ME GUSTA SER UNA ZORRA
Si tú me vienes hablando de amor,
qué dura es la vida,
cual caballo me guía,
permíteme que te dé mi opinión:
mira, imbécil, que te den por culo,
me gusta ser una zorra.
Las Vulpes, Madrid 1983
Este último Liminal de la temporada va de las maneras de ser sexy y más concretamente de las maneras de ser sexy que tienen las estrellas del pop en estos últimos años. No me negarán que las maneras de ser sexy de Nina Simone, Myriam Makeba o Patti Smith son diferentes a las maneras de Katy Perry, Miley Cyrus, Rihanna o Lady Gaga. Son otros tiempos y otras expresividades. Pero exactamente de lo que va este Liminal es de como estas nuevas pop-stars entienden que el dominio y el control de su capacidad de seducción debe entenderse como un logro del feminismo.
No es fácil plantear una arqueología de esta desfachatez intimidatoria del “me gusta ser una zorra”. Probablemente lo propio es remontarse a las flappers de los años 20 del pasado siglo y su actitud contracultural ligada musicalmente al jazz. Estas mujeres trabajadoras conducían coches, renegaban del matrimonio, se vestían al estilo “chico” y se iban de fiesta a su libre antojo. Y han recibido su merecido homenaje en más de un Liminal: Liminal coche, liminal burlesque… La crisis del 29 y más tarde la Segunda Guerra Mundial acabaron con todo eso. Después de la segunda guerra mundial las mujeres trabajadoras que ocupaban los puestos de los hombres que fueron a la guerra, volvieron al hogar, a la jaula. El home sweet home. Pero todo eso nos queda ahora muy lejos, lamentablemente demasiado.
Para los más viejos del lugar en España el incidente del grupo de punk “Las Vulpes” en televisión española en el año 1983 marcó un hito en eso del “soy una zorra”. Para muchos fue el primer aviso de que la victoria de las izquierdas en 1982, con Felipe González a la cabeza, se iba a convertir en el gran fracaso que nos ha llevado a lo que vivimos hoy. La sociedad biempensante del momento fue incapaz de aceptar cualquier expresión de disidencia.
Vaya por delante pues toda mi admiración a esta desfachatez punk. Nada que decir siempre y cuando signifique levantar con energía la tapa del puritanismo y echar mano de la cultura popular para renegar: La cultura es ordinaria. Es nuestro motor estropeado con el que vamos a bricolear con nuestros burdos conocimientos de aficionadas a la mecánica. Nos gusta ser macarras y horteras y nos gusta disfrazarnos y petardear. Eso está bien.
Pero de lo que me toca hablar hoy es de esta nueva pléyade de popstars que reina hoy en nuestro firmamento mediático y musical. Probablemente sea injusto poner a la cabeza de todo esto a Madonna, esa “chica mala” tan trabajadora como copiona. Supongo que es injusto para Cindy Lauper, Nina Hagen o tantas otras. Pero lo cierto es que Madonna esta considerada por la mayoría como la decana en la manera de afianzar esta puesta en escena en el estrellato pop en esa lógica de chica valiente que trabaja con su “material girl” pisando fuerte y escapando a la idea de comprender lo femenino como débil, inexperto, dependiente, objeto y no sujeto…
Madonna se arrancó en su carrera con un look de chica obrera y con una performance a medio camino entre la chica gimnasta y la provocación sexual al estilo burlesque. Disco tras disco consiguió explicarnos algo así como que su desfachatez y su vehemencia era un logro de su feminismo. Y esta idea poco a poco se ha ido extendiendo en la actitud de las estrellas pop en el escenario. Hoy en la pléyade de artistas del pop encontramos muchas modulaciones de lo femenino. Algunas ambiguas como Lady Gaga, otras latinas, otras mestizas, otras hipersexualizadas…
En los conciertos de estas nuevas divas son frecuentes las proclamas a favor de una mujer que es dueña de sus actos, de su sexualidad, de su carrera, una heroína del feminismo, una guerrera contra la sociedad patriarcal. La misma biografía de Madonna parece que no es otra cosa que una hagiografía de “victorias” feministas. Madonna es hoy la madrina de una saga de estrellas del pop. Detrás de ella Britney Spears, Shakira, Miley Cyrus, Nicki Minaj, Katy Perry… chicas Disney que se convierten en mujeres indecentes, caperucitas rojas que se convierten en lobas. Una expresión canalla o de “chica mala” en las estrategias de seducción que cuenta con una acogida muy popular. En definitiva un nuevo meme o un nuevo recurso en nuestra presentación personal en el que la intimidad se vuelve intimidatoria.
Esta vehemencia en la presentación de imágenes de nuestra vida privada se expande también lógicamente en las redes sociales, en la sociedad de la transparencia. Y como esta idea se la estoy robando a Andrés Hispano, ahí va una cita de su reciente artículo en La vanguardia, Intimidar: intimidad. “Lo que todas estas prácticas tienen en común, siendo su propósito aparentemente diferente, es que revelan un nuevo sistema de valores, en el que la cámara ya no sirve para notariar viajes ni tropiezos ante lo bello, sino para generar evidencias de lo que ahora otorga valor a quien esta frente y detrás de la cámara: soy bella y dueña de mi sexualidad, me gusta el riesgo y no temo a la autoridad, soy capaz de imponerme por la fuerza, etc..”
Pero esta avalancha de actitudes rebeldes no debería dejar de resultar sospechosa. En esta nueva lógica de rebelión estas “chicas malas” se rebelan contra un establecido políticamente correcto y como indica Hispano “rebelarse contra ello más que inconveniente, puede resultar hasta reaccionario”. Quizás nos encontramos en una paradoja histórica en la que lo “rebelde” resulta reaccionario.
Estas nuevas formas de transgresión y de confusión en la presentación de la identidad resultan más que sospechosas. El juego sexual se convierte en un juego de niños, lo canalla es sólo divertido, lo más marginal resulta lo más cool, la confusión en la identidad sexual se convierte en un ejercicio de estilo. Los coolhunters andan locos por ahí para encontrar nuevas fórmulas dónde lo rebelde y lo marginal se conviertan en nuevas recetas para el éxito comercial. Una marginalidad y una rebeldía comestible.
Este Liminal se llama “Popstars, cornflakes, sexporn”. Me vino la idea de llamarlo así a raíz del Liminal dedicado al coche y se me antoja ahora repescar algo de la crónica que escribí para aquel Liminal para decir algo de la industria de la música, tan parecida a la industria del automóvil.
“Empezó Luis Miguel Ortego hablando del poder que da el coche. Veamos algunas ideas básicas. A saber, la industria del coche está dominada por cuatro grandes fabricantes. Vaya, lo mismo que la música, el cine y la alimentación en general. Cuatro ricos y los demás a morder el polvo. No es una crisis es una estafa. Pero por mucho que lo sepamos no hay que dejar de estudiarlo y repetirlo. Otra idea básica. El deseo de coche es lo mismo que el deseo de patatas ruffles matutano o que la mayonesa hellmanns. El pitido de las llaves a distancia, (pipip), el elevalunas eléctrico, (bzz), o el ruido del golpe al cerrar las puertas de coche, (sclunc), son todo las mismas fantasías de mierda, (voracidad golosa que no alimenta). Se le llama Sociedad de Consumo.
Es evidente que tanto Simone, como Smith o Nina Hagen hicieron esfuerzos explícitos para alejarse en su presentación pública del arquetipo de la chica mona y más allá para escapar de la lógica de dominación heterosexual y colonial en los estereotipos, rubia, blanca, delgada, ojos azules… Hubo en ello un esfuerzo ideológico explícito. Fue su lucha, y lógicamente el precio que pagaron por ello fue descabalgarse de las listas de grandes éxitos y abandonar la posibilidad del éxito más comercial.
Pero estas nuevas chicas de la pléyade pop-stars no son otra cosa que pornografía infantil comestible. Niñas rebeldonas hiper-sexualizadas que plantean una fórmula de deseo hetero masticable. Se presentan como sujetos activistas y no son otra cosa que objetos del espectáculo mediático. Playmates para todos los públicos. Pornokitsh de motel recalentado, comida pre-cocinada. La mujer un poco zorra no es más que otro mito de la sociedad de consumo, un segmento de mercado. Y musicalmente no son más que pura basura. Y les pido disculpas por acabar tan repentinamente.
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