MURCIA, ALGO QUE NO PUEDES COMPRENDER

El teatro sin la fábula es como la Pepsi Cola, una Coca-Cola caliente. Porque la ficción, el cuento, está en el Sapiens desde que alguien asoció un pino con algo divino. Lo que no estaba ahí explicó el por qué nosotros si estábamos. Otorgó sentido a nuestro quehacer y, sobre todo, desplegó un espacio imaginado donde el cerebro, aún hoy, campa a sus anchas. No hay científico o humanista que lo explique, teatro y religión nacieron como el fuego del rayo, así, sin más.

Para el actual Sapiens dramáticus no hay mayor conflicto que la búsqueda de la verdad a través del cuento (es obstinado, pero quién sabe). Para el reciente Sapiens posdramáticus todo es estado autoreferencial. Perdido y gozoso como Wally en el jardín de las delicias, da vueltas y vueltas al pino origen y crea una temperatura, una textura, un movimiento, sonido, luz, chorros de gigabytes por segundo que dan al fin con una atmósfera impura y sagrada.

Lo cierto es que “cuando la función acaba, comienza el teatro”. Una frase de Jim Morrison que sintetiza el cometido de la filosofía del teatro y bien cabe al final de un sermón o de una tesis doctoral sobre nuevas dramaturgias. Así de confusa resulta la contemporaneidad. Pero volvamos a la fábula, la chispa de la vida.

 

Se abre el telón y aparece una manzana mordida perfectamente iluminada y definida sobre un fondo gris metálico. No es una adaptación contemporánea del génesis cristiano en un escenario posapocalíptico, donde Adán y Eva buscan algo para echarse a la boca. Es el técnico de sonido que, al filo de lo dramático y envuelto de una zorrera de humo importante, pincha a Joe Crepúsculo a modo de prólogo. Sobre el planeta Murcia ha caído una bomba atómica. Lo anuncia Súper Crepus en su último videoclip, “algo que no puedes comprender”.

Por fortuna, los murcianos Adán García y Eva Pérez estaban en una casa rural en Letur, Albacete, con su gata Irene Jacob. A su vuelta, aún bajo los efectos del síndrome de sthendal sufridos ante la belleza natural del famoso charco Pataco, todo ha desaparecido. No hay Murcia, sólo ruinas. Desorientados, pasan los días deambulando de aquí para allá medio muertos de hambre. Irene, algo famélica ya, corre detrás de una cucaracha y se pierde de vista. Eva la encuentra encima de un manzano con la cucaracha en la boca (que después de sobrevivir a una bomba atómica ya es mala suerte, pero no rompamos la unidad de acción). Adán y Eva cogen las manzanas y exprimen hasta las semillas para fabricar sidra porque, en estos casos, la hidratación es clave para la supervivencia. Sentados en las escaleras de lo que queda de catedral beben en silencio mientras Irene juega con la cabeza de la estatua de un ángel. En ese momento, al más puro estilo deux ex machina pero sin grúa ni ná, aparece dios: “¿qué estáis haciendo con vuestras vidas?” Adán, sorprendido y algo molesto por romper la magia del momento, le hace una peineta y Eva eructa involuntariamente porque por muy natural que sea la fermentación provoca gases. Eva coge a Irene, la sidra y se va a la puerta lateral de la catedral, donde hace más sombra y se está más fresco. Adán, solo ante dios, con esa mezcla de bronceado que da lo nuclear y el sol de mediodía en Murcia, decide seguir a Eva porque, al fin y al cabo, qué es el hombre sin su complemento. Mientras se cierra el telón se oye una voz en off: “Creced y multiplicaos y llenad la tierra. Desgraciados… desde luego… será posible…”. Fin de la fábula.

 

Pienso en esto mientras leo a Lázaro Carreter sentado en las escaleras de la catedral de Murcia bajo un agradable sol de invierno “La historia del teatro en lengua española es la historia de una ausencia”. No hay textos que lo ilustren ni rastro de testimonio alguno. En el siglo XI se representaba en el monasterio de Silos el célebre Quem quaeritis?, escenificación de un breve diálogo sacado del Evangelio, que dice así:

Ángel: ¿A quién buscáis?

Clérigos: A Jesús Nazareno

Ángel: No está aquí, resucitó como estaba profetizado

Los clérigos levantaban entonces un velo dejando ver el espacio vacío y entre gritos de ¡Aleluya, resurrección! Las campanas se volvían tan locas repicando como el personal allí presente.

Eso es todo. La primera manifestación teatral de la que queda constancia es el `Auto de los Reyes Magos´ del siglo XII. No se vuelve a tener noticias del teatro hasta las primeras obras de Gómez Manrique en el siglo XV. Nuestra memoria histórica llega hasta aquí. Ceremonias sagradas, milagros, misterios, dramas litúrgicos o autos sacramentales que junto a juglares y la misteriosa aparición de un teatro profano en la Edad Media, del que se sabe aún menos, surgen como las primeras expresiones teatrales que dejan huella en las artes escénicas españolas.

Y aquí sentado, vuelvo a tararear la letra de Joe Crepúsculo, y si tiene razón. Me levanto y alzo la vista. No veo ningún caza F16 en el horizonte, ni siquiera una paloma kamikaze. Pero si puedo leer, una vez más, impreso a martillazos sobre la fachada de la catedral de Murcia “José Antonio Primo de Rivera ¡Presente!”, algo que no puedes comprender.

CALIPO REY

No sé si en la época clásica los griegos molaban tanto como se ha escrito. Lo cierto es que su teatro sí, al menos, lo poco que según parece se ha conservado. La tragedia griega, plagada de mitología y héroes trágicos, en la que dioses y diosas antiguos metían en vereda al sapiens poderoso, ha desaparecido como lágrimas en la lluvia (si no lo digo, reviento).El nuevo Edipo rey no se la juega por salvar una ciudad de la peste tras resolver el enigma de la terrible esfinge con rostro de mujer (cómo no), cuerpo de león y alas: “¿Cuál es el que al mismo tiempo es un bípedo, un trípedo y un cuadrípedo?”, una adivinanza con más de 2.500 años de antigüedad. Tampoco lo imagino arrancándose los ojos y abandonando el trono de forma voluntaria ydirigiéndose al exilio tras reconocer que ha realizado actos abyectos.

Al nuevo Edipo lo supongo en una playa de Copacabana rellenando sudokus mientras repasa su intervención en la cumbre sobre las drásticas consecuencias del cambio climático. “Con la marcha que llevamos, esto no hay dios que lo aguante” piensa nuestro Calipo rey, momentos antes de lavarse los dientes, mientras lame su helado favorito de lima limón. No sabe si es adoptado o no y quizá, en la misma noche loca, se ha cepillado a su madre y atropellado a su padre. No importa. Ni Zeus ni sus hijos le van a pedir que se haga el harakiri sin mucha pompa por una simple cuestión de decoro. Estos dioses no se andaban con chiquitas.

En la pared de la cisterna del váter tengo una postal del retrato que Antonio López hizo a la familia real española. 20 años de curro y, al acabar el encargo, estaba preocupado por los espacios en blanco del lienzo, que por nadie pase. Como toda postal a su alcance, Irene la muerde o araña con la pata. Irene Jacob es una joven gata macarra, sí. Está en esa edad en la que si pudiese mataría al padre…

Tira al suelo casi todo lo que toca. Voy por el tercer reloj despertador porque dormir con el móvil pegado a la cabeza me da dolor. La vasija de vasos de cristal ahora es de plástico. El ratón inalámbrico ahora tiene cable y, de vez en cuando, cuelga del escritorio. El vuelo de una mosca es capaz de desatar la furia y hacer del salón un campo de batalla improvisado. Es un poco demonia, un poco furia.

Me gusta imaginarla como a la diosa Némesis, la diosa de la venganza y el equilibrio, encargada de castigar a quien cae en la desmesura, en la arrogancia. Cada vez que rompe algo, no puede creer cómo la forma se desvanece con tan poco. Lo que estaba arriba, ahora está abajo hecho añicos. Aprende a caer, a recomponer los pedazos, me dice. Y sobre todo, tiende la mano cuando una forma se desvanece ante ti. Aunque realmente, lo único que oigo es un tímido y estático `miau´, el mismo con el que saludo al dueño del bazar de la plaza Cetina cada vez que me ve entrar a por un nuevo reloj despertador.

Hay una historia mitológica que me lleva directamente a nuestro Calipo rey de España. Los avatares de la familia formada por el rey Agamenón y Clitemnestra no hay por donde cogerlos, de verdad. Elena, cuñada de Agamenón, abandonó a su marido y se marchó con el príncipe de Troya, Paris. Ofendido Agamenón, salió en su búsqueda con una flota de barcos que daría lugar a la guerra de Troya. En uno de los descansos del trayecto, Agamenón cazó un ciervo en una arbolada sagrada y alardeó de ser el mejor cazador. La diosa Artemisia no se lo pensó. Detuvo el viento y los barcos quedaron inmóviles en medio del mar. Ifigenia, hija de Agamenón, fue pedida en sacrificio para continuar su navegación a Troya. Por supuesto, éste tampoco se lo pensó mucho y mató a su hija. Agamenón volvió a su reino victorioso diez años después y comenzó una tremebunda historia de enredos hard punk que Esquilo relata en `La Orestíada´.

Ya en España, ante la interminable y fatigosa guerra contra la crisis que azota nuestro país, nuestro Calipo rey se tomó un respiro. Fue al corazón de África y, entre otros quehaceres, mató un elefante. A continuación, se fotografió orgulloso junto al cadáver caliente del mamífero. No tuvo que matar a ningún familiar ni amigo para regresar en avión. El viento no se detuvo. Pero esa masa de aire seca y cálida, que sopla fuerte de África a Europa, hace que el calipo se derrita rápido y recale los dientes al comerlo apresuradamente. Y esto nos queda, un ligero temblor de encías con sabor a lima limón, el sabor de nuestra tragicomedia.