Cuando la casa se quema, al intelectual sólo le cabe intentar comportarse como una persona normal, porque si pretende tener una misión específica se engaña, y quien lo invoca es un histérico que olvidó el número de los bomberos.
Umberto Eco
Y no, no voy a celebrar el trabajo en casa. En mi casa me gusta pajearme. No quiero acondicionarla para que se vuelva un espacio “productivo”. No quiero hacer de mi cotidianidad el tránsito triste de una oficina online. No quiero ser un artista que consuela. Ni un poeta de la autoayuda. No quiero ir al teatro sin moverme. Aprendí a usar mi cuerpo como herramienta política. Si es momento de que los artistas escénicos cerremos el orto, vamos a cerrarlo y a no pensar alternativas para “acondicionar” el encierro. No llenemos el vacío de un par de burgueses trémulos. El secuestro del cuerpo no se suple con ninguna simulación virtual. La ausencia mata al teatro. No jodan. No me digan que puedo ver a Chéjov por una pantalla, Artaud me va a cagar a trompadas, boludos.
Víctor Dupont
Hay muchas formas de vivir. Existen los que no quieren enterarse de que vivir es habitar la incertidumbre y que vivir es sin garantías. Eso conduce más bien a la inhibición y a la parálisis -que incluso muchas veces se disfrazan de un exceso de actividad- y no ahorra padecimiento porque, justamente, esas garantías no existen. Salió hace poco un libro muy bello de Anne Dufourmantelle que se llama Elogio del riesgo (de Nocturna editora) que también podría ser un elogio de lo incierto. La autora subraya cómo hoy en día la precaución se volvió norma y cómo una vida en la que se pretende calcular todo y no perder nada es una vida detenida, es más bien estar un poco muertos. Su antídoto, a lo largo de la serie de ensayos, es poner el riesgo a favor de la posibilidad de habitar una vida vivible. ¿De qué se trata el riesgo? Lejos de hacer una apología de los deportes de riesgo, o de esos moralismos que empujan a vivir una vida no importa qué, esos moralismos cínicos, ella define el riesgo como aquello que “abre un espacio desconocido”. Un riesgo no es una locura pura, tampoco una conducta apartada de las normas, ni siquiera un acto heroico. “Tal vez arriesgar la vida sea, para empezar, no morir”. Se trata de un riesgo que se precipita como resistencia a la vida neurótica, esa que calcula, que no pone en juego nada, que no pone de sí; esa vida que pretende saberlo todo anticipadamente, esa vida que pretende que podría haber garantías y certezas.
Alexandra Kohan
Un poema del confinament de Félix Denuit
Los bancos, la policía vino a echarnos de casa, sin importar edad, sin respetar a ancianos o niños, igual que un virus. Ahora nos vigilan, obedecemos bajo amenaza, pero no ha costado tanto, ya nos habían hecho obedientes a base de televisión y escuelas, o peor: nos habían hecho creer que teníamos la opción de no ser obedientes. Votamos, tenemos ese derecho. Qué risa. Y bajamos la cabeza. Bajamos la cabeza ahora igual que ante las urnas. Y nos lavamos las manos compulsivamente. Y tememos al vecino. Y todo por un virus. Pero yo digo: No. Un virus no es capaz de organizarnos de esta manera, un virus puede matar, pero es caótico. La organización viene del miedo y la obediencia que ya nos habían inoculado. Ahora así somos, mirénnos, nos hemos convertido en fantoches ¿cómo es posible que no nos demos vergüenza? Somos mascarillas pegadas a personas, estadísticas pegadas a personas, muertos pegados a personas, y de un día a otro los cerebros no piensan más que para obedecer. La amante que dejamos en su casa ya es más sospechosa que deseada. Nadie se plantea una manifestación, las gritos por nuestros derechos sólo salen de gargantas que no arriesgan nada. Pero yo siento que la realidad es que sólo un virus podría salvarnos, echarnos a todos a la calle a toser, todos en masa, por tantas cosas, por aquellos a quienes le quitaron un techo, y ahora se lo imponen, sin alma, sin compasión. Todo por nuestro bien, eso dicen, y yo obedezco porque imagino que soy como todos, hecha en serie, temerosa, sumisa, pero también es cierto que tan solo me bastaría un puñado de personas para que me uniera a escupir en cada rincón, en cada tomate y cada boca. No puedo evitar una violencia interna, pensar que ahora, el momento de la pandemia, es el momento de escupir por todos los techos que nos han ido quitando. Temo el contagio, temo la muerte, pero llevo dentro una violencia que grita vida, y será vida aunque la arriesgue.
Marina Perezagua
Las cosas más importantes son el sexo y la muerte, y mentimos sobre ambas
Lisa Taddeo
Esto era cantar desde un balcón
Tocará hacer fiestas en las terrazas
Mina cumplió 80 años
Un manifiesto de J.P. Cuenca
Quiero que os enfadéis