Llevo tiempo pensando en elaborar una lista de palabras y expresiones que forman parte de mi vocabulario y que encuentro inadecuadas. El que algunas personas cercanas y queridas me hayan rectificado o reprochado en alguna ocasión lo inadecuado de alguna de mis expresiones, me ha hecho pensar en el lenguaje que forma parte de mi comunicación diaria. Consecuentemente eso ha hecho que esté más atento a cómo digo las cosas, también cómo el resto de personas se expresa y qué palabras utiliza. A partir de esta tensión, he comenzado a detectar muchas expresiones que me resultan inapropiadas con mi manera particular de ver el mundo, ya sean dichas por mí o por otras personas.
Son muchas las palabras que se dicen por impulso, que han sido heredadas y absorbidas por su uso común y que las pronunciamos sin pensar en su origen y significado. Las hay, y muchas, que tienen un significado excluyente, depende del contexto, el sujeto y la intención, el que sean más aceptables o no. También abundan las de significado denigrante, de connotaciones machistas e incluso racistas y eso debería ser preocupante. Pero en este ejercicio diario de rectificación y mejora de mi vocabulario, quisiera cerrar foco para no dibujar un paisaje demasiado vasto e inabarcable. Mi intención es trabajar el primer plano y el plano medio para que resulte más llevadero, por cuestión de tiempo y energía, y más comprensible, por cuestión de efectividad comunicativa. Planteando ese plano medio, quisiera enfocar ahora al terreno de lo divino y lo sagrado, un campo abonado de expresiones heredadas y absorbidas que provienen de la doctrina católica y que, han tenido y tienen, una intención moralista.
Hostia es una palabra que utilizo con frecuencia, no me suena mal, es muy habitual en mi vocabulario cotidiano y en el de la mayoría de las personas con las que me relaciono. De emplearla frecuentemente y con diversas intenciones para comunicarnos, ha sufrido un una transformación semántica considerable. No es difícil escucharla diariamente: a toda hostia, a base de hostias, pero qué hostias, vaya hostia, es la hostia, es la rehostia… Incluso se utiliza como coletilla que nos introduce o concluye una frase. A causa del uso común que hacemos de ella y su consiguiente transformación, Hostia se ha convertido en una herramienta del léxico pero nos hemos olvidado de su origen y significado. Gran parte de las veces se utiliza y seguramente no estomos pensando en una hoja fina de pan ázimo, en el símbolo de sacrificio de Cristo, o si ha sido consagrada o no por los ministros de la Iglesia. El sentimiento de blasfemia que tuvo en el pasado ya no lo sentimos ahora.
Cuando algo o alguien me sorprende más de la cuenta, da igual que el impacto sea positivo o negativo, llego a decir; hostia puta!y esta combinación me preocupa más. La palabra puta la encuentro inadecuada y cada vez siento más que es injusta e hiriente. Oigo decir muchas veces, me cago en su puta madre, y quienes expresan su enfado, ofensa o dolor de esta manera, suelen ser hombres. Sin embargo no suelo escuchar me cago en su puto padre, ni siquiera la escucho dicha por boca de mujeres. Esto me hace pensar muchas cosas y hace que me cuestione la idea de si el lenguaje, como parte de nuestra cultura es el reflejo del estado real de la sociedad.
A partir de estar atento a estas expresiones que no se dicen con mala intención, creo, pero se dicen y tienen su significado, he comenzado a detectarlas en mayor número y con mayor frecuencia de lo que imaginaba. Y si la palabra hostia era algo común y normal, hasta el punto de perder su poder ofensivo y profanador de antaño, ahora se me convierte por momentos en una oblea gigante, similar a una carpa inmensa, como las del Cirque do Soleil, o como las que se instalan en las visitas del Papa, de esas que te acogen y proyectan una larga sombra de comodidad, pero que a la vez tiene el efecto misterioso y limitador, como en el comedor burgués de El ángel exterminador.
Tal vez sea por esta alerta léxica y semántica que me hace detectar expresiones que, parece que no van con nosotros pero que siguen vivas y forman parte de nuestra cultura, me resulta gratificante observar cuando tienen lugar el sacrilegio y la profanación. En cierta manera es un signo de rebelión, un intento de ruptura con ese pasado con olor a cera y a naftalina, que se resiste a ceder en su hegemonía. Cuando se dan esos momentos, uno piensa en que todavía tenemos posibilidades, a pesar de ser minoría.
Me vienen a la mente varios momentos donde he sentido esa rebelión, esa intención de cambio y de mejora. En estos momentos recuerdo unas palabras de Jesús Garay en CA2M, mientras tenía lugar el ciclo alô alô mundo! cinemas de invenção na geração 68 y presentábamos su película Manderley. Jesús comenzaba su charla diciendo: es curioso, como poco, que una película como ésta se muestre aquí en un día como hoy, 29 de marzo de 2015, Domingo de Ramos. En la misma sesión se mostraba el trabajo de MarioKissme: Anoche soñé que volvía a la mansión del vicio.
Éste fue uno de esos momentos recientes donde los fans de la doctrina católica podrían acusarnos de sacrilegio, de ofensa Dios y a las gentes de bien. Para mí es un momento revelador contra la supremacía dominante e impositiva, un momento de dignidad en la lucha diaria por el derecho a la diversidad y el respeto a las minorías.
Me queda mucho trabajo por hacer y no es sencillo, porque nadar contracorriente es duro y pesado, pero muy gratificante cuando a veces consiguo ciertos micro-logros en el día a día.