Culturas de la automovilidad.
Jörg Müller_ Cultura/s, 09-09-09

Resulta difícil pasar por alto el hecho de que los coches constituyen un aspecto central de nuestra cultura. Sólo hay que salir a la calle y echar una ojeada a nuestro alrededor para constatar que los coches abundan por todas partes. Si no los coches, al menos sus huellas son ubicuas: las señales, la publicidad, las calles bien asfaltadas, el zumbido del tráfico, el humo. O quizá, debido justamente a esa omnipresencia, los coches se han vuelto también invisibles. Son la condición natural e incuestionable bajo la cual tiene que vivir la mayoría de los habitantes de las ciudades. Sólo en ocasiones especiales tenemos una visión fugaz de lo que podría ser la vida urbana sin coches. Paradójicamente, casi siempre tenemos incluso que depender del coche para escapar los fines de semana a un campo inmaculado y puro. Vivimos en un mundo por encima de todo, conducible. Estamos más que acostumbrados a equiparar la movilidad automovilística con nuestra movilidad personal. Los coches materializan la capacidad de ir a cualquier lugar y, por lo tanto, responden de forma directa a nuestro derecho a la libertad y la autodeterminación individual. Tenemos derecho a la automovilidad, al movimiento autónomo y autodirigido.
Ni siquiera los ubicuos embotellamientos consiguen poner seriamente en entredicho los sueños culturales de aventura y libertad que se han vinculado a los coches. La movilidad, llevada hasta la parálisis por su propia masificación, encuentra alternativas en el sofisticado diseño interior y los accesorios de lujo. Se ha introducido en el interior del coche, donde los dispositivos multimedia y de comunicación en red, si bien no aceleran el propio viaje al menos mantienen viva la ilusión del movimiento. La modernización digital de los automóviles indica que la cultura del coche empieza de verdad allí donde se detiene su movilidad.
Los coches ofrecen una sensación de seguridad y protección al tiempo que mantienen una imagen más masculina de poder, desafío y aventura. El grado en que nuestra época moderna está realmente impregnada de una cultura automovilística queda bien patente en el modo en que los coches han colonizado nuestra imaginación.