Hoy estrenamos OFICINA DE AMANECERES en el marco del festival Nudo y fue absolutamente una belleza compartida con casi treinta espectadores y junto a un equipo bestial. Susana y Marc habían vuelto de Faial el año pasado convencidas de que se convertirían en expertas en amaneceres. Me contaron la idea, me propusieron sumarme y con el correr del tiempo cada cual fue acumulando auroras en su prontuario. La premisa, o una de ellas, me pareció genial: lograr que la gente pague por algo gratis (por algo gratis que sin embargo muy pocas veces se degusta intencionadamente: ¿cuántos naceres del sol presenciaron en vuestras vidas?). Apenas si agregamos algunas cositas al gesto primigenio de juntarnos media hora antes de que clareara en el espigón de la Mar Bella, escenario más que idóneo. Una frase de Leonora Carrington desperdigada en cartones, unos certificados sellados (como en cualquier oficina), un mensajero que irrumpe en bici, la reproducción de unos textos grabados que empiezan por “soñé que” y la melomanía fina de Ginés. Nada puede fallar. Nada falla. Amanece a las 7:33 en esta oficina de uniformes negros y a mí hoy me dio la sensación de que el hermoso óbolo se levantaba con fiaca, un poco a trasmano y rechoncho (cosa que me permitía remixar a Borges: “el amanecer es una cosa que sucede en el pasado”). Las barcas, los pájaros, las olas, los remadores, las yoguis y la contemplación silenciosa en que nos destartalamos parecían guionadas, pero no, pero… ¿sí? El alba te coloca, y el resto del día ya es un beber de ese maná. Un drogarse de sol, un esnifarla luz que empieza a moverse, aún tímida y legañosa. Ojalá este sea el primero de muchos amaneceres compartidos. Hasta el próximo.
Esteban Feune de Colombi