mover

Casi siempre, me siento frágil. Comienzo reconociendo un cuerpo que se siente vulnerable. Hay mucho espacio alrededor. Respiro, y abro una mirada, que me permita navegar. Un pequeño puente que juegue en el “entre-deux”, lo interno y lo externo. Ninguna de estas realidades se afirma, simplemente se entre-mezclan, dialogan, generan un marco de referencia en el que situar con comodidad el propio cuerpo y su accionar. Camino. Es el primer paso, la primera acción que siento me organiza, me acota, me da volumen en el espacio, remarca que “ocupo”, pero que no transciendo. Soy un objeto mas que crea caminos. Además, en el caminar, reconozco mi propio cuerpo. Me reconozco pesada, me reconozco organizada anatómicamente, me reconozco motriz. Comienzo entonces, a reflexionar, empiezo a accionar, sin querer dogmatizar, simplemente me dejo transcurrir. A veces acciono mi reflexión, otras veces, la olvido. Mi cuerpo comienza a adquirir volúmenes que juegan a ser, a desaparecer, a sorprender, a romper, a dibujar y a tachar, a descansar… a acontecer… Me dejo ser un poco translúcida, a veces… otras, me gusta ser bien opaca… a veces, delimito mi contorno con una forma concreta, aunque suave… otras, siento que mis límites corporales, mi piel se difumina con el espacio, y dejo de ser yo, simplemente estoy, no me remarco, solo me fundo, para volver en un instante a delimitar, ahora sí, con un trazo un tanto mas definido, mi singularidad. Comienzo un juego en el que a veces siento estar en un espacio diferente. Otras, reconozco con claridad el espacio que ocupo. Un espacio potencial de juego, un espacio cotidiano, que en nada se diferencia de pasear a mi perro. Comienza un profundo juego entre una conciencia del instante, creada impulso tras impulso, con una conciencia autobiográfica, bien fundada en mi memoria. Una memoria que activa mi cuerpo y lo inunda de estados conocidos, recordados, que se sorprenden y se rompen con la entrada en juego del presente, con lo nuevo y con lo nunca antes vivido. En el proceso, siento sustentarme en una confianza implícita, en el conocer de mi cuerpo. Prefiero, olvidar, prefiero dejarme la hoja bien en blanco, prefiero acogerme al simple marco de referencia que me ofrece lo somático. Siento que la mente, así, desde ese marco discurre con mayor claridad, con mayor suavidad, sin tanta contundencia… en un estado frágil, pero lleno de una fuerza flexible, que me permite decidir, sin una sabiduría intelectual. Nunca tengo claro lo que hago, aunque me siento clara. La palabra, el discurso, parece romper su jerarquía… todo está bien situado sobre la mesa… es un hablar en el silencio, con muchas pausas… es un hablar entre el cuerpo, la palabra, el descanso, el no-saber, el no poder afirmar, el sentir, y el pensar “que”… no hay dominancias, solo pequeñas composiciones, pequeñas coreografías, que a veces resuenan en mi voz (pocas veces) y otras resuenan en mi cuerpo, o resuenan en un silencio que me permite integrar lo externo, me permite entremezclar, sacudir los estímulos, y así crear pequeñas entradas de luz… generar grietas… iluminar pensamientos, iluminar sensaciones, que hasta ahora bien en la sombra no habían aflorado, no reconocía su “posibilidad”. Tratando siempre de no extremar… mejor quedarme en los posibles cómodos.

 

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El mago de Oz

Elvira Ubierna, no recuerda si fumaba o no mientras nos daba la clase de ballet. Recuerda, sus dedos, sus uñas. Como las clavaba en su estómago, en su culo y en sus muslos. Solo ahí. Esas mallas escotadas hasta el límite, de lycra negra, sus faldas de gasa, ligeras, y esos chales con flecos que se los ataba a la cintura, con sus zapatos típicos de profesora de ballet, con un poco de tacón, pero elásticos, con los que nos mostraba como había que estirar el pie. Había un pianista, pero no recuerda su cara. Nos ponía videos de la Royal Ballet, y repetíamos cada día los mismos ejercicios. Se acuerda, de los estiramientos, de sus preguntas acerca de lo que acabábamos de comer como merienda, recuerda «el caballito», el vals, y los bailes de carácter, con esas faldas negras adornadas con cintas rosas, y esos zapatos de tacón. Su madre no sabía hacer moños, eso a Elvira le molestaba. Nos ayudaba a cambiarnos una mujer, que ni siquiera sabe como se llamaba. Hacíamos exámenes, con mujeres inglesas, y los festivales de danza en el Teatro Victoria Eugenia. Todavía se pregunta de donde salía la pasta para alquilar semejante teatro ¿Cuánto pagaban sus padres por cada festival? Se lo imagina muy caro. Pero a él le encantaban. Recuerda un baile con un tutú blanco, se lo ensució con lápiz de ojos antes de salir a escena, y se lo pusieron del revés para que la mancha no se notase tanto. También un baile con trajes de color carne y una ridícula cintita que movíamos en el aire como si fuese algo bello y trascendental. Luego otro, su favorito, con una falda verde de vuelo, y un corpiño negro, con manguitas blancas como de tirolesas, en la que lo pusieron en el centro y en ciertos momentos tomaba mucho protagonismo, eso era lo mas. Su tío grababa todas las actuaciones, ¿Dónde estarán esos VHS? Cuando se cambió de academia, dejó por unos años de hacer festivales, y eso era una mierda. No tenía sentido. Seguía haciendo exámenes, eso de la Royal Academy of Dacing. ¿Eso tiene algún valor?, osea, si uno se saca eso, le da algún tipo de puntos ante las instituciones? Se volvió a cambiar de academia. Se suponía que el mayor nivel estaba en el conservatorio del pueblo, y él quería entrar ahí. Entró no se como, creo que por algo de compasión de la profesora, y algún tipo de amiguismo de su madre con una de las que llevaba el cotarro. Pero bueno, ahí empezó, eso de los deseos de bailar, y volvió a hacer festivales cada año. La verdad es que curraba mogollón. Hacían festivales temáticos Disney, siempre. La primera parte solían ser bailecitos mas técnicos y esas cosas, y en la segunda parte del Festival, siempre hacían un cuento Disney: El mago de Oz, La bella y la bestia, Peter Pann, La Cenicienta, El Jorobado de Notre Dame, Blancanieves. Él solía tener papeles bastante sin mas. Recuerda el primer año, que hicieron El Mago de Oz. Hacía de ciudadana del pueblo, también con falda verde y manguitos blancos, así suena un poco tonto, pero ese papel, fue el mas importante de su vida, osea de esos que hoy en día le hacen reflexionar a muerte sobre eso de la pasión, el bailarín, la escena y esas cosas. Él, junto con todo el grupo, salían corriendo hasta el borde del escenario, con un pequeño port de bra, que abrían a la segunda y llevaban hasta la cintura, a lo Paquita, junto a un tan lie atrás y otro delante y subían el brazo derecho hasta la quinta. Toda un presentación, como un mega saludo, una súper reverencia al público, de esas que te ponen la cabeza alta y el pecho bien abierto. Y para él, eso ha sido lo mas grandioso que ha hecho nunca. Si piensa en algo virtuoso, en algo muy espectacular que haya hecho alguna vez, es eso. Y se confiesa, ya sin escrúpulos, como rendido, que lo que le sigue poniendo de la danza, ante todo, es ese puto momento del Mago de Oz, que lo sigue persiguiendo y lo acecha y se apodera de él cada vez que trabaja.

 

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poemas

Ubicar el lugar exacto desde el que parte mi mirada

Descubrir las relaciones antagónicas entre la culpa y el placer

Si aflojo la mente se me abre el culo

Afrontarse en la intimidad

La relajación comienza en dos lugares diferentes y acaba en uno solo

De abajo a arriba y de arriba a abajo, simétricamente

Estoy pensando en los demás

Mostrar los pliegues del cuerpo, son blancos

Dejar que mi vagina hable con mi garganta y se escape a donde ella quiera

Lo que mas me asusta son los dientes

Revindicar la dependencia

Que la imagen me sirva a mi, no a ella

El placer, el placer, el placer

Me siento un poco perdida con tanto cuerpo

Ni aquí ni allí, aquí

 

 

 

 

Le gusta pensar en el cuerpo, como agujero negro. Le gusta pensar, que en realidad, lo único que hace es potenciar que el cuerpo sea, en una dimensión, en realidad, que es inalcanzable para ella. Como si en realidad practicase para lo desconocido, para un existir que le es inaccesible, como para facilitar el ser de un paradigma que nunca llegará a alcanzar, por que pertenece al cuerpo, y al mundo y muy probablemente a la noción del otro, o de ese nosotros en el que uno, por estar tan inmerso en ello, nunca puede despegarlo para observarlo en la distancia. Diría, que ni siquiera se puede mirar desde el rabillo del ojo. Le gusta pensar, eso, que esa tarea ardua de amasar el cuerpo, es solo una cuestión, de hacer que lo invisible, exista con mayor comodidad. Practicar con sudor, para algo que nunca se le aparecerá, no por lo menos como ella lo esperaba. Ser secundario de algo que tiene su propia fenomenología. Saber que trata de gobernar lo ingobernable, que no va de ella, que está por encima de ella, que apenas la referencia. Eso le da placer.

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El bailarín

Ellos, los bailarines. Esos que practican cuerpo. Aquellos que amasan lo pre-conceptual. Que rozan lo ontológico. Que usan el directo, lo vivo. Que transcurren en activo… Deberían de empezar a hablar. Deberían de empezar a verse mas allá de meros objetos lúdicos, bellos, muy bellos. Deberían de empezar a transmitir como se vive el conocer a pelo. Deberían de hacerse cargo de su responsabilidad para con el mundo. Deberían de entender que son política. Que son privilegiados. Que son técnica y método. Altamente especializados. Deberían de asumir de una vez por todas, que son pensamiento.

Que han vivido el peso, el tiempo y el espacio. Que saben que el flujo contenido afecta a la respiración, que si sueltan un poco el ano y abren la garganta, la mirada cambia. Que lo vertical difiere de la horizontal. Que con ojos cerrados se siente como un poco mas, pero que en realidad no es mas que un falsete, un estado idealizado y que uno pierde el mundo, y que sin el mundo el bailarín deja de tener sentido. Que los huesos, son el descanso del músculo, y que con el músculo descansado se amplía el espacio en las articulaciones y que de esa manera el cuerpo se abre y la mente parece comenzar a bajar al estómago y ser vísceras.

Si el bailarían comenzase hablar, de como es eso de lo encarnado, de como es eso de la acción como pensamiento con el mundo, de como se atraviesa y te atraviesa el otro. Si empezase a usar la biología, eso de ser carne y piel, y la suerte que tiene de no ser un objeto de madera, papel, hierro o tierra. Si jugase con la ventaja ante los otros que eso supone. Podría por fin, descansar tranquilo. Por que su existencia comenzaría a tener algo de sentido. Podría por fin entender que es necesario. Que como su vecino el médico, el panadero y el barrendero, tiene una tarea vital que ejecutar para con el pueblo.

 

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Permanencias del cuerpo

En el año 2015, recibo una beca de La Poderosa. Se trata de crear algo y compartirlo. Me surge en seguida la cuestión identitaria, yo me vivo como bailarina. Y eso me lleva a escribir, y a recolectar apuntes y anotaciones de esos cuadernos que uso cuando trabajo para otros o para mi. Aprovechando el arranque del Ciclo de Retro-Performances que ha comisariado ARTAS y La Poderosa, comparto aquí (como para acompañar un poco el Ciclo) el trabajo.

imagen permanencias del cuerpo

 

 

(Mikhail Nikolaevitch Baryshnikov)

La primera vez que vio a Mikhail bailar, fue en Agosto de 1998. Él estaba en Zaragoza. Tomaba el curso intensivo de verano con María de Ávila. Ella siempre estaba sentada en una silla, y a su lado estaba otra profesora, muy joven, que marcaba los ejercicios. Cada ejercicio de la barra, se finalizaba con un pas de bourrée y pirouettes. Muchas pirouettes. Ella corregía desde la silla. A él le pasaron a un nivel inferior. Tomaba una clase técnica que duraba tres horas seguidas. Hacía puntas. Allí conoció a Clara y a Dores. Admiraba a Clara. Hoy bailan como solistas en el ballet de San Francisco. Hay videos en youtube de ellas. Vio a Mikhail en la tele, en la residencia de monjas donde se alojaba. Estaban casi todas las extranjeras que tomaban el curso con María de Ávila, unas 10. Tres de ellas, venían del Real Conservatorio de Danza de Madrid, súper delgadas, súper tontas, súper aplicadas. Hoy una de ellas Anjara Vallesteros, baila en Los Ballets de Monte Carlo, junto a Asier Edeso, que es de San Sebastián, y lo conoce por que tomó muchos talleres de invierno, verano y primavera que organizaba la Asociación de Danza de Gipuzkoa, y él estaba allí. Era mas joven que él, y venía de una escuela de Donosti, la de Mentxu Medel. Toda la gente que venía de la escuela de Mentxu Medel tenía un arabesque impresionante, y unos muslos enormes. Saltaban mucho. Mas tarde cuando él se fue a estudiar a Madrid con Carmen Roche, Asier también estaba. Pero él iba por las tardes, y él iba por las mañanas. En la escuela de ballet de Carmen Roche conoció a Amaranta. Se acuerda que en esa época ella fue a una audición de ITdansa, y que entre todas, estuvieron escogiendo el vestuario adecuado. Un mallot y unos pantaloncitos cortos negros, las piernas al aire. Amaranta tenía un cuerpazo, había que mostrarlo. El video que vio de Mikhail fue el de El Quijote con el American Ballet Theatre y su vida siguió siendo la misma, pero se excitó. Como cuando vio a Patric Swaise en Dirty Dancing, igual. No tiene claro, si fue algo sexual o algo mas bien narcisístico de apropiación. Nunca había visto nada igual. Él era el rey. El Elvis Presley del ballet. Pura seducción. Joder, se excitó. Mas tarde en el 2006, lo vio en el Mercat de les Flors, y ahí se enfrió. No tenía que haber ido. Él nunca debió de pasarse al baile moderno. No lo hace bien. Él es el Quijote. Y estos días, le entran deseos de ser el Quijote. Con su cuerpo de mujer. Quiere ser Mikhail y bailar el Quijote. Pero no como hombre, no quiere imitar a un hombre, quiere ser Mikhail. Y bailar el Quijote.

 

 

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