, el parque, la marcha de los humanos hacia el Planeta Rojo, su contacto con los marcianos, la poesía de la escritura del autor estadounidense. También creía muy interesante un poemario de ciencia ficción que acababa de leer, Las ovejas radiactivas de Kolimá, y es que, aunque se pueda considerar extraño, ciencia ficción y poesía son perfectamente compatibles y, más aún, grandes escritores del género han sido también poetas). El libro de Ana Tapia cuenta una historia a través de sus poemas y la naturaleza tiene un papel esencial. Pero, finalmente, les recomendé y ellos eligieron un relato de la madrileña Sofía Rhei, titulado «Calipso», una historia de vínculos entre seres distintos a los humanos que conocemos, muy sugerente y transgresora. Sofía Rhei es una autora muy versátil, poeta asimismo por cierto, que escribe fantasía, literatura juvenil, ciencia ficción e incluso narrativa realista.
Cuando el espectáculo comenzó, a las 21:30 h., ya había mucha gente esperando, de hecho hubo bastantes personas que se quedaron sin entrar. Primero pasamos a una zona amplia y llana que hay delante de la torre. Nos ofrecieron limonada y sangría mientras veíamos el atardecer y unas grandes fotos con escenas del pasado de la Dehesa y de las actividades deportivas y agrícolas que se realizaban y todavía se hacen allí. Ángelo, colaborador en la performance y vecino, que conoce perfectamente el parque, estuvo explicando al público muchos detalles de las fotos. Había también una pequeña orquesta popular, Los Julianes, tocando melodías tradicionales, como pasodobles, una música que no debe asociarse necesariamente a la tauromaquia y que, bien escuchada, sorprende por su grave profundidad.
A eso de las 22:00, con el cielo que empezaba a estar oscuro, pasamos a sentarnos frente a la parte posterior de la torre, en sillas de madera y alfombras. Entonces empezó a sonar una música muy distinta a la anterior, que se podía asociar a la ciencia ficción y al futuro. Los músicos tocaban desde una plataforma paralela a la fachada de la torre. Comenzó una performance que yo situaría dentro de un bizarro experimental, en una apuesta arriesgada, incluso un tanto extrema. Abierta a múltiples interpretaciones, combinaba lo prospectivo y lo cotidiano, astronautas y actividades sencillas como el frontón o la ducha, que desde hace mucho se realizan en la Dehesa de la Villa. Se desplegó una pantalla, donde se proyectaban imágenes y del interior de la torre salieron, sorprendentemente, unos astronautas que realizaban actividades diversas, como jugar a la pelota con una raqueta o ducharse. Uno de los astronautas era además dulzainero, otro nuevo contraste con la ciencia ficción. El público se quedó muy sorprendido. En la parte de atrás, donde yo estaba, quizá porque no se veía bien, empezaron a levantarse. Es posible que algunas personas no lograran entender el porqué de lo que hacían los astronautas. Estos se movían lentamente y sin hablar, solo en ocasiones se escuchaba música. El contraste entre sus figuras, las luces y el sonido por una parte y el cielo nocturno y el entorno, por otra, eran impactantes. Se iban intercalando fragmentos literarios del cuento de Sofía Rhei, unos fragmentos que hablaban de la extrañeza, de lo diferente, pero también de contacto y de viajes interiores, de cómo la relación con otro ser puede convertirse en una experiencia tan extraordinaria como el descubrimiento de otros mundos. La performance, consistía, pues, en la concatenación de texto y voz, música y luz, actuación de personajes en silencio, dejando libre la interpretación por parte de los espectadores.
Finalmente, los espectadores asistieron al momento último, cuando la torre se convirtió en un cohete que iba a despegar hacia el cielo, se llenó de luces, el sonido empezó a ser atronador e imaginamos todos cómo el cohete lograba por fin alzarse hacia las estrellas.
Quienes salimos, una vez acabado el espectáculo, nos íbamos muy contentos. A algunas personas nos había gustado más que a otras, estas últimas las que no pudieron entender la correlación de las diferentes escenas. Era un gusto, en todo caso, pasear por la Dehesa nocturna, antes de volver al calor del asfalto.
Buen viaje, cohete.
(Lola Robles).
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