Augurium, Recorrido PuroAugurium, Recorrido puro Mirar hacia fuera para ver el futuro. Interpretar las señales, escuchar, auscultar prestando atención en las pequeñas variaciones que nos descifrarán el porvenir. Desplazarse en el espacio y en el tiempo, trasladando la atención para escuchar el barrio de Egia, la plaza Blas de Otero, el estanco de enfrente, la estación de tren, la ría y, más lejos, el Cantábrico.
En verdad -le dice Sócrates a Alcibíades- los ojos del pensamiento solo comienzan a tener la mirada penetrante cuando la visión de los ojos comienza a perder su agudeza. Por las escaleras de servicio accedemos al piso superior siguiendo a una mujer con pequeñas tablas de madera adheridas a su cuerpo que hace sonar rozándose con las paredes. Tras una breve espera junto a la puerta de un montacargas, este se abre y aparece alguien con los ojos vendados. La mujer lo acoge y se dirige con él hasta la puerta de emergencia. A partir de este momento será su guía. Con ellos abandonamos el edificio de Tabakalera y les seguimos hasta unos edificios industriales cercanos, últimos vestigios del pasado fabril de la zona. Junto al almacén de vinos Azpilicueta, el ciego se detiene y comienza a hablar. Ya no callará hasta el final del recorrido. Tiresias es castigado con la ceguera por haber visto a Atenea bañándose. Pero la diosa cede ante las exhortaciones de la madre del joven y le concede el don de la profecía. Edipo se castiga por sus crímenes arrancándose los ojos, pero en el texto de Sófocles, Edipo en Colona, sobre el final de su vida se ha convertido en un hombre sabio. Mientras el ciego-rapsoda desvela su augurio, la cadena de una grúa desciende desde la terraza superior del edificio, para elevar a continuación los altavoces por los que suena su voz. Subimos después por la vieja escalera interior del edificio hasta la terraza, a la que accedemos pasando junto a la voz colgada del poeta, que permanece en la calle. En la terraza divisamos y escuchamos la ciudad (la ría, la vía del tren, el bosque de Cristina Enea, el Cantábrico…) y de repente suenan unas trompetas al estilo free-jazz en la distancia. Pronto nos damos cuenta de que la música procede de la terraza del edificio de Tabakalera. Tres músicos dirigen sus instrumentos de viento hacia nosotros. A continuación se añade el sonido de una guitarra noise rock desde la terraza de un edificio situado al otro lado de las vías. Mientras tanto, en la terraza en la que estamos, entre higueras y lucernarios, se ha ido situando un grupo de cuerdas y vientos que se une al concierto interpretando unos fragmentos de la Sarabanda de Handel. Por último, desde el extremo opuesto de la terraza, cerca ya del arbolado del parque, escuchamos el griterío exagerado de mirlos y gorriones. Por un lapso de tiempo escuchamos todos los sonidos juntos: ciudad, free-jazz, noise rock, Handel, grabación de pájaros. La ceguera no es mutilación, sino apertura de la mirada al tiempo aún desconocido para los hombres, establece la habilidad para ver más allá de lo visible. La guía nos invita a irnos turnando en acompañar al ciego mientras ella va haciendo sonar el camino de vuelta, rozando sus prótesis con la calzada y las paredes de los edificios, mientras el poeta continúa con su profecía difusa. Volvemos a Tabakalera por la puerta grande, abarrotada de gente. El grupo trata de abrirse paso a través de las escaleras, trata de no perder las pequeñas referencias que lo conforman como grupo entre la multitud: un hombre con los ojos vendados, una mujer con tablillas adheridas que hace sonar al roce con cualquier elemento que encuentra, los altavoces que amplifican la voz del ciego, y el resto de personas que identificamos como compañeros de ritual. Por fin llegamos a lo más alto del edifico, a la terraza que habíamos divisado desde el edificio industrial, y allí terminamos, uniéndonos a la música devocional qawwali que interpretan tres músicos pakistaníes. Termina el recorrido-ritual. Están también los que perforan la noche, que ven más allá de las apariencias, incluso más allá de lo visible. (Textos en cursiva procedentes de El sabor del mundo. Una antropología de los sentidos, de David Le Breton). Orquestina de Pigmeos ha sido formada en esta ocasión por Nilo Gallego, Chus Dominguez y también por:
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