Reconocer la propia disciplina es imprescindible para no astillarse. Esa disciplina es amor, un amor no ausente de dilemas, un amor que madura con el tiempo que se le dedica. Se suele asociar la idea de ‘disciplina’ con la idea de ‘rigidez’ y en consecuencia a una característica innata de la personalidad de cada cual.
Pero esto es un error en la valoración de los términos, ya que la idea de ‘disciplina’ da sus mejores frutos si se asocia al campo léxico del conocimiento, del matiz, de la voluntad, de la curiosidad, de la pasión y del desapego, y entender la personalidad no como no como un hábito común o una mono-rutina si no como aquello que se forja en virtud y como virtud de la propia disciplina.
Una disciplina poética, se entiende.