En una escena de la película de John Cassavetes Opening Night (1977), la actriz Myrtle Gordon dice: “No me tomo lo bastante en serio como para poder reírme de mí misma”. En esta simple afirmación se contiene una sencilla pero incontestable idea: el ejercicio del humor requiere de abundantes dosis de seriedad, y viceversa. Una saludable tendencia a tomar lo bastante en serio la danza como para poder reírse de ella caracteriza, por ejemplo, algunos de los más notables empeños artísticos de los últimos años en este campo. Lo mismo podría decirse de casi cualquier disciplina artística, que lo es por cuanto se toma en serio, pero también por cuanto permite una relación lúdica con los lenguajes propuestos. Monjour, de Silvia Gribaudi entra en este territorio desmitificador de la danza, pero al mismo tiempo es un espectáculo de danza de calidad. En una versión libre de la frase de Myrtle, Gribaudi dice: “Mi lenguaje parte de la seriedad de no tomarse en serio”. Qué mejor, para esa danza que se atreve a reírse de sí misma, que utilizar el cómic, en cuya etimología está Κωμικός, kōmikos, ‘de o perteneciente a la comedia’. Además el de la dibujante Francesca Ghermandi.
¿Por qué Ghermandi? Los mundos que presenta esta historietista se mueven entre una realidad reconocible, tosca, incluso marginal, y una fantasía descabellada, pop y risible. Por la iconografía de Ghermandi desfilan animales antropomorfos, pastillas humanizadas, macarras mortuorios y una galería de criaturas que se mueven por la frontera humor / terror. Ghermandi-Gribaudi son un tándem que anima la danza, que la hacen atravesar por los mundos de los Freak Brothers y de Tex Avery, que la desdibujan y la redibujan con la agilidad de los trazos de los cuerpos precisos de cinco performers. Ellos mismos parecen a menudo dibujos animados, sumergidos en un delirio encarnado que interpela directamente a cada espectador atónito. Un clown/actor, dos acróbatas y dos bailarines fuerzan en sus movimientos los límites de lo esperable, mientras los dibujos proyectados a una escala enorme nos hacen entrar en el cómic, sentir que todo cuanto está ocurriendo podría no ser real, incluso aunque vemos los cuerpos trabajando, moviéndose, cuerpos de diversas formas y tamaños que juegan, se (y nos) divierten en una secuencia de viñetas vivas para lectores y lectoras a quienes arrastra este humor corporal.
Desde su performance A corpo libero (2009), que pisó la Bienal de Venezia y el Fringe de Edimburgo entre otras plazas, el proyecto de Silvia Gribaudi pasa por esta visión humorística que dinamita las convenciones de género (en su doble sentido). La pieza se presentaba con la frase de Bergson: “No hay nada cómico fuera de lo propiamente humano”, y con ella asistimos precisamente a una risa a escala humana, risa de los cuerpos hacia sí, pero también de la manera en que miramos los cuerpos. En What Age Are You Acting? (2014) es una risa de la edad y cómo la entendemos. R.OSA _10 esercizi per nuovi virtuosismi (2017) presenta un cuerpo desbordado que danza con ligereza, desafiando el juicio sobre lo femenino socialmente establecido. Graces (2018) borra los límites entre lo masculino y lo femenino atacando la visión de la belleza en la pintura como algo solemne y estanco. Lo mismo en Peso piuma (2021), pero con el ballet, soporte rígido de la tradición europea; el cuerpo de baile se rebela: la bailarina Anna Pavlova en 1907, cocreadora de la coreografía de la muerte del cisne introduce sus gestos en la danza. Más de cien años después, Gribaudi deviene este cuerpo rebelde que coreografía y baila.
La danza, para Gribaudi, es una “dramaturgia de los cuerpos”. Podríamos pensar que también lo es el cómic, que separa los movimientos de los cuerpos en acciones congeladas en el tiempo. Los sucesivos intentos de registrar la danza, como las famosas notaciones de Rudolf Laban, no son sino cómics esquemáticos, secuencias de dibujos que codifican el movimiento. El cómic es también la forma más pura de escritura del movimiento, donde la acción se convierte en cadena de imágenes. El encuentro entre danza contemporánea y cómic es una relectura de ambos, una cómic-coreografía que se proyecta en el espacio como forma nueva e irreverente. La propia Gribaudi está en escena, como intermediaria entre este código y el público, maestra de ceremonias y partícipe del juego. Ese estar dentro y fuera a la vez la coloca en una distancia intermedia, que es también característica del humor: “Me gusta mucho descubrir cómo coreografiar y guiar compartiendo escenario con los performers, tratando de percibir el interior y el exterior de la estructura coreográfica que creamos todos juntos”. También el público juega, construyendo una gozosa secuencia de movimientos y dibujos con su mirada.
Miguel Valentín