El próximo 1 y 2 de diciembre, Las Huecas estrenan Projecte 92 en Can Felipa, en Barcelona. Las Huecas son un joven colectivo formado por Esmeralda Colette, Júlia Barbany, Andrea Pellejero, Núria Pérez, Sofia Ana Martori, Úrsula Comendador y Oriol Corral. Projecte 92 es su primera creación, en la que llevan trabajando más de un año. Hace justo un año presentaron una primera aproximación en la primera de las sesiones de Croquis, el ciclo que Atresbandes organiza en la Sala Beckett en el que el público tiene la oportunidad de acercarse, en dos tardes, a varios proyectos escénicos en proceso de creación. Desgraciadamente no las pude ver porque yo fui a la segunda sesión, pero allí me encontré con gente que me habló con mucho entusiasmo de su actuación del día anterior. Projecte 92 parte del desencanto barcelonés posterior a las Olimpiadas desde la perspectiva de unas jóvenes creadoras nacidas en esa década de subidón a la que siguió el impresionante bajonaco en el que nos encontramos 25 años después.
El día que me hablaron de Las Huecas yo estaba en plena investigación sobre artistas interesados en lo que dio de sí ese año 92 en el (llamémosle por su nombre) Reino de España, por eso les pedí a los organizadores que me enviasen el vídeo de los apenas 20 minutos que duró la actuación de Las Huecas. A pesar de que la calidad del vídeo no era muy buena y a pesar de los problemas técnicos que tuvieron en la actuación, me interesó mucho la mirada crítica, la frescura, la rabia y el espíritu punk de estas jovencísimas creadoras, con las que conecté inmediatamente, más allá de algunos de mis propios prejuicios estéticos, contra los que lucho en cuanto los veo asomarse. No fui el único a quien le interesó ese trabajo y, de hecho, Las Huecas me cuentan que se preguntaron qué habían hecho mal para provocar esa exaltación entre el numeroso público. Desde entonces las sigo, sobre todo a través de su cuenta en Instagram, donde, a falta de otros escenarios posibles, es como si hubiese asistido ya a varias de sus actuaciones en forma de fotografías, vídeos, textos o stories, el formato no importa. Las Huecas aún están estudiando en el Institut del Teatre de Barcelona, a falta de algo mejor. Allí me citaron y en una de sus aulas, en sus sótanos, donde ensayan, tuvo lugar esta entrevista el lunes pasado. La comencé devolviéndoles las preguntas que ellas mismas lanzan en el texto de presentación publicado en la web de Can Felipa.
¿En qué medida la efeméride olímpica de la ciudad de Barcelona tiene relación con los proyectos de futuro y los discursos que, de pequeñas – en pleno boom de la sociedad del bienestar- significaban vuestras vidas? ¿Qué relaciones posibles hay entre el cuerpo de una niña nacida en el año 92 y la instrumentalización de toda una ciudad? ¿Qué aparato discursivo se ponía en marcha a inicios de los 90 por parte de las grandes potencias mundiales y qué tiene que ver Cobi con todo esto?
Núria: Esta tercera pregunta no sé si podemos responderla.
Esmeralda: Desde donde puedo hablar más es desde el ámbito personal. Por ejemplo, cuando eres una niña pequeña y a los niños nos venden ese futuro, esa burbuja Disney, en la que tus padres, al menos en mi caso mi madre, se encargan de que no te acabes de enterar del todo de qué pasa, todo es maravilloso. Y un poco, con las Olimpiadas, en Barcelona hicieron eso: seremos ciudad europea y lo petaremos, y cabe la posibilidad de triunfar.
Núria: O ya hemos triunfado.
Esmeralda: Sí. Hasta que llega la adolescencia.
Porque vosotras nacéis cuando ya se ha triunfado, ¿no?
Esmeralda: Sí. En mi caso, yo tengo dos hermanos mayores. Mi hermano mayor no sufrió la crisis, él estudio bastante tranquilo. A mi hermano mediano justo le tocó que le cambiaran el Plan Bolonia y ahí se comenzó a notar que las cosas iban mal. Y a mí la crisis ya me tocó de lleno. En la época del triunfo yo era muy niña.
Andrea: Yo recuerdo en las Navidades, en los Reyes, tener veinte regalos, incluso de la empresa de mi madre, e ibas a casas de otras personas donde te daban muchos regalos, la cocina completa… En el trabajo de mi madre le regalaron una cocina completa. Ahora mis primos, que son pequeños, tienen tres regalos como mucho. Y parece que no lo hemos vivido pero hemos crecido con ese triunfo y es ahora cuando estamos viendo que ese triunfo no era un triunfo real. Nos han vendido la moto, esta cosa de que las Olimpiadas han creado este boom de tener la conexión con Europa, de que de repente viene más gente, y ahora estamos en un punto en el que la gente se está largando de los pisos porque no puede pagar un alquiler, porque hay unos turistas que provocan que se lo estén subiendo, y todo este boom se está convirtiendo en algo perjudicial para la gente que vive aquí. Tengo la sensación de que viví ese boom y ahora estoy teniendo este resquemor de que no era un boom positivo. Yo era una niña muy competitiva, hice seis años de atletismo, tenía la presión de ganar, de conseguir los trofeos que veía a mi padre cuando él hacía atletismo. Incluso me dijeron que no me tenía que dedicar al teatro sino que tenía que ser atleta. Mi padre tenía cualidades y yo también. Y tuve un momento en el que me planteé si tenía que ser atleta o ser actriz. Esta competitividad y esta superación de mí misma, que también está puesta en el quiénes somos y como definición, ahora me estoy dando cuenta de que no me funciona, que la competición con los demás no me ayuda y no me ayuda a hacer aquello que yo quiero en mi vida o en la vida de los demás. Que la competición y la superación de una misma me crea ansiedad a mí y crea ansiedad a los que están a mi alrededor. Y hay un punto en el que, como un espejo, pienso que Barcelona está en este ataque de ansiedad.
Entonces, ¿vuestro Projecte 92 es un ajuste de cuentas con toda esa historia de la Barcelona del 92?
Núria: Yo creo que es un ajuste de cuentas, en mi caso, con mis padres. Con mi padre, sobre todo. Mi padre fue comunista y estuvo un año y medio en la cárcel por organizar un sindicato en la fábrica donde trabajaba. No tenía estudios por entonces y era un chico proletario, comunista. Y siempre se había dedicado a la política y entonces llegó la Transición y se lo creyó. Se lo creyó. Las cosas comenzaron a ir bien económicamente, él comenzó a prosperar dentro de la política hasta que acabó siendo alcalde en pleno boom de la sociedad del bienestar. Yo también fui una niña que vivió en la época de la abundancia, yo también recuerdo muchos regalos de pequeña. Es verdad que no vivía en un súper barrio pero recuerdo tener incluso un complejo de clase, me daba vergüenza decir que vivía en un barrio como en el que vivía. Porque luego mis padres me llevaban a música, al puto deporte, ellos estaban redimiéndose de sus orígenes, encantadísimos de la vida, de haber llegado hasta allí. Y luego llegó la crisis del 2008 y las consecuencias que eso ha significado en mi casa, muy ligado a lo que hemos vivido globalmente en el capitalismo mundial este en el que estamos. Pero sí que es un ajuste de cuentas, es decir, os lo tragasteis y esto es una mierda. Pero no es nada nuevo, mucha gente ya lo sabía. Para mí, que he escuchado mucho punk, esta era mi rabia, por la sociedad de consumo… Era muy justificado. Yo lo veo como un ajuste de cuentas y tengo ganas de que vengan mis padres. No es muy directo pero creo que sí hay algo que les va hacer decir: uy. Pero, bueno, son discusiones que tengo con ellos siempre.
¿En qué ha cambiado vuestro proyecto desde lo que pudimos ver hace un año en la Sala Beckett durante el Croquis?
Sofia: Ahora usamos Mac, ya no usamos Windows.
Y se ríen a carcajadas.
¿Lo dices por los fallos técnicos que tuvisteis?
Núria: Sí, porque aquel era mi ordenador mierda.
Y se vuelven a reír y me cuentan lo poco preparadas técnicamente que iban entonces y Sofía, que se ocupa de la parte técnica, me explica que ha aprendido mucho en este año y, entre otras cosas, destaca el trabajo de pensar junto a las actrices, de una manera muy diferente a la separación forzada y artificial entre técnicos y creadores que ha sufrido durante su formación.
Andrea: Ahora, después de un año, hay un personaje que es la recogepelotas, además del Cobi y la niña, que juega un papel de triángulo que creo que le da profundidad, y un punto de fuga, a aquello que queríamos contar.
¿Y qué es lo que queríais contar?
Núria: No hay una tesis, claramente.
Y me cuenta cómo al principio intentaban huir de la representacionalidad y cómo, poco a poco, han ido construyendo su propio esquema de lo que significa representar y descubriendo a qué están jugando formalmente, algo que no creen que tenga ningún interés para el público pero que a ellas les sirve para saber dónde están.
Núria: Venimos de una institución que nos ha enseñado a hacer un tipo de teatro que es bastante horrible.
Esmeralda: Arcaico.
Núria: Decimonónico. No vamos al teatro ya, casi.
Pero como el día anterior me las encontré por casualidad en el estreno de Guerrilla de El conde de Torrefiel en Temporada Alta, les pregunto:
¿Lo de ayer no era teatro?
Núria: Sí, lo de ayer era teatro.
Esmeralda: Por fin vimos algo que no era lo que nos han enseñado.
Núria: De hecho, en el programa había un fragmento del Angelus de Benjamin que nosotras también habíamos leído, en el que se planteaban nuevas estrategias, nuevas herramientas para entender este momento. No creo que nosotras nos estemos planteando nuevas estrategias para entender este momento, para nada, porque tiene que ver también, mucho, con el relato personal. Hay algo, mucho, de la experiencia vivida, incluso de la nostalgia. Hay cierto romanticismo, también, en nuestra pieza, no es algo que pretenda ser tendencia o incluso nueva creación. Tiramos de recursos ya conocidos pero esencialmente estamos jugando con ellos todo el rato. Esta apuesta por el juego sí que está muy presente. Jugar todo el puto rato, todo, todo el rato. Y generar desencajes.
Pero estábamos en lo que queríais contar.
Núria: Estamos todo el rato manejando el tema Olimpiadas como marco estético, y todo lo estético tiene su vertiente política y ética, evidentemente, y hemos leído también sobre urbanismo y eso tiene que ver con la comparación entre el cuerpo de una niña y la ciudad. Por ejemplo con el tema Barcelona posa’t guapa. ¿Por qué Barcelona tiene que ponerse guapa?
Núria: ¿Y por qué guapa? ¿Y cómo se pone guapa? ¿Y quién es Barcelona? ¿Es una mujer blanca? Y tiene mucho que ver con el urbanismo de finales de los 80, 90, esta sensación de blanco, duro, esponjado, diáfano, vacío de contenido, cemento, limpio. La idea de limpieza, de uniformidad.
Andrea: De invisibilizar ciertas clases, ciertas personas…
Núria: Invisibilizar lo sucio, lo feo. Hay un tipo de ejercicio sobre lo feo, todo el rato. Buscamos eso. A la única persona a la que sexualizamos es a ella y es para evidenciar la sexualización. Y es una crítica. No nos parece mal que eso exista pero esa sexualización de la niña es una instrumentalización de la niña y hacemos ese paralelismo con la instrumentalización de la ciudad. Aunque la niña no es Barcelona, tampoco. No es que haya una personificación directa.
Esmeralda: La infancia, en general, juega un papel muy importante en la obra.
¿Por eso de la nostalgia, que decíais hace un momento?
Andrea: Sí. Hay algo de memoria, de recuerdos. Hay un monólogo final que habla de recordar un descampado, sucio, tirado, con esos sofás abandonados, esos calcetines y, de repente, ya no está ese descampado y ahora son unos edificios funcionales, de gama media, de mala calidad, cuadriculados. Y también incluso hay un miedo a un cambio o una tristeza por ese cambio que hubo, una melancolía, querer lo sucio.
Esmeralda: Una niña pequeña de barrio es como un descampado por edificar. Un descampado, ¿qué es? Nada. Pero si te pones ahí a especular puedes hacer lo que te dé la gana encima.
Núria: En ese monólogo hay alguien en escena que se está riendo de eso también. Hay la idea de no ser complacientes. Sí, nostalgia y mucho amor por eso, pero…
Esmeralda: Nos reímos un poco de nosotras mismas.
Núria: Hay mucho sentido del humor todo el rato.
El 17 de diciembre llevarán Projecte 92 a La Volta, a Girona. Las Huecas quieren seguir trabajando, me cuentan que quizá esto se convierta en una trilogía, quizá después de la infancia lo siguiente será hablar de la adolescencia.
¿Pero hay algún rayo de optimismo en Projecte 92 o pensáis, como el texto que proyecta El Conde de Torrefiel en Guerrilla, que la tercera guerra mundial está al caer?
Núria: No, para nada. De hecho yo estoy enfadada con eso porque creo que, en el fondo, esa es una postura naïf. Pensar que esta tercera guerra mundial, motivada solo por los intereses económicos, está desligada de una manera de ver el mundo o de un ideario… En algún momento alguien pensó que el neoliberalismo era guay y la peña de la Escuela de Chicago lo escribieron. Macron lee libros, Albert Rivera también ha leído porque han ido a las universidades donde se cuenta esto. Entonces, si desligamos la idea económica del pensar y de la ética estamos perdidos. Pero las ideas se pueden combatir. Por tanto, si lo vinculamos con un ideario, con una manera de ver el mundo, de entenderlo, con un lenguaje, con una cosmovisión, entonces sí podemos combatirlo. Por eso me parece naïf, porque creo que se ha olvidado de muchas cosas. Y creo que, en nuestro caso, el optimismo es que somos todo tías y que hay otra manera de hacer las cosas.
Un buen proyecto , animo y suerte