Roland mon amour, de Cris Balboa

Mientras el público entra y se acomoda, Cris Balboa, sentada en una butaca, bebiendo agua de un termo y conversando con las personas que tiene a los lados, espera.

Una vez que la gente está ubicada, toma un micrófono y empieza a hablar. Nos invita a llevar a cabo un ejercicio de respiración y relajación. Algo que ella, que dice que tiende a respirar sin llenar del todo sus pulmones, hace para controlar la ansiedad. Mientras explica esto se dirige lentamente hacia el centro de la escena, lugar que ocupará a partir de ahora. 

Cris Balboa es una artista gallega que en 2022 obtuvo una de las cuatro plazas que anualmente abre el Centro Dramático Nacional para cuatro dramaturgos que, durante un año, trabajarán con el amparo de la institución en la creación de un texto para la escena. Roland mon amour es el resultado de esa residencia, se estrenó en la Sala de la Princesa del teatro María Guerrero el 21 de marzo y todavía puede verse allí hasta finales de esta semana. 

El caso es que las Residencias Dramáticas (ese es el nombre del programa del CDN arriba mencionado) trajeron a la capital a una artista que lleva muchos años trabajando en su Galicia natal. Cris Balboa dice de sí misma que no es muy conocida en Madrid y con esta pieza parece querer poner fin a esta situación de forma bastante personal: Roland mon amour es un monólogo musical en el que la creadora habla, canta, y todo lo que está entre esas dos cosas, sobre sí misma y sobre su circunstancia. 

La sala de la Princesa está cubierta por una alfombra roja, tanto la zona de butacas, que se han colocado rodeando el espacio escénico, como la escena misma. En el centro de la sala, sobre un pie transparente, Roland, el sintetizador que otorgó a Cris Balboa la posibilidad de hacer música sin saber hacer música, y que inspiró la forma híbrida entre monólogo y concierto que acabó adoptando el relato autobiográfico que nos disponemos a escuchar. Casi toda la sala está ocupada por la intervención de Mauro Trastoy quien, usando como único material lo que probablemente sean un par de kilómetros de cinta de algodón de colores rosa-rojo-naranja, ha llenado todo de algo que podría describirse como guirnaldas, difuminando la distinción entre el espacio de butacas y el escénico. Con el correr de la pieza, la interacción entre estas cintas (fluorescentes) y la iluminación de Laura Iturralde volverá múltiple ese espacio, creando un buen número de atmósferas muy diferentes entre sí, y aportando muchísima textura a un montaje que trabaja solo con los elementos indispensables. Creo recordar que las luces de público se encendían a veces, o quizá fuera que el tamaño y disposición de la sala me dejaba ver las caras del resto de asistentes, el caso es que la combinación de todo, de la posición de las butacas, la iluminación y la escenografía, hacía que el espacio no se sintiera tanto como un teatro, con sus zonas de representación y de observación diferenciadas, sino como un lugar común en el que todas estábamos en la misma. También forman parte del equipo de esta producción, por cierto, Alberto Cortés, que colaboró con la dirección y la dramaturgia, Gloria Trenado, que confeccionó el vestuario y Óscar Villegas, a cargo del sonido. 

Según se nos cuenta, la circunstancia de Cris Balboa es que es una artista de alrededor de cuarenta años que vive en Galicia y que, desde ahí, intenta sacar adelante una carrera artística en un estado centralizado en el que lo que no pasa por la capital es siempre periférico, marginal, precario. Partiendo de aquí la performer hablará de lo más privado de sí misma para que el público se identifique con ella, para encontrar lo común en lo personal. (Sobre la posibilidad de que parte o incluso todo el relato sea ficción no diré nada, porque nada sé y, sobre todo, porque en el contexto de esta pieza, no parecía relevante.) Quien está en escena se ve a sí misma con tanta claridad y perspectiva que al narrarse se convierte en arquetipo: sé de primera mano que la artista gallega que sobrevive como puede, y algunas veces puede y otras casi que no, se parece bastante a artistas burgalesas, extremeñas, sevillanas y madrileñas (que la periferia no es cuestión solo geográfica) cada una con sus (nuestras) enfermedades metabólicas u hormonales, frecuentemente autoinmunes (porque el peor enemigo está siempre adentro), con sus remedios caseros, sus tratamientos holísticos de diseño propio y sus sensibilidades ecológicas, sus formas confusas de vivir la sexualidad, sus procedimientos para mantener agarrada a la juventud y sus disputas abiertas o soterradas con el mercado inmobiliario y los trabajos alimenticios.

Roland mon amour es un monólogo musical, un concierto de declaraciones autoinculpatorias, en el que quien habla no se permite el pudor ni la justificación, porque sabe que con autoindulgencia no se seduce al espectador. Cris Balboa se inmola, si es eso lo que hace falta, para que el público se divierta, porque si el público se divierte, la querrá, y amor es lo único que, en verdad, busca esta artista gallega.

Roland mon amour estará en la Sala de la Princesa del teatro María Guerrero hasta el 20 de abril. 

Cecilia Guelfi 

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Un fin de semana en el Rewire -de un viernes tarde haciendo ruido con cerámicas a un domingo noche de Tai Chi grupal- 

Nostalgias y fetichismo cero, pero si las coleccionara, ¿cuántas pulseras de festival tendría almacenadas en un cajón? Los festivales de música aparecen de tanto en tanto en mi vida para darme alegrías y hacerme una especie de refresh y reset a la vez. Esto se traduce en que sientan bien a cuerpo y mente. El Rewire cuenta con un carácter transversal donde además de la producción electrónica tienen cabida instalaciones audiovisuales y performances. Gran parte de los directos derivan en eso performances que incluyen coreografías y juegos de luz. 

El festival Rewire se lleva a cabo en la ciudad holandesa Den Haag, sede del tribunal internacional de justicia. Al visitarlo, entre las rejas decimonónicas de la fachada principal desee fuerte que de verdad hubiera justicia y funcionara pronto en contra de los actuales genocidas del mundo. En La Haya viven la familia real holandesa, cuando el rey está en palacio colocan una bandera, la joven de la perla y las obras más representativas del visionario Escher. Todo es precioso y barroco. Todo el mundo va en bici o tranvía y come en restaurantes de cocina indonesa o africana, allí donde Holanda tuvo colonias. La Haya es una ciudad de arquitectura y diseño contemporáneo que convive con el medievo y el Siglo XVII. Para mí fue una sorpresa descubrir que tiene playa y no tanto que está limpísima. Además, en todos los paseos encuentras flores, Holanda es el principal exportador floral del mundo y La Haya con sol, viniendo de un Madrid invernal donde tengo la sensación de que lleva lloviendo la vida entera se convirtió en una fantasía. Una villa silenciosa hasta que en el primer fin de semana de abril llega el Rewire, lo lleva haciendo desde hace 14 años y entonces la ciudad se transforma y su millón de habitantes más un gran número de visitantes extranjeros, principalmente italianos, con todo lo que de ruidismo implica esa nacionalidad, dan la vuelta a su tranquilidad y se vuelcan con la electrónica ocupando teatros, salas, tiendas de disco, clubes y hasta iglesias. 

De un par de años a esta parte es objeto de interés por la prensa la llamada “burbuja de festivales”. Holanda es junto a Gran Bretaña el país con mayor número de eventos musicales del mundo. Un buen día se decidió que eran rentables económicamente y fueron adquiridos por fondos de inversiones, se empezaron a clonar perdiendo esencia y un buen día también colapsaron. Solo en los últimos años Holanda ha cancelado hasta sesenta, algunos de ellos de música electrónica. Destacar también que en la vecina Rotterdam nacieron movimientos de la cultura de baile como la música gabber en los años 90 y algún viejo makinero te encuentras perdido también a ciertas horas de la noche. Los macro festivales resisten y también los más pequeños y especializados en un estilo de música mientras que los de medio formato y con menos personalidad están cayendo. El Rewire tiene una línea de investigación y programación muy definida y cuidada en torno a propuestas experimentales y esto es de agradecer muchas mujeres y personas no binaries formando parte del cartel. El hecho de que los espacios donde suceden las cosas tengan un aforo accesible, aunque haya que pasar por inevitables colas, ayuda bastante a lograr un festival nada masificado y sostenible.

De entre los muchos recorridos, el line-up es amplísimo y vi muchísimas actuaciones en tres días me gustaría compartiros ESTE:

VIERNES 4 DE ABRIL

Merche Blanco. Imagen de Natalia Piñuel Martín

Merche Blasco, única española de esta edición junto a Silvia Jasss y los visualistas Hamill Industries (actuaron en el opening del festival, fuera de abono con la performance CORTEX). Blasco es una desconocida para el público español que tiene que dejar de serlo sin embargo es una de nuestras artistas multimedia y compositoras con mayor proyección internacional. Su práctica se centra en la construcción de dispositivos tecnológicos diseñados para ser imprecisos, jugando con el error y permitiendo que salgan sonidos imperfectos y vibrantes. Ella misma interactúa con estos dispositivos y enreda literalmente su cuerpo con ellos. En la tarde del viernes presentó en la sala 2 (la pequeña) del Theater aan het Spui la performance Fauna que ya había estrenado un año antes en el CMT berlinés. Vestida con un top de vinilo reflectante que le daba un aire futurista, el escenario nos llevaba a una mesa clásica de DJ donde los habituales CDJ han sido sustituidos por objetos de cerámica en colores pastel que una vez abiertos simulan también un plato de vinilo que ella con sus movimientos con sensores escrachea como si fuera una peli SCI-FI. Existe una exploración tremendamente sensorial entre su propio cuerpo como artefacto sonoro y los elementos escénicos generando frecuencias muy intensas y a su vez también casi imperceptibles. Así Merche Blasco nos hace estar atentas a todo lo que en el escenario sucede. Algo que resulta muy bonito también es que estamos habituadas a tener que alcanzar la perfección y la excelencia en todo y en la composición musical también. Que el error y el proceso hacia el mismo sumado a la performatividad del cuerpo y el gesto sean lo que importa nos lleva también a un posicionamiento con la tecnología mucho más horizontal y feminista. El ruido es político. 

Oklou. Imagen cortesía del Rewire

La de Oklou era una de las actuaciones más esperadas de la jornada especialmente para les más jóvenes que llenaron la sala de conciertos grande de Paard. Oklou es el aka de la cantante y productora francesa Marylou Mayniel que lo petó en plena pandemia con su primer disco y este año acaba de sacar el segundo Choke Enough una colección de temas entre el hyperpop y el R&B con mucha postpro y autotune místico y etéreo. Su propuesta y puesta en escena resultan cercanas con su público y cuenta con un toque infantil. Es autoconsciente de que le están sacando vídeos para Instagram todo el rato y sabe cómo actuar para los miles de móviles que tiene enfrente. Esto que podría resultar un tanto pesado se convierte en todo lo contrario en un acto performativo y de comunión intima junto a todas las audiencias que la siguen. La actuación de Oklou rozó momentos extremadamente sensibles y de cuidados hacia ella misma embarazadísima que usando la estructura que atravesaba el escenario se iba sentando donde podía para descansar. También paró la actuación en un par de ocasiones preocupada por el estado de salud/falta de hidratación, sorprendentemente hacía bastante calor un 4 de abril en La Haya de algunas personas del público. Eso gustó y también la complicidad con su compañero sonidista, un tierno men in black en toda regla que se redescubrió como ejemplo de nuevas masculinades lanzando corazoncitos al final del concierto. Todo muy edulcorado y preciosista #afavor.

aya. Imagen de Natalia Piñuel Martín

La disrupción total llegó por la noche en ese mismo escenario del Paard con aya, un rayo de luz desde la oscuridad del industrial, el noise y la performance más radical. En su práctica conecta el club con el footwork, la abstracción, el techno sucio y el uso de la voz y el texto más activista dentro de la comunidad queer y muy focalizade en su posición como artista de género no binarie. En sus directos se mezclan muchas emociones, hay dureza en la forma, en la agresividad de sus movimientos por el escenario, en las palabras que dice y grita y pone por escrito a través de las visuales de MFO, pero también hay una capa fuerte de vulnerabilidad y de dolor que le hace preciose. Conocí a aya el año pasado en otro contexto de festival, el MUTEK de Montreal y me comentaba que le preocupaba cómo llegar a un público mayor con una propuesta tan personal y anticomercial, ¡creo que puede estar muy tranquile porque lo ha conseguido con su nuevo disco, hexed! llevando una línea coherente y también el ruidismo y cómo canalizar como persone neurodivergente su práctica artística a través de la producción electrónica. Además, es la portada más bonita de la historia de The Wire magazine (abril 2025). 

SÁBADO 5 DE ABRIL

Joan la Barbara. Imagen de Natalia Piñuel Martín

El Rewire es uno de esos festivales en los que conviven distintos espacios repartidos por la ciudad (todos a 15 minutos a pie o en bici) y diversos estilos musicales; electrónica de baile, experimental, composición electroacústica, experimentación vocal, pop también ¿por qué no? Y lo más bonito, la mezcla entre artistas emergentes, muches de elles a descubrir y veteranísimas como la norteamericana Joan la Barbara. No era la primera vez que la veía en directo, pero es una de esas grandes damas de la experimentación a la que siempre vuelves y que te da un profundo respeto y mariposas en el estómago en cada reencuentro. La exploración vocal y polifónica hace que resuenen en sus elegantes performances el trino de los pájaros, murmullos, gritos, suspiros, respiros en interminables piezas en loop basadas en cualquier momento de la vida, de su propia vida. Tanto ella como Laurie Anderson, también presente en el festival, son grandes contadoras de historias. El espacio del conservatorio en la fantástica sede principal de Amare envuelto en madera, sobrio y con luces cálidas la convierten en la venue soñada para este tipo de actuaciones.

JASSS & Ben Kreukniet. Imagen de Natalia Piñuel Martín

El sábado de festival justo después de Joan La Barbara y muy acertadamente programada actuó otra gran dama de la experimentación Olivia Block presentando en premiere su nuevo trabajo The Mountain Pass, acompañada en el directo por los músicos Paige Naylor en órgano y sintes y Jon Mueller a la batería con los momentos más logrados en sus solos pero vaya, ¡que ahora a cualquier propuesta que suena un tanto cinematográfica se le pone la etiqueta de Lynchniana! y no todo vale para recordar esas atmósferas surrealistas. Olivia, no sé si nos leerá, pero se ha quedado antigua. Kali Malone también. Ella era una de las grandes apuestas de este año. Siempre que hay conciertos en iglesias barrocas una a priori se emociona. Aquí la importancia la tenía el órgano de tubos, eje central de la que una vez fue nave principal. Una serie polifónica ancestral sumada a un coro y un ensemble hacían prever sin apenas vibración e intensidad en la propuesta una noche aburrida y monótona junto a Malone. Mucho ruido y pocas nueces. La falta de calor en este espacio pese a la multitud lo hizo todo aún más soporífero. Menos mal que a pocos metros se presentaba el A/V show más potente junto a la productora de origen asturiano y afincada ahora en Barcelona Jasss aka de Silvia Jiménez Álvarez y el artista audiovisual holandés Ben Kreukniet. En 2022 ambos estrenaron en el marco del festival Sónar un primer paso de la propuesta AWOS- A World of Service- que parte del álbum publicado por Jasss con ese mismo nombre. Pop industrial, Jasss se atreve con voz y acierta, estéticas retro futuristas y techno rupturista envuelto todo por una escenografía y vídeos espectaculares de Kreuniet. Jasss está enrejada literalmente y apenas percibimos su silueta detrás de una pantalla sólida creada ex profeso por el propio artista. Las narrativas de la película nos conducían hacía un mundo distópico e inquietante con una parte en 3D, otra de montaje en archivo de imágenes y una tercera más sugerente donde una anónima webcam recorre los espacios vacíos e íntimos de una casa. 

DOMINGO 6 DE ABRIL

Self. Imagen cortesía del Rewire

La última jornada del Rewire fue la mejor o al menos la más emocionante. Por la tarde la sala 1 (grande) del Theater aan het Spui se vistió de queerismo, brilli brilli y reivindicación socio política. A Colin Self le empecé a conocer allá por 2016 cuando formaba parte de la troupe de la famosa productora e investigadora Holly Herdnon. Self estrenó la post ópera Gasp! Muchas capas y muchas sensibilidades en un momento en el que un situacionismo político crítico, divertido, progresista y no- gender hace más falta que nunca. Estamos en un año de delirio y tristeza sin fin y un personaje como Self desbordando talento con peluca rosa, hiper maquillade y con indumentaria kitsch nos llena de esperanza en la humanidad.  Su performance es un canto de libertad hacia las disidencias haciendo una historiografía de género donde caben Klaus Nomi, Fassbinder, el teatro de marionetas, la simbología de las máscaras, coreografías grupales, la ópera en tres actos, Alicia en el país de las Maravillas, un bosque y elle un duende. También hay mucho pop excéntrico a lo Lady Gaga y el teatro musical de Broadway y mucho sentido del humor, ternura y rabia hace su país y hacia un mundo en general donde las cosas están lejos de estar bien. Esto último fue algo reivindicativo por las que viven allá en América a favor de una Europa que, con sus cosas malas, sienten como último refugio occidental.

Gasp! es la segunda ópera de la serie Shadow y trata sobre el diálogo transdimensional, la guía espiritual y la ascendencia fuera de la normatividad vigente. Una pieza coral, participan ocho bailarines que van cambiando según la ciudad en la que actúa, formando con elles comunidades horizontales y diversas. Si tenéis oportunidad en vuestras ciudades no lo dejéis pasar. 

Lyra Pramuck. Imagen cortesía del Rewire

Es bonito llorar en un festival de música electrónica, el cierre del domingo fue eso muy de llorar y de emocionarse. El Concertzaal de Amare es el escenario principal de todo el Rewire. Un teatro con aforo para más de 1500 personas. La clausura, con dos de las mejores artistas del panorama internacional. La primera Lyra Pramuck. Post-diva de la ópera y el folk futurista, iba deliciosamente vestida de rojo satén, cual una Callas del Siglo XXI con poderío y dominio escénico. Sobra todo cuando ella performa con la voz, la palabra a través de sus poemas y el cuerpo con sutiles pero firmes movimientos. Sin embargo, iba acompañada, algo muy de moda esto de que las músicas electrónicas lleven músicos y visuales en directo, siento que sobran la mayor parte de las veces y que prefiero verlas solas con sus máquinas, ese binomio mujer-máquina en el escenario sin más florituras. En La Haya estrenó su nuevo espectáculo, previo al disco que dará a luz este mismo año, Hymnal, cinco años después de su aclamado debut con Fountain. El oyente/espectador de sus conciertos se siente atrapado por su voz sinuosa y pramen que, en checo, lengua materna de Pramuk significa manantial, aprende a fluir de manera orgánica junto a elle. 

Laurie Anderson. Imagen cortesía del Rewire

La última actuación del Rewire, en ese mismo escenario fue para un artista que no necesita presentación, Laurie Anderson, la pionera, la mejor, con ella empezó todo y está en plena forma a sus casi 80 años. Anderson fue la más política y la más precisa a la hora de compartir la terrible situación de opresión que vive su país con esta segunda administración Trump, ella que ya vivió y protestó a Reagan muchos años atrás cuando sacó su famoso disco Big Science en 1982. Las cosas ahora están peor y esa distopia que estamos viviendo, donde somos perseguidas las minorías quedaron reflejadas en sus visuales y su discurso a través de una voz hipnótica que lo inunda todo. Anderson nos contó a través de IA y con mucho sentido del humor, la historia de su familia, de su abuelo migrante y de ese cómo construimos américa que ahora se quiere tirar por tierra. En escena, un estrambótico set de vídeo donde aparecía como el villano de videojuegos que es Elon Musk, toda una serie de palabras-lugares-personas-ideas prohibidas por el actual gobierno, y ella tocando su violín preparado y a ratos haciendo partícipe a su profesora de música y amiga la compositora y violinista electro acústica Martha Mooke. Anderson no se ha quedado para nada en los 80, sino que sus performances han ido evolucionando e incorpora sensores y VR en sus directos. Lo más lindo es la complicidad que genera con el público y su imponente presencia teniendo en cuenta que es una mujer mayor, menuda y de apenas metro y medio de estatura. El epílogo de su historia lo marcó un libro por terminar sobre la cultura del Tai Chi y la meditación que lleva décadas practicando. El Rewire terminó con un auditorio puesto en pie guiándose por la profesora de Tai Chi llamada Laurie Anderson y la mayor de las ovaciones después.

Después de este recorrido os animo a poner un festival de música en vuestra vida, sentir la electrónica que es la música más activista y necesaria en toda su diversidad, dejarse llevar y poner el cuerpo en la escucha y el baile en comunidad, aunque solo sea por unos días os prometo que resulta sanador.

Natalia Piñuel Martín

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Dormir como el sol

El mediodía es ese tiempo sin esquinas que revela un lugar de tensión temporal en el que el cuerpo se desliza entre el deseo de sombra, la embriaguez solar y la necesidad de caer, rendirse y dormir. Toda la luz del mediodía es segunda parte de la trilogía sobre el sol que el artista Julián Pacomio estrenó el pasado 26 de marzo en Teatros del Canal en Madrid. La obra recoge toda la sintomatología asociada al imaginario popular de la siesta y continúa la línea de investigación que inició en Apocalipsis entre amigos o el día simplemente (2021), que se centraba en el amanecer. 

Mientras que la primera performance celebraba el comienzo del día con una energía sostenida y festiva, esta nueva propuesta, concebida e interpretada en colaboración con Bibi Dória y Bruno Brandolino, se articula en torno a la idea de dejarse caer a plena luz, donde emerge un cuerpo en estado de incomodidad y vigilia. Si bien esta segunda parte podría ser una suerte de after que continúa con la fiesta, es más bien un episodio sobre el reposo forzado, un retorno al campo, al trabajo, sudor, a lo popular y al imaginario telúrico del artista. 

La pieza recoge distintas afectaciones y testimonios en torno al ideario de la siesta, como es el caso de la denominada siesta del carnero, de la que recupera una gran parte de su iconografía. Se plantea como una ceremonia solar, y trata de ser un ejercicio que desde su propio título se vuelve imposible: el de contener toda la luz cenital en un lugar cerrado, fabricarla e invocarla como uno de los demonios que aparecen en la obra. Porque eso es, en parte, lo que el sol significa a su hora más alta, desazón y malestar.

En escena hay tres imágenes que acompañan la acción, todas vinculadas al relato de la historia del arte occidental y que constituyen el imaginario popular que cose la obra. La única que se encuentra en vertical, y que enmarca la acción, es Los cosechadores (1565) de Pieter Brueghel el Viejo. Esta pintura forma parte de una serie dedicada a los meses del año, y representa a un grupo de labradores faenando y descansando durante julio y agosto, tiempo correspondiente para la siega. La imagen nos da la primera pista de la obra, comprender lo que le pasa al cuerpo durante el descanso diurno asociado comúnmente con los trabajadores del campo. El suelo del escenario acoge a otras dos imágenes fundamentales que activan el ritual escénico. Por un lado, una obra de Lucio Fontana, perteneciente a su serie Concetto spaziale en la que el artista laceraba el lienzo abriéndolo como si se tratase de una herida. Estas incisiones, lejos de ser meros gestos violentos, fueron planteadas como portales hacia otra dimensión, tal y como lo desarrolló en sus manifiestos sobre el espacialismo. A su lado está El aquelarre (ca. 1798) de Francisco de Goya, encargada por los duques de Osuna para decorar su casa de campo en el palacio de El Capricho (Madrid), y se presenta en la escena como una figura de invocación al dios Pan que emerge durante el sueño de la siesta.

Las imágenes mencionadas funcionan como puertas o umbrales, son cartas mágicas que conjuran y abren otros planos. Actúan como signos y presagios que permiten al espectador adivinar el porvenir estratégico de la siesta. La entrada a este portal se revela al inicio de la obra en el texto que aparece proyectado en el panel superior del escenario. El relato recorre distintas definiciones de lo sublime, desde las formulaciones filosóficas de Edmund Burke, Michel Montaigne, y Paul B. Preciado, entre otros, hasta los paisajes sonoros de Caterina Barbieri, con la intención de predisponernos a un estado afectivo propicio para dejarnos afectar por la embriaguez de esta siesta.

A continuación, el texto se teatraliza y los intérpretes comienzan a narrar historias autoficcionales sobre los estados del sueño en plena hora del mediodía. El sonido y la luz, excelentemente ejecutada por parte de Santiago Rodríguez Tricot y Víctor Colmenero Mir, cambian y la atmósfera se oscurece poco a poco. La penumbra acompaña a la desaparición del relato y el peso del espacio permuta. Gradualmente, los cuerpos en escena son poseídos, se convierten en vampiros o demonios solares. La sangre comienza a cubrirlos. Aparecen nuevos personajes con vestuarios marcados, figuras míticas que emergen: una lamia, un muflón, el dios Pan. Los intérpretes se transforman en criaturas deformadas por la luz, cuerpos enajenados, habitados por el mito. Se devoran entre sí como si solo al consumir al otro pudieran sobrevivir. Se amalgaman, arrastran sus formas, se estiran en un todo, y caen rendidos. El deseo de desaparecer bajo el sol busca el retorno a un estado inorgánico, a cierto aniquilamiento propio. El sudor se mezcla con la sangre en un banquete de carne, siesta, rito y herida.

Cuando finalmente caen exhaustos, comienza una negociación infinita con el sol, mientas una de las intérpretes traza un círculo de sal alrededor de todos. Es un gesto de protección, una forma de atravesar el tiempo suspendido del mediodía, ese momento que no pertenece ni a la mañana ni a la tarde. Dentro del círculo quedan a salvo y la obra se cierra en el cenit del sol, mientras en el nadir descansan los cuerpos. La vigilia de la siesta concluye.

Toda la luz del mediodía culmina como una investigación escénica sobre los estados liminales del cuerpo y el tiempo, articulada a través de un complejo entramado de referencias visuales, filosóficas y populares. La pieza no solo amplía el campo de investigación iniciada en la primera performance de la trilogía, sino que profundiza en las implicaciones simbólicas y físicas de la siesta como territorio de suspensión, vulnerabilidad y resistencia. En su diálogo constante con la historia cultural y el imaginario telúrico propio, la obra propone una poética del agotamiento que, lejos de clausurarse en el gesto ritual, abre un espacio de reflexión sobre el cuerpo contemporáneo atravesado por el trabajo, el deseo y la luz como manifestación de poder. Así, el mediodía, lejos de ser un mero intervalo temporal, se configura como un tiempo descentrado, donde no gobierna un antes ni un después; un instante en el que el cuerpo se reconfigura en una pausa que obtura el horizonte, y la escena se transforma en un espacio de invocación y tránsito.

Paula Noya de Blas

Fotografías de Aline Belfort

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El delicioso tempo lento de Robina Rose en Xcèntric

Tengo la sensación de que uno de los efectos secundarios de la aceleración de la vida en la que estamos inmersos es el olvido, la desmemoria. Todo va tan rápido que olvidamos con la misma rapidez. Si alguna vez alguien menciona en una conversación un proyecto artístico que fue más o menos conocido hace, pongamos, unos diez años, lo habitual es que ya nadie sepa de qué hablas. Pero porque, también, lo habitual es que la mayoría de proyectos nazcan y mueran rápidamente. Cuando un proyecto se mantiene durante veinticinco años, entonces estamos desafiando las lógicas imperantes.

Xcèntric, el cine del CCCB, es uno de esos proyectos. El año que viene cumplirá veinticinco años. A veces me olvido de que existe pero cada vez que me tropiezo de nuevo con él me alegro muchísimo de que siga ahí. Las últimas veces que he asistido a sus proyecciones me las he encontrado siempre llenas de público a rebosar y me ha sorprendido la cantidad de gente joven que me rodeaba en las butacas del auditorio del CCCB. Sus precios populares supongo que ayudan: 4€, 3€ si tienes descuento, abono de 15€ por 5 sesiones, o de 12€ con descuento, y gratuito para los Amigos del CCCB. Son precios de otros tiempos. Tiempos en los que podías ir a ver lo que fuese sin arruinarte. Otras instituciones públicas deberían tomar nota.

Este mes de abril, la programación del Xcèntric comienza con películas de Robina Rose, cineasta londinense que iba a viajar a Barcelona para presentar sus películas pero que desgraciadamente falleció a finales de enero. En la primera sesión, el jueves 10 de abril, se proyectará la copia restaurada de Nightshift, una deliciosa película estrenada en 1981. Robina Rose la rodó en cuatro noches en el hotel Portobello de Londres, donde ella trabajó como recepcionista durante una época. La actriz que interpreta a la recepcionista es la inquietante y fascinante Jordan, icono punk de la época y estrella de Jubilee de Derek Jarman. El resto del reparto también proviene del estrato underground ochentero londinense, como algunos de los miembros de la Penguin Cafe Orchestra, que también firman la música. O los cineastas Anne Rees-Mogg y Jon Jost, este último responsable de la bellísima fotografía. Destacan en esta película su dimensión onírica o la reivindicación del trabajo en la sombra de la mujer, también el retrato del underground londinense de principios de los ochenta y la cantidad de detalles maravillosos que trufan la película, como la escena homenaje a Cero en conducta, de Jean Vigo, en la que unos niños protagonizan una pelea de almohadas a cámara lenta, que Robina Rose convierte en una divertida pelea de almohadas entre chicas utilizando el mismo efecto de cámara lenta.

A mí me toca sobre todo ese último tema: ese tempo lento, del que Elena Gorfinkel afirma en este artículo sobre Nightshift que son las mujeres cineastas como Chantal Akerman o Margarite Duras quienes lo han llevado a extremos más radicales. Un tempo lento en el que el espectador, en vez de ser arrastrado constantemente intentando capturar su atención por todos los medios, goza de un mayor grado de libertad. Y ese tempo lento tan de agradecer en este momento actual de aceleración insoportable se percibe también, quizá aún más radicalmente, en Jigsaw, la película que Robina Rose filmó un año antes que Nightshift y que podrá verse el domingo 13, en una sesión titulada Miradas divergentes, dedicada a otras formas de mostrar el autismo más allá de los estereotipos del cine convencional. Parece como si Jigsaw siguiese a un grupo de niños autistas en una escuela londinense con el objetivo de invitarnos a percibir el mundo a través de su mirada, y no me refiero solo a la vista sino a todos sus sentidos: a su oído, su tacto y hasta su gusto. Y lo que yo percibo más fuertemente al aceptar el reto de hacer ese ejercicio activamente es ese tempo lento, un tempo que permite observar y disfrutar de detalles que habitualmente pasan desapercibidos.

A Robina Rose le agradezco que ver una película como Jigsaw en la oscuridad de una sala me haga ver de un modo nuevo algo que va más allá de su película. Por ejemplo, la novela El descubrimiento de la lentitud, de Sten Nadolny, sobre la vida de John Franklin, personaje real que se hizo famoso por sus arriesgadas expediciones al Polo Norte a finales del siglo XVIII. El comportamiento de Franklin, al menos en la novela, parece englobarse en ese tipo de neurodivergencia (ahora, después de ver Jigsaw me doy cuenta) por culpa de su exasperante lentitud, pero al final de su vida acabará gozando de un gran reconocimiento gracias precisamente a que esa misma lentitud le permitirá una inusual agudeza y profundidad de pensamiento, factores que son claves para resolver los problemas que la gente que va muy rápido casi nunca es capaz de resolver como es debido. Aunque, ahora que lo pienso, quizá esa novela pertenezca a esas narrativas convencionales que la sesión Miradas divergentes pretende, si no combatir, al menos complementar desde una perspectiva autista. Bien, pues desde aquí también mi agradecimiento a la gente de Xcèntric por invitarme a pensar en eso.

El programa Xcèntric de ese fin de semana también incluye un programa para toda la familia, El bosque encantado, una selección de cortometrajes dentro del ciclo Cinema 3/99, cuyo nombre es un guiño al intervalo de edades recomendadas que aparece en las cajas de juegos infantiles. Y después de la pausa de Semana Santa volverá a la carga el jueves 24 de abril con la sesión Ficciones sinestésicas. Cuatro cineastas californianas (de los 70: Dorothy Wiley, Amy Halpern, Janis Crystal Lipzin y Gunvor Nelson) y el domingo 27 con Penthesilea, la primera de las películas, a caballo entre el cine experimental y el cine político, que los críticos Laura Mulvey y Peter Wollen realizaron en los 70.

Y si no te van bien ninguna de estas fechas está bien acordarse de que el archivo Xcèntric está abierto de martes a domingo de 10 a 20 horas, gratuitamente pero con cita previa. En el archivo se pueden consultar a la carta mil pelis de cine experimental y documental. Este año se han incorporado al archivo la filmografía casi completa de Su Friedrich y varias películas de Takashi Ito, Al Jarnow y Maya Deren.

La historia detrás de las últimas incorporaciones es bastante curiosa. El cineasta Michael Rudnick declinó cobrar los honorarios por la proyección de sus películas al toparse con la cantidad de burocracia que debía cumplimentar para poder cobrar (¿os suena?). Solo pidió que ese dinero se destinase a cineastas jóvenes que estuviesen empezando, lo que ha permitido las nuevas incorporaciones al archivo de Many Eyes, Many Centers, Moving (2022), de Maria Pipla, y Fractura (2023), de Biviana Chauchi.

Rubén Ramos Nogueira

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Festival Domingo 2025

Me ha pasado lo peor, he perdido un borrador ya bastante avanzado de este texto. Voy a resistir la tentación de leer en este accidente un mal agüero, voy a intentar verlo como lo que es, un descuido poco grave. Tampoco voy a caer en el optimismo de verlo como una oportunidad de mejorar lo que había escrito, porque sé que lo que hemos perdido siempre nos parecerá mejor que lo que tenemos. Voy a armarme de paciencia y a seguir adelante, intentando recordar lo que había dicho. Os recomiendo que siempre que perdáis algo hagáis lo mismo, seguir adelante, intentando recordar, pero seguir adelante. Lo que está atrás es un espejismo. 

En Madrid llueve hace año y medio. Mi casa está tan fría que parece deshabitada, pero yo vivo aquí, así que empiezo a preguntarme si no me estaré volviendo fantasma, porque hace días que no veo a nadie y, más sospechoso, que nadie me ve a mi. 

Empieza el festival Domingo por quinta y última vez. Procuraré la brevedad, pero también intentaré comentar todo lo que vi, para que quien no haya podido estar se haga una idea de cómo se ven las cosas cuando eres medio espectro medio persona. 

Miércoles: Torcidxs, Las Nenas Theatre, Teatro del Barrio

En esta edición el festival se reparte entre La Casa Encendida, Réplika Teatro, el CA2M y el Teatro del Barrio a donde voy el miércoles a ver Torcidxs, segundo trabajo de Las Nenas Theatre. Sobre el estreno en Madrid de esta obra diré que estaba el teatro lleno, y que se quedó afuera gente que vino sin entrada y con la esperanza de que se liberara alguna butaca. Diré también que el público acompañó, que entró al juego desde el principio y que el juego fue constante, mutante y desestabilizador. 

Las Nenas se acercan a través de la parodia a todo aquello de lo que hablan, por lo menos en este trabajo. Si tuviera que organizar una única frase que más o menos pudiera contener todos los temas que aparecen en la pieza, diría que la cosa va sobre las interfaces que mediatizan nuestra relación con el mundo, nuestras relaciones mutuas y nuestra relación con el ambiente en el que elegimos desenvolvernos profesionalmente, es decir, la relación que establecemos con el resto de las personas que componen el lugar que decidimos intentar ocupar en la sociedad. Esas interfaces son muchas y van desde los adjetivos que utilizamos para entender y explicar nuestra identidad (clase social, género, rol que desempeñamos en los diferentes grupos de los que formamos parte), hasta las etiquetas de las que se nos obliga a echar mano para definir nuestro quehacer artístico (Artes Escénicas, Artes Vivas, Teatro, basta). Y sobre todas cae la interfaz que se ha vuelto más grande y omnipresente de todas, Internet en su avatar de redes sociales, lugar en el que se crean y desde el que se imponen los códigos (el vocabulario, las gestualidades) en los que se expresa todo. 

Lo que pasa en escena es difícil de describir sin arruinar sorpresas cuya aparición disfruté, así que no voy a privar de ellas a quien tenga a bien leer esto que escribo. La obra parece caótica porque es impredecible; es larga pero parece corta; según el momento, trabaja con dos o tres capas de meta; es graciosa y a veces desagradable, o algo así; hay cuatro personas en escena y muchísima energía. 

Como decía antes, la pieza se acerca a aquello de lo que habla a través de la parodia y es sabido que esta funciona mejor cuanto mejor conoce el espectador el objeto parodiado. Quizá en ese sentido la obra tenga cierto filtro etario. Las Nenas (Ane Sagüés, de 27 y Cristina Tomás, de 29, que en este caso están en escena con Maddi Muñoz, de 29 y Jon Muñoz, de 23) hablan desde su generación sin detenerse a explicar cuál es la particularidad que la distingue, sino habitándola sin más. Quien reconozca los clichés disfrutará más, supongo, quien no a veces estará un poco perdido, quizás, pero eso no es problema de quien está en el escenario. Las Nenas te ponen delante de las interfaces, pero no te dicen cómo lidiar con ellas, supongo que porque la cosa va justamente de no saberlo, de percibirlas, de poder reírte de sus convenciones y de los protocolos que te imponen, pero aun así no poder escapar. 

Jueves: Orelles voladores, Nilo Gallego y Claralinda, Claralinda, Claralinda, Luísa Saraiva, CA2M.

Nilo Gallego se asoció con Un Coro Amateur para traer una versión del trabajo que, con este mismo nombre estrenó en el festival TNT el año pasado. Por lo que sé allí la pieza consistió en un monólogo extenso sobre la escucha, sobre la idea de que el tímpano es en sí mismo y a su manera un instrumento de percusión. En Domingo la obra tuvo cuatro partes, el monólogo fue sustituido por la voz en off del propio Nilo contando una anécdota sobre el día en que supo que tenía pelos en las orejas. El texto se escuchaba mientras Nilo dormía una siesta sobre una colchoneta. Antes de esto Nilo mantenía una conversación silenciosa con Frankuu Carrascosa, percusionista que colaboraba en la pieza. Antes de eso se había proyectado un fragmento de una película o quizá de un cortometraje en el que una orquesta interpretaba el Bolero de Ravel. Antes de la proyección los integrantes de Un Coro Amateur se habían retirado del escenario de uno en uno caminando de espaldas. Antes de retirarse y con dirección de Frankuu Carrascosa, ese mismo coro había interpretado la percusión del Bolero de Ravel al revés. Antes todos, coro, Nilo y director de orquesta, habían entrado por la puerta de la sala caminando marcha atrás.

Como creo que es habitual en los trabajos de este artista, la atmósfera de todo el trabajo era casual, como de cosa improvisada, de ocurrencia de último minuto hecha con lo que había a mano. Con esa espontaneidad, real o aparente, Nilo Gallego construye lugares en los que parece que no pasa demasiado, pero que dejan entrar todo, que pueden ser atravesados por todo. Cuando el gesto termina, una se queda un poco perpleja y un poco embobada, sin poder nombrar lo que le acaba de suceder. 

Después de un descanso volvimos a entrar a la sala para ver a Luísa Saraiva explorar la relación entre corporalidad y emisión de sonido. La coreógrafa nos recibió recostada en el suelo de la Sala de Usos Infinitos del CA2M. Cuando estuvimos acomodados empezó a cantar fragmentos de canciones tradicionales portuguesas. Mientras cantaba se movía, mientras se movía el movimiento afectaba a la manera en que el sonido emergía de la garganta. Las canciones se interrumpían, se dilataban, se deformaban como se deformaba la voz. Con los dedos enfundados en tubos cerámicos la performer pulsa y frota las cuerdas de una guitarra, más tarde intentará cantar mientras bebe agua. La práctica que se nos muestra en este trabajo nos permite ver cómo un cuerpo que se altera a sí mismo altera la voz que produce, cómo se desplazan los órganos fonadores por el espacio que hay entre sus límites. 

Viernes: Yo no tengo nombre, El Conde de Torrefiel, La Casa Encendida, HIPERSUEÑO, Paz Rojo, Réplika Teatro. 

El Conde de Torrefiel trae una adaptación de Yo no tengo nombre, trabajo que en su versión original sucedía en el campo, convirtiendo al paisaje en escenografía, y que en Domingo se sitúa en la terraza de La Casa Encendida, a cielo abierto, mientras se pone el sol. Una pantalla de led se convierte en el medio a través del cual durante unos cuarenta minutos escuchamos hablar a la Tierra. El planeta sobre el que lo hacemos todo y al que insistimos en olvidar se decide a hablarnos. Lo que dice tiene algo de reprimenda, algo de indiferencia y algo de narrador omnisciente. La tierra lo sabe todo de nosotros y, ahora que somos tan poderosos, nos recuerda que nos vio gatear, descubrir el lenguaje, tener miedo, ser nada. La Tierra no nos pide favores porque sabe que hagamos lo que hagamos seguirá aquí cuando de nosotros ya no quede nada, pero sí que nos recuerda que quizá nos convenga pensar un poco mejor algunas cosas. La pieza se siente un poco como una sesión de espiritismo, la pantalla es como una antena que concentra, emite y traduce en palabras los sonidos que produce un ente que parece haberse despertado para dejar algunas cosas claras y volver a su estado de reposo, indiferente a la ruina que la humanidad se depare a sí misma. Aquí la tierra no nos quiere ni nos pide ayuda, de todos los nombres con los que nos hemos referido a ella el que más le gusta es el más impersonal: “naturaleza”, el que no la humaniza ni la convierte en madre protectora-proveedora, sino que la retrata como la fuerza indiferente que es, comprensible solo en parte. 

Cruzo la ciudad para ir a la sala Réplika donde Paz Rojo estrena su último trabajo, HIPERSUEÑO. Teatro lleno, entusiasmo generalizado, felicidad posterior. En una sala casi desnuda, sobre un tapiz de suelo para danza que parece incompleto, Paz Rojo y Arantxa Martínez se buscan e interpelan mutuamente. Por turnos, una se mueve mientras la otra está quieta, recibiendo sin responder los esfuerzos de la compañera. Una intenta encontrar respuesta mientras la otra permanece con los ojos cerrados, distante. A veces uno de los cuerpos sale al exterior del espacio virtualmente delimitado por el suelo a seguir buscando, la repuesta siempre será el silencio. Las tentativas se suceden con naturalidad, sin desesperación, como si el fracaso de algunas búsquedas fundamentales fuera un estado al que nos hemos acostumbrado y que asumimos con algo que está entre la indiferencia y la paciencia, y que puede parecerse, solo parecerse, no ser, resignación. O quizá sí sea resignación y la continuación de los intentos no sea más que un automatismo, no lo sé. Sobre el final de la pieza un corto pero alucinógeno viaje sonoro pilotado por Luz Prado termina de abrir las posibilidades de este trabajo llevándolo a terrenos metafísicos, trascendentales, ominosos.

Sábado: Las palabras me fallan, Itziar Okariz, La Casa Encendida, Down to Under, Despina Sanida Crezia, Réplika Teatro. 

El sábado al mediodía vuelvo a La Casa Encendida a ver Las palabras me fallan, de Itziar Okariz. La performer escribe sobre su cuerpo, sobre sus brazos y una de sus piernas, un fragmento ligeramente alterado de Una habitación propia. Cuando acaba de escribirlo, lo lee, se lee un brazo y luego el otro, y luego la pierna. Al terminar tacha la primera palabra que había escrito y vuele a leer (a leerse) el fragmento ya sin esa palabra inicial. La operación se repite hasta que las palabras se acaban. Hasta que los dos brazos y la pierna son tachados por completo. De las muchas líneas de reflexión que pueden partir de un trabajo como este, yo me quedé pensando en la corporalidad de la palabra y en el lugar que la palabra pronunciada ocupa, que es tiempo; en cómo podemos asegurar que una palabra fue dicha una vez que ha sido dicha, una vez que ha desaparecido en el tiempo sin dejar rastro; en cómo puede ser que necesitemos ocupar un tiempo para explicar un pensamiento que aparece en nuestras cabezas de manera instantánea; en por qué la palabra no es instantánea si el pensamiento lo es; en que el pensamiento y el lenguaje no son lo mismo, que el lenguaje es una tecnología que aplicamos al pensamiento, una herramienta que, a la vez que ofrece posibilidades casi infinitas, también tiene casi infinitas limitaciones. 

El sábado a la noche vuelvo a Réplika, primera vez en Madrid de la coreógrafa griega Despina Sanida Crezia que llega con Down to Under. Entramos al teatro y nos dicen que podemos acomodarnos en cualquier lugar, menos arriba de las tres o cuatro tarimas Rosco que hay repartidas por la sala. La gente se sienta en el suelo y en el patio de butacas, hay quien se dio cuenta de que podía entrar con la cerveza.  Además de las tarimas hay una moto y escombros desperdigados por el suelo, trozos de una pared con restos de pintura. La atmósfera es oscura y turbia, hay humo y luz roja, parece noche en periferia de urbe postapocalíptica. Vestidas con vaqueros y camiseta, las bailarinas se mueven y sus cuerpos recuerdan al de quien está a punto de meterse en una pelea. La agresividad y la chulería se combinan con gestos de esos que se popularizan por las redes sociales, como el de hacer un corazón chiquito juntando el índice y el pulgar o referenciar al llanto haciendo girar los puños a la altura de las mejillas. La música se agita y los movimientos se vuelven abiertamente violentos, se golpean cosas con bates de béisbol. Con el tiempo me doy cuenta de que aquí no se habla de ningún apocalipsis del futuro, sino del presente. Que la vida ya es así, que todas las ciudades son la misma porque el mundo se ha vuelto una mancha uniforme y que la violencia es un idioma universal. Que quienes ya tenemos años alcanzamos quizá a disfrutar de otras posibilidades, pero que la gente de menos de treinta no tiene para protegerse de esta uniformidad agresiva muchas más herramientas que la ilusión de compañía, sentido y validación que obtienen de las redes sociales. Me siento mayor, afortunada, aliviada y culpable. Al final de la pieza las dos bailarinas construyen un refugio con los escombros. Con  las ruinas de lo que hubo edifican algo precario y frágil para su futuro, que es, como mucho, esta noche. Allí se acomodan como pueden, se abrazan, buscan el calor de la otra. A falta de fuego tienen una cámara que las alumbra y a la que le dedican gestos, se diría que transmiten en directo. La última luz que se apaga es la de un teléfono móvil. 

En pocos días he visto mucho y a muchas personas. El domingo hago un esfuerzo para asistir al cierre del festival. 

Domingo: Domingo real, Bosque Real con Eddi Circa, La Casa Encendida. 

El festival se cierra y se despide con una actividad organizada por el colectivo Bosque Real. La idea era hacer esto en la Casa de Campo, uno de los lugares de operaciones habitual del colectivo, pero el clima no acompaña. La cosa se traslada a cubierto, al patio de La Casa Encendida, que, tapizadas sus paredes con telas oscuras y alfombras y con una lámpara que colgaba y con otras cosas que no recuerdo o que quizá no estaban pero imaginé porque lo que sí había era muy sugerente, estaba francamente bonito. La idea era juntarse, disfrutar de un lugar y un tiempo reservados a la reunión planificada y al encuentro fortuito. Podías beber vino, café, chocolate o una gaseosa que se preparaba in situ mezclando el agua con unos polvitos. Cuando llegué también quedaban en la mesa restos de un cocido, y escuché a alguien decir que se había comido Comtessa. 

Como a las siete y media comenzó el concierto de Eddi Circa que fue generoso, voluptuoso y suave, pero enérgico. Canciones sobre el amor, sobre besos, sobre la atracción, la sexualidad, y sobre el trabajo. Canciones escritas combinando las palabras de maneras peculiares. En septiembre de 2023 Circa publicó su primer LP con el título En el bosque un claro, haciendo referencia a María Zambrano, que llama claros en el bosque a los momentos inesperados de lucidez durante los que, sin estar intentándolo, repentinamente, entiendes algo. Esos momentos, dice Circa que dice Zambrano, no se pueden propiciar, o al menos no planificar y, mientras están sucediendo, hay que dejarlos pasar, dejarlos acabar como llegaron, aceptando que existe la posibilidad de que no se vuelvan a dar. Algo parecido habrá que hacer con este festival, que se despidió ese día, creo que por razones en parte personales y en parte institucionales, pero no soy periodista. Se ha pasado toda la semana y en Madrid todavía llueve, desde el futuro en el que escribo puedo decir que lloverá durante algunos días más. Fuiste bonito, Domingo, ojalá que nos volvamos a ver. 

Cecilia Guelfi

Fotografías de Alberto Nevado

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Baleiro

Baleiro se presentó en Teatro Ensalle del 21 al 23 de marzo de 2025

Reproductor de audio

Los seres humanos hemos creado el arte como representación de la vida, primero para demostrar que el universo es un orden impuesto a un caos primigenio, luego para mostrar ejemplos de conducta y heroicidad, más tarde para expresarnos a nosotros mismos y nuestro mundo (buscando un encuentro con la universalidad con la singularidad de cada quien). Esas expresiones artísticas pasaron de representar la realidad física, a representar el “orden celestial” por así decirlo y luego volvió a tierra para hablar de nosotros mismos. Así evolucionó a grandes rasgos la temática: mundo material – abstracción en mitos e ideas – desarrollo y exposición del ego.

Es una cuestión de mímesis, una de nuestras bases esenciales para aprender el mundo e integrarnos en la especie. La tradición y la moda son dos caras de la misma moneda. Claramente opuestas, una busca establecer un fuerte vínculo con nuestros antepasados y desea la permanencia, la otra busca distinguir a una generación de las anteriores y puede que de las siguientes, de ahí su asumido carácter efímero. Pero ambas buscan un destino común para un grupo o comunidad, el establecimiento de unos valores o al menos de ciertas tendencias estéticas. La búsqueda quizá del manido “de dónde venimos y a dónde vamos y qué es idóneo hacer en el camino”.

Pero si sumamos la capacidad técnica en constante evolución con la capacidad poética, añadiendo a eso nuestra imaginación y capacidad de evocación nos encontramos con un mago tan hábil como cándido que cae subyugado a su propio influjo. Como un hipnotizador que arrastrado por el vaivén de su propio reloj y encandilado por el mantra de su propia voz, entra en un ciclo de autohipnosis, un bucle para el que hemos creado infinidad de formatos y dispositivos.

Teniendo en cuenta esa evolución de lenguajes y técnicas para dotar a la ficción de realidad perfectamente entrelazado con nuestra mímesis o capacidad de imitación, el arte y la vida, la ficción y la realidad, la profecía y la predicción, el mundo biológico y el imaginario colectivo, se aproximan hasta casi tocarse en la superficie del espejo. Ahora cabría preguntarse si esta proximidad (una proximidad que no se da por el movimiento de un cuerpo hacia otro, como se podría suponer, sino por una asimilación por mímesis mutua) es más mérito de un arte cada vez más vivo y completo o demérito de una realidad cada vez más plana.

Actores que se inspiran en ciudadanos que se comportan como actores. Decorados que representan ciudades decorado. Modificaciones genéticas para que animales y plantas representen el “molde platónico”, ropa y cosméticos para tener un cuerpo y un rostro ideal, una personalidad con escaso abanico emocional, mientras las diferentes expresiones artísticas buscan mostrar las imperfecciones, arrugas o contradicciones. ¿Cruzarán el espejo? ¿Estaremos tendiendo a considerar la realidad como ficción y viceversa? ¿No se considera esto último como rasgo particular del loco, del alucinado?

Pongamos el ejemplo de los videojuegos cada vez más realistas, obviamente tienen una capacidad muy limitada para mostrar la vida de una manera realmente plena (como toda expresión artística). Edificios perfectamente detallados pero en los que no ocurre nada, PNJs con acciones y frases en bucle (que se repiten constantemente en otros PNJ con otras voces), escenarios en los que los acontecimientos y las acciones desparecen nada más doblar la esquina y la garantía de que tus acciones no tendrán consecuencia y por tanto te eximen de responsabilidad ya que en caso necesario siempre puedes cargar desde el último check point y borrar el resto de la memoria… Todas estas limitaciones que alejan la experiencia del gamer de la intensidad y profundidad emocional del paseante parecen difíciles de saltar, sin embargo por el otro lado, el de nuestra realidad mundana, insistimos en salvar dichas diferencias. Sólo hay que simplificarlo todo, desprofundizar, aplanar, como cuando eliminas capas en un Photoshop. El gran logro filosófico moderno sería contener la vida en un meme.

Pero Baleiro no tiene las pretensiones de esta nota y mucho menos pretende ser un meme.

Baleiro es un bug.

Artús Rei

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Todo eso que sostenemos

Hace una semana fui a ver la pieza de D’ençà del coreógrafo catalán Quim Bigas, y hoy, 10 de marzo, intento volver a ella. Tanteo regresar a ese espacio, medio en crudo y medio construido, que conecta múltiples espacialidades. A ese espacio abierto y receptivo a que ahí solo se baile, a que la danza pueda existir, como pocas veces, por sí misma.

Retorno a esa silla sobre el escenario desnudo de la Sala MAC del Mercat de les Flors, para escribir este texto que probablemente cuente muy poco de lo que ahí sucedió, porque qué difícil es aprehender la danza, ese moverse que solo sucede en un presente que habitamos juntes; y qué complejo resulta narrar esos instantes, ya invisibles, en un tiempo/espacio futuro. 

Generar una lista de las palabras que habían quedado resonando en mí después de ver la pieza fue una posibilidad: unísono, regresar, tiempo, materias, mover, músculo, común, tocar, sentir, superficie, fuga, caer, encontrar, sostener, contemplar, reproducir, pertenecer, forma… Pero, ya que muchas de ellas pertenecen al mundo de la danza y de la coreografía en general, insistí en colocarlas en un pequeño texto y no como un glosario que, tal vez, no hablaba de este trabajo específicamente; además de que seguramente D’ençà ha generado ya su propio lenguaje antes de hacerlo forma.  

Es así que invoco, en primer lugar, al paisaje sonoro de la pieza. Quim nos canta y con su voz devela conceptos de esa danza abstracta con la que nos hemos encontrado. La cabina de luz y sonido se ha fugado de su espacio, como casi todo lo que ahí sucede. Y es entonces que viene a mí la estrofa musical en la que, en algunos momentos de los 80 minutos de duración de la pieza, fuimos cayendo; compuesta con esos beats que nos permiten dejar de ser y a los que siempre volvemos con gusto.  Esas cadencias que me invitan a bailar con los cuerpos variopintos que interpretan la obra: Alba Barral, Victor Pérez Armero, Sanya Malnar, Clara Tena y Pauli Romero; porque cuando la danza se goza, siempre te convoca a entrar en ella. 

Pienso en el ritmo del tiempo que compartimos, en elles con esos brazos extendidos acariciando el paraje que nos agasajan a contemplar, en esos movimientos que suceden entre la técnica y el relax, entre el rigor y el paseo; y en las materialidades movientes que sugieren. ¿Cómo se ha compuesto esa comunidad de bailarines? ¿Qué hay detrás de esa infinidad de pasos que se ejecutan una y otra vez? El misterio del proceso que por momentos se revela en un unísono al que siempre llegamos y en el que como espectadores vamos descansando, porque es algo que reconocemos, nos cautiva. Aunque bien sabemos que la realidad es que desconocemos lo conocido.

Y es ahora que evoco los pies que golpean el suelo rítmicamente, las sombras en la pared que surgen por la magia de un seguidor de luz; las pequeñas montañas sobre el escenario exotizando el lugar, las capas de telas de colores del vestuario; y mi cuerpo se expande en el espacio. A diferencia de mi cabeza, el cuerpo regresa fácilmente a ese lugar en el que me descubro atendiendo una obra de danza no solo con los ojos, las cervicales y la espina dorsal también se han comprometido con ese ir y venir de todo lo que ahí se mueve, hemos entrado finalmente a ese estado de danza. ¿Será que el vínculo muscular del que nos habla el historiador canadiense William H Mc. Neill, y que evidentemente existe entre los bailarines de D’ençà, también puede generarse con quien solo contempla la pieza? Lo común se esboza sutilmente. Encuerpamos, todes, lo que ahí sucede desde el lugar que nos ha tocado habitar. 

Y, mientras sigo escribiendo, me doy cuenta de que no puedo salir de  esta escritura, porque el trabajo de Bigas no se puede definir con un tópico, con una idea de fuera, desde un afuera; solo desde dentro, yendo juntes hacia algún lugar; estando cerca de algo, moviéndonos. Como lo remarca ese adolescente sentado frente a mí, que desde antes de empezar la obra ya se quería ir, pero que a pesar de su rechazo al lugar en el que se encuentra, de vez en cuando imita algún movimiento: una curiosa relación. O esa familia con un niñe como de 3 años que planeó sentarse cerca de la puerta por si necesitaban irse, pero que nunca salieron.

Nunca salieron de ese espacio al que pertenecimos pero que hoy ya no existe.

Anabella Pareja Robinson

 Imágenes de Maud Sophie Andrieux

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Entrevista a Idoia Zabaleta. Las intensidades y los afueras

Artista, coreógrafa, docente, comisaria, bióloga y generadora de numerosos contextos tan decisivos para el contexto de las artes performativas peninsulares como Azala, Idoia Zabaleta es unas de las voces más poliédricas de la escena de las últimas décadas, y presenta Pupa, pupita, pupila. Masaje de la visión del 13 al 15 de marzo en Azkuna Zentroa, donde también es artista asociada.

Isabel de Naverán, con quien has trenzado diversas vinculaciones a lo largo de tu carrera, habla en una conferencia que tuvo lugar en La Porta en 2007 de tu obra Fisura nº2, donde explicas que tu trabajo surge de un doble condicionamiento: “tiene que partir de un deseo y atravesar un delirio”. No encuentro mejor descripción de tus modos de hacer, ya sea desde la práctica escénica y visual, contextual, docente o la investigación, y querría empezar preguntándote por este doble condicionamiento. 

Aunque parezca una broma, pero como la literalidad también me caracteriza, te cuento que este otoño planté doscientos bulbos en el bosque, y vengo ahora mismo de ver si los lirios han salido. Voy cada día. ¿Me voy a seguir alimentando de-lirios? 

Con Isabel hay una gran coexistencia y acompañamiento mutuo, e inventamos esa fórmula para ese momento. Si bien soy una máquina de colaboraciones, para una línea de trabajos míos en los que no negocio, como en la serie Fisuras, es cuando me doy cuenta de que además de muchas otras cosas soy artista, lo cual tiene que ver precisamente con esta posición y responsabilidad. 

Quizás sea una obviedad y creo que todas lo hacemos, pero siempre tiene que haber un deseo, que en mi caso no es una imagen, todavía no he detectado lo que es, pero sí ha de haber esa vibración. Tengo que ser capaz de atravesar el delirio, lo que significa ser atravesada de mi propia vergüenza, expectativas… y decir VAMOS, no te debes a nadie, solamente al deseo. Esto da lugar a unas piezas, como las de la serie las Fisuras o los Mantras que tienen algo de patético, de pathos, y con el despojamiento de la autoridad en cuanto a un afuera, del no hacer lo que se supone que se espera de mí. Esa resistencia me atraviesa, y las piezas también tienen que atravesarla. Cuando hablamos de delirio es ir en ese camino, salirse del surco, no someterse a lo debería hacer y a muchas otras cosas.

Con Tractora Koop (Usue Arrieta y Ainara Elgoibar) habéis creado Foku No. 2 (el primero está dedicado a Iñaki Garmendia), un abrumador archivo que permite acercarse a tu trabajo a través de una gran cantidad, calidad, profundidad y minuciosidad de materiales.

Al revisar tu trayectoria artística llama la atención que antes de formarte en nueva danza, te especializaste en ecosistemas y dinámica de poblaciones en tus estudios de Biología, y la variedad de formatos y aparatos delirados en tus obras, en las que siempre hay un giro o estiramiento de la máquina escénica, como si nunca pudiéramos dar por sentadas sus posibilidades, permitiendo tus obras precisamente activarlas. 

Diría que, aunque esté en todo lo que he hecho, creo que no ha habido un posicionamiento claro e ideológico de reventar o cuestionar la maquinaria escénica. Si echo la vista atrás, tuve la suerte cuando empecé a trabajar en danza de colaborar con Mal Pelo, y vivir a los veinte años el nacimiento de L’animal a l’esquena, la creación de un espacio y un contexto, y al mismo tiempo la posibilidad participar en una compañía con la que viajamos mucho. Con Mal Pelo tuve el privilegio de adentrarme en la maquinaria escénica, de estar en el teatro, en ese espacio oscuro, con esas luces que me dan jaqueca… y preguntarme: ¿qué hago yo aquí? Yo venía de la improvisación, donde lo que ocurre pasa aquí y no tiene truco, y la maquinaria escénica produce otra cosa, el encuentro es de otra clase. Me preguntaba qué hacía allí si no acababa de entenderlo. Y luego, como he dicho, mi relación con la autoridad, ya sea el padre, el profesor, el dramaturgo… siempre va a ser retarla.

También creo que es importante decir que desde los 2000, las bailarinas, coreógrafas y todas las personas que nos dedicamos a las artes vivas, hemos sido expulsadas del teatro, de la casa. No hemos tenido la ocasión de trabajar en un teatro con su maquinaria. Empezamos ensayando en salas y otros espacios, y la última semana llegas al teatro para el montaje técnico. Esto para mí en un proceso de creación no tiene ningún sentido. Entonces, si me despojan del teatro lo acepto, pero que luego no me pidan trabajar con su maquinaria. Hace mucho años nos dejaron el Teatro Arriola en Elorrio un mes y la gozamos, porque a mí en realidad la cueva me fascina. O cuando nos invitaron a Efemérides en la Alhóndiga, lo que hacíamos era mover la maquinaria escénica. Aunque ahora está cambiando, la relación con el mundo masculinizado y organizado de los técnicos no siempre nos ha sido fácil.

Así con todo me fui quedando en las afueras, y luego que vivir, gestionar y crecer en un espacio como Azala me influye mucho, y ahora incluso me está llevando a la intemperie, más allá del estudio. Sí creo que he ido entendiendo y afinando cómo todas estas cuestiones materiales te condicionan y te agencian. De aquí también la relación con los ecosistemas que preguntabas. Curiosamente, Masaje de la visión vuelve a esa maquinaria, al gesto de ese espacio oscuro, a la idea de cueva. Produzco un teatro en tus ojos, y los párpados son la interfaz. Nos encontramos en un tercer lugar, que es el que también trabajo en las Fisuras o los Mantras. Masaje de la visión parece una especie de teatro inmersivo, por el que yo nunca pensé que iba a pasar, y sin embargo ahí es donde siento que puedo controlar ahora más la maquinaria.  

Te formaste en nueva danza pasando por la SNDO, la Company Blu en Florencia, trabajaste con Mal Pelo, fundaste la compañía de danza Moaré, has colaborado con Antonio Tagliarini, Filipa Francisco, Claudia Días… ¿Qué saberes ha aportado la danza a tu práctica artística? 

Yo venía por un lado de la disciplina de la gimnasia rítmica, y por otro de los estudios en la universidad, de la academia, con una carrera brillante como estudiante. Pero me di cuenta de que la danza estaba abriendo algo desde un lado cognitivo, de aprendizajes y saberes que tenía que ver qué era. Ahí aparece la improvisación, el aquí y el ahora, pero me encuentro que, su sistema de acción reacción, el de la idea más ocurrente o ingeniosa, que a fin de cuentas es quién la tiene más larga, y aun trabajando con grandes artistas, la improvisación me fue dejando de interesar. 

Pero después me encuentro con Cláudia Dias y João Fiadeiro y la Composición en Tiempo Real, que es una improvisación antimprovisación, y que para mí ha sido una escuela. Tiene que ver con la danza, pero también, una vez más, con los sistemas de relación no solo entre personas. 

La danza, como conocimiento del cuerpo, me ha brindado una herramienta afinada para calibrar el mundo. Una posibilidad de abstracción, en el sentido de lo que está en el limbo o en la antesala del lenguaje. Una vivencia del tiempo otra. Una relación particular con el espacio, como todas las bailarinas, que tenemos facilidad para el 3D. La simultaneidad, como en otras disciplinas, ya que cuando bailas tienes la sensación de que eso ya ha sido bailado, en danza no eres tú sola, como la idea del solo acompañado o el bailarín de soledades. La visión periférica. Algo que puede parecer una tontería, que es saber cuándo un movimiento empieza o que algo se ha puesto en movimiento, es decir, un entrenamiento cinético… La danza me ha configurado, trabajo desde la danza. Si bien diría que Masaje de la visión está más cercana a lo teatral, Masaje escáner es una pieza de danza porque su gesto 0, como en el cine, es el movimiento. 

Masaje de la visión forma parte de una serie de aparatos y performances individuales basadas en la percepción corporal o lo que denominas el «gesto cero de la danza». ¿Podrías explicar más sobre este gesto cero?

Masaje de la visión viene de un laboratorio que hacemos en P.I.C.A. (Programa de Imaginación Colectiva en procesos de creación Artística), que fue un programa de estudios que hacemos aquí en Azala, en el que nos reunimos una serie de artistas durante un par de años a acompañarnos unas a otras. Es un grupo de autoaprendizaje. Muchas de las artistas de P.I.C.A. provenían de las artes visuales y trabajaban con la imagen, y yo ahí me doy cuenta de que trabajo mucho desde el lenguaje. Y decidimos hacer algo desde los enunciados y las máquinas que yo hacía pero con la imagen. Entonces me di cuenta de lo que poco que trabajaba desde lo visual. En P.I.C.A. se dio un proceso fascinante de contaminación y de volver a leer juntas cuestiones del régimen de la visualidad.

Yo había llamado al grupo Programa de Imaginación Colectiva porque creo mucho en la imaginación, soy una persona con la imaginación muy activa, y entiendo la imaginación como una potencia de realidad, no tanto como fantasía en cuanto que escapa de lo que puede ser. Fuerte imaginación produce acontecimiento. Y sobre todo creo que imaginación es un proceso siempre colectivo. A P.I.C.A. venía con esto y con la relación entre la imaginación y las manos, dentro de unos años de un trabajo más específico con esto. En P.I.C.A. aparece el trabajo con la cueva, la oscuridad, fuimos a visitar cuevas y trabajar sobre ellas, y los ejercicios de Lisa Nelson, una de las maestras, como lo que propone de colocarse las manos en los globos de los ojos, descansar y pasar allí mucho tiempo con los ojos cerrados. Y decidí que era por ahí por donde quería hacer, no la nueva pieza porque no surgió como pieza, pero sí como algo que yo iba ofreciendo al resto del grupo en forma de ejercicios como ponernos piedras, leer Viaje al centro de la Tierra de Julio Verne, entender los ojos como una cueva de verdad, la idea de la danza de echar los ojos atrás… Así que entro una vez más de una manera superliteral a hacer esta búsqueda. 

En un texto sobre Masaje de la visión, Ángela Millano dice: «En Pupa, pupita, pupila se diluyen para mí los límites entre masaje, obra de teatro, novela, poesía, aventuras, cuentacuentos, viaje, alucinación, sueño, tacto, olfato, visión, imaginación, calma, excitación, ilusión, profundo pesar, juego de palabras…».  

Ahora la pieza está ahí, antes fue en formatos como el de taller, pero se ha cerrado. Para mí es una pieza de teatro, en el sentido de que recupera aquella imagen que contaba de Mal Pelo cuando iba a los teatros y me preguntaba ¿y aquí qué? Aquí los párpados son la interfaz, el telón o membrana tras la que ocurre la cosa. La obra está creada a través de diez escenas en las que hay literatura. Se entra en la cueva y se va más adentro, para lo cual el sacrificio es arrancarse los ojos que te devolverán en su forma de cristal, y al atravesar el pasaje llegas a un sumidero y apareces en el mar, donde podrías ser tragada por la ballena de Moby Dick, y acabar en un puerto y otro y otro. Ese es el cuento, ¿te atreves?

Tiene otra cuestión que siempre ha estado y no he conseguido quitarla del todo, y aunque los Masajes son más amables, que no blandos, hay un escozor, que aquí se traduce en algo siniestro. Es una invitación a la confianza, pero también a atravesar ciertas cuestiones. En la devolución de la obra me han dicho que también tiene una parte muy psicológica, sin ser para nada mi intención, pero pone el sistema de miedo y confianza a la par. 

Al hablar sobre Masaje de la visión dices que «en sueños se continúa viendo». El otro día leía que lxs bebés sueñan durante la gestación, es decir, que generan imágenes sin haber visto aún el mundo. Pareciera que Masaje de la visión fuera una suerte de entrenamiento para escapar del régimen escópico al que estamos sometidxs, y fugar hacia otras visualidades. En Moby Dick, justo antes de que aparezca la ballena blanca, se dice que el Capitán Ahab mira desde el mástil “con los ojos ardiendo como carbones que siguen encendidos en la ceniza de la ruina”, lo que igual significa que Moby Dick ya puede aparecer porque Ahab está preparado para ver. Te quería preguntar sobre la cuestión onírica en Masaje de la visión y su posible condición de entrenamiento. 

Has dado en el clavo. Eso es algo sobre lo que todavía no tengo distancia suficiente, pero es un entrenamiento seguro. Yo desde la pandemia entro también en un afuera, en el bosque, en un terreno telúrico curioso, y se dan una especie de visiones, como aquellas que se podrían tener con los ejercicios de Lisa Nelson. El cuerpo puede afinarse para tener visiones pero, ¿qué es una visión? Si bien antes venía del lenguaje, de algo más estructurado, ahora estoy también trabajando los sueños. Esto no es nada explícito, pero creo que es una nueva vía de trabajo. Nueva que ya lleva cuatro años y seguirá otros diez, y se abre con Masaje de la visión, que es un entrenamiento. Tenemos que entrenarnos, P.I.C.A. ya fue eso, tenemos que entrenarnos a otros regímenes de visualidad, a la oscuridad, al subsuelo, a las cuevas…  Hay que entrenar los cuerpos a otros regímenes de la luz, yo la primera. Masaje escáner, que es más rara, hackea más los sentidos desde un terreno perceptivo, del fondo-figura, adelante-atrás, del color, sinestesias entre lo que oyes y lo que ves. En ambos Masajes hay personas que vuelven a un espacio preverbal, como el de un niñe, y esto me pone muy contenta.  

Eres artista asociada en Azkuna Zentroa durante 2024 y 2025, ¿en qué consiste tu estancia en la institución? ¿Qué supone esto para una artista que gestiona un espacio de residencias como Azala? 

La invitación para ser artista residente está desde hace tiempo, y de alguna manera lo he ido aplazando, precisamente por necesitar entender qué hago yo de residente en Azkuna Zentroa, y no haber tenido el tiempo de responder a la pregunta. ¿Cómo entro yo en un espacio como Azkuna viniendo allende las montañas? Entonces utilizo Masaje de la visión, y la idea de regalo y ofrenda, que es algo que trabajamos mucho en P.I.C.A. Quería que Masaje de la visión fuera una cadena de regalos, de quien la ha visto a otra persona, y así sucesivamente. Para mí también lo es, hacer la obra es un placer, es una larga meditación. Lo que ahí me ocurre no me ha ocurrido en otras piezas. Es algo que ocurre en un tercer lugar, yo solo lo tengo que ejecutar, es muy saludable para mí hacerlo. Así que mi propuesta a Azkuna Zentroa fue que me dejaran un espacio, y ofrecer Masaje de la visión a las trabajadoras del centro. Desde septiembre he estado haciendo todos los jueves cuatro pases a las trabajadoras de Azkuna Zentroa. Lo que me ha servido para activar esa cuestión del regalo, y también para entender qué ocurre en el centro, y conocer a su equipo. Ya han pasado 40 o 50 personas, y quería alargarlo un poco más, y regalarlo a todas las trabajadoras, aunque algunas son subcontratas, como las limpiadoras, a quien quería ofrecerlo como una hora de trabajo, pero no pudo ser. Eso, y que el espacio donde lo hacía ya no está, ha sido un poco frustrante. Y luego, como sabemos, están siendo tiempos convulsos en Azkuna Zentroa. Ahora lo hacemos público en Eszenaz porque nunca se ha hecho en Bilbao. Y como esto no me parecía suficiente, decidí abrir una nueva línea con la que estoy trabajando que se llama Zintza Lilura

¿Qué es Zintza Lilura?

Aún está muy en los inicios, pero forma parte de la línea de los aparatos y de los entrenamientos. Trabajamos sobre la salida del eje o el grado de inclinación, y quizás aparezca la luz o la fotosíntesis. Hay referencias como Trisha Brown. Al principio igual era algo muy literal, unas gomas que te permiten estar fuera del eje, en el balanceo hay unas meditaciones… estoy muy en los inicios. Los aparatos distribuyen gomas o elásticos de varias anchuras y de 50 metros, y la idea sería trabajar entre varias personas el fuera de eje en varias versiones. He hecho un laboratorio ya, y me he dado cuenta de que el trabajo necesita espacios muy grandes, y que necesito más tiempos y condiciones materiales de las que imaginaba. De momento va apareciendo algo más coreográfico. Los aparatos los estamos usando en clase, y eso me interesa, que elementos que tengan el añadido del arte puedan también desplazarse. Como la camilla vibratoria de Masaje escáner, que es una camilla con subwoofers, que la usan mis hijos con sus amigos para escuchar música, pero también podría tener otros muchos usos, incluso terapéuticos. 

En la web de Artea categorizan una parte de tu trabajo como «labor de diseminación».  Son muchísimos los ecosistemas que has creado y en los que has participado a lo largo de tu carrera. En esta época opaca, pareciera que en el territorio de las artes performativas seguimos insistiendo en modelos o contextos que ya no responden al mundo actual. Como si algo hubiera cambiado pero todavía no nos hubiéramos dado cuenta, cambiado o propuesto soluciones. A la destrucción y precariedad de numerosas iniciativas institucionales y de formación, se suman la falta de iniciativas informales, de intercambio y de aprendizajes. Con toda tu experiencia, como quien pregunta al oráculo, me gustaría preguntarte cómo percibes el momento actual y qué crees que haría falta hoy. 

Yo estoy operando en esto. A mí me atraviesa un escepticismo, que no una negatividad. Hay que mantener la alegría. Pero los cuerpos no están aguantando. Tengo la sensación de que hay una generación un poco mayor que yo, más macarra, que ha escapado. Pero con la que más cercana estoy, amigas de cuarenta o treinta, los cuerpos están colapsando. Por un lado hay en mí un VAMOS, vamos a entrenarnos, VAMOS, vamos a trabajar el estar fuera del eje, y que sujetarnos no signifique ser complacientes. Aunque aún no lo veamos, se va a dar o se está dando un cambio, así que VAMOS, hay que entrenarse para ese cambio. Hay que volver al cuerpo, a agarrarse, a otros regímenes de visión. Vamos a la grieta, porque una vez que tocas la grieta o la herida te sanas, pero no te sales de la grieta, el nivel de sensibilidad es mayor, se abre.

Todas estas máquinas que trabajo, con el valor añadido de lo artístico, aunque no es lo que me ocupa para nada, sí es donde me inscribo para seguir intentándolo. Aunque podría salir de ahí. Por otro lado, echo de menos espacios de intensidad como P.I.C.A. o los de aquellos maravillosos noventa. Vamos a volver a juntarnos tres semanas, aunque sea una vez al año, y a apoyar siempre los espacios de máxima intensidad. Vamos a entrenarnos y vamos a la intensidad. Todo este VAMOS me da una sensación de que tengo que empujar, estoy preparada y es mi función, pero luego también hay otras líneas.

Una sería un proceso de legitimación de todos estos saberes de los que hemos hablado. Como por ejemplo hacer un proceso retórico que defienda que Azala es en sí un proyecto artístico. ¿Qué género es el Masaje de la visión? ¿Es un masaje? ¿Un teatro? ¿Un masaje teatro? ¿Es un nuevo género por venir? ¿Cómo lo inscribimos en el mundo del arte? Aunque parezca que estoy fuera de eso, me erotiza este trabajo de inscripción. Y luego también está dándose un movimiento ciudadano, la gente de los pueblos nos estamos organizando porque el territorio de Álava quieren agujerearlo con macroproyectos. Las plataformas ciudadanas en defensa del territorio están organizadas. Me parece importante salirse fuera y aprender de allí. Quiero salirme y trabajar en esos espacios. Estamos por ejemplo trabajando en elevar la Sierra de Tuyo a ente jurídico o sintiente. Me hace muy contenta este trabajo, y me dicen que vaya como mediadora o artista, pero digo que no, que voy como ciudadana. Nos toca abrirnos a estos espacios porque el mundo de arte, ufa, a veces es muy tramposo. Así que VAMOS a las intensidades y los afueras. 

Fernando Gandasegui

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Mover lo extraño

Lautaro Reyes en el estreno de Waves en el Mercat de les Flors. Fotofrafía de Andrés Pino.

Hace dos años y medio que no iba al teatro, parí y mi vida de repente giró en torno a una ser viva; me convertí en un cuerpo sin disponibilidad, física y emocional, para sentarme en una butaca a ver Danza.

Es un domingo frío de marzo, llevaba días entusiasmada por este plan; solo esperaba que no sucediera nada que boicoteara el acontecimiento, me había comprometido conmigo misma a hacerlo. 

Antes de salir, me encontré con la imagen de los Panotti: Todo Orejas. Una criatura medieval cuyo cuerpo era cubierto por unas grandes orejas; se dice que pesaban 80 kilos, de los cuales 30 corresponden solo a ellas. En tiempos de Carnaval y de urgencia de reorientar la escucha, fantaseé con salir con esas orejas gigantes a la Sala PB del Mercat de les Flors, a ver WAVES del coreógrafo chileno Lautaro Reyes.

Lo consigo y estoy sentada en la butaca, esperando al maravilloso oscuro que nos indica que estemos atentos, que esto comienza ya; estoy nerviosa. Las luces rojas y blancas iluminan el espacio desde atrás, cuelgan telas blancas que cubren gran parte del escenario. Suenan las olas del mar, un mar intenso, no suena a Mediterráneo. ¿Será el Atlántico? Es entonces que Lautaro entra a escena, cerca del proscenio, directo al movimiento; y es a veces sombra y otras veces silueta tocando lo extraño.

Su movimiento es un movimiento contenido, concentrado, que sugiere una postura menos erecta y más inclinada a atender la otredad.

Antes de entrar leo en el programa de mano que el dossier de la pieza viene acompañado de una larga lista de bibliografía y me conecto con esta práctica insistente de encuerpar teorías, que incide en borrar la línea entre el hacer y el pensar. Empatizo con ese cuerpo que nos pide desplazar nuestra visión antropocéntrica a partir de gestos humanos: tarea difícil pero fascinante.

Los poros de la piel se abren, la fascia vibra, me imagino que la luz y el sonido me atraviesan, viajan por las venas y transforman la calidad de mi sangre que en las noches se convierte en leche que arrulla y acompaña: ¿con qué materias soñaremos hoy? Una de las luces ilumina el vientre expandido de una de las espectadoras, hay ahí otre testigue de este acontecimiento. 

Las olas desaparecen y el paisaje sonoro se transforma, el cuerpo de Lautaro y su rostro se ven con claridad, su vestuario, una malla gris transparente que recorre todo su cuerpo contiene algunas costuras, que a veces me parecen venas, a veces me parecen ríos y otras veces la Cordillera de los Andes. El movimiento continúa así por un rato, hasta llevarnos a una zona más oscura. ¿Estamos dentro de una obra de ciencia ficción? La danza es cada vez más densa, hasta que finalmente aterriza en una pausa sostenida en el tiempo, el moviente por vez primera apoya otras superficies, además de las plantas de los pies, en el suelo. Compromete el cuerpo entero, postura que me invita a escapar de la mirada y de la cabeza. Con su silencio, y el silencio de la luz, se provoca una invitación a escuchar todo lo demás, a atender las voces y expresiones sonoras de la vida no humana. Jugamos a construir ese tan anhelado nosotres más plural. 

Finalmente un foco brilla, pienso en Júpiter y su campo magnético de gran intensidad. El paisaje sonoro se vuelve a transformar y me recuerda a la película Annihilation, 2018: Hemos llegado a Brillo, una zona en la que no se aplican ni las leyes de la naturaleza ni de la física, y que tiene una frontera reluciente y constantemente en expansión. Lautaro se mueve en el paisaje como un médium, los ojos cerrados y las manos extendidas, tratando de reconocer qué voz toca escuchar. Su movimiento me emociona, no sé si son cinco o diez minutos este momento de la obra, ya cerca del final, pero lo que ahí sucede es bellísimo: olores, ecos, vientos, vibraciones, flores, aguas; todo aparece. Es él, Reyes, quien lo construye; pero nos hace sentir que somos todes los que estamos proponiendo otras posibilidades de experimentar: ¿el arte, la vida? Estamos despiertos, abiertos a todo. Ya va siendo hora.

Panottis: Ojalá pueda dormir como ustedes, usando una oreja como colchón y la otra como colcha. Que aún nos queda mucho por escuchar y por tantear los gestos para hacerlo.

Anabella Pareja Robinson

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Un lugar para encontrarnos, conversatorio con Mariona Naudin

Mariona Naudin es intérprete y creadora escénica. Forma parte de la compañía Los detectives desde sus orígenes en el año 2016. También es antropóloga y feminista. Hablo con ella tan solo unos días después de su estreno en los Teatros de Canal de Madrid con la obra Songs for the bitch-witch women. 

Me encanta que sea Teatron, nuestro espacio de reencuentro y conversación. Bienvenida Mariona.

Trabajar desde el humor es una constante en toda tu trayectoria y en Songs for the bitch witch women se convierte en una herramienta si cabe más poderosa porque nos situamos ante una historia real, mediática, muy conocida además y muy terrorífica. Es un homenaje a Ana Orantes, mujer asesinada por su marido en 1997 tan solo una semana después de aparecer en un programa de Canal Sur para dar testimonio de maltrato. Una historia trágica, como la de tantas mujeres, pero que aquí marca un punto de inflexión porque hizo visible la violencia machista y sirvió a nivel legislativo para cambiarlo todo. De ella partes y a ella homenajeas en todo momento, pero marcas desde el arranque que no se trata de una biografía. 

¿Qué te mueve a la construcción de la obra, a pensar a Ana Orantes, resituarla en importancia y trascendencia y a utilizar el humor, un humor nada fácil, que provoca una risa oscura e incómoda hacia el espectador?

Supongo que lo que me mueve al principio es el recuerdo persistente del caso de Orantes. Hacía años que pensaba en ese caso y acabé preguntándome el por qué. Lo que descubrí fue que, a parte del sentimiento de rabia y de injusticia había algo más, algo que hablaba más de mí que de Ana Orantes. Me di cuenta de que mi interés esencial tenía que ver con cómo Orantes había traspasado la línea que separa lo público de lo privado. Es decir, cómo su relato de lo privado en la esfera pública (un plató de tv) había abierto la caja de pandora. No obedecer a las leyes que separan de manera invisible lo que se puede y no se puede decir en público fue su liberación y a la vez lo que provocó que su agresor acabara con su vida. En ese sentido, me interesaba el poder de la palabra y, como no, el factor de género en relación con esa hegemonía del verbo que ha sido y sigue siendo a día de hoy propiedad de los hombres. Fue entonces cuando empezaron a aparecer los referentes: otras mujeres que habían hablado a lo largo de la historia y que habían sido castigadas (muchas quemadas) por ello. Ese hummus de mujeres que hablan atraviesa la pieza de manera muy sutil, pero construye capas de profundidad que la espectadora quizás no entiende de manera racional, pero recibe de manera subconsciente. En ese sentido y sin haberlo premeditado, la pieza es muy lynchiana. Al menos eso me han dicho por ahí, aunque te aseguro que no ha sido algo planeado (justo te lo pregunto también después. El infierno Lynch)

Sobre el espacio escénico y la relación con todes nosotres como público. Planteas un plató, el plató del futuro, donde treinta y siete años antes fue entrevistada Ana Orantes. Una caja negra con cortinas rojas. El uso de las luces, la música y efectos sonoros, el humo…  Vuestros trajes de colores chillones y brilli brilli. Las medias que cubren vuestros rostros, esa deformidad. Esa mujer/monstruo. Los dispositivos se hacen presentes y todo resulta envolvente y te lleva a una pesadilla surrealista digna de David Lynch (ahora que ya no está con nosotres sirva de homenaje también). ¿Tuvisteis como referencia a Lynch y especialmente las atmósferas de Twin Peaks con los carteles de ON AIR + Aplauso o es una locura mía?

Para nada. Al menos, no de manera consciente. Pero está claro que el universo Lynch nos ha marcado a todes los de mi generación. El espacio escénico se ha ido transformando. Cuando estrenamos era un espacio poco definido, una especie de lugar liminal que podía parecer un plató de tv, el infierno o una plaza medieval dónde va a ser quemada una “bruja”. Con el tiempo fuimos repensando la pieza y tomando decisiones que nos llevaron a acotar el espacio dramático y decidimos que eso era, definitivamente, un plató de televisión. Per claro está, quién tuvo retuvo y, aunque en esta última versión jugamos claramente con los códigos televisivos, los fantasmas del infierno y la plaza medieval todavía siguen allí. Están, pero no están. Eso es lo que me parece interesante y lo que actúa a nivel no consciente.

En los textos y diálogos ponéis sobre la mesa este presente distópico en el que nos encontramos. La violencia extrema, las relaciones de poder, la deconstrucción de los códigos. También el apropiacionismo e instrumentalización capitalista y que desde los medios se hace de los discursos, de nuestros discursos feministas, culturales etc. 

Sí, exacto.

Hablar de lo mal que está el mundo es fácil en teatro. De hecho, muchos lo hacemos, ¿no? Siento decir que el bicho crítico que llevo dentro me dice que a menudo ese gesto es una manera de salvar nuestras almas y la de quienes nos miran. Un placebo que nos hace sentir (de manera engañosa) que estamos haciendo algo por (jajaja) pararle los pies al fascismo. Pero no, no es así. Con hablar de “temas” no es suficiente. De hecho, con hacer teatro no es suficiente. Yo lo he hecho, no estoy fuera de eso: he hecho teatro documental porque estuve metida en antropología y me parecía que tenía mucho sentido llevar a la palestra a través del teatro, las atrocidades que estaban ocurriendo a mi alrededor. Pero un día me di cuenta de que era mejor poner el cuerpo en otros lugares (no remunerados, claro) si quería cambiar el estado de las cosas. Esto suena un poco radical y no es un ataque a nadie, a mí me da igual lo que hagan mis compas creadoras escénicas, las quiero igual y muchas son amigas. Me parece bien que se hable de injusticias y que se denuncie desde el teatro, pero ese no es mi camino. Al menos no desde un lugar en que yo “me salve”. Es decir, Songs for the bitch witch women es obviamente una denuncia, pero en ella contamos una historia al público desde un lugar de riesgo, un lugar en el que ni nosotras mismas estamos a salvo. No queremos que el público entienda nuestro mensaje, no queremos ocupar una posición de poder ni a través de lo que hacemos a nivel interpretativo ni a través de las decisiones dramatúrgicas. La pieza es caminar por la cuerda floja todo el rato y eso, creo, es lo más coherente cuando una está contando algo tan infernal. Podría contar mucho más sobre esto, pero no quiero daros la chapa.

Hablemos sobre la relación que las intérpretes presentes en escena (tú cómplice en Los detectives María García Vera y tú misma) establecéis con el público presente y con unos telespectadores imaginarios. La implicación entiendo varía cada día, ¿cómo lo planteáis y cómo responde la gente?

Sí, esta pieza es imposible de ensayar sin público. Lo que hacemos es pasar por encima, pero es cuando llega el público cuando entendemos realmente lo que estamos haciendo. Por otro lado, lo que hacemos sólo se puede hacer si tienes un nivel de complicidad heavy con tu compañera. En nuestro caso es así porque tenemos una compañía desde hace diez años y nos conocemos al dedillo. Aun así, la relación con el público cambia un montón porque improvisamos bastante y porque toda la primera parte depende mucho de la reacción de quienes miran. A mí, personalmente, eso me pone un montón. Me encanta lo del presente radical pero también tengo que decir que los días en los que estás cansada te cagas un poco en ti antes de salir a escena por haber construido una pieza tan exigente.

En esta parte me interesó especialmente que no existe una interacción directa con nosotres, pero sí interpeláis a los que estamos al otro lado. Ahí manejas además gran cantidad de niveles y bajo ese paraguas del humor criticar las herencias, los apellidos dobles- el pedigrí– las inseguridades, los hypes que conlleva la vida moderna, la soledad. Lanzáis unos discursos con conciencia de clase muy valientes y que, en una primera lectura, no te esperas, pero se percibe mucho trabajo hasta llegar a ese punto y que resulte todo orgánico y hasta guasón

Todos esos comentarios al público pertenecen al hummus que se generó durante el proceso de creación. No sólo Ana Orantes si no también muchas otras mujeres que han hablado (nosotras incluidas) son de clase obrera y eso atraviesa de una manera muy clara toda la pieza. Me atrevería a decir que, a parte de la violencia de género, los otros dos pilares conceptuales son la violencia de clase y la violencia capitalista. Y, sí, claro, si te pones una media rota que te deforma la cara y que te hace parecer un psicópata, puedes decir casi lo que quieras, ¿me explico? Es bastante liberador lo de la máscara. Y lo del humor es sello de la casa. Aunque en esta pieza el humor es mucho más dark que con Los detectives.

Luego está ese recuerdo constante a la invisibilización de las mujeres y al cuestionamiento al que nos vemos sometidas por el mero hecho de serlo. Resulta muy cansado. Es escalofriante dar voz a Ana Orantes que se sentía una mujer analfabeta, callada, sumisa y que creía que fuera de casa, en el mundo real, no tenía nada que decir, hasta que lo dijo todo.

Ahí está el homenaje, creo. Mi abuela pudo ir a la escuela a los 60 años, cuando sus hijos y sus nietas estaban criados. Es una de las personas más lúcidas que conozco y hasta hace 33 años no sabía apenas leer o escribir y sin embargo ha sido mi consejera más sabia. Uno de los motores con más punch de esta pieza es poner el foco en esas mujeres. Lo hago desde la rabia más bestia y desde la devoción y el amor hacia ellas. La rabia es también un motor y para mi está a menudo muy cerca del amor.

Es muy necesaria la labor de genealogía también que llevas a cabo, aquí en este proyecto en solitario como directora, pero también desde hace años en la compañía Los detectives de la que eres cofundadora, se me vienen a la cabeza las madres de Concrette Matter y las actrices & personajes femeninos históricos en Kopfkino. ¿Entenderías tu trabajo e investigación fuera del activismo feminista y sin dar voz a las distintas mujeres de la historia? 

La verdad es que no me paro a pensar mucho en lo que hago a nivel global. Es decir, yo me planteo cosas cuando estoy creando una pieza, pero no tengo un “plan”. No me paro a pensar en mi “trayectoria” o en qué es necesario y qué no. No es una pose. Es que realmente la vida no me da para más porque tengo muchos mini trabajos y un hije al que cuidar. Además, confío mucho en que mi instinto es más inteligente que yo así que en ese sentido dejo que mi vida artística se rija por él.

Lo bueno es que las cosas están ahí, hay poso y va saliendo. Todo está conectado aun sin la necesidad de pensarlo demasiado. 

Ana Orantes fue quemada viva por su marido en la casa que ambos compartían por decisión judicial. Un error, como tantos otros de la magistratura. Todo arde y todo se tambalea. ¿Cómo es esta analogía del fuego con las mujeres? Las bitch-witch women del título. 

Juana de Arco, las brujas del medievo, Cristina de Tiro (le arrancaron la lengua, pero siguió hablando a través de otros órganos), las médiums malditas, las espiritistas obreras de la Barcelona del sXIX, los oráculos que dicen lo que no se quiere oír, las sufragistas y espiritistas inglesas e irlandesas de principios del XX que ponían el cuerpo y la voz y en definitiva todas las mujeres que hablan y que mandan callar. Yo misma, sin ir más allá. La genealogía es compartida e infinita.

Se puede partir de un hecho trágico y llevarlo al musical, al cabaret y al humor, está clarísimo, aunque al final de todo haya mal cuerpo. Es inevitable cuando haces y compartes cosas que no son fáciles. ¿Cómo percibes que nos vamos a casa los que venimos del teatro y cómo te quedas tú después de cada representación? Te lo pregunto también a nivel físico porque los cuerpos deben resentirse con tantísimo movimiento en escena. 

Nos quedamos muy removidas y agotadas. Es como hacer un exorcismo. Sobre el estado de incomodidad del público, a veces me pongo mucho en duda, pero sé que es como tiene que ser. Es una pieza visceral y la gente se va con la víscera activa. Es lo que hay. A mí también me deja del revés. En ese sentido, ni pa ti ni pa mí, y a la vez para todas lo mismo.

La música, las canciones y los efectos sonoros (autotune, etc.) atraviesan toda la pieza y son clave en los momentos de mayor humor. Como directora, ¿tenías claro y ganas de que estuvieran Sara Fontán y Núria Andorrà experimentando y formando parte del cuadro de intérpretes?. ¿Cómo ha sido el trabajo con ellas y también con el resto de participantes? En la ficha aparecen colaboradores estelares como Sofía Asencio y Alberto Cortés.

La música y el diseño sonoro son clave en esta pieza. Son lo que construye capas y capas de sentido y lo que va alimentando la víscera del público. Sara Fontán, Núria Andorrà y Edi Pou (que no está en escena, pero ha formado parte de la creación de la pieza) son, a parte de músicos excelentes, unos súper performers y han entendido a la perfección lo que la pieza necesitaba. Tengo que decir que durante el proceso de creación me costó mucho entender lo que tenía entre manos y además estaba en un momento vital muy complicado y estuve tiempo sin saber qué era la pieza. Por suerte, el equipo se implicó mucho y entre todas desentrañamos a la bestia. Estuvimos todas conviviendo durante semanas, un verano infernal (jajaja) para crear juntas: Marc Villanueva en la dramaturgia, Ana Rovira con las luces, María García Vera como intérprete, pero también creadora, Imma Bové en la producción, Pau Masaló en el espacio. Todas somos un poco creadoras de esto. Sofía Asencio ha sido el ojo externo y aunque no ha formado parte de todo el proceso de creación, ha sido fundamental en la toma de decisiones. Ella es una cómplice habitual en nuestro trabajo con Los detectives y me ha ayudado a entender mejor lo que estaba pasando en escena (ya que yo también estaba dentro como intérprete). A Alberto sólo le tuvimos tres días, pero su aportación nos hizo pensar y replantear cuestiones importantes. Ha sido un equipo de fantasía, la verdad.

Para contextualizar la pieza nos vamos hasta el 2022 cuando ganas la convocatoria pública para proyectos escénicos del Centre de les Arts Lliures en la modalidad de compañía residente y que se presenta el año pasado en su sede de la Fundació Brossa de Barcelona. Háblanos de ese proceso y de ese estreno. 

Bueno, en realidad fue el festival TNT (OK) el primero en apoyar la pieza y luego vino la Brossa. Fue genial poder estrenar y después tener tres semanas de programación estable en Barcelona. Pasa muy poco y se agradece porque hace crecer la pieza. Ahora mismo el Centre de les Arts Lliures (la Brossa), dirigido por Georgina Oliva es de lo más interesante que hay en Barcelona a nivel de programación. Ojalá contaran con los presupuestos que manejan otros teatros grandes de la ciutat. Otro gallo cantaría.

Nos quedamos en la Brossa que ha sido un poco tu segunda casa estos últimos meses. Qué divertido y qué loco veros disfrazadas de Brossa i Brossa a Los detectives (María García Vera y tú) con la obra itinerante Has vist l’ombra que acaba de passar pel fons de l’escenari?.

Indeed.

Finalizamos ya conversatorio Mariona. La vida no es una comedia, pero al menos nos queda confrontarla con el humor. 

Muchas gracias por todo y hasta la próxima espero en Barcelona.

Natalia Piñuel Martín

Imágenes de Alessia Bombaci

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