Celebrando que es gerundio

Leo en su muro de Facebook que los editores de La Uña Rota celebran la salida de la tercera edición de “Cenizas escogidas” (1986-2009), de Rodrigo García, mientras anuncian ufanos la próxima aparición del nuevo libro, que incluirá los textos posteriores de Rodrigo. Textos que son de los mejores escritos en España, de cualquier género, en los últimos 25 años.

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Leo también que en la Facultad de Bellas Artes de la UCM van a llevar a cabo unas jornadas sobre los Pliegos de Teatro y Danza, organizados por Play Dramaturgia. Son ya 60 textos publicados en una colección que es una referencia de lo que se ha ido escribiendo o diciendo en escena en los últimos años.

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Por esas casualidades, que ya sabemos no existen, todo esto lo leo la semana en que Teatron Tinta presenta dos nuevos textos de su incipiente línea editorial, uno de ellos mío, la la la.

 

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Habrá que celebrar todo esto…

 

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Guiris Go Home (lecturas previas)

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GUIRIS GO HOME

  • Entendemos que apoyar esta campaña equivale a comprometerse con la propuesta. Es una manera de decirnos sí, vendremos a vuestra fiesta, nos hace ilusión que la montéis, ¿qué traemos?
  • Este pequeño gesto de comprar la entrada anticipada un par de meses (con los bonus extras incorporados) nos servirá de estímulo anímico y monetario para llevar a buen puerto este barco (o para fracasar mejor, que tampoco pasaría nada…)

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La parodia está de moda y las salas alternativas fomentan el amateurismo

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Conocí a Martín Seijo en el año 2011. Me convertí rápidamente en fan de su Compañía de las Funciones Patrióticas, y en mi apartamento de San Telmo de la época escribí esto sobre ese proyecto. Ese mismo año invité a Martín a formar parte del elenco de Entrevistas breves con escritores repulsivos -más información sobre la pieza por aquí o por acá-, donde hizo una memorable interpretación del “sexador de pollos” en la biblioteca de la Fundación Tomás Eloy Martínez, en Boedo.

He ido siguiendo sus proyectos con interés desde la distancia, tanto los de la compañía como los suyos, talleres, festivales, charlas… Martín siempre anda en algo y casi siempre logra dar que hablar con sus propuestas.

Hace unos meses, recibí este correo:

Te escriben Lisandro Rodríguez y Martín Seijo
El lunes pasado realizamos la segunda función de La parodia está de moda y las salas alternativas fomentan el amateurismo, en Elefante Club de Teatro.
 
Nos interesaría mucho conocer tu opinión acerca de una frase que pertenece a Alfredo Alcón: 
 
“Buscar interpretar textos clásicos nos ayuda a ponernos de pie, a elevarnos, aun sabiendo que no los podemos alcanzar”. 
 
Tu respuesta será reenviada a todos los espectadores que participaron de dicha función, casi en su totalidad gente de teatro.
 
¡Muchas gracias! Y por supuesto, cuando estés por Buenos Aires, te esperamos por Elefante, los lunes 21 hs, para presenciar La parodia está de moda y las salas alternativas fomentan el amateurismo. La próxima presentación será el 25/8. 
 
Saludos,
Lisandro y Martín

 

Respondí al rato con esto:

Lisandro, Martín
Ojalá pudiera transportarme a Buenos Aires y asistir a vuestra propuesta.
Mientras eso no es posible os envío lo solicitado.
La primera parte de la frase me parece muy acertada. Los textos clásicos ayudan a elevarnos, no tengo ninguna duda al respecto. Sobre todo cuando están agrupados en un único volumen, de tapas duras preferiblemente y con un cuerpo de letra grande. Se coloca entonces el volumen, o los volúmenes (en el caso de un autor clásico con muchas obras) en el suelo, o encima de una silla y nos subimos arriba de ellos, manteniendo el equilibrio y elevándonos considerablemente por encima de la altura del dramaturgo contemporáneo. 
Respecto a la dificultad de alcanzar a alguien, sea clásico o moderno, discrepo. Todo depende del físico. Hay clásicos gordos, pesados, por tanto lentos en su movimiento, a los cuáles se alcanza casi sin entrenamiento. Hay otros más delgados a los que quizás cueste algo más de llegar, pero finalmente las mejoras en la alimentación, las bebidas energizantes y las drogas ilegales suplen cualquier distancia con relativa facilidad. 
Abrazo
Marc Caellas

 

Más adelante recibí el guión o dramaturgia de la obra y vi que, efectivamente, mi respuesta se había incorporado a la obra. También recibí correos de varios espectadores comentando mi intervención. Ahora, meses después, veo que la obra, que reflexiona de manera crítica sobre los procesos de creación de las obras, ha terminado con un conflicto con Argentores, la SGAE de Argentina, del que, quizás, en España, podamos sacar algunas conclusiones.

 

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Así que comparto esta nota de Mercedes Méndez que cuenta todo esto.

LA OBRA DE TEATRO QUE TERMINÓ EN PROTESTA

Ellos se hacen muchas preguntas. ¿Quién es el dueño de una obra de teatro? ¿Por qué el teatro independiente no deja de crecer? ¿Por qué tanta gente insiste en hacer una actividad que no les da dinero? Juntaron sus interrogantes, decidieron armar un espectáculo sobre eso y le pusieron como nombre: La parodia está de moda y las salas alternativas fomentan el amateurismo. Lisandro Rodríguez y Martín Seijo son los autores e intérpretes de este espectáculo que se sale del molde: por ejemplo, los espectadores eran coautores de la obra, ya que sus respuestas y reflexiones a los disparadores de los artistas eran esenciales para que la obra se desarrolle. Además, la entrada era una botella de agua específica. Un guiño hacia el valor real del dinero como bien de cambio, publica en una nota Tiempo Argentino.

El espectáculo se hacía todos los lunes. Los artistas pasaban lista del público, que había reservado sus entradas con anticipación en una página web mientras llegaban a la Sala Elefante con sus botellas y esperaban, con intriga, a ver de qué se trataba la performance. Entre las ideas que ponían en cuestión, ellos se preguntaban quién era el dueño de eso que hacían en ese momento. Si Argentores cobra un 10% por los derechos de autor, ¿quién es el autor de un espectáculo que se escribe mientras se desarrolla y cuyos autores son intérpretes y público a la vez? En todo caso, ¿por qué no se registra una puesta en escena? ¿El director de una pieza no tiene derecho a cobrar derechos por su puesta? Lo mismo se puede pensar para los actores, iluminadores, escenógrafos, vestuaristas, etcétera.

Como sucede con todos los espectáculos que se presentan en Buenos Aires y en el resto del país, a la sala de que administra Lisandro Rodríguez le llegó la citación de Argentores en la que le exigía que pague el 10% de lo que se había recaudado en las funciones por derechos de autor. Así se hace con todas las obras. A las 12 funciones que se hicieron de esta performance asistieron 200 personas que fueron con sus botellas. Entonces, los artistas se presentaron en la sede de Argentores junto con algunos de los espectadores que ya eran coautores, para llevar el 10% de su recaudación, es decir, 30 botellas de agua mineral. “Claro que desde la entidad nos dijeron que no podemos pagar con especias, y cuando dijimos que entonces había que registrar a 200 personas como autores de la obra y que ellos debían cobrar por sus derechos, decidieron que un especialista debería determinar si La parodia… es o no una obra de teatro y cómo se tienen que manejar”, explica Martín Seijo.

Más allá de pagar los derechos de autor, lo que hicieron estos teatristas es instalar un debate que muchas instituciones de poder no quieren dar. Superadas las vanguardias artísticas a comienzos del siglo XX, ¿cómo puede ser que una entidad que defiende los derechos de los autores conciba un solo modo de hacer teatro? “El caso de nuestra obra dejó entrever una grieta, un conflicto y lo frágil de un sistema. Eso es lo lindo y lo terrible de esta experiencia. En Argentores piensan que el teatro es un autor que se sienta y entrega un material escrito, pero en el teatro alternativo hay muchas obras que no responden a esa lógica. Hay que pensar la ley de fondo. Entiendo que Argentores defiende un espacio de conquista, pero si eso no deja ir para adelante, se vuelve un espacio autoritario”, dice Lisandro Rodríguez. Por eso, los artistas reclaman una asamblea abierta que permita discutir estas cuestiones. Sostiene Seijo: “Hay un desfasaje profundo entre los modos de producción del teatro independiente y los modos de recaudación de Argentores. Una institución que se supone que nos cuida a los artistas, nos damos cuenta que sólo se vincula con nosotros a través de intimaciones.” El lema de Argentores es “sin autor no hay obra“, pero ¿qué son entonces todas las representaciones que se hacen en Buenos Aires y que no se sostienen en ningún papel?

Una nueva función

Debido a la repercusión que tuvo este espectáculo en el mundo teatral, los autores harán una función más de La parodia está de moda y las salas alternativas fomentan el amateurismo elviernes 12 de diciembre a las 22:30 hs. en Elefante Club de Teatro: Guardia Vieja 4257.

El espectáculo, en el que quieren reflexionar sobre los últimos acontecimientos con Argentores, es abierto a todos los que quieran participar. Esta vez la entrada será un alfajor específico o una carilla de un manifiesto sobre artes escénicas del siglo XXI, que el propio espectador debe animarse a escribir.

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Consejos de un discípulo de Marcos Ordóñez a un fanático de Rodrigo García

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Buena memoria + Google = coincidencias inquietantes

“El teatro de Rodrigo García nunca había logrado interesarme, nada, o muy poco, sus llamémosles performances (qué palabra más antigua), casi preferiría llamarlas batidoras, desde, pongamos, Haberos quedado en casa, capullos a Jardinería humana, mucho ruido, mucho cliché, mucho aburrimiento y algún destello de genio, no lo negaré, todo revuelto, troceado, escupido, pero tan lejano de aquella famosa receta de Ambrose Bierce para hacer pastel de cerdo, a saber: se ata el cerdo a un árbol, junto a un pastel, y se le da de estacazos al cerdo hasta que pastel y cerdo forman una masa homogénea. Imagino que en el fondo del fondo ésa era y es su intención, pero a mi entender muchos de aquellos estacazos golpeaban el aire o, todo lo más, el remolino del pelo de los espectadores modernos, lo que suele llamarse predicar a un convencido. Es lo que casi siempre pasa con los espectáculos enragés: quien ha de enrabietarse (o sea, el cerdo) no pisa el teatro, lógicamente, y los otros se ríen un poco y vuelven a casa (Ikea, I-Pod, etcétera) convencidos de ser los más listos de la tribu. No digo nada nuevo, por supuesto. Pero entre tanto, entre batidora y batidora, siempre había alguien que me decía “los textos, los textos, lo mejor de Rodrigo García son los textos”. Bueno, pues al fin he llegado a los textos (…) Alguien debería atar a Rodrigo García a la pata de una mesa para que escribiera más cosas como éstas.”

Escribe Marcos Ordóñez en Babelia (año 2005)

” (…) ¿Se puede hablar hoy de proletariado? ¿O mejor hablar de minoría de privilegiados y mayoría de pringados?  El posicionamiento ideológico de El conde no es nihilista, su análisis de la realidad quizás  puede sonar dogmático para algunos, pero está cargado de ejemplos desgarradores de la vida en la calle. Hay denuncia, pero no un vómito gratuito como en otras propuestas de vanguardia. Eso sí, después de tres espectáculos en esta línea, si El conde no evoluciona hacia un enriquecimiento de su propuesta escénica pronto se encontrará con un techo expresivo; quizás generará lectores, pero los espectadores se acabarán agotando.”

Escribe Eduard Moliner en Culturas (año 2014)

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Inmediaciones (y 3)

INMEDIACIONES (3)

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Tercer día en Pamplona y tercera librería estupenda que visito. La gestiona Daniel con exquisita elegancia. Se llama Walden y en ella se respira, entre la madera y los libros, algo del espíritu que debía emanar de la cabaña donde se instaló Thoreau hace casi dos siglos. Llego a ella por la insistente recomendación de alguien que conozco en el subsuelo y que parece tener buen criterio, además de sobre buenas librerías, sobre falsos performers o impostores más o menos exitosos del mundo artístico.

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Antes de seguir, una confesión muy personal que quiero compartir (los más ansiosos pueden saltar al siguiente párrafo). Me quité una vieja espina con este viaje a Pamplona. Uno de mis peores recuerdos de infancia es del año en el que con mi equipo de baloncesto en el que jugaba desde los ocho años ganamos un torneo por primera vez. Fuimos el mejor equipo marista de todos los equipos maristas de 12 años en Catalunya. Era el año del centenario de la fundación del primer colegio marista en España. La final fue en los Maristas de Girona, donde derrotamos por poco a otro colegio marista. Hice un buen partido. Mejor que otros días. Ese año teníamos dos entrenadores. El primero no confiaba demasiado en mí, pero su asistente -que en realidad era mayor y sabía más que el otro aunque no siempre pudiera venir a los entrenamientos- sí que conseguía domar mis inseguridades y aprovechas mis virtudes cerca del aro. El caso es que las finales, con los mejores colegios maristas de toda España, iban a suceder en Pamplona. Nos dijeron entonces que otras familias de padres de alumnos nos iban a alojar en sus casas. Mi madre fue la única que se negó. Dijo que si no dormíamos en un hotel no me dejaba viajar. Mi madre siempre fue muy anti-social y su argumento era que si me dejaba quedarme en la casa de alguien, luego esa persona, cuando quisiera, se creería con el derecho de visitarnos en nuestra casa… ¿Y entonces? Quizás os estéis preguntando. Bueno, para ella, recibir a un desconocido en casa es casi lo mismo que te torturen en una celda de los Mossos d’Esquadra. El caso es que a pesar de mis súplicas y lloros me quedé sin viajar y me perdí formar parte del equipo ganador (Mamá, no te enfades, ya hace años que te perdoné). Los Maristas de Sant Joan, sin mí, ganaron el torneo. Me lo contaron al regreso. Ahora ya no juego a baloncesto. Ni siquiera en las obras del Conde de Torrefiel

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Digo que me quité una espina porque esta vez, casi treinta años después, también la invitación a Pamplona implica alojarme en la casa de alguien que no conozco. El Festival Inmediaciones, con buen criterio, y no sólo para ahorrarse unos euros, hospeda a la mayoría de invitados en habitaciones de voluntarios que se ofrecen a colaborar con la organización de esta manera. Podríamos llamarlo alojamiento site-specific: una habitación propia, como pedía Virginia Wolf, y algo de desayuno. A mi me toca donde Íñigo, a quien casi no veo durante los tres días que paso en la ciudad, pero que cada mañana me deja media barra de pan, con algo de jamón serrano, para que desayune como en casa. Pablo Gisbert, afortunado él, se queda en casa de Marta, quien resulta ser una excelente anfitriona. Cris y Rubén donde Aniana, con calefacción central a tope. Hospitalidad máxima. Buen rollo. Para los almuerzos y cenas recibimos un ticket comida que da derecho a menús tan sorprendentes como éste: de primero mus de foie al vino, de segundo paloma a la salsa cazadora y de postre gin-tonic de cuchara. No, amigos, no me pondré ahora en plan crítico gastronómico. Solo diré que Roger Bernat se atragantó con la paloma y la sustituyó por un nada vanguardista bistec a la plancha…

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¿Y el teatro? Pues bien, gracias. El festival, para la mayoría, ya terminó con la fiesta del Subsuelo, pero leyendo la programación me doy cuenta que queda un añadido, en el Teatro Gayarre, a modo de bis, para los más golosos o para las señoras a las que les gusta vestirse para ir al TEATRO. Una propuesta de Teatre Flotant: Yo de mayor quiero ser Fermín Jiménez. Y Yo quiero ser como Beckham. También Quiero la cabeza de Alfredo García. O saber Cómo ser John Malkovich. En fin, basta, centrémonos en Fermín Jiménez. Últimamente tengo un extraño imán para los performers navarros. Si hace un mes, en Barraquilla, me encasquetaron un taller con Abel Azcona, ahora me veo sentado entre familiares, amigos y conocidos de este Fermín Jiménez, un tipo que hace cosas como cruzar media España nadando en las piscinas que encuentra por el camino o convertir biografías ajenas en autobiografías propias con el simple recurso de tachar los nombres propios. Ya sabéis, arte contemporáneo, siempre en esa cuerda floja que oscila entre la genialidad y la tomadura de pelo…. Es delicado escribir sobre las creaciones de otros siendo uno mismo también creador de propuestas que podrían también formar parte del mismo festival. No soy crítico teatral ni pretendo serlo. Apenas quiero dejar constancia con estas crónicas de momentos que, quizás, de otro modo, se perderían para siempre (y a nadie le importaría). Eso no quita que me sienta un pelín incómodo ironizando sobre las propuestas de otros. Podéis abofetearme la próxima vez. Imagino que esa es la razón por la que los de Perro Paco escriben con seudónimo. Finalmente, lo mejor que puedo hacer es hablar de las obras que me interpelan, excitan o emocionan. Como diría Van Gaal, siempre positivo, nunca negativo.

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A la mañana siguiente me reúno con Laida y Elisa en Katakrack. Las noto cansadas. Con la depresión post-parto-no-me-mires-a-la-cara. Hacemos balance del festival. Tercera edición completada. Buena asistencia de público. Buena recepción a las propuestas. Momento de reflexión. Les pregunto por el futuro del festival y no está claro. Ya habrá tiempo de pensarlo. Ahora toca descansar. Lo que sí tienen claro es la disyuntiva a la que se enfrentan. O reducen el tamaño o se profesionalizan. Ya no es de recibo, dicen, que un festival de este tamaño y calidad se sostenga con el esfuerzo desinteresado de tres creadoras que, para llevarlo a cabo, se ven forzadas a abandonar sus proyectos personales y convertirse en productoras todo terreno. Con el objetivo de que lleguen a Pamplona obras que de otra manera no se verían. Superando los recelos y las envidias de quienes ven amenazada su posición, o su ideología estética. Satisfaciendo a ese hipotético público de Pamplona supuestamente ávido de nuevas propuestas escénicas. Por otro lado, es innegable que del lado de los artistas el festival es necesario. No sólo de los navarros. 90 propuestas, 90 proyectos, 90 peticiones de residencia recibieron como respuesta a la convocatoria abierta. Apenas pudieron escoger 2. Y a mí no se me ocurre nada mejor que sugerirles que lo conviertan en una cita anual. Calla, calla, me responden. En fin, un reconocimiento para ellas dos, y Ghislaine, que no llegó esta mañana. Gracias. Fue un lujo formar parte de Inmediaciones 2014. Ojalá se pueda repetir. En un año o en dos.

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Inmediaciones (2)

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Empiezo mi segundo día en Pamplona en Katacrack. Descubro nuevos carteles, como éste que, sospecho, anima a tener más orgasmos, incluso en vasco. Pienso entonces en aquel grafiti que se encontró Mireia Sallarés en México como parte de su investigación para Las Muertes Chiquitas: los orgasmos, como la tierra, son de quien los trabaja. Recuerdo que una vez se lo conté a Agnès Mateus y, exultante, aseguró que se lo iba a tatuar. No sé si lo hizo. Lo que sí sé es que esta semana Agnés presenta Hostiando a M en el Antic Teatre y que nadie en Barcelona debería perdérselo. Yo ya reservé mis entradas para la sesión del domingo.

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El programa de hoy del Festival Inmediaciones empieza en el polvorín. Se trata de un espacio recuperado adentro de los muros de este parque de la Ciudadela que a esta hora de la tarde, 5.30 pm, es un espacio ideal para perderse en cavilaciones más o menos profundas (I never said I was deep, gracias Jarvis Cocker). Me quedo un rato embobado con los árboles y con la luz del atardecer. Dura poco el hechizo. Alguien reclama mi presencia. Empieza el teatro.

En realidad no sé si lo que vemos es teatro, danza, performance, y tampoco importa demasiado. Como artista residente del festival, Quim Bigas, con la colaboración de Raquel Tomás, se propuso no hacer una pieza, sino presentar los conceptos para la pieza. Así, de entrada, lo primero con lo que nos topamos es una mesa con apuntes, notas, libros, esquemas. Entre ellos el Especies de espacios, de Georges Perec, un libro que juraría compré y luego regalé a una buena amiga hace unos años, un libro que empieza así:

“El objeto de este libro no es exactamente el vacío, sino más bien lo que hay alrededor, o dentro. Pero, en fin, al principio, no hay gran cosa: la nada, lo impalpable, lo prácticamente inmaterial: la extensión, lo exterior, lo que es exterior a nosotros, aquello en medio de lo cual nos desplazamos, el medio ambiente, el espacio del entorno.”

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Puedo copiar este inicio porque compro el libro más tarde, en otra fantástica librería de Pamplona, la Auzolan, donde están gran parte de los libros de Perec ahí puestos, esperando a sus lectores pamplonicas. Pero volviendo a la pieza de Bigas, lo que me interesa mucho es como, partiendo de un planteamiento perequiano, conceptual, Bigas logra ir más allá usando su cuerpo y el de Raquel como canal para transmitir información, alcanzando una suerte de poética de los objetos que encontró en este espacio. El dispositivo de la obra funciona y ya tengo ganas de ver como terminará este proceso, porque finalmente lo que vemos hoy es un esbozo de estas Appraisers. La obra me hace pensar también en El Montaje, una pieza de Cris Blanco que vi en Bogotá en el 2008. Ni homenaje ni copia ni remake, simplemente una conexión que me viene a la cabeza mientras escribo estas líneas.

Pero si de conexiones se trata, lo del wi-fi en Pamplona asusta un poco. En pleno montaje, tanto el mac de Rubén Ramos y como el de Pablo Gisbert sufren sendos colapsos al intentar conectarles el wi-fi del Subsuelo, el bar donde continúa la fiesta. Por si fuera poco, a continuación Pablo habla por teléfono con Tanya, la otra integrante del Conde de Torrefiel, e instantáneamente también ella recibe las ondas malignas y se queda, temporalmente, sin ordenador ¿Qué está pasando? Pánico en la plaza del Castillo. Suerte que nos queda el 3G. Dos horas después, las tres máquinas recuperan el sentido, tanto en Pamplona como en Barcelona. Misterios sin revolver.

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Todo este tema del wi-fi retrasa el montaje y por tanto el inicio de la Fiesta Inmediaciones. Me gusta mucho que la sesión de hoy esté planteada así, como una fiesta, en un bar, con música y alcohol. Las organizadoras de este festival saben lo que hacen. Si el público no va a los teatros porque prefiere quedarse bebiendo en el bar, tendremos que ir al bar a buscarlos. Este bar concretamente, resulta un espacio ideal para lo que vamos a ver.

De Ciencia Ficción escribí esto después de su estreno en el CCCB. Lo recuerdo muy bien porque mi novia de aquel entonces no entendía cómo prefería ir a ver a Cris Blanco cuando a la misma hora tocaba Albert Pla con Pascal Comelade. Soy un gran fan de Albert Pla, diría que es el músico o cantautor que más veces he visto en vivo, unas diez, en cuatro países distintos, pero Cris es mucha Cris. Sólo por volver a ver Ciencia Ficción ya valía la pena venir a Pamplona. Llamadme groupie si queréis, pero creo sinceramente que esta pieza debería ser programada una y otra vez en festivales teatrales, literarios, musicales o científicos. Es una pequeña joya, intelectual y frívola, divertida, inspiradora y no quiero seguir poniendo adjetivos… Hay muchos momentos geniales, pero esta vez me quedo con el intercambio epistolar entre Cris y la robot Spirit, un ping-pong romántico que ya querrían haber vivido muchos de los que estamos embobados en este sótano.

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A continuación se instalan en el escenario un batería y un guitarrista. Son los Pana, una banda que toca durante media hora mientras, simultáneamente, El Conde de Torrefiel va proyectando textos que, poco a poco, se van fusionando, de manera sorprendente con la música, llevándonos de viaje por el espacio sideral. La clave está en como Pablo escoge si proyectar una línea, dos, un párrafo o una palabra. El ritmo. Entiendo ahora por qué no suelen funcionar las Jams de escritura. No sirve proyectar el texto sin más, toda la hoja de Word ahí en la pantalla, con todas las palabras molestándose unas a otras. Hace falta alguien que organice esa lectura colectiva, alguien, un artista, que construya una poética con ese material literario. Como el Conde. En un momento de la pieza leemos que el capitalismo ha podido con todo y pienso en una entrevista reciente a Javier Krahe en la que dice que él se conforma con vivir como si fuera anarquista unas ocho o diez horas al día, las que pasa en su casa, porque cuando sale a la calle ya no puede. El aburrimiento parece ser la única respuesta al virus del capitalismo. Renunciar a los estímulos. Leo: “El aburrimiento no tiene tetas” o “en el aburrimiento hay algo de verdadero” y recuerdo este fragmento de Haberos quedado en casa capullos!, de Rodrigo García, sobre el aburrimiento y la casa y la propiedad privada.

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Porque el parque tenía un lago, como todos los parques donde se lleva a la familia los domingos a matar el aburrimiento.

Se dice matar el aburrimiento, pero no es verdad.

Es como pegarle el tiro al vampiro

Al rato lo tienes otra vez subido a la chepa, preparado para arrancarte un pedazo de cuello.

El aburrimiento se mata con una estaca de madera en el corazón.

Por eso nadie mata el aburrimiento.

Se distrae el aburrimiento.

Se torea el aburrimiento.

Pero la desgana vuelve.

Ese hastío que se instala en tu cabeza, justo detrás de tus ojos, y te hace ver el mundo con otros ojos, con ojos de hastiado.

Salimos de casa a matar el aburrimiento, dicen. Y me da que pensar.

Y no tanto en la inmortalidad del aburrimiento, sino en por qué siempre se relaciona el aburrimiento con la casa y el entorno familiar.

Todo el mundo es voluptuoso, pero siempre fuera de casa o en casas ajenas; y todos son divertidos, pero siempre fuera de casa o en casas ajenas; y todos son sorprendentemente inteligentes —cosa que tratándose de mi familia ya es mucho decir—, pero siempre fuera de casa o en casas ajenas.

Con lo que concluyo que la casa de uno, es un lugar mal hecho.

Físicamente, la casa de uno es un lugar mal hecho.

La propiedad privada es una idea que ha degradado al ser humano, porque ha dejado siempre la parte más lúdica de su existencia para expresarse fuera.

Propiedad privada: estúpida madriguera donde acumular comida y horas de sueño

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Festival Inmediaciones (1)

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Todo empieza con una llamada, sigue con un viaje en tren, continúa con una conversación en marcha sobre la originalidad, ¿es posible, deseable, alcanzable?, las puñaladas entre creadores, los orígenes de todo esto, ¿cómo empezaste a hacer teatro?, finalizando con la llegada a Pamplona entre risas y frío ¿dónde está mi maleta? Ostia, la maleta, nos hemos dejado la maleta…

Aniana me deja al inicio de la calle mayor, y arranca con Cris y Rubén hacia Vitoria, en busca de la maleta perdida. Camino hasta el palacio del Condestable, donde me topo con la segunda Aniana ¿Todas las mujeres de este festival se llaman Aniana? Falta un rato para la primera presentación. Puedes ir a tomar un café a Katacrak, es una librería, me dice Aniana. Está muy bien, aunque a los catalanes nada os impresiona, ¿no? Pues no sé a los demás catalanes, pero a mí me sorprende bastante esta librería. Desde el retrato de Marx que preside la entrada, una vez superada la cafetería –donde se sirve un expreso bastante decente- hasta los nombres de las secciones por los que están organizados los libros: trabajo y renta, metrópolis, cuerpo, vigilar y castigar, entre otras, pasando por el busto de ese torero (“un ejemplar de 68 kilos”) corneado hasta la muerte por el toro Espabilao, busto colocado casualmente encima de un cartel que pide la reconstrucción de Can Vies! Marx, toros, Foucault, Can Vies, en Katakrack lo tiene claro.

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Estoy tentado de comprarme algún ejemplar, la autobiografía de la pantera negra Ángela Davis, o Hamsters, de Diego Fonseca, pero desisto tanto por motivos de sobrepeso como de ahorro de finales de año. Vuelvo a la calle Mayor. No recuerdo haber visto un cartel que anuncie “tenemos pan de tarde”, pero ahí está, en frente mío. Como dice el maestro Ramos, la mañana es sólo una aproximación a la tarde.

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En el palacio del Condestable asisto a la primera pieza del festival Inmediaciones: Straight White Males, un two-women-machine-show presentado por la danesa Marie-Louise Stentebjerg. La cosa va del hombre blanco heterosexual, no sólo como un tema de género sino vinculado a las convenciones teatrales. Así, leo en el papel que nos entregan y que es el guión traducido, que el escritor Michael Paterson asegura que el actor/performer de solo, el monologuista, históricamente hablando, es predominantemente heterosexual, blanco y hombre. Sigue a continuación una grabación en off que una voz va detallando las distintas definiciones que da el diccionario a la palabra White el diccionario. Desde “moralmente puro, inocente” a “de color claro o comparativamente claro”. Mientras escuchamos esta letanía de hasta 35 definiciones la performer va poniendo objetos sobre la mesa: huevos, harina, vino blanco, mientras se embadurna su “blanca” piel de blanco. Aceptando que es parte de una investigación aún no terminada, la performance deja un sabor agridulce en la audiencia. En el turno de preguntas, varios asistentes al laboratorio de creación de Olga Mesa y Francisco Ruiz de Infante cuestionan con cierta agudeza la propuesta que, a mi parecer, no consigue llegar al fondo del asunto planteado, o sea la precariedad del creador contemporáneo, que se ve obligado a ofrecer “one-man-shows” para sobrevivir. O para ser invitado a festivales con propuestas fáciles de programar, quizás, por baratas y portátiles. Un asunto que da para debatir en otro momento.

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Entre las espectadoras está Maia Villot de Diego, que se convierte en mi guía hasta Villava, sede de la presentación de la noche, una propuesta de los artistas vascos Naiara Mendiorroz y Javier Murugarren. Casi 400 personas asisten a estos Bi shots, una mezcla curiosa de instrumentos tradicionales como la txalaparta y otros contemporáneos como el Hang, a los que se suma un coro de 44 personas (contados uno a uno por Cris Blanco). Mientras escucho la música pienso en el proyecto de Maia, sentada justo detrás de mí. Desde hace dos años Maia teje un tubo de lana mientras asiste a creaciones escénicas. A veces el público cree que forma parte de la obra, a veces los creadores que no la conocen no pueden creer que alguien haya ido a tejer al teatro, otras pide permiso, el caso es que Maia, sin ánimo de ofender a nadie, teje y teje sin dejar de prestar atención a lo que se le ofrece. Confiesa que avanza más cuando hay más texto y menos cuando la propuesta es más visual. El hecho de que el auditorio esté con las luces encendidas o apagadas también condiciona el resultado, más estrecho o más ancho. Maia usa un color para cada obra. Cuarenta y tantos espectáculos después, con veintiséis metros de “tubo” tejidos, cada obra un color, asegura que el proyecto tiene un lado terapéutico y que cada vez se siente mejor espectadora. Al revés que yo. Tendré que buscarme alguna actividad que me ayude a no desconcentrarme tanto mientras hago de público.

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Antes de acostarme, releo El teatro ambientalista, de Richard Schechner.

“Cuando hablamos de un(a) gran intérprete y decimos que él o ella tienen presencia, que su interpretación nos mueve, que nos toca, no estamos diciendo tonterías ni hablando metafóricamente por completo. Muchas veces he visto cómo un público en conjunto contiene la respiración, cambia de posición, se queda muy quieto, varía sus puntos de contacto y de orientación en relación unos a otros o a los intérpretes inconscientemente, sin pensarlo ni tener intención de hacerlo. Estos cambios en las posiciones del cuerpo, en las poses expresivas –la manera en que una persona le da el frente (o se inclina, o gira su hombro o su espalda) a otra– al ocurrir una acción, es una parte maravillosa de cada función en un teatro ambientalista. Arquitectónicamente, el teatro debería permitir ampliamente que se dé este tipo de comunicación, no nada más para que ocurra, sino para que la observe quien-quiera que tenga ojos para ello. El teatro ortodoxo permite que el público vea al actor haciendo este tipo de movimientos. ¿Pero por qué no dejar que los espectadores vean a los espectadores y que los actores vean a los espectadores? Una arquitectura abierta estimula un contacto que es continuo, sutil, fluido, duradero e inconsciente.”

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Barcelona, ese gran escenario

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“Una ciudad como Barcelona no puede ser solamente un complejo turístico (resort city) donde los “locales” son, o bien trabajadores a al servicio de los “visitantes”, o bien una especie de figurantes para que estos gocen al máximo de su estancia en una especie de reconstrucción de un escenario local, real o inventado.”

Escriben en Facebook

“Pasamos sin solución de continuidad de la ciudad como simple paisaje a la ciudad como escenario; dejamos de ser simples espectadores, que contemplan en la lejanía una realidad poco alentadora, y nos convertimos en actores de un espectáculo ejecutado en un teatro del que nos sentíamos legítimamente orgullosos. Ello fue posible, y ahí está la magia del asunto, porque entre todos nosotros establecimos un pacto de complicidades, funcionó la química de la ilusión. Dejamos de estar en Barcelona para ser de Barcelona. La ciudad se convirtió, así, en nuestra verdadera patria y nos transformamos de súbditos en ciudadanos, Barcelona nos pertenecía, era nuestra. Se volvió protagonista de nuestras vidas.”

Escribe Manuel Trallero en Al este de Manhattan

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Cuento mi vida #2 The Bogotá Emerald Dealer Blues

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Una obra de teatro documental y/o site-specific por distintos lugares en Bogotá.
Una propuesta escénica de Esteban Feune de Colombi y Marc Caellas (Compañía La Soledad)

Presentada por Chris Kavanagh

2 únicas presentaciones, 1/ 8 de noviembre. 12 espectadores por recorrido. Reservas al 3115297529 o mcaellas@gmail.com

La mecánica es la siguiente: se cita a un grupo de espectadores en una esquina de la ciudad. Ahí se suben a una furgoneta y al rato recogen al protagonista, con quien se trasladan a 4 lugares emblemáticos de su biografía en la ciudad (un motel del centro, una facultad universitaria, un parque, una iglesia, etc.) donde se detienen, bajan del auto, y escuchan como esa persona narra momentos importantes de su vida, a menudo con la participación de otros personajes, actores secundarios de esa vida en la ciudad.
Se busca una manera específica de narrar cada historia, convirtiendo el espacio donde sucedió en
escenario de ese recuerdo.

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¿Artes vivas?

Del 22 al 24 de octubre hablaré y propondré ejercicios de teatralidad y performatividad en el marco del XIII Seminario Internacional de Arte, en Barranquilla.

Organiza: Grupo de Investigación Feliza Bursztyn, adscrito a la Facultad de Bellas Artes, y la Vicerrectoría de Investigaciones, Extensión y Proyección Social de la Universidad del Atlántico, en asocio con el MAMB.

Este texto de Rolf Abderhalden es el punto de partida.

El arte es lo que hace la vida más interesante que el arte. Robert Filliou

¿Artes vivas?

Acaso existen “artes muertas” se podrán preguntar ustedes, si no con disgusto, probablemente sí con escepticismo o desconcierto. Abundan, como los muertos en vida, respondemos con certeza, sabiendo, claro está, que las certezas no son eternas, ni tampoco garantía de verdad absoluta. Digo pues “certezas”, verdades provisorias, sentidos que se producen desde y para un determinado diagrama de fuerzas que agitan un contexto particular.

Se trata, es un “abrebocas”, de una provocación. Lo que no le resta seriedad y rigor, y una razón de ser a estas dos palabras, artes vivas, transcritas aquí entre signos de interrogación: ha sido necesaria para la construcción de nuevos procesos de pensamiento-creación en el arte, desde el cuerpo y con él, indisociablemente. Una construcción de enunciados por fuera de su tradicional escisión, pensamiento y/o creación, práctica pensante y/o práctica artística.

La provocación hace parte de una práctica antropofágica –postura ético-estética propia de nuestro continente– que rige el trabajo que hemos venido desarrollando algunos pensadores, artistas o teóricos, desde varias décadas en Latinoamérica. Una política del deseo que consiste en hacerse vulnerable a otros imaginarios, a otras poéticas y modos de hacer, en toda su heterogeneidad y extrañeza.
In-corporarlos, digerirlos, hacerlos nuestros, (sub)vertirlos en acontecimientos1, provocando fricciones en nuestros propios cuerpos, en nuestras subjetividades, que buscan forma en gestos y acciones artísticas, individuales y colectivas -corporales, coreográficas, cinematográficas, escénicas, escriturales, musicales, plásticas, sonoras, vocales, visuales, cartográficas. Fricciones que nos llevan a otros enunciados y dispositivos como este que nombramos artes vivas2, potenciadores de posibles desplazamientos en un paisaje de paradojas y contrastes como el nuestro: opulento y miserable, abierto e intolerante, convencional y creativo, recatado y desfachatado, todo a la vez.

Tras las (mal) llamadas “crisis de la representación” que tanto repercutieron sobre nuestros modos de hacer y de pensar el arte, desafortunadamente más en el plano de las formas que de los conceptos, y del auge de la “sociedad del espectáculo” y de la “industria del entretenimiento”, que las acompañaron de lejos mientras se metían imperceptiblemente en nuestras camas, sentimos con urgencia y obstinación la necesidad de dirigir nuestra energía creativa hacia un campo poiético, poético-político, más allá de las disciplinas. Un campo no solo abierto –un arte en el campo expandido– sino indisciplinado, un arte decididamente no ideológico, no canónico, no normativo.

Nada novedoso hasta ahora: soplarle vida al arte, al deseo, cuando el aire parece agotado, no ha sido una preocupación exclusiva de nuestros tiempos, sino de todos los tiempos. Muchas otras iniciativas han actuado en este sentido, siempre que esto ha sido necesario. Artistas de distintas épocas y contextos, bajo condiciones incluso inimaginables, han hecho los gestos necesarios para salvar la excepción, de la regla. No como proyecto mesiánico sino como táctica de sobrevivencia, como forma de resistencia y de celebración, en medio de la banalización de la muerte y, por lo tanto, de la vida.

Por eso quizás ha sido aquí, precisamente, en este lugar del mundo atravesado por tan antiguas y permanentes prácticas de violencia, y sometido a tan diversas formas de colonización, desde la lengua y el cuerpo hasta la representación, que hemos querido traducir nuestra singular experiencia antropofágica en una suerte de “contra-dispositivo” artístico (Agamben), que permita la emergencia del deseo y sus potencias y lo conecte con las fuerzas de la vida y de la creación, contra-dispositivo al que he llamado de esta forma: artes vivas. Más allá de toda genealogía, podríamos expandir el concepto de artes vivas a cualquier forma de desplazamiento vital que se ha producido en las prácticas artísticas, toda vez que los cánones vigentes han impedido dar cuerpo a las fuerzas que agitan la realidad y su contexto.

Así pues, no es posible definir las artes vivas como una disciplina sino, más bien, como un campo, ya que todo en ellas es in-disciplina. Incluso inscritas, en la actualidad, en un programa académico que lleva su nombre, ni siquiera la tan en boga “interdisciplinariedad” de las artes hace parte de sus inquietudes y objetivos. Soportes, medios y formatos son portadores –potenciadores– de significado, pero solo adquieren plenamente sentido cuando devienen la expresión de necesidades y preguntas, planteadas en contextos particulares. La producción de acontecimientos estéticos –su “eficacia”– no radica en un “efecto de montaje” sino, más bien, en el desplazamiento y la deslocalización de sentido(s) que son efecto de las fuerzas de un pensamiento-montaje. Su rigor está en desordenar, minuciosa y poéticamente, nuestro ordenamiento territorial, des-territorializando la propiedad privada que detiene el arte, el capital cognitivo, cultural y económico, el orden moral vigente y las normas preestablecidas, y en particular el cuerpo adiestrado y obediente, vigilado y controlado en sus predios por barreras limítrofes o por peligrosos perros de seguridad y vigilancia. Se vale, por supuesto, de códigos y convenciones artísticas tradicionales; de creencias y comportamientos culturales; incluso de la doxa en vigor, pero siempre con el propósito de interrogar, problematizar, re-significar y re-vitalizar su lugar y su sentido con el objeto de producir su desplazamiento.

Una no-categoría, demasiado heterogénea, vasta e indefinida para serlo, que hace uso de todas las herramientas disponibles del pensamiento-creación, sin privilegiar ninguna ni someterla a priori a una jerarquía determinada, para darle cuerpo a una sensación que busca salida, en su fricción con el mundo, actualizándose en un modo de expresión –un gesto: “La especificidad del arte como modo de producción de pensamiento consiste en que las fuerzas que desestabilizan la textura sensible se encarnan, presentándose en vivo. (…) Pensar este campo problemático impone la convocatoria a una mirada que no se hace desde ninguna disciplina ya que están imbricadas allí innumerables capas de realidad, tanto en el plano macro-político (los hechos y los modos de vida en su exterioridad formal, sociológica) como en el micro-político (la fuerzas que agitan la realidad, disolviendo sus formas y engendrando otras en un proceso que abarca el deseo y la subjetividad)”, afirma Suely Rolnik, una de las pensadoras que más ha inspirado este proceso que ella misma nombra “pensamiento-creación”.

La columna vertebral de las artes vivas no podría estar en otro lugar que el cuerpo, los cuerpos, con todas sus fuerzas y en todas sus formas; en sus posibles configuraciones y des-configuraciones –físicas, simbólicas, políticas– pero, sobre todo, en su presencia viva, ineludible, inaplazable, incluso cuando este está ausente, y que aparece –en su silencio y cruda desnudez– como promesa de un acontecimiento.

Si el o la Performance es una praxis que la constituye y antecede, es en particular lo performático (o performativo), no solo de ciertos actos y operaciones artísticas, sino de distintos escenarios de la cultura y dinámicas del cuerpo social, lo que nutre las acciones y reflexiones de las artes vivas. Así como es la teatralidad, y no el teatro, el mecanismo de figuración de la realidad que nos permite tender el arco entre las fuerzas y las formas de la vida y entender su potencia para la construcción de acontecimientos. Ahora bien, si lo performático y la teatralidad, entre otros, son dispositivos de lectura de las fuerzas que mueven las formaciones socio-culturales, también lo son, sobre todo, para la producción de actos vivos sin la cual la lectura no haría posible el acontecimiento. Estos actos vivos pueden ser gesto, escritura, performancias, teatros u otras, posibles e inagotables, formaciones de arte. Las artes vivas no escapan a la representación, pues el problema no es la representación en sí sino las políticas de su producción: desde aquellas (políticas) que producen mera repetición hasta aquellas que producen diferencia, entendiendo esta última como una actualización de fuerzas que agitan un determinado contexto. Las artes vivas son laboratorios de cuerpos, de voces, de textos y de texturas, de imágenes y de sonidos; escenarios de caos y conflictos; campos de fuerzas, puntos de fuga; dispositivos de actualización y montaje, poético-político, de pensamiento-creación. Si opera y produce objetos, estos son tácticos, táctiles, testimoniales, conductores de afectos y traductores de experiencia. Son rastros del mundo, huellas, sobrevivencias que dan cuenta de la vida o de su ausencia. Así, los dispositivos propuestos por los artistas (sobra decir, investigadores, creadores provenientes de todas las disciplinas pero que transitan con sus cuerpos en sus bordes) re-inventan y re-definen permanentemente el campo, es decir su propio campo –sea este cual fuere– como artes vivas. No siendo esta una disciplina, sino una postura que las atraviesa para inquietar, problematizar y activar su sentido (hasta su re-afirmación o eventual disolución), la definición de su objeto de estudio es el acontecimiento que resulta de su proceso artístico-investigativo. Sus acciones dibujan y desdibujan, dicen y contradicen, afirman e interrogan los paradigmas y diferencias tradicionales entre “artes de espacio” y “artes del tiempo”, “obra” y “proceso”; “autor” y “espectador”; “espacio de trabajo” y “espacio de representación”; “espacio privado” y espacio público”, entre otros, privilegiando la experiencia del acontecimiento, allí donde este advenga.


De Marc Caellas, la obra ‘El paseo de Robert Walser’. Foto: Elisa Abion.

Aunque abiertas a múltiples y heterogéneas fuentes de inspiración, no hay lugar aquí, sin embargo, para las teorías de la comunicación que invadieron el mundo del arte y consumieron al espectador, tampoco para las retóricas discursivas que se apropiaron del cuerpo. Las artes vivas no comunican: son transmisoras, no comunicadoras; no son portadoras de información: son re-cicladoras, problematizadoras, traductoras (es decir, traidoras) de información en experiencias poéticas y acontecimientos estéticos, haciendo del acto de creación un posible acto de resistencia micro-política contra las formas que ahogan la vida13. Intentan no ocupar el lugar de la víctima ni del victimario, no los representan; no pretenden victimizar ni fetichizar el cuerpo, ni la imagen del cuerpo, sino problematizar su presencia viva, así como la presencia viva del otro y la tentación de su instrumentalización. El cuerpo no es su objeto de estudio ni tampoco su medio de expresión: es la materia viva del pensamiento y el pensamiento vivo de la materia.

Las artes vivas no ilustran ni están al servicio de las “políticas culturales” del momento; sus acciones, al contrario, pueden inspirar y proponer políticas de pensamiento en las artes que produzcan la excepción en la cultura. Su acción y su espectador, así como su lugar y su tiempo, son impredecibles. No poseen un decálogo o un manifiesto: solo algunas coordenadas flexibles, hoja de ruta de una embarcación imperceptible que construye su propia cartografía mientras navega por –entre– las corrientes de la creación artística. La única coherencia a la que puede pretender radica en asumir -con sus riesgos y contradicciones- los peligros del viaje.

Una mosca en el museo

P.S. Estamos en un museo de arte contemporáneo del distrito capital. Hago parte de una visita guiada conducida por un importante curador de una exposición sobre la obra de un reconocido artista nacional. Con agudeza y generosidad, el curador explica los conceptos de su curaduría y los criterios de su museografía, mientras visitamos las obras expuestas en las salas de exposición. Nos detenemos frente a la última obra, un retrato dibujado con líquido de café sobre terrones de azúcar. Mientras el curador habla de la naturaleza frágil, perecedera del soporte y de los materiales (el café líquido, el azúcar), del carácter transitorio, metafórico de la imagen (el retrato de un hombre), del gesto radical del artista (fijar la imagen para que desaparezca por su propio medio) y del destino efímero de una obra “viva”, advierte sobre un terrón blanco de azúcar, localizado en una esquina del retrato, la presencia de una mosca. Señalando con discreta irritación a la intrusa, el curador concluye seriamente con una nota de humor: “Esto no debería estar aquí, no hace parte de la obra” y aquí finaliza la visita. Mientras los visitantes se dirigen rápidamente a la salida, yo me quedo observando, largo rato, el retrato. Efectivamente, los cubos blancos de azúcar han absorbido, con el paso de los días, el café líquido, diluyendo el rostro dibujado hasta su posible desaparición. Pero, ¿y la mosca? La mosca no se ha movido, está ahí, es parte de la obra. No solo es el ‘punctum’ de la imagen, me digo remitiéndome a su origen fotográfico, sino que es el ‘punctum’ ‘obrando’. Este ‘acontecimiento’, poético-político, imprevisible, encuentro improbable de dos formas de presencia ‘viva’ –una mosca y el retrato de un hombre que desaparece–, esta imagen paradójica, me digo –choque fugaz entre el arte y la vida– ¿no es acaso el ‘síntoma’ que advierte y anuncia la sutil, pero abismal, diferencia entre una “obra de arte” museal y el ‘obrar’ de las artes vivas?

Una mosca, en un museo, devorando un retrato en descomposición, ‘obrando’, ante la presencia de un testigo: esto es para mí ‘artes vivas’.

Rolf Abderhalden

*Cofundador de Mapa Teatro y de la Maestría Interdisciplinaria de Teatro y Artes Vivas, en convenio con la Universidad Nacional de Colombia.

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